Abdel, el melillense de 25 años con cáncer terminal tras un diagnóstico erróneo, ha llegado a Granada. Pero no ha sido gracias al sistema sanitario, sino a los gritos, a la desesperación de su familia y a la presión que han tenido que ejercer para que el Hospital Comarcal de Melilla cumpliera con lo mínimo: trasladarlo a un centro donde pudiera recibir la atención que en su ciudad le negaron durante meses.
Esta mañana, cuando su familia preguntó por el traslado, la respuesta fue la misma de siempre: no está autorizado. Había otros traslados previstos a Málaga, pero el de Abdel no estaba entre ellos. Nadie se acercó a verle en todo el día. Nadie tomó una decisión. Porque, según los médicos, eso debía hacerlo un oncólogo. Pero en Melilla no hay oncólogos. "No hay oncólogos. No hay oncólogos", repite su familia.
Mientras Abdel seguía empeorando, los suyos golpeaban puertas. No podían permitirse más esperas. Desde hace días, no lo ve un especialista. Está débil. Apenas puede moverse. Sangra. Su cuerpo se descompensa minuto a minuto. Su madre y su esposa lo esperan en Granada, pero él sigue atrapado en un hospital donde la inacción es la única norma.
Finalmente, cuando el jefe de planta dio la orden de traslado, llegaron los médicos de la avioneta medicalizada y lo vieron claro: Abdel estaba en estado crítico. Su hemoglobina había bajado a 5,2. Un nivel peligrosamente bajo. Una cifra que, en pleno vuelo, podría significar su muerte.
Ahí se produjo una importante discusión entre los médicos del avión y los médicos del hospital. Porque trasladar a Abdel sin la máquina de transfusión de sangre era asumir un riesgo inaceptable. Los médicos de la avioneta no entendían cómo era posible que su estado se hubiese deteriorado así sin que nadie hiciera nada. Nadie en el hospital podía dar explicaciones.
El Hospital Comarcal de Melilla, dependiente del Ministerio de Sanidad, en una imagen de archivo.
Negligencia médica
La historia de Abdel no comienza hoy, ni siquiera hace diez días, cuando su estado de salud se agravó. Su historia comenzó hace dos años, cuando los primeros síntomas eran solo una molestia pasajera. Malestar, cansancio, dolor ocasional. Visitar al médico se convirtió en una rutina que no daba respuestas. Su familia insistió en que le hicieran una endoscopia, pero la respuesta era siempre la misma: no hay indicios suficientes. Lo mandaban a casa con recetas para el malestar estomacal, como si un protector gástrico pudiera detener lo que crecía dentro de él.
Cuando finalmente llegó el diagnóstico, ya era tarde. Tenía cáncer gástrico en fase 4. Terminal. No hubo intervención en Melilla. Abdel tuvo que trasladarse a Castellón por su propia cuenta para poder ser operado. La cirugía fue exitosa. Regresó a Melilla y comenzó la quimioterapia, pero sin oncólogos. Su tratamiento fue supervisado por médicos de otras especialidades que hacían lo que podían, pero sin los conocimientos necesarios para manejar un caso como el suyo.
Pero entonces, hace diez días, su cuerpo colapsó. Vomitaba sangre. No podía moverse. Apenas hablaba. Su familia lo llevó al hospital, donde quedó ingresado, recordemos, sin oncólogos que lo atendieran, sin especialistas que monitorearan su evolución, sin respuestas. Durante estos días, nadie en Melilla tomó una decisión. Nadie activó el traslado. Nadie se hizo cargo.
El traslado esperado
En el Hospital Comarcal de Melilla había dos oncólogos. Ahora no hay ninguno. Uno se ha jubilado, el otro está de baja médica. No hay comité de tumores. No hay paliativos. No hay protocolos claros. En este escenario, enfermar es una condena. No hay especialistas suficientes para atender a una población que enferma, que agoniza, que necesita tratamientos que nunca llegan.
Cada minuto de espera en Melilla fue una sentencia para Abdel. Su familia ya no sabe a quién acudir. Han hablado con periodistas, con autoridades sanitarias, con cualquiera que pudiera ayudar a destrabar la situación. "No es sólo Abdel", dice su tía. "Aquí hay más gente que se está muriendo sin oncólogos. Pero mi sobrino no puede esperar más. Tiene que salir de aquí ya".
Ahora, por fin, está en Granada. Su familia le espera. Han ganado una batalla, pero la guerra sigue. Porque su vida pende de un hilo. Porque cada minuto que pasó en Melilla sin atención médica ha jugado en su contra. Porque en un país donde la sanidad pública debería ser una garantía, Abdel ha tenido que pelear para sobrevivir.
Imagen en el interior de Oncología del Hospital Virgen de las Nieves.
"No es normal lo que hemos vivido", dice su tía. "No es normal que hayamos tenido que gritar, pelear, discutir con los médicos para que hicieran lo que tenían que hacer". Pero en Melilla, lo normal es la espera. Lo normal es que un hombre de 25 años con cáncer terminal pase días sin que nadie lo vea, sin que nadie lo toque, sin que nadie se haga cargo de su dolor.
Una oportunidad
Abdel no es un caso aislado. Su historia es la prueba de un sistema sanitario colapsado, donde los pacientes son números en listas de espera que nunca avanzan. Donde los médicos trabajan al límite, sin recursos suficientes. Donde la muerte de un joven de 25 años es solo una nota al margen en un expediente que nadie quiere leer.
Ele joven debería estar más vivo que nunca. Debería haber tenido una buena oportunidad. Pero el mundo, explica la familia, lo dejó atrás. Lo condenó antes de tiempo. Su historia es una advertencia de lo que puede pasar en cualquier lugar donde la sanidad se derrumba en silencio. Donde los hospitales se convierten en cárceles para los enfermos. Donde la muerte es la única respuesta cuando nadie quiere hacerse cargo.
Ahora, su familia solo pide una cosa: que Abdel tenga una oportunidad real. Que reciba la atención que se le negó durante tanto tiempo. Que, al menos, su historia sirva para que otros no pasen por lo mismo.