Si la solidaridad tuviera rostro, sería el de Javier Cascón (Tudela, 1998). A sus 26 años, este joven ha comprado dos pisos en Madrid para ofrecer un techo a personas sin hogar. Mientras, él y su esposa viven en un piso prestado por unos amigos. Su único propósito en la vida es ayudar a los demás, aunque él lleve cinco años sin comprarse ropa o tenga una deuda de 63.000 euros debido a la compra de los inmuebles que sirven de refugio para otros. Sin embargo, lo que podría sonar como una historia extraordinaria de altruismo, para él es simplemente "lo normal".
Su afán por ayudar a los más necesitados comenzó a la edad de 13 años. Cada día, después del colegio, acudía a comedores sociales junto a un grupo de amigos para hacer labores de voluntariado. Aunque pronto sintió que dicha labor no era suficiente. "Pasábamos tiempo con personas en riesgo de exclusión social, pero después ellos volvían a la calle y nosotros a nuestras casas", cuenta Javier en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Así, a los 18 años, cuando comenzó la universidad –es graduado en Humanidades y Magisterio en Educación Primaria y tiene un Máster en Cooperación Internacional–, decidió fundar, junto a una compañera de clase, una pequeña asociación en la que hacían arte con personas sin hogar. "Íbamos a centros sociales y hacíamos actividades de teatro, pintura y danza con personas de bajos recursos".
Los cuadros que ellos pintaban los vendían a galerías de arte. Con el dinero recaudado, financiaban cursos de formación para que pudieran estudiar y encontrar un trabajo cualificado. "Invertíamos en formación para que estas personas tuvieran un futuro", dice.
Una vez acabada la carrera, lejos de conformarse con la ayuda voluntaria que ofrecía, comenzó a colaborar en la Fundación Lázaro. Es entonces cuando decidió empezar a compartir piso con personas sin hogar. "Una de mis tareas en la fundación era asistir a personas que no tenían un techo y no sabían dónde pasar la noche. Así que decidí compartir esos momentos duros con ellos y estar a su lado", cuenta Javier. "Ahí entendí que eso era lo que más me gustaba. Sabía que esto era lo mío", apunta.
Una labor social que le caló tan profundo que lo llevó a comprar su primera casa para personas sin hogar. Para ello, compaginó su labor en la fundación con otros cuatro trabajos de forma simultánea. Hasta la fecha, Javier ha desempeñado 17 trabajos diferentes: ha sido dependiente en Carrefour, camarero en un asador, celador en hospitales, auxiliar administrativo, ha hecho labores de marketing y comunicación o cuidador de niños, entre otras. "Siempre he cogido cualquier trabajo, de lo que fuera, para poder comprar más viviendas para personas sin hogar", comenta.
Así, en menos de un año, logró ahorrar 30.000 euros, lo que le permitió adquirir la primera vivienda. El piso, que tiene 33 metros cuadrados, está ubicado en Pinar de Chamartín, al norte de Madrid. Lo adquirió en septiembre del 2022, cuando tenía 24 años. "Tuve la suerte de que el inmueble me lo vendió el padre de un amigo. Le di de entrada los 30.000 euros que había ahorrado y le dije que antes de acabar el año le pagaría 20.000 más y que los 25.000 restantes (el piso costó 75.000 euros) se los entregaría durante el siguiente año", relata el joven.
En este piso se encuentran actualmente viviendo una madre y su hijo. "Son personas muy trabajadoras y bondadosas, están muy agradecidas", dice Javier, quien asegura que, por su labor social, no busca ningún tipo de reconocimiento. Ayudar a los demás es lo que le llena y le hace feliz en la vida. "Ayudar es lo normal que hay que hacer cuando una persona está en una situación así, así como me gustaría que me ayudasen a mí si estoy en su lugar", expresa.
En febrero de 2024, este joven, con 26 años, hizo la compra de la segunda vivienda, en Carabanchel, por la que tuvo que pedir dos préstamos personales de los que aún le quedan por pagar 63.000 euros. El piso cuenta con 50 metros cuadrados y tiene un coste de 100.000 euros. "Confío en que lo voy a ir devolviendo poco a poco. Estamos en ello", asegura con optimismo.
Además, se le ocurrió escribir un libro, Amen sin tilde –del que lleva vendidos 1.754 ejemplares–, para así recaudar más fondos. "Mucha gente nos está ayudando también a través de donaciones. De momento, nos hemos quitado la deuda del banco, para que no nos suban los intereses, y todo lo que debo es a amigos y familiares", dice.
En este segundo piso vive un matrimonio de más de 65 años. A los inquilinos de ambas viviendas, aparte de ofrecerles una vivienda digna, les facilitan la posibilidad de buscar empleo. "En el caso de la pareja de más de 65 es más complicado, pero intentamos buscarles algún trabajito que puedan desempeñar y que no les suponga un esfuerzo físico grande".
Antes de acoger a sus inquilinos, Javier les realiza una entrevista y habla con su trabajador social. "Estudiamos un poco su situación y comprobamos, por ejemplo, que no tienen ningún tipo de adicción, o discapacidades psíquicas severas ni que sean agresivos, porque no tenemos equipo para tratar eso", explica.
Las personas a las que acoge permanecen durante un mes bajo un período de prueba. Una vez superado, firman un acuerdo para que vivan durante seis meses. "Si la persona muestra que quiere colaborar, encontrar trabajo y salir de su situación, prorrogamos otros seis meses", añade. Por el momento, ya han pasado un total de 13 personas por las dos viviendas.
Cuando los inquilinos logran tener una situación más favorable y encuentran trabajo, empiezan a aportar en función de su salario y sus posibilidades. "En el caso de la madre y el hijo, ambos están trabajando y aportan 100 euros cada uno para pagar la luz, el gas y demás suministros", explica el joven. Mientras, él y su esposa viven en un piso en el barrio madrileño de Aluche que le prestaron unos amigos. "Nos han dicho que nos quedemos aquí el tiempo que necesitemos, de momento llevamos un mes y medio", dice.
"Las cosas materiales no me importan nada"
Para poder ayudar a la gente más necesitada, este joven ha renunciado a todo lo material en su vida. "Cuando voy a un restaurante con mis amigos, o no como o me llevo un táper, intento simplificar todo al máximo, no me importa nada lo material", revela. Tanto es así que afirma llevar cinco años sin comprarse ropa. "Me la dona la gente que me rodea". Asimismo, el pasado mes de septiembre se casó y el traje que vistió en su boda se lo regalaron en una charla que dio en Chicago (EE.UU.). "Me lo compró una persona del público que escuchó mi charla. Y mi mujer compró su vestido por 75 euros a través de una aplicación de ropa de segunda mano", cuenta.
"Lo importante es el amor, y la persona con la que te casas, a todo lo demás no le doy importancia. Queríamos que nuestros valores quedarán reflejados al máximo y que nuestra boda fuera coherente con la labor que hacemos. No hicimos banquete, y cada invitado llevó platos con comida", explica.
Cuando en casa se enteraron de que destinaba todos sus recursos en comprar viviendas para personas necesitadas, a su madre "no le hizo mucha gracia". "Mi madre me decía que hiciera una oposición, que ahorrara y que primero comprara una casa para mí. Ahora me dice que mientras no me meta en muchos líos y pueda pagar las deudas, que adelante".
Por el momento, ya está pensando en adquirir un tercer piso. "Nuestro objetivo final es vivir ambos, mi mujer y yo, con personas sin hogar. Y lo haremos cuando encontremos una casa o un piso un poco más grande que los que tenemos. No sabemos si lo conseguiremos porque no tengo nada de dinero, sólo deudas, pero lo intentaremos", asegura.
A pesar del riesgo que supone, su prioridad en la vida es ayudar a los demás e invertir su dinero en cosas que merezcan la pena. "Lo más importante que puede hacer el ser humano es elegir dónde invertir su dinero y su atención. Nos pasamos la vida haciendo exámenes, pero la única pregunta que vas a tener que responder cuando te mueras es cuánto has amado. Todo lo demás no importa", concluye.