Silvia Tortosa (Barcelona, 1947... pero, ojo, que aparenta la mitad de los años que tiene en carne mortal y una tercera parte en espíritu) es una de las actrices más hermosas, sexis y arrebatadoras que ha dado este país. También es una de las más desaprovechadas. Fue musa del destape español porque esto es España. En otras latitudes pudo haber sido como Hedy Lamarr, la bellísima actriz pero también inventora austriaca. Aquí su inmensa energía humana e intelectual han tenido que redirigirse, por ejemplo, hacia una especie de neofeminismo, un feminismo de nuevo cuño que busca florecer y no reprimir. La inteligencia y la belleza, cuando van de la mano, no descansan... gracias a Dios.
¿Cómo me ha llamado usted? ¿La Brigitte Bardot española? ¿Y eso? ¿Le encanta cómo la Bardot y yo hemos sabido reciclar nuestra leyenda de bombas sexuales para apoyar causas que nos parecen nobles, justas y positivas, en el caso de ella la defensa de los animales, en el mío la defensa de los derechos de la mujer? Sin duda, esa es una comparación muy halagadora para mí. Pero es que yo no puedo estar más a favor de estas cosas. ¿Para qué sirve la popularidad si no?
Me pregunta usted si estas cosas el mundo las sabe agradecer más o menos. Yo sí sé que hay millones de personas concretas que sí lo agradecen. Hay quien te sabe agradecer mucho que utilices tu popularidad no sólo en tu beneficio sino en defensa de otros. Es obvio que las que aquí luchamos por ejemplo contra la ablación de clítoris no lo hacemos por miedo de que a nosotras eso nos llegue a pasar. Lo haces por solidaridad con las mujeres que sí viven expuestas a que eso les ocurra. Y a mí me da igual si esas mujeres saben lo que estamos haciendo o no. Yo lo seguiré haciendo porque me lo manda mi conciencia.
Me comenta usted toda afligida, señorita, que usted misma, que es algo más joven que yo y pertenece a una generación que a veces y en cierto modo se ha proclamado post-feminista, desengañada del feminismo cuando no incluso opuesta a algunas de sus radicalidades y sus excesos, se ha dado cuenta recientemente, por tristes experiencias en carne propia, de que no todo el monte femenino es monte de Venus ni es orégano... Que usted se creía que como mujer ya lo tenía todo ganado y todo hecho, que ya no podía verse sometida a cierto tipo de discriminaciones y hasta vejaciones, y, mire por dónde, van y le pasan... cosas.
Lo deja usted ahí y entiendo su pudor. Además, la idea de fondo me parece que ha quedado clara. Hay cosas increíblemente difíciles de desarraigar. Mire, sólo hay que leer la Biblia, un libro que sigue plenamente vigente para millones de personas en todo el mundo. Y allí se sigue sosteniendo con total desparpajo que la mujer fue extraída de una costilla del hombre. Recuerdo que ese era uno de mis caballos de batalla en el colegio de monjas. Yo me rebelaba y decía: “¡Pero si es justo al revés! ¡Son los hombres los que salen del cuerpo de las mujeres!”. Parece una perogrullada o una tontería pero no, no lo es.
Yo hago con mi cuerpo lo que me da la gana
Me pregunta usted partida de risa que qué me contestaba la monja. Pues ya se puede imaginar que no le gustaba nada mi discurso. Pero déjeme insistir en el tremendo error que es pensar que todo esto son ideas arcaicas, desechadas y superadas. En absoluto... Durante mucho, mucho tiempo, como el dominio del mundo se ha decidido en función de la fuerza física, la superioridad del hombre ha sido dolorosamente incontestable. Cuando el hombre de las cavernas llegaba pues, eso, a la caverna, como la mujer no se quisiera acostar con él pues si él la llevaba a rastras a hacerlo no había forma humana para que ella se pudiera defender. Gracias a esa preeminencia física los hombres han controlado el mundo siempre. Subrayo: siempre. Lo cual no quita para que haya habido lagunas históricas, momentos de excepción y mujeres excepcionales que han conseguido remar contra la corriente de la Historia. Pero en líneas generales está claro quien lleva milenios mandando aquí, haciendo las leyes a su imagen y semejanza.
A medida que el mundo se ha ido civilizando, la mujer ha ido tomando conciencia de eso y además la superioridad física del hombre ha ido en retroceso. Porque ahora, en parte por desgracia, las guerras se pueden hacer y las bombas se pueden tirar dándole a la tecla de un ordenador... Me interrumpe usted toda jocosa, señorita, para recordarme que incluso sin eso la fuerza física de los hombres ya no es en general la que era. No vivimos lo que se dice en tiempos de titanes, no. En cambio, las mujeres se han hecho conscientes por primera vez en la Historia de la necesidad, sin ir más lejos, de ejercitar sus músculos. De ser fuertes por y para ellas mismas. Para estar guapas en parte, sí; pero sobre todo para estar sanas, para ser más longevas. Para llegar a buen puerto al final de nuestra vida.
Me pregunta usted cómo nace en concreto “la conciencia feminista de Silvia Tortosa”, y a mí todo lo que se me ocurre es decirle que yo ya nací así. Yo, afortunadamente, nací en una familia un tanto atípica. Yo soy del 47, es decir, prácticamente de la posguerra. Entonces a las mujeres se nos enseñaba que teníamos que guisar, planchar, coser, tener muchos bebés, ser muy sumisas con el marido, esperarle monísimas y arregladísimas cuando viniera del trabajo porque él era el proveedor, porque la mayoría de las mujeres entonces no trabajaban y dependían del trabajo del hombre. Yo tengo todavía los libros que me mandaban estudiar en la Sección Femenina diciendo todas estas cosas. Pero servidora debió de nacer rebelde por naturaleza, y, además, tuve la suerte de contar con un padre y una madre que desde nací me dijeron, tú sobre todo, Silvia, gánate la vida por ti misma. Jamás dependas de un hombre. Sé independiente.
Se me queda usted mirando como pensando si se atreve o no se atreve a preguntar lo que sigue. A la de una, a la de dos, a la de tres... allá va: me recuerda usted que yo he sido una sex symbol como la copa de un pino, que he salido retratada en portadas de revista portando medias y liguero, y que esto, para determinada ortodoxia feminista, por no decir puritanismo feminista, que también existe, rechina como la puerta del ataúd de Drácula... Pues mire, señorita Grau: yo no necesitaría ni conocerla ni saber nada de usted, me basta con mirarla a los ojos, para darme cuenta de hasta qué punto estamos las dos al cien por cien de acuerdo en lo que voy a decir. YO HAGO CON MI CUERPO LO QUE ME DA LA GANA. Así, en mayúsculas. ¿O no es así? ¿O la libertad femenina no es precisamente eso, siempre y cuando eso no perjudique a terceros?
A las mujeres no nos empieza a pasar nada interesante hasta los 40 años
En la época en que a mí me colocaron el letrerito de musa del destape, no sé por qué, porque yo hice no más de tres películas en esa época, que yo recuerdo, y mi destape en aquellas películas era verdaderamente... monjil. De enseñar algo de tetita y poco más. Y dejé de hacer cine precisamente por eso, porque no me interesaba insistir en ese tipo de papeles. Yo con mi carrera del Instituto del Teatro, con mi carrera de la Escuela de Cine de Barcelona, luego más y más cursos de arte dramático y de canto y de esgrima, como una imbécil. Bueno, imbécil no, pero entiéndame: que yo me formaba como una obsesa, que en teatro me hinchaba a hacer obras de Valle Inclán y de Molière, pero es como si nada de eso hubiese existido. Hasta que me harté, claro.
Y ahora va usted y me pregunta como quien lanza un dardo: ¿puede ser la belleza, el atractivo físico, una maldición? Si eres una mujer en el mundo del espectáculo, la belleza te aúpa al principio. Hablo de mi época, claro. Hoy en día creo que los hombres actúan un poco más civilizadamente, o a lo mejor es que las mujeres tienen más fuerza para defenderse. Pero cuando yo empecé, yo era muy mona. Subraya usted que lo sigo siendo de una manera que echa para atrás, pues muchas gracias. Pero claro, entonces tenía 14 ó 15 años, figúrese. Era una cría. Y aquello era un mundo de hombres. Hoy hay mujeres cámaras, mujeres directoras, mujeres productoras de cine. Entonces no había ni una. Además de las actrices, como mucho estaban una sastra y una maquilladora. Y eso que yo vengo de Barcelona, donde en aquella época salieron dos realizadoras femeninas... Con una de ellas hice yo mi primer programa de televisión.
Nos han contado que el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso, mientras que ser una solterona es lo peor... Un solterón es un triunfador que no se ha dejado enganchar, una solterona es un despojo que está ahí porque nadie la ha querido
En un mundo así, ser guapa era bueno y era malo. Te abría según qué puertas pero también atraía una cantidad de moscones a tu alrededor que pretendían que salieras en su película a cambio de otras cosas. Usted misma, que es escritora y periodista, me comenta que su atractivo físico le ha abierto alguna puerta pero a la vez ha complicado mucho a veces que su trabajo fuera reconocido y tomado en serio. Que hay quien le ha llegado a decir en su cara que estando tan buena, quién iba a imaginarse que además sabía escribir...
Ay, amiga. Mire, yo sólo le diré que cuando entré en el mundo del espectáculo, lo último que deseaba era ser actriz. Yo quería dirigir y escribir. Entonces yo, con esas edades infantiles que tenía, me dedicaba a escribir guiones, y cuando los productores me entrevistaban para películas yo aparecía con mi guioncito bajo el brazo y le decía, mire, que yo he escrito esto y me gustaría dirigirlo. Imagínese cómo se me quedaban mirando. "Pero, ¿tú escribes?", me preguntaban. Y al decir yo que sí, que mucho, todo lo que se les ocurría era decir, "¡qué graciosa!". Me acuerdo de cómo dejaban el guión encima de la mesa de tal manera que yo no tenía ninguna duda, pero ninguna duda, de que no se lo iban a leer jamás. Así entendí que si yo quería estar en ese mundo sólo tenía un camino, entrar como actriz. Y así lo hice. Es verdad que no me ha ido mal del todo, pero yo sigo teniendo la espina clavada de que me habría gustado otra cosa. Desarrollar lo que yo originalmente quería hacer.
¿Que si yo creo que Hillary Clinton tiene alguna oportunidad frente a Donald Trump? Es que como no la tenga, esto está muy, pero que muy jodido... ¿Qué es un país? Pues un hogar a lo bestia. ¿Y quién sabe cómo administrar un hogar? Las mujeres
¿Que si me arrepiento de algo? A lo mejor de irme muy joven a Estados Unidos cuando tuve la oportunidad. No lo hice porque yo era hija única de una familia muy tradicional, mi padre era taxista, y cuando me quise dar cuenta se me había pasado el arroz porque allí o vas muy joven o no vas, a partir de los 46 años, una mujer no existe. Cuando en realidad a las mujeres no nos empieza a pasar nada interesante hasta los 40 años, a ver si se enteran. Un hombre puede estar decrépito pero ser interesante, tipo Clint Eastwood o Harrison Ford. A usted también le gustan mucho estos dos, ¿a que sí? Pero ¿por qué la misma ley no funciona al revés? Ah, pues por que ellos mandan. Porque a nosotras nos han contado que el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso, mientras que ser una solterona era lo peor. Un solterón es un triunfador que no se ha dejado enganchar, una solterona es un despojo que está ahí porque nadie la ha querido.
Al hilo de todo esto, usted me pregunta si las mujeres hemos desaprovechado la libertad tan duramente conquistada, si no habremos hecho, en cierto modo, el canelo. Yo pienso que nos han puesto muchos palos en la rueda, muchos, muchos. No nos lo han puesto nada fácil. Mire usted en política, por ejemplo, mucho hablar de igualdad, pero a la hora de la verdad... ¿Cómo dice? ¿Que si yo creo que Hillary Clinton tiene alguna oportunidad frente a Donald Trump? Es que como no la tenga, esto está muy, pero que muy jodido. ¿Qué es un país? Pues un hogar a lo bestia. ¿Y quién sabe cómo administrar un hogar? Las mujeres.