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La guerra entre un pueblo de Castellón contra otro de La Rioja por recuperar el tesoro carlista del general Espartero
El ayuntamiento valenciano y la diócesis a la que pertenece reclaman unas piezas litúrgicas saqueadas en 1840. El conflicto podría acabar en el Vaticano.
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Esta historia se remonta al 21 de octubre de 1834, con España inmersa en la I Guerra Carlista y los requetés entrando por la fuerza en la villa de Cenicero (La Rioja). El general de los boinas rojas, Tomás Zumalacárregui, se apodera de pueblo, expolia el interior de su templo y destroza varias viviendas, pero sus 5.000 hombres no consiguen doblegar a los 70 urbanos locales, que realizan una defensa espartana de 26 horas en la torre de la iglesia hasta expulsar a los rebeldes.
Pasamos página cinco años más tarde, con la rebelión carlista a punto de desaparecer. El general Baldomero Espartero, líder del ejército isabelino, apaga los últimos fuegos del levantamiento en Aragón y Valencia, expulsando a Zumalacárregui de su fortín en Morella (Castellón). De allí, el espadón se lleva un lote de piezas religiosas, entre las que destaca una custodia de oro y plata de un metro de alto que dona a la villa de Cenicero en compensación por el saqueo anterior.
Dicho esto, habrá quien diga que es imposible sanar las heridas de la Guerra Civil (1936-1939) si todavía siguen abiertas las de la I Guerra Carlista, un siglo antes, pero en este caso no podría ser más cierto. Es así que ahora, casi 200 años después del expolio, el alcalde de Morella ha empezado su propia cruzada para recuperar unas alhajas que parecían perdidas en el tiempo. No sólo eso, sino que el Ayuntamiento está respaldado por la Diócesis de Tortosa, a la que pertenece.
Enfrente está otra diócesis, la de Calahorra la Calzada-Logroño, y otro pueblo, el de Cenicero, que llevan años mirando hacia otro lado sobre el tesoro que esconden en su iglesia. Esta falta de información ha dado lugar a todo tipo de especulaciones, como que parte del botín de Espartero se había utilizado para sufragar las obras de la iglesia en los años sesenta. Desde este mes podemos intuir que no.
El tesoro está compuesto por varios elementos de gran valor litúrgico e histórico: una custodia de oro y plata, una bandeja, un incensario, una naveta con su cuchara, tres cálices, una patena con cucharilla, un copón y una caja labrada. De todas ellas, la más destacada es la custodia, un ornamento litúrgico entregado a la iglesia en septiembre de 1840. Según consta en el Boletín Oficial de Logroño en aquella fecha, el botín era el siguiente:
"Custodia dorada con diferentes labores, diez y seis cabecillas de ángel sembradas en los rayos, dos santos en el pie, dos angelitos sueltos, cuyo peso total asciende a treinta y seis libras y media castellanas. Un incensario compuesto de tres piezas unidas con tres cadenas, de peso de tres libras una onza y media castellanas. Una bandeja hecha a martillo, de tres libras cinco y una y media onzas castellanas. Una naveta o navecilla (vaso incensario) labrada con su cuchara para poner incienso, de peso de una libra y catorce onzas. Un cáliz de plata sobredorada, labrado, de una libra y catorce onzas castellanas. Otro idéntico de una libra y diez onzas y media. Otro idéntico de una libra once onzas y media. Una patena y una cucharilla, de tres onzas y media. Un copón labrado con su caja y cubierta dentro, suelta, y la cruz de la Trinidad con un Cristo, todo de plata, de tres libras y once onzas y media. Una caja labrada para los santos óleos, sobredorada, con su cruz metida en su correspondiente bolsa, de una libra y tres onzas castellanas".
De las diez piezas inventariadas, fuentes del obispado aseguran que únicamente se han extraviado "un copón y dos pequeñas cucharillas de bronce", aunque no hay constancia de ninguna denuncia por robo ni hurto. Desde la Diócesis explican que llevan muchos años sin ubicar estos utensilios, como mínimo desde 1970, cuando se hizo el último inventario en el que aparecían. "Se encuentran en perfecto estado y en uso, ya que son las únicas que existen en la parroquia", aseguran, "desde que la destruyeron las tropas carlistas la noche del 21 al 22 de octubre de 1834".
Para Cenicero, el boletín de 1840 zanja el debate: la custodia no es un "botín de guerra", sino una donación, y les da derecho a utilizar las piezas durante las misas. En Morella, en cambio, exigen que las alhajas sean trasladadas a un museo (concretamente, el de la propia localidad) para garantizar su preservación.
Como próximo paso, el Ayuntamiento castellonense ha solicitado fotografías oficiales de las piezas para documentar su estado, lo que parece indicar un primer paso para reclamar formalmente todas las piezas, especialmente la custodia de oro y plata que mencionan en todas sus cartas.
"Si quieren seguir por esta vía, que lo hagan, pero serán mil años de litigio y no conseguirán nada", advierten desde la diócesis de La Rioja. Si el conflicto termina enfrentándola no sólo con el ayuntamiento, sino provocando una guerra civil entre el obispo de Logroño y el de Tortosa, el conflicto tendrá que acabar decidiéndose en el Vaticano. No siempre puede haber custodia compartida.