Los vecinos se cruzan y se saludan al grito de "¿Qué tal? ¿Estáis todos vivos?", mientras deambulan de aquí para allá en busca de agua potable o una lata de conservas. Algunos incluso buscan entre el fango de los lineales de un supermercado totalmente arrasado.
Quienes tienen alternativas se unen a las colas para abandonar Paiporta con las pocas cosas que han podido salvar. Otros se esmeran en adecentar sus casas cuanto antes y los menos afortunados, miran cabizbajos lo que quizás nunca más vuelva a ser un hogar.
El silencio impera entre el caos, las palas de un helicóptero no cesan sobre las cabezas y de vez en cuando una alerta gubernamental baldía y molesta suena en algún móvil por la calle.