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Manuel de Cendra y Aparicio (Madrid, 1943), marqués de Casa López, es un perfeccionista obsesionado con el detalle, con la elegancia, que no es sino la ciencia de no hacer nada como los demás pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos. En su piso, atestado de muebles de viejas maderas tropicales o de roble navarro impregnadas de un sutil aroma a pipa, abundan los libros sobre arquitectura, los óleos sobre lienzo de autores desconocidos, bellos estuches camel de madera repletos de tabletas creadas en su fábrica de chocolate de Zaragoza; en una pared destaca un amplificador de sonido blanco incrustado en la pared, bella disonancia estética que fue regalo de bodas de su esposa, que cada mañana hace rugir la Cabalgata de las Valkirias de Wagner o las celestiales sonatas de las tres Bs, Bach, Beethoven y Brahms.

El marqués suma 81 años pero su mente es rápida, prodigiosa, recuerda nombres y fechas con admirable soltura; su pelo es blanco y su mirada, azul celeste, probablemente herencia de sus antepasados irlandeses, mira fijamente sobre unas abultadas bolsas de piel. Su voz es pausada, grave, gutural, hace falta callar para escucharla cuando narra la historia de su tatarabuelo, Matías López, fundador de la mayor empresa chocolatera que ha acogido nuestro país en toda su historia; también sus anécdotas con Silvio Berlusconi, para quien trabajó como diseñador y arquitecto, profesión a la que ha dedicado la mayor parte de su vida y a la que llegó a honrar como miembro del Colegio Oficial de Arquitectos; o como cuando evoca a Manuel Fraga, que, asegura, lo obligó a afiliarse al PP.

El noble madrileño se confiesa, en orden, devoto de su esposa, gallega de pura cepa; de su carrera profesional como arquitecto, diseñador e interiorista y rehabilitador, áreas que, gracias a él, hoy son especializaciones reconocidas en las escuelas; y, por supuesto, del chocolate, el negocio al que ha dedicado sus últimos 14 años de vida. 

Manuel de Cendra y Aparicio, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Manuel de Cendra y Aparicio, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz E. E.

También de Dios, en cuyo regazo yacen las almas de los dos pequeños ángeles que, inmortalizados en sendas fotografías, reposan sobre una elegante mesita de madera iluminada por la luz cálida y tenue que proyecta una tulipa de color canela; tras ellos, el atardecer refulge con un tono rojizo que invita a la nostalgia.

"Eran mis hijos. 13 y 11 años. Los mató un tren en Mirasierra cuando estaban jugando en las vías. Era un Miércoles Santo de 1990. Estaban tras un puente y el maquinista, que estaba saludando al que venía de frente, no los vio. Fue sólo un golpecito en la cabeza. Lo recuerdo y parece una película. A veces agradezco que los atropellara a los dos para que no llevaran encima el trauma de uno vivo y otro muerto". La brutal reminiscencia deja entrever en sus palabras ese carácter que baila entre la sobriedad controlada, impuesta por el padre y tan característica de la arquitectura, y la sensibilidad de los sentidos heredada de su madre. 

El marqués se sabe parte de esa dicotomía. Es un hombre sensible e idealista –"voy a trabajar hasta los 120 años y sólo entonces me jubilaré para disfrutar hasta los 150"– que también se dice íntegro, de férreos valores, alguien coherente, sensato, inconformista, poco dado a los contubernios del poder. Quizás por eso nunca quiso seguir los pasos de sus antepasados –su tatarabuelo fue el primer congresista con cargo doble de diputado y Senador Real vitalicio por orden de Alfonso XII– y se negó a ser político. De lo que jamás ha renegado es del título nobiliario, que nunca menta en sociedad porque no quiere alabanzas ni vacuos agasajos pero que lleva en silencio con orgullo.

"La verdadera nobleza es la personal, que es la que llena de prestigio y honores a la nobiliaria", asegura Manuel de Cendra mientras hunde su cuerpo en el respaldo del sofá y apoya el codo sobre su brazo. "La nobleza es una obligación. Está el noble que cumple con su labor con la sociedad y le devuelve esa nobleza que le reconoce y luego está el que se aprovecha para vaciarla de prestigio. Nobleza es comportamiento, principios, valores. Los cimientos de una persona. Mi madre me educó en la idea de que debía ser un servidor de la sociedad. 'Devuélvele lo que te ha dado cuando seas arquitecto'. Por eso me dediqué a ello, con afán de servicio".

Detalle de una de las tazas diseñadas por el propio Manuel de Cendra para su negocio chocolatero.

Detalle de una de las tazas diseñadas por el propio Manuel de Cendra para su negocio chocolatero. Nieves Díaz E. E.

Llegados a este punto, cabe destacar que la familia de Manuel de Cendra y Aparicio, sexto entrevistado de esta Enciclopedia de la Nobleza, acumula logros históricos únicos. Su tatarabuelo, Matías López, presentémoslo ya, fue el creador de la empresa chocolatera más prestigiosa de los siglos XIX y XX en España, Chocolates y Dulces Matías López, cuyo centro de operaciones siempre estuvo en una gigantesca factoría que empleaba a más de 500 personas en El Escorial; también fue el creador del primer cartel publicitario de la historia de España, Los gordos y los flacos.

Gracias a que López y su esposa, Andrea de Andrés Sánchez, eran unos grandes devotos bien relacionados con las altas esferas del poder, ella, su tatarabuela, recibió de manos del papa León XIII el título del marquesado de Casa López

¿Quién era Matías López?

Matías López (Sarria, 1825 – Madrid, 1891) fue un visionario empresario chocolatero y pionero de la publicidad en España. De origen humilde, llegó a Madrid en 1844 acompañado de un mulo y de su amigo Donato López –quien llegó a ser, años después, un magnate propietario de gran parte de la Gran Vía– y aprendió el oficio a caballo entre unos ultramarinos y una chocolatería, ahorrando para abrir su primer obrador.

Dicen de él que era tan ahorrador que dormía debajo de su mostrador para controlar el dinero y no tener que gastar. Tal era su ambición que llegó a construir en 1875 una de las fábricas de chocolate más grandes de Europa en El Escorial, destacada por su avanzada mecanización y compromiso social, que en su época de máximo esplendor dio trabajo a 500 trabajadores. Bautizó sus productos como Chocolates y Dulces Matías López

También introdujo el primer cartel publicitario español, Los Gordos y Los Flacos, para el que contó con la ingenio de la pluma del humorista gráfico Francisco Javier Ortego y Vereda. López fue, en definitiva, un innovador que perfeccionó el chocolate haciéndolo accesible, sabroso y saludable mediante mezclas de diferentes cacaos, logrando reconocimiento internacional con más de 40 medallas en exposiciones universales. Además, llegó a contar con 4.000 puntos de venta en toda España y a producir 920 kilogramos de chocolate diarios, cubriendo el 80% del mercado nacional.

El magnate promovió el bienestar de sus trabajadores con viviendas dignas, escuelas gratuitas, cooperativas y seguros sociales, adelantándose décadas a su tiempo. Fue miembro fundador de la Cámara de Comercio de Madrid, además de político, diputado, senador y receptor de importantes distinciones como la Gran Cruz de Isabel la Católica y la Legión de Honor de Francia. La empresa cerró en 1964, después de más de un siglo de operaciones, pero su legado fue inmortalizado con el título pontificio de marqués de Casa López, concedido a su viuda por el papa León XIII en 1896. Este 2025 se cumplen 200 años de su nacimiento y 15 desde que su tataranieto, Manuel de Cendra, recuperase el negocio familiar.

Una nombradía que Cendra ha decidido preservar, convirtiéndola así en uno de los pcoos títulos pontificios aprobado por el Rey en nuestro país. "El título lo obtuvo tanto por méritos como por su labor católica", recuerda el marqués de Casa López. "Ella y Matías López eran seguidores de León XIII. Él, a lo largo de su vida, aplicó siempre la única encíclica que hablaba abiertamente de los derechos de los trabajadores. Como tenían mucho dinero, ayudaron, como mecenas, a rehabilitar parcialmente la columnata de Bernini en la Plaza de San Pedro. También crearon escuelas e iglesias".

Cuando eso llegó a oídos del papado, su tatarabuela le solicitó al pontífice el título y se lo otorgó. "Los títulos pontificios, a diferencia de los monárquicos, no son hereditarios por derecho propio. Hay que solicitarlos y, a criterio de la secretaría de Estado, se conceden o no. El mío es uno de los escasos autorizados para su uso en España por el jefe del Estado. Lo hice por mantener el legado familiar. Era mi obligación".

PREGUNTA.– ¿El chocolatero nace, o se hace?

RESPUESTA.– Yo siempre digo que prácticamente nací en la fábrica de Matías López, porque mi padre, cuarta generación de sus descendientes, fue uno de sus directores. Vivíamos allí 6 meses cada año. Hasta los 16, recuerdo estar metiendo casi a diario las manos en las máquinas de hacer chocolate, así que en ese sentido nací chocolatero, aunque soy más de salado (ríe). Sin embargo, un verano, tras haber suspendido dibujo y quedarme en casa de una hermana de mi padre cuyo marido era arquitecto, me enamoré del oficio y decidí dar un giro a mi vida para dedicarme a la arquitectura.

P.– Pero en los noventa da un giro radical.

R.– Concretamente, en 1996, que fue cuando me reencontré con la figura de mi tatarabuelo. Fue durante una exposición conmemorativa de El Escorial. El cronista de la villa, Gregorio Sánchez Meco, editó un libro llamado Cuando El Escorial olía a chocolate. Me dieron un ejemplar y, al leerlo, me enamoré de su figura. Algo despertó dentro de mí.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, sostiene una caja de chocolates durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, sostiene una caja de chocolates durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz E. E.

P.– Hay quien llama locura a la genialidad. ¿En qué lado de la balanza se encuentra usted?

R.– ¡Todos me llamaron loco! Durante 14 años estuve consultando todos los fines de semana en Patentes y Marcas para ver si se quedaba libre el nombre de la empresa, que por aquel entonces lo tenía registrado Leche Pascual porque así se lo sugirieron a un tataranieto descendiente de la segunda línea familiar, que fue director general de Pascual, para que nadie pudiera usar la marca. Al final lo logré. Algunos aún siguen diciendo que estoy loco, porque todo lo hago yo solo a pesar de mi edad: el diseño, las gestiones, las ventas. Pero estoy satisfecho porque he logrado los tres objetivos que me propuse.

P.– ¿Qué objetivos?

R.– Primero, recuperar la figura histórica de Matías López. Segundo, hacer un chocolate tan bueno o mejor que el de los mejores del mundo. Y, tercero, demostrar que en España podemos lucirnos igual de bien que en cualquier otro país con la I+D+I. Hoy mi chocolate es tan bueno que me lo compran en Francia, Italia, Bélgica, Holanda y hasta en Suiza, y en España sólo se vende en selectas tiendas gourmet. Así que puedo decir que he cumplido.

P.– ¿Qué hace que su producto se lo rifen 

R.– Que lanzo ediciones limitadas y numeradas de 2.000 tabletas por serie. Quiero que sean exclusivas. Las tabletas tienen 3,5 milímetros de grosor y se funden a 37 grados en boca, como los bombones. Cada paquete, además, lleva su coleccionable numerado, que coincide con el del envoltorio. Todo lo estuchamos a mano en la fábrica de Zaragoza para que coincidan los números. Me gusta decir que no me centro en la cantidad, sino en la calidad. Aunque este año he crecido un 250%. Si te digo que puedo llegar a facturar 10 millones de euros fácilmente...

P.– ¿Cuál es el secreto de un buen chocolate?

R.– Hacerlo todo a mano y partir de una materia prima excelente. Compro el cacao semielaborado a un proveedor francés que tiene fincas propias en Venezuela, Guatemala, Perú, Belice y República Dominicana. Ese producto lo recocinamos y seguimos una fórmula única. Mis chocolates están hechos a la francesa, incluso los de taza, y tengo varios tipos. El 70%, el 63% a la taza –que proviene de la confluencia de las montañas de los Andes con la selva amazónica del Perú–, el clásico con leche, uno con avellana finamente molida que huele y sabe que es la bomba, y el tostado, que utiliza una técnica descubierta por un físico francés en la que se tuesta el azúcar pero no el chocolate, dándole un sabor a dulce de leche o tofe. Luego está el capricho, el chocolate blanco, que es menos dulce y tiene un éxito tremendo entre los hombres.

Detalle de la caja camel de chocolates de 52 € que vende el tataranieto de Matías López.

Detalle de la caja camel de chocolates de 52 € que vende el tataranieto de Matías López. Nieves Díaz E. E.

P.– Pero usted acaba de sacar un chocolate que dice que es prácticamente único en el mundo.

R.– Efectivamente, es un 100% negro puro. Sin vainilla, sin gluten, sin canela, sin leche, sin emulgentes. No tiene nada de eso. Ni conservantes ni aditivos. Si acaso alguna traza de fruto seco. Esto es único en el mundo. Leerá que otros dicen que llevan el 100%. Es incorrecto. Lea la parte posterior de los envases. Esto es pura dinamita. Si quien lo toma es capaz de no comer nada después, el regusto del sabor dura hora y media en boca. Lo he probado con whisky y con cognac y le aseguro que el sabor los puede a ambos.

P.– ¿Qué planes tiene para el futuro? ¿Quizás volver a El Escorial, donde forjó su leyenda Matías López?

R.– Precisamente estoy terminando de diseñar un proyecto para construir la primera fábrica subterránea del mundo con patios ingleses. Y la quiero construir, efectivamente, en El Escorial. Quiero que sea sostenible, con energía geotérmica, y que la superficie esté destinada al disfrute del pueblo, como agradecimiento por lo mucho que han hecho históricamente por la empresa. En unos ocho años estará lista.

P.– ¡Ocho años! Usted ya estará rozando los noventa.

R.– Pero yo es que pretendo vivir hasta los 120.

P.– ¿Cómo de cara es su tableta?

R.– La de chocolate 100% puro Venezuela vale en torno a los 10 €. Los estuches [hay dos tipos, una con los chocolates convencionales y otro con unos más pequeños que denominan 'joyas'] están en 52 € y 42 € el más pequeño.

P.– Entonces, ¿se dirige a un público muy selecto?

R.– No necesariamente. Muchos clientes son personas normales que valoran la calidad. Aunque sí he tenido propuestas curiosas, como la de un jeque árabe que decía tener 500 mujeres y que viajaba a Suiza todos los años para llenar su jet privado para sus hijos. Me pidió un millón de tabletas. Me negué por principios.

P.– A propósito de principios, ¿cómo es usted más allá del chocolate?

R.– (Ríe) Pues mira, la mujer de Fraga era prima hermana de mi suegra y fue el propio Fraga quien me obligó a afiliarme al PP. Pero yo siempre he sido muy rebelde, inconformista, y aunque no simpatizaba con el socialismo, cuando fui joven era tan izquierdista que llegué a tener debajo de mi cama el archivo del Partido Comunista de España. Era el año 56. Yo tenía 13 años y el que después llegaría a ser jefe de recursos humanos de Cajamadrid se presentó en mi casa y me dijo: 'Manolo, coge esta caja, no la abras y guárdala'. Me faltó tiempo para abrirla nada más marcharse. Allí estaban todos los archivos, en orden alfabético, con todos los nombres con cargos del PCE.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz E. E.

P.– Vamos, que podrían haberlo fusilado.

R.– Algo así (Ríe). A pesar de que han pasado todos estos años y he ido cambiando de opinión en muchas cosas, me sigo considerando un rebelde y un inconformista. Eso es lo que me define como persona: la crítica.

P.– ¿Qué implica para usted ser noble en el siglo XXI?

R.– Eso es algo que me transmitieron mis padres. Son valores que, como bien se dice, se maman. Los colegios complementan, pero quienes educan son el padre y la madre. El primero con ejemplo y autoridad; ella con ternura, paciencia y cariño. Yo siempre digo que soy un salto genético a Matías López, porque nunca he trabajado para una empresa, siempre he tenido mi estudio propio e hice arquitectura porque me permitía libertad absoluta. ¿Sabes qué es la nobleza? Cuando acudí al viaje inaugural del AVE a Sevilla estaba en el vagón con Felipe González y Alfonso Guerra. Trabajaba mucho para ellos. Y yo les decía: '¿Pero vosotros sabéis que mi abuelo fue jefe en la casa de Franco? ¿Que tend´re un título nobiliario que hoy tiene mi padre? ¿Cómo es que seguís trabajando conmigo?'.

P.– ¿Qué le contestaban?

P.– Me decían que seguían contando conmigo por tres razones: 'No nos robarás. No nos engañarás. No nos darás una puñalada por la espalda'. Eso es la nobleza.

P.– ¿Cómo ha cambiado la política desde aquellos tiempos en los que, según dice, Fraga lo arrastró al PP? 

R.– Ha cambiado muchísimo, aunque tras 30 años afiliado me di de baja porque ha dejado de representarme. Es imposible comparar la política de entonces con la de ahora. Hace décadas las cosas avanzaban de otra manera; hoy vivimos en cinco años lo que antes sucedía en cincuenta. El mayor reto al que nos enfrentamos ahora, y que es lo que de verdad me preocupa, es la incultura, que considero el gran mal de la sociedad española.

Detalle de los coleccionables numerados que se encuentran en cada una de las tabletas de Chocolates Matías López.

Detalle de los coleccionables numerados que se encuentran en cada una de las tabletas de Chocolates Matías López. Nieves Díaz E. E.

P.– ¿Quién cree que es responsable de ese lastre?

R.– La monarquía, la aristocracia y la política, sin duda. Durante siglos nunca se preocuparon de formar a la sociedad. Todavía seguimos pagando el precio. La incultura es la esclavitud de los siglos XX y XXI. El que no tiene cultura no es consciente de que es un esclavo. 

P.– Pero hoy en día, con internet y las redes sociales, parece que el acceso a la cultura es universal.

R.– ¿A la cultura? ¿De verdad?

P.– Al menos a las herramientas que nos abren las puertas a ella.

R.– ¡Ah, pero eso es otra cosa! Yo hablo mucho con jóvenes y noto que hay una enorme desconexión. Eso no se soluciona con tecnología, sino con formación, con un buen sistema educativo. Y no hay mayor arma de manipulación que la publicidad, que nos lleva a consumir cosas que no son buenas ni nos interesan ni son necesarias. 

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz E. E.

P.– Curioso que lo diga el heredero del inventor del cartel publicitario.

R.– (Ríe) ¡Porque él lo utilizó para lo bueno, para educar al consumidor, no para manipularlo!

P.– Usted también ha sido un reputado arquitecto. ¿Cuáles han sido sus grandes logros en ese área?

R.– He trabajado en proyectos muy diversos. Por ejemplo, en la Expo de Sevilla preparé el pabellón de Puerto Rico. También colaboré con Silvio Berlusconi, diseñando desde convenciones, conciertos y ferias hasta exposiciones y pabellones desmontables para ferias de automóviles. Mucho de lo que hoy llaman "arquitectura efímera" yo ya lo hacía en los 80. También hice viviendas unifamiliares, como la reforma del domicilio de Norman Foster frente al Teatro Real, y le hice la casa al Conde de Montefuerte, que fue jefe de protocolo de la Casa del Rey. Aunque de lo que más orgulloso me siento es de haber rehabilitado algunos edificios con motivo de labores sociales, como toda la rehabilitación del barrio de San Ignacio de Loyola y algunos barrios de Vallecas.

P.– ¿Cómo fue trabajar con Berlusconi?

R.– Fascinante. Gané a través de mi estudio, DCD, De Cendra Diseño, un concurso internacional en 1989 para diseñar la imagen de 'La 5', su canal de televisión, ya sabe, el de la margarita. Pasamos por encima de ingleses, italianos y alemanes. Él era un mafioso y un faldero, sí, pero también tenía una cabeza privilegiada y sabía reconocer el talento y ni una sola mujer consiguió arruinarle. Al ganar el concurso, quiso conocerme y su equipo me invitó a recorrer Italia para conocer los talleres con los que trabajaba y asegurarse de que yo podía integrarme en su equipo.

P.– ¿Es la arquitectura una herramienta para preservar la memoria cultural?

R.– Absolutamente. Y he de añadir que un arquitecto es como un director de orquesta: debe saber un poco de todo, pero no no necesariamente dominar ningún instrumento en profundidad. Eso es algo muy moderno. La velocidad de la vida actual nos ha obligado a especializarnos más, lo cual tiene sus ventajas. El arquitecto, además de formación artística y sensibilidad, debe tener cultura, que es literatura, pintura, poesía.

Detalle del primer cartel publicitario español, creado por el antepasado de Manuel de Cendra, marqués de Casa López.

Detalle del primer cartel publicitario español, creado por el antepasado de Manuel de Cendra, marqués de Casa López. Nieves Díaz E. E.

P.– El artista como personaje integral.

P.– Y un poco renacentista.

P.– ¿Es imposible otro Leonardo?

R.– Los genios integrales han desaparecido, pero se ha ganado en profundización de cada uno de los campos de la mente. Mira a Einstein. La moneda tiene cara y cruz, y sólo el que es ventajista tiene una moneda con dos caras y dos cruces. Lo que se pierde en ese aspecto integral renacentista se gana en la profundización que puede hacer la gente sobre un tema concreto, y ahí la IA, que yo ya la uso, tiene un papel preponderante.

P.– ¿No le da miedo que la Inteligencia Artificial sustituya ciertos oficios?

R.– ¡Cómo va a dominar al hombre si está hecha por el hombre! Nunca nos va a reemplazar. Yo fui el primer arquitecto que introdujo la informática en Madrid, y gracias a ello gané mucho dinero. Mi razonamiento era fácil: me libera de todas las operaciones iterativas y me deja tiempo para la creatividad, que es para lo que está un arquitecto.

P.– Hablaba antes de los males de la incultura, pero precisamente las redes sociales y la inmediatez nos incitan a esa desconexión. Incluso a la polarización.

R.– ¡No! Para mí la inmediatez es fantástica y me parece apasionante. Yo soy de los que piensa que todo mundo futuro será mejor que el pasado. Y sobre eso de la polarización... en fin, se dice que la política de hoy está podrida, pero yo leo libros de la Antigua Roma y le aseguro que no llegamos ni a la mitad de las barbaridades que sea hacían. Es, otra vez, la incultura. Nos metemos con Pedro Sánchez y es un angelito al lado de los emperadores romanos. No hay peor esclavo que el que no sabe que es esclavo. ¿Por qué no lo sabe? Porque no tiene conciencia.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Manuel de Cendra, marqués de Casa López, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz E. E.

P.– De usted siempre se ha dicho que tiene una visión empresarial más romántica que pragmática. ¿Lo mantiene?

R.– Al principio, pero ahora no puedo permitirme ese lujo (ríe) porque el negocio también implica a otras personas.

P.– ¿Cuál considera que es su legado, marqués?

R.– En arquitectura, he contribuido al reconocimiento del diseño gráfico y el interiorismo como especialidades. Pero mi mayor logro ha sido recuperar la figura histórica de Matías López y demostrar que podemos competir con los mejores del mundo en calidad. Lo más importante es que nunca he buscado honores para mí. Por eso mi nombre no aparece en la marca. Quiero que se recuerde lo que representa, no quién está detrás.