Porfirio Rubirosa Ariza fue un diplomático, militar y piloto dominicano que se hizo famoso, entre muchas otras facetas, por su estilo de vida entre la jet set como "playboy" internacional, llegando a estar casado con dos de las mujeres más ricas del mundo, Barbara Hutton y Doris Duke.
Este "playboy", que era conocido entre la alta sociedad como "Rubi", estuvo involucrado en intrigas políticas internacionales y secretos de estado, provocando que los organismos de inteligencia británicos y estadounidenses lo mantuviesen bajo constante vigilancia, controlando desde sus llamadas telefónicas hasta sus citas románticas.
El dominicano se convirtió en la fuente de inspiración para un novelista inglés que, durante sus vacaciones en Jamaica, dio vida a un legendario personaje al que le atribuyó su carisma de galán, seductor y conquistador: James Bond.
Para el resto de características de Bond, Ian Fleming bien podría haberse basado perfectamente en la vida de un marino español que fue el mejor espía del rey Felipe II, que consiguió sonadas victorias y que engañó a los ingleses para liberar a centenares de prisioneros: Pedro de Zubiaur.
Un vasco al servicio del rey
Pedro era descendiente de una familia vizcaína de navegantes y comerciantes de Puebla de Bolívar, en la provincia de Vizcaya. Fue el segundo hijo de un matrimonio que llevaba el mar en las venas, por lo que su futuro estaba bastante claro.
En la década de 1560 inició su carrera militar en la Armada española, en pleno reinado de Felipe II, ofreciendo al rey sus servicios con dos pequeños barcos armados. Los vizcaínos destacaban por su habilidad para la navegación costera y su defensa, por lo que el monarca aceptó encantado su ofrecimiento en una época en la que España dedicaba creciente atención al frente Atlántico.
Su primera misión: Flandes
Sus méritos quedaron patentes en poco tiempo, por lo que el rey decidió ordenarle su primera misión en 1568, con 28 años. Y no se trataba de una misión cualquiera, sino de llevar al duque de Alba las pagas de las tropas en Flandes. La valía de Pedro durante los inicios de su carrera debió de ser ampliamente demostrada para que le fuese asignado un encargo como este.
El cargamento era de 450.000 ducados repartidos en 155 cofres con un peso de más de 13 toneladas que se cargaron en Santander y Castro Urdiales a bordo de 2 buques que zarparon de Bilbao. Pero durante la travesía por el canal de la Mancha se toparon con una flota enemiga compuesta por 40 barcos franceses, de los que logró escapar llegando con su cargamento a Southampton.
En Inglaterra Isabel I dio orden de incautar los barcos de Pedro y todo su contenido, en represalia a un decreto anterior del duque de Alba con el que había embargado los bienes de los súbditos ingleses en Flandes. La reina aprovechó aquella fortuna para armar a sus mejores corsarios para que atacasen Vigo, Cartagena de Indias o Santo Domingo, mientras Pedro fue hecho prisionero y enviado a un penal olvidado de la mano de Dios, donde estuvo un año cautivo.
Negociando con la reina
Tras regresar a España, fue comisionado a Inglaterra por Felipe II, en 1572, para negociar con la reina Isabel la devolución del dinero que Francis Drake, con licencia de corso concedida por la corona inglesa, se había apropiado en Panamá proveniente de Perú, y que tenía un valor estimado de 2.000.000 de ducados.
Durante dos años, Pedro intentó recuperar el dinero, pero no lo consiguió, entre otras razones, porque Drake ya había gastado aquel dinero pagando favores de los nobles más influyentes del reino, así como los de la misma reina, así que decidió regresar a España, donde continuó ejerciendo como persona de confianza del rey.
Espía de su Majestad
Felipe II, consciente de las capacidades del vizcaíno, lo envió de nuevo a Inglaterra con la excusa de seguir negociando la devolución del expolio de Drake, pero realmente lo hizo como espía de la Corona, en el tiempo previo al envío de la Gran Armada (la mal llamada Armada Invencible).
España necesitaba conocer el estado de las flotas inglesas, de sus tropas y sus puertos, por lo que Pedro, conocedor del idioma y con una posición social relevante, disponía de la autonomía suficiente para tejer una red de espías que le notificaran de todos los planes ingleses, poniendo en riesgo su propia vida.
Poco a poco también se fue introduciendo en las cuestiones políticas, por lo que fue encerrado por segunda vez, en esta ocasión en la Torre de Londres, acusado de conspirar para el asesinato de Guillermo de Orange, (príncipe rebelde independentista de Flandes), y la toma del puerto de Flessinga.
Durante dos años fue torturado y maltratado y lo trasladaron a Holanda, donde continuó cautivo un año más hasta ser liberado en 1588.
"Trae de vuelta a los nuestros"
Un año después, en febrero de 1590, tras el fallido intento de Felipe II de invadir Inglaterra con la Grande y Felicísima Armada, se le requirió como negociador diplomático en una de las operaciones más complicadas y desconocidas del siglo XVI: traer de vuelta a casa a los prisioneros españoles de la Gran Armada.
Eran cientos de hombres de varios barcos de guerra y del galeón Nuestra Señora del Rosario, capturada por Francis Drake en el canal de la Mancha tras quedarse inmovilizada debido a una colisión accidental y que no solo era uno de los mejores galeones de la Escuadra de Andalucía, sino que era su nao capitana y llevaba en su interior parte de los recursos destinados a la invasión de Inglaterra.
Pedro llegó al puerto de Dormouth con cuatro barcos para pagar el rescate y evacuarlos a España, pero a su llegada se dio cuenta de que había muchos más españoles allí realizando trabajos forzados y viviendo en pésimas condiciones, así que decidió que no se iría de allí sin ellos.
Siguiendo las pautas diplomáticas, logró la liberación de los prisioneros "oficiales", que no incluían a los del galeón Nuestra Señora del Rosario, a los que escondió entre los demás para que no fueran descubiertos. Además, también incluyó otro centenar de prisioneros españoles que tampoco estaban en la lista. Para ello sobornó, engañó, mató y mintió a todo el que fue necesario.
Vio que además los ingleses se habían quedado con los magníficos cañones de bronce del Nuestra Señora del Rosario y 600 kilos de su pólvora que usarían en el futuro contra los propios españoles, así que también los embarcó en sus navíos.
Cuando algunos de los ingleses comenzaron a sospechar y a ofrecer resistencia al embarque de las piezas de artillería, Pedro les mostró que había pedido previamente amparo a la reina en este asunto, lo que ocurría es que ésta todavía no había contestado, un dato que olvidó dar.
Harto ya de los ingleses, apuró a los suyos para que agilizaran los preparativos para la partida y ya de noche, mientras las autoridades revisaban sus permisos, ordenó volver a casa.
Los ingleses descubrieron el engaño y enviaron a cinco galeones para que trataran de cortarle el paso, pero Pedro dio orden de embestirlos y de disparar toda su artillería contra ellos, logrando dejarlos atrás y entrar en el puerto de A Coruña el 10 de febrero de 1590, donde celebró, junto a los casi 500 españoles que había liberado, aquella extraordinaria hazaña.
Convertido en leyenda
El rey le premió con el título de Cabo de Escuadra de filibotes de toda la Armada, con los que realizó una fabulosa actividad de corso, intendencia y escolta en todo el mar Cantábrico y el golfo de Vizcaya.
Durante los años siguientes, Pedro de Zubiaur participó en secreto en misiones navales en las costas de Bayona, Bretaña, Lisboa o Gibraltar combatiendo contra franceses, ingleses, holandeses, corsarios y piratas. Además, fue nombrado Capitán General de la Armada Real del Mar Océano, encargándose de proteger la llegada de los barcos de la Flota de Indias. Su labor fue tan fabulosa que se convirtió en uno de los grandes pioneros y precursores en el modelo de protección de convoyes marítimos, un modelo que se seguiría usando hasta épocas tan recientes como la II Guerra Mundial.
Fue herido durante un combate desigual con una flota de guerra holandesa cuando transportaba suministros a Dunquerke y se refugió en Dover, donde falleció en 1605.
Su cuerpo fue embalsamado y trasladado a España en 1651. Fue enterrado en Rentería y tiempo después en Irún. Con su marcha, el mundo perdía a un osado e inteligente espía, pero, sobre todo, a un irrepetible marino.