Valérie Tasso (en algún lugar de la región francesa de Champagne-Ardenne, 1969) lo tenía absolutamente todo para ser una plasta: licenciada en Económicas y en Lenguas Extranjeras Aplicadas, máster de Dirección de Empresas por la Universidad de Estrasburgo, con aspiraciones al cuerpo diplomático, de familia de orden, con novio formal... pero decidió tirarlo todo por la borda y concentrarse en la dimensión más erótica de su existencia. Muchas son las llamadas pero pocas las elegidas para vivir del sexo con tanta dignidad y alegría. Sexóloga teórica y práctica que presume de haber sido prostituta profesional y además lo cuenta en Diarios de una ninfómana (Plaza y Janés, 2003), saltó a este lado de los Pirineos, se juntó con un pensador y pintor sevillano y vivía en el mejor de los mundos posibles, cuenta, hasta que algunos políticos de aquí empezaron a j... todo. No en el sentido que a ella y a casi todos nos gusta sino en el otro, en el peor.
Es verdad: no me llamo Tasso. Adopté este pseudónimo al publicar Diario de una ninfómana para mantener un tanto ajena a mi familia de origen, pese a no imaginar en ningún momento que el librito fuese a alcanzar la repercusión que tuvo. Si hasta me negué a vender los derechos en Francia pese a que fue una de las primeras ofertas de compras del extranjero que recibió la editorial por la obra (publicada en Barcelona). Entendía, además, que no era una historia de familia sino una inmersión en la existencia de un particular, yo, en este caso, y sabía, a ciencia cierta, que nada de lo allí relatado iba a ser ni aceptado, ni comprendido, ni siquiera sometido a gestión por mi familia de origen. Nada de lo relativo al libro ni de sus derivadas, ni entonces ni ahora, iba a ser motivo de orgullo para ellos…
Lo empecé a intuir a los doce años, cuando tuve una infección por cándida y lo atribuyeron a mis relaciones sexuales (¡y eso que yo todavía era virgen!), pero en ese ambiente de miedo, recelo ante el “qué dirán” y condena preventiva no era de extrañar...
A los doce años me infecté de cándida y mi familia lo atribuyó a mis relaciones sexuales…¡y eso que yo todavía era virgen!
Uy, qué peligro tiene la siguiente pregunta. ¿Que si puedo inventarme un nombre, también puedo inventarme una biografía, que cómo puede usted saber seguro que de verdad he ejercido la prostitución? Le diré cómo puede saberlo seguro, apoyándose en algo extraño a estos días y a esta cultura: confiando en mí. Le leí hace unos años a Imre Kertész un sobrecogedor pasaje sobre cómo, al ser internado en Auschwitz, los “veteranos” al verlo llegar y abalanzarse presurosamente sobre la comida, una especie de caldo pestilente que les proporcionaban, lo detuvieron y le pidieron que esperara un poco. El motivo estaba claro; si te ponías muy al principio de la cola, la sopa era demasiado clara, mientras que si lo hacías al final, ya no quedaba nada. Alguien que relata algo así ha pasado indiscutiblemente por un campo de concentración, no hace falta que muestre su número tatuado.
Naturalmente que conservo, más por nostalgia que por justificación, numerosos documentos de esa breve etapa de mi vida, pero nunca los he mostrado ni creo que nadie vaya ya a pedirme justificaciones. Hasta el más ingenuo sabe que, independientemente de lo que después sucediera, nadie comete un suicidio social para “probar suerte” en el mundillo editorial manifestando públicamente que ha realizado esa estigmatizada actividad. Y menos hace unos quince años, cuando todavía esto de “exponerse” públicamente no era una manera rentable de entretener al personal.
Nadie comete el suicidio social de confesar que ha sido puta sólo para probar suerte en el mundillo editorial
Gracias en cambio por admitirme entre los grandes dignificadores de la prostitución en la literatura. Baudelaire sabía lo que era irse de putas, y Flaubert lo que era la feminidad burguesa decimonónica, y Lawrence entendía algo del deseo femenino. No tengo queja de ninguno de ellos. En general, Anna, a mí lo que me repelen son los autores masculinos (muy en boga hoy en día) que impostan ser mujeres, pero no los autores masculinos que son mujeres. Sin embargo, tiendo a desconfiar profundamente de las escritoras -y de las mujeres en general- que son demasiado mujeres, pues me parece que se acogen con excesivo fervor a la categoría moral de mujer, que es precisamente lo que hay que poner en cuestión (del mismo modo, si bien guardo respeto por un creyente, tiendo a aborrecer y a detestar al meapilas, al capillitas, a la piadosa y a la beata).
Mientras pongamos en valor lo femenino por simple oposición a lo masculino, seguiremos siendo dependientes de los valores patriarcales y heteronormativos que han marcado siempre la categorización de hombre y, además, no saldremos nunca del rencor ni del agravio ni del victimismo. Veo con demasiada frecuencia cómo, en nombre del feminismo, determinadas mujeres practican el fanatismo puro y duro, de manera que cuando hablan en nombre del feminismo, en verdad están haciendo una apología no del feminismo sino del fanatismo. Es un recurso demasiado sencillo, cuando una sufre un desajuste del tipo que sea o simplemente una inconveniencia, el refugiarse en el templo (en el fanum que decían los latinos y que, como sabes, es de donde deriva fanatismo) y elaborar un pastiche de discurso “feminista”. Hay ocasiones en las que si un guardia civil nos multa, no es porque sea un cerdo machista, sino que lo hace porque vamos a 180 por la Castellana.
Hay ocasiones en las que si un guardia civil nos multa, no es porque sea un cerdo machista, sino porque vamos a 180 por la Castellana
No es fácil gestionar a la vez la libertad y el morbo. El morbo requiere, como bien supo ver Bataille, del “interdicto”. Cuando existe una prohibición y la prohibición se suspende con la transgresión pero no se anula, nos ponemos como motos. No es que el morbo sea el deseo o que no se pueda sentir éste sin aquel, es solo que la fractura de la interdicción tiende a procurar una inyección de expectativa, y por tanto de relato en ese flujo psíquico que nos permite existir y que llamamos genéricamente “deseo”. Sin ese relato fantástico que nos creamos, la interacción sexual es verdaderamente difícil. Otra cosa es que, porque un tío o una tía te eche un buen polvo, una acabe creyéndose la Dama de las Camelias o que el universo se haya confabulado para satisfacer tus deseos o que hayas encontrado no sé qué media naranja. Lo que yo reivindico es que cuando una está harta de vino, cosa muy lícita, es recomendable que sepa, al menos, que está harta de vino. si no la cosa en la realidad se puede complicar mucho.
Por ejemplo, sí, es verdad que mi primer amante de habla hispana huyó despavorido del Simca Mil donde nos disponíamos a entrar en faena cuando, queriendo decirle que no llevaba calcetines, lo que le dije fue que no llevaba calzoncillos... Fue como una escena de Berlanga, sí. ¿Que qué pensé? Pues que por más que llevara ocho años estudiando español, una cosa es hablar y otra muy distinta follar, y que debía seguir profundizando en ambas cosas, hasta distinguir perfectamente, como ahora, entre bragas y calzoncillos y entre los dos y calcetines.
Mi primer amante de habla hispana huyó despavorido del Simca Mil cuando le dije que no llevaba calzoncillos... queriendo decir calcetines
¿Que si es verdad que para muchas mujeres francesas, España es un destino turístico sexual? Algo de eso hay. Cuando di el portazo en la casa materna, una de las cosas que más les horrorizó es que fuera a hacer mis prácticas postdoctorales a España. Para ellos, que veían a España como en tiempos de la invasión napoleónica, España era un destino de toros, furia, lujuria, trabucos y bandoleros, es decir, el ideal del romanticismo de folletín (subrayemos lo de folletín...), repleto de exotismo y folklore pero vacío de porvenir, algo que ninguna madre respetable quería para su hija.
Pero que conste que el caso de Jorge de los Santos, mi pareja, es distinto, pues si bien nació en Triana, realizó su formación en lengua francesa y por sus estudios, inquietudes y trayectoria intelectual sus vínculos con Francia son muy fuertes, con lo que con él, en este y en otros muchos aspectos, me siento como en casa (y ojo, que sea un tanto afrancesado no quiere decir que no maneje con solvencia el trabuco…)
Cambiando de tercio, no me importa reconocer que cuando me vine a vivir a Barcelona –ahora lo hago en Gerona- esto era una cosa y se ha convertido en otra. Cataluña pasó de un proceso de reivindicación de lo propio a otro de ensimismamiento para acabar llegando a uno de invaginación (a alimentarse como el Ouroboros con sus propios intestinos...). Todo esto me produce una enorme tristeza y preocupación, pues Cataluña ha pasado de ser la entrada de Europa, Barcelona especialmente, a ser la puerta de salida de atrás, y lo ha hecho, a mi parecer, no por un natural proceso ciudadano sino por una persistencia de unos cuadros políticos que se han hecho los dueños del marco ideológico hegemónico (y de más cosas…) interviniendo en todo el proceso de subjetivación de los ciudadanos de Cataluña…
Y sí, algo he oído de esa leyenda urbana de que si el Tamborilero del Bruc “se hubiese tocado los cojones en lugar del tambor” ahora los catalanes serían franceses y no españoles y además les gustaría. Es verdad que hay ciertos elementos pintorescos (que tienen ya un poder real en Cataluña), para los que su identidad es simplemente la confrontación opositora con lo español. En ellos creo que es aplicable lo mismo que antes te mencionaba sobre cierto “feminismo”: si te construyes por la simple oposición hacia algo, lo único que consigues es hacerte más dependiente de ese algo, y cuando manifiestas esa construcción, lo único que emerge no es un hecho diferencial sino un rencor acojonante. El fanático, como te decía antes, por más vueltas que le dé a su discurso, lo único que de verdad relata es fanatismo. Eso sin contar con que efectivamente si Cataluña (u Occitania entera) hubiera formado parte de lo que hoy es Francia, posiblemente el catalán sería una lengua de uso enormemente restringido, como el corso, el bretón, etc.
Cataluña y Barcelona han pasado de ser la puerta de entrada de Europa a ser su salida por atrás
Otro ejemplo, a mi entender, de esas actitudes reactivas e involucionistas frente al dominio difuso de una idea, Europa, que se hace a sí misma difusa a medida que es parasitada por los mercados, es el brexit recién votado en Reino Unido. Por cierto, una votación que nunca debería haberse realizado, no porque el pueblo no sea soberano, sino porque el pueblo es soberano para decidir quién debe decidir en su nombre (y éste debe tener el valor y el talento de hacerlo…)
Visto por ejemplo el resultado del 26-J, parece que a la ciudadanía en España nos va esa dulce venganza que viene en llamarse la “transversalidad”, que debe de ser algo así como una orgía entre una congregación de Hermanas Ursulinas y los asistentes a un concierto de Rammstein (no se deja de gritar, pero se folla poco y se jode mucho…). En fin, que habrá que ver cómo cohabitan a diestra y siniestra y esperar que a los ciudadanos se nos levante algo más que el desánimo y la cartera... Aunque temo que seguiremos siendo nosotros los que paguemos la copa, el puro, el mueblé y hasta los condones de sus señorías.
Y encima el yihadismo, los atentados, etc… ¿Que si me he leído Sumisión, de Houellebecq? A Houellebecq le he leído hasta las líneas de la mano. Es un autor por el que tengo una especial predilección desde hace muchísimos años, que casi siempre me ha puesto los pelos de punta (los del pubis, también) y al que no me importa, incluso, sobrevalorarlo. Pese a no parecerme Sumisión una de sus mejores obras, no cabe duda de que incita a una reflexión, quizá más sociopolítica que literaria, por el panorama que apunta: la constatación de la autodestrucción de un ideario de convivencia que tenía por nombre Europa.
El 'brexit' nunca debió votarse, no porque el pueblo no sea soberano, sino porque el pueblo es soberano para decidir quién debe decidir en su nombre
Por ejemplo: ¿cómo nos resistimos los que continuamos siendo humanos y europeos a la vergüenza y la catástrofe de la crisis de refugiados?, ¿cómo podemos afrontar semejante afrenta a nuestros principios?, o ¿cómo hemos permitido, nosotros, los europeos de las grandes guerras, que nos birlen con excusas de trilero licenciado en economía los sistemas de protección colectivos con los que nos habíamos dotado? Si a estas y muchas otras preguntas (léase humillaciones…) no encontramos pronto una respuesta y una acción consecuente a ella desde los jirones de Europa, no es de extrañar, como te decía antes, que ante el vacío de sentido, venga una nueva dotación de sentido (eso sí, poco dada a someterse a análisis crítico y por tanto poco “democrática”) a sustituirla, pues los humanos podemos vivir más o menos tiempo sin pan ni agua, pero muy poquito sin sentido. Y esa nueva justificación parece apuntar, como ha sucedido en muchos otros momentos de la historia, a un proceso de resignificación de carácter religioso. Hacia eso creo que Houellebecq apunta con el sable, o el espadín, desenvainado.
Decía Lacan, más o menos y refiriéndose a los manifestantes de mayo del 68: “No os alarméis, pronto tendréis un nuevo amo a quien obedecer”. Y parece que no andaba del todo equivocado, pues ese nuevo amo del que venimos hablando hace un rato ha traído, como bien apuntas, un repliegue del sujeto en el individualismo, el narcicismo, sus pequeñas parcelas privadas y su incapacidad erótica para relacionarse y conformar colectivo con los demás seres humanos. Desgraciadamente, hoy en día, si de manifestaciones colectivas hablamos, está mucho más cerca un tumulto como el de Ucrania que una verdadera revolución como la francesa del XVIII.
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