La tarde del 30 de diciembre de 2024 parecía transcurrir con la monotonía habitual de un día cualquiera en Badajoz. Pero la calma se rompió de manera brutal cuando el Volkswagen negro de Jesús Rocho, reconocido en la ciudad como el líder del clan de los Rochos, fue alcanzado por una ráfaga de disparos desde un coche en marcha en un punto convencional de la carretera BA-022.
Su vehículo, fuera de control, se estrelló contra la valla de un chalet en la urbanización Tres Arroyos, a nueve kilómetros del centro de la ciudad extremeña. La escena no dejaba dudas: aquello no era un accidente sino un asesinato planeado con precisión milimétrica y digna de los mejores sicarios. Los sanitarios que llegaron al lugar intentaron, en vano, salvarle la vida. Había sido aniquilado.
Muchos se preguntarán por qué. Jesús Rocho no era un ciudadano común. Su nombre estaba ligado al tráfico de drogas y al control de territorios en las barriadas más vulnerables de Badajoz. Para comprobarlo sólo hace falta preguntar por él en la zona. La gente guarda silencio: son las reglas de la omertà. "Ese poder no fue nunca resultado del azar, sino de años de operaciones ilícitas y una violencia sistemática que mantenía sus rivales a raya", explican fuentes policiales a EL ESPAÑOL.
Clan de clanes
El clan de los Rochos tiene sus raíces en la barriada del Cerro de Reyes, un enclave marcado por el desempleo y la falta de oportunidades laborales. Allí, según investigaciones judiciales, la familia construyó un imperio basado en el tráfico de drogas, con puntos de venta bien organizados y una red que se extendía a otras zonas periféricas. Desde el inicio, su fórmula de éxito combinó, según fuentes policiales, la intimidación con la violencia explícita: "Los Rochos no sólo vendían, imponían su ley".
La Policía Nacional de Badajoz sabe muy bien quiénes son. En 2018 la operación Granero se saldó con la detención de 32 de sus integrantes en una investigación para la que se necesitó la ayuda de otros efectivos de Galicia. Los tribunales extremeños también reconocen el apellido. La Audiencia Provincial de Badajoz celebró hace menos de dos años un macrojuicio contra 30 de ellos, por el que la mayoría terminó en prisión.
Por aquel entonces el ministerio público articuló los pilares del clan familiar: un grupo con estructura jerarquizada que, desde al menos 2010, controla la distribución de sustancias estupefacientes en las barriadas de Badajoz. Para ello han diseñado un "entramado" de personas que trabajan para ellos y numerosos puntos de droga.
"De ninguno de ellos se tiene actividad laboral conocida que justifique el alto nivel de vida que exhiben y los bienes que poseen"
La Fiscalía, en ese escrito de calificaciones provisionales, señaló que el grupo emplea "métodos violentos, como agresiones y secuestros, para mantener su dominio en la zona, ocultar sus beneficios y evitar cualquier control policial". Un sistema propio de comunicaciones, medidas de seguridad como rejas, verjas y videocámaras, hacían de sus instalaciones y puntos de venta auténticos búnkeres.
"De ninguno de ellos se tiene actividad laboral conocida que justifique el alto nivel de vida que exhiben y los bienes que poseen, que en la mayoría de casos adquieren pagando grandes cantidades de dinero en efectivo y recurriendo a testaferros para ocultar que son los verdaderos dueños de los vehículos y las viviendas que utilizan para traficar con la droga", sentencia un investigador de la Policía Nacional.
La enemistad violenta
Para quienes lo conocen, el ascenso al poder nunca es pacífico. Desde hace más de diez años, el clan mantiene una enemistad mortal con los Matías, otro grupo familiar que disputa el control de la ciudad extremeña. Los enfrentamientos, que comenzaron como una serie de altercados menores, escalaron rápidamente hasta convertirse en una auténtica guerra abierta sobre el terreno de Badajoz.
El conflicto entre ambos clanes es un enfrentamiento sin reglas, marcado por tiroteos, intentos de homicidio y asesinatos selectivos. Uno de los episodios más violentos ocurrió en 2008, cuando un tiroteo entre ambos clanes en la barriada de Suerte de Saavedra dejó varios heridos. Desde entonces, las hostilidades no han cesado, alimentadas por el deseo de venganza y la lucha por el control del mercado de drogas.
El asesinato de J.G.C., conocido como "el Tutu", yerno de Jesús Rocho, marcó un punto de inflexión en esta guerra. La mañana del 29 de febrero de 2024, "el Tutu" fue acribillado mientras desayunaba con su esposa, Cintia Rocho, en el bar Vaquerizo. Testigos recuerdan el Fiat blanco que había estado vigilando el lugar durante horas. Cuando el bar quedó casi vacío, uno de los ocupantes bajó, metió el brazo por la puerta lateral y disparó once veces. Cinco balas alcanzaron al Tutu, quien murió al instante. El coche utilizado fue encontrado horas después, incendiado en un camino rural. Y los responsables nunca fueron detenidos.
Cintia Rocho, hija de Jesús y viuda del Tutu, no es, de hecho, ajena al protagonismo. En mayo de 2024, ganó 17 millones de euros en un sorteo de la ONCE, una fortuna que desató la polémica. Poco después, un amigo suyo la denunció por presuntamente obligarlo a repartir el premio bajo amenaza "a punta de pistola". Aunque el caso fue archivado por falta de pruebas, las cuentas bancarias de los implicados permanecieron bloqueadas durante meses.
La fortuna no ha sido suficiente para alejarla del entorno que rodea al clan. En vídeos publicados por la joven extremeña se presume constantemente de joyas y coches de alta gama. Millonaria, pero ahora también marcada por la pérdida de su marido y su padre en menos de un año, Cintia parece destinada a jugar un papel central en el futuro de los Rochos. Su posición es tan ambigua como simbólica: representa tanto el éxito como el precio que implica formar parte del crimen organizado.
Un asesinato anunciado
Las semanas previas a la muerte del líder Jesús Rocho estuvieron llenas de señales ominosas. Los investigadores señalan que recibió múltiples amenazas, tanto por teléfono como en redes sociales, donde se le mencionaba como un objetivo inminente. La ejecución muestra un modus operandi profesional, similar al que acabó con la vida del Tutu. Los asesinos, cuya hipótesis sotiene que fueron contratados para llevar a cabo el atentado, siguieron al líder de los Rochos durante kilómetros, esperando el momento preciso para actuar. Una curva solitaria cerca de Tres Arroyos fue el escenario elegido.
El coche utilizado en el asesinato, descrito como de gran potencia y alta gama, sigue siendo un misterio. Las grabaciones de cámaras de seguridad podrían ser clave para identificar a los responsables, pero hasta ahora las investigaciones avanzan con lentitud y los investigadores no son optimistas: todas las pistas apuntan a sicarios profesionales de Sudamérica que habrían abandonado el país. La principal hipótesis de la Guardia Civil — el cuerpo responsable de la investigación del segundo asesinato, debido a que se produjo en una carretera a las afueras de Badajoz— es que ambos crímenes forman parte de un plan más amplio para desmantelar la jerarquía de los Rochos en la zona.
El peso de la violencia
La muerte de Jesús Rocho no sólo deja un vacío en la estructura del clan, sino que también intensifica la guerra con los Matías. En las barriadas de Badajoz, donde los enfrentamientos entre clanes son parte del paisaje cotidiano, los habitantes viven con la incertidumbre de ser testigos o víctimas colaterales de la próxima venganza. La tensión es palpable. Cada disparo, cada movimiento sospechoso, alimenta el miedo colectivo. Y las denuncias se resuelven más en las calles que en los tribunales.
Aunque, de hecho, la muerte del líder también tiene implicaciones legales. Él y "el Tutu", su yerno, habían sido acusados de un intento de homicidio ocurrido en 2019 en la barriada de Suerte de Saavedra. El juicio, que debía celebrarse esta primera semana de enero de 2025, ahora está en vilo. Dos de los tres acusados han sido asesinados con diez meses de diferencia, dejando sólo a un procesado, que actualmente se encuentra en prisión por otra causa, para enfrentar los cargos.
Los hechos de 2019, según la Fiscalía, podrían ser el germen de la violencia que se ha intensificado en 2024. Aquella noche del 3 de octubre, un joven de 27 años fue tiroteado en su coche en el cruce de Olof Palme y Eduardo Naranjo de Badajoz. Tres miembros del clan de los Rochos, incluido el mismo Jesús Rocho, lo emboscaron armados con una escopeta y un arma corta. Dispararon "con ánimo de acabar con su vida", señala el fiscal. La víctima sobrevivió, pero perdió un riñón y el bazo.
Curiosamente, el intento de homicidio de 2019 guarda similitudes con los asesinatos posteriores de Jesús Rocho y el Tutu, los únicos señalados por el primero. En todos los casos, la violencia se desató desde un vehículo en marcha, un método que parece haberse convertido en un macabro sello de estos enfrentamientos. Aquel tiroteo también estuvo vinculado a otro ataque en el Puente Real días antes, cuando dos personas en moto dispararon contra un coche en medio del tráfico.
En total, tres tiroteos en coches en cinco años y diversos enfrentamientos en otros poligonos industriales de la zona trazan una línea sangrienta entre 2019 y 2024. Ahora, con Jesús Rocho y "el Tutu" muertos, el juicio se aplaza nuevamente. Es la guerra entre clanes la que no se pospone, sino que sigue cobrándose vidas en Badajoz.