Albert Boadella (Barcelona, 1943) es el iconoclasta de lujo que todos conocen pero no sólo eso. Fue también un niño de la posguerra acogido al Auxilio Social. En aquellos primeros veranos de su infancia en tiempos desolados aprendió a desconfiar de lo urbano y a amar el campo, donde se esconde siempre que puede, como un topo albino extremadamente reluctante al sol, que le quema, y al agua, que si le moja la cabeza le pone frenético. Casi tanto como las historias innecesariamente edulcoradas y embellecidas de aquello que ojalá no hubiera sido pero fue.
Si tuviera usted que pensar en un color para el verano del 36 o el del 43, cuando usted nació, ¿qué color sería?
Los colores de los tiempos no vividos se inclinan siempre hacia una coloración desvaída. Hacia los tonos sepia.
¿Y un adjetivo?
Rencor. Bueno, o rencoroso...
¿A qué olerían para usted aquellos veranos?
A sudor y a poca higiene.
¿Alguna lectura recomendada para entender aquellos tiempos?
Cualquier libro de Stanley Payne sobre el tema pero en particular Por qué la República perdió la guerra.
¿Y una película?
No existe una filmografía objetiva sobre este tema, en mi opinión.
¿Una canción?
Raquel Meller: El Relicario.
¿Y qué no recomendaría usted nunca leer, escuchar, ver o pensar sobre aquellos veranos?
Cualquier cosa que presente a la IIª Republica como el paraíso perdido de los españoles...
¿Recuerda usted alguna conversación o anécdota familiar sobre esos veranos que haya marcado su visión?
Mi padre me contó que en los primeros días de agosto había visto el asalto de un estanco por parte de los anarquistas y que estos reventaban las cajas de puros y se ponían varios cigarros en la boca lanzando imprecaciones contra los burgueses. La simple visión de este acto le hizo presagiar el fracaso de la República. Era un estanco de las Ramblas (estaban en el centro, como ahora las floristerías...).
Mi padre era republicano y tuvo claro que iba a perder la guerra al ver a los de la FAI asaltar un estanco de las Ramblas, reventar las cajas de puros y metérselos en la boca de dos en dos
Mi padre pasaba por allí cuando vio a los de la FAI asaltar el estanco, los había que se metían los puros en la boca de dos en dos, antes se los fumaban los burgueses y ahora nosotros, rugían pocos días después de arrancar la guerra. En aquel momento mi padre, que era totalmente republicano, tuvo claro que la República estaba perdida. Digamos que lo vio venir.
La verdad es que sí que es una imagen muy gráfica... Y ominosa...
Mi padre decía que se convenció de la derrota por esto y después de ver a Lluís Companys pidiendo que por favor no se hicieran más salvajadas. Mi padre dijo, cargado de razón: "Coño, esto no se pide por favor. Esto se controla". La Rabassada llena de fusilados simplemente por ir a misa y Companys pidiendo a la gente que se portara bien, en lugar de meterles en la cárcel y fusilarles, por supuesto con juicio.
Otro indicio seguro de derrota fue ver a Lluís Companys pedir por favor que dejaran de fusilar a la gente, en lugar de fusilar a los que fusilaban
¿Estamos de acuerdo en que el imaginario oficial de aquellos veranos, de aquellos días, no siempre se corresponde con la realidad?
A lo largo de mi vida he asistido a dos versiones completamente irreales de aquella historia. La versión franquista y la más reciente de la izquierda. La primera porque ganó la guerra. Era la versión de los vencedores. La segunda porque la perdió y ahora trata de ganarla manipulando la historia. Tendrá que pasar otra generación para conseguir una mirada sin complejos... Mi sensación es que digan lo que digan aquello no tenía ni una moral ni un rumbo precisos, unos defendían una cosa, otros otra, y luego había los que no defendían nada de nada, se limitaban a odiar.
Una guerra que empieza en verano, ¿es distinta de una que empieza en invierno?
En España el verano es muy potente y muy largo y la sangre se calienta más. Al margen del elemento ideológico, la primavera y el otoño sí parecen épocas más tranquilas, más vacilantes.
En España el verano es muy potente y muy largo y la sangre se calienta más
¿A su familia la guerra la pilló veraneando?
No se veraneaba entonces tanto como ahora. Sí lo hacía cierta gente, la gente acomodada. Pero los obreros tenían pocas vacaciones. A muchos la guerra les pilló de rodríguez, con la familia en la sierra de Madrid o en el litoral del Maresme. Todo fue una sorpresa extraña, muy extraña. De todos modos cinco o seis días antes se habían cargado al jefe de la oposición, un hombre importante. Teniendo en cuenta todo esto, yo no me habría ido tan tranquilo de vacaciones, digo yo que los ciudadanos un poco conscientes de serlo tendrían que tener la mosca detrás de la oreja…
...pero como estaba tan arraigada la costumbre de cerrar la casa por dos o tres meses, cubrir todos los muebles con inmensas sábanas, irse al pueblo...
Pues yo insisto en que mucha gente estaba demasiado nerviosa para irse de vacaciones y ya está. La sensación de que venían bofetadas era muy nítida. Mi padre, a diferencia de otros, no se callaba en casa, allí hablábamos todos de todo. Y la guerra y todo lo que de la guerra colgaba era un tema recurrente.
En su familia no hubo apagón histórico.
Yo tuve la suerte, y la desgracia, de que mi padre me tuvo con 65 años. Había visto la Semana Trágica, tenía un olfato político extraordinario... Al ver la muerte de Calvo Sotelo, dijo: "Ya está".
Pero sus primeros recuerdos veraniegos, los más personales...
Muy vagamente me acuerdo de pasar el verano en casa de unos payeses entre Montgat y Montsolís. En la pura montaña. Yo me quedaba allí, mis padres me dejaban con aquellos payeses y con unos amigos de casa, había otros niños. Guardo recuerdos nítidos de la posguerra. Recuerdo las cartillas de racionamiento, ir a la panadería con el cupo. Los cortes de luz. Yo nazco en el 1943 y a los tres años me meten en el Auxilio Social. Mi madre había contraído la tuberculosis, mi padre trabajaba, mis hermanos ya eran mayores, con 14 y 15 años. Me llevaron entonces a una casa para niños que el Auxilio Social tenía en Pedralbes, estuve allí dos años, hasta que mi madre se recuperó y pudo volver a casa.
¿Y cómo eran los veranos en el Auxilio Social?
Me apegué mucho a una de las cuidadoras, Mama Melia, la señorita Melia... Amelia, supongo. Me cuidaba y me trataba muy bien, la recuerdo yendo a la cocina y dándome un poco más de comida a escondidas, supongo que en algún momento pasaríamos hambre, yo no recuerdo eso con precisión. Pero sí recuerdo a la señorita Melia jugándose el tipo para darme de comer un poco más.
Tenía yo tres años cuando mi madre contrajo tuberculosis y me internaron dos años en el Auxilio Social, recuerdo a la señorita Melia dándome comida extra a escondidas
¿Era un ambiente... tétrico?
Hubo una epidemia de tifus entre los niños. Yo me salvé por pura casualidad. Debía tener anticuerpos de natural. Recuerdo también cuando me bañaban, me metían en la bañera y yo no lo soportaba, tenía la sensación de que me ahogaba; le cogí un odio horroroso al agua, ya por siempre jamás la he odiado, si llueve me verás corriendo como un gato, caen cuatro gotas y me descompongo...
¿Y cómo hace para asearse?
Luego me acostumbré a bañarme en la bañera (la prefiero mil veces a la ducha), lo que no soporto es que me caiga agua en la cabeza. Aprendí a nadar con casi diez años en Francia, allí me enseñaron; yo siempre nadaba con la cabeza completamente fuera del agua, como un perro, y mis profesores se ponían histéricos... Nunca acepté tirarme al agua, siempre bajé las escalerillas de la piscina como un señor, como si llevara traje y corbata en lugar de cualquier bañador ridículo, nadaba muy bien, dicen, pero eso sí, siempre siempre siempre con la cabeza fuera…
Menuda estampa veraniega.
Tenga en cuenta además que soy alérgico al sol; soy un vikingo camuflado. Si me da el sol en la piel me salen unas erupciones... Entonces me tenía que bañar con un bañador de esos de las películas de El gordo y el flaco; mi mujer, Dolors, me hizo uno digno de ver...
Desde aquellos veranos odio que me dé el agua en la cabeza, aprendí a nadar con la cabeza fuera, como los perros, y con un traje de baño como los de 'El gordo y el flaco'
Con todo esto que me cuenta, empiezo a entender que fue en aquellos primeros veranos de su infancia cuando cicatriza su tendencia a tirar al monte, como la cabra, a querer vivir siempre en el campo... Esa pasión por la masía, por cultivar esos hugos chumbos con los que su señora hace una confitura espectacular, según tengo entendido...
Tengo muchos recuerdos rurales, sí. Muchos. La verdad es que yo, excepto esos primeros tiempos en Barcelona y en Francia, desde los 26 años he vivido casi siempre en el campo. Y sí, creo que el gusto por vivir así viene de mi infancia y viene de aquellos veranos. Lo primero que hice al fundar Els Joglars fue largarme de la ciudad, plantar los cuarteles generales en Rupit. El mundo urbano me exaspera. En el mundo urbano yo me convierto en un hijo de puta. Me excita los bajos instintos. En cambio, en el mundo rural soy un tío encantador, una persona agradable, tranquila, hago el bien a la gente.
¿Aunque por culpa de sus ideas políticas le corten los tres cipreses que tenía a la entrada de su finca?
Qué disgusto, fue como si me hubieran bombardeado las defensas, pero aun así a mí me gusta estar en el campo. Yo en la ciudad no puedo vivir. De mi masía me tienen que sacar a cañonazos, más ahora que dejo la dirección de los Teatros del Canal que me obligaba a tener una presencia constante en Madrid. Aun así siempe que podía cogía el AVE y me largaba... Por eso me voy antes de lo que podría, tanto AVE arriba y abajo ha llegado a fatigarme mucho.
Por cierto, ya que estamos, ¿qué me puede contar de Álex Rigola, su sucesor en el Canal?
Yo a Rigola le tengo mucha consideración, artística, personal y ética, cuando en Cataluña yo empecé a tener problemas, él, entonces director del Teatre Lliure, siempre me dijo que aquella casa estaba a mi disposición. Cuando por fin me decidí a dejar de actuar en Cataluña, me insistió mucho, si cambias de opinión, ven aquí.
Siento un gran respeto por mi sucesor en el Canal, Álex Rigola: es un heterodoxo que siempre me ofreció el Lliure cuando empecé a tener problemas en Cataluña
Pero en realidad Rigola sólo le sustituye al cincuenta por ciento, porque a partir de ahora el Canal tendrá una dirección bicéfala... ¿no es así?
Pasa que el Canal es muy heterogéneo, cubre danza, música, teatro. Un simple director teatral al uso puede verse fácilmente desbordado. Supongo que han buscado una especie de desdoblamiento. Pero estoy convencido de que Rigola lo hará muy bien. Él es un heterodoxo y además esto es un transatlántico en marcha, tiene una inercia muy poderosa que no admite bandazos demasiado drásticos, el público se te puede ir...
¿Como le pasó a Mortier en el Teatro Real?
Mortier era un buen gestor pero quizás no para una institución como el Teatro Real, con su público conservador, que en un porcentaje muy elevado prefiere ver obras clásicas y tiene menos interés en montajes contemporáneos, no respetando esto te arriesgas a tener serios problemas con el público. Matabosch es un hombre más amplio, más consciente de que por encima de sus gustos personales está el del público…
Una vez el pintor Antonio López me dijo que el arte total que buscaba llegar y conmover a todo el mundo, como el de Leonardo y Miguel Ángel, ha dado paso a un arte endogámico, donde el creador se considera más importante que nadie y conectar con alguien es lo de menos...
Se confunde mucho arte abierto con arte malo, es verdad. En un teatro público tienes que andar con cuidado y con respeto porque el espectador ha pagado dos veces: como contribuyente, a través de los impuestos, y con lo que le cuesta la entrada en sí. No es como un teatro privado donde puedes programar todo a tu gusto, un teatro público es otra cosa...
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