Todo el mundo sabe quién es el Noi del Poble Sec. Pero, ¿y la Noia? La Noia es Julia Otero, gallega de raza (Monforte de Lemos, 1959) y catalana por derecho desde los 3 añitos de edad. Comunicadora apabullante que últimamente apabulla por su serenidad, por mantener desde las tardes de Onda Cero una gran calma cuando todo es sinrazón y griterío, asegura que no lo hace por buenismo, ni siquiera por bondad. Y que cuidadito con ella que tolerancia toda... hasta que se le acaba. Y es que a todas nos han tocado o nos han querido tocar alguna vez lo que suena y lo que no suena. Abrimos micro.
Hola, Anna Grau. La primera y en la frente: ¿qué hace una chica como usted en un periodismo y un país como éste?, me pregunta así como para abrir boca. Pues yo le respondo igual de directa: ganarme la vida con la profesión que escogí y que me sigue dando momentos de felicidad. O sea, un privilegio, Anna. El panorama lo definió Gramsci mejor que nadie: "Lo viejo tarda en morir, lo nuevo no acaba de nacer y mientras tanto, aparecen los monstruos". Ahí tiene usted al hombre naranja sentado en el Despacho Oval. No me gusta el perfume que está cogiendo el mundo, no me fío, no estoy tranquila. Creo que a nuestros hijos les vamos a dejar una herencia de mierda. Creo que estas cosas hay que decirlas, hay que hablar de ellas. Yo hablo de política todos los días, en público y en privado. No se fíe usted de los que se definen como apolíticos o alejados de la política.
Ciertamente hay riesgos. Me recuerda usted que yo salí una vez hace años por la puerta de Onda Cero de una manera un tanto... rara. Antes de seguir: entonces la dirección de la casa y de muchas cosas era otra. Pero, en fin, recuerda usted, son sus palabras, que yo fui purgada sin ningún recato y sin ningún disimulo. Y me pregunta qué se siente. Pues mire, al principio mucha confusión: el tipo al que le encargaron despedirme hacía sólo una semana que me había llevado a comer a su casa con su mujer y sus niños para agasajarme. Yo era -me decía- un buque insignia de la cadena. El pobre lo pasó mal, ni siquiera pudo mirarme a los ojos cuando sólo siete días después me tuvo que decir que yo ya "no entraba en los esquemas de la radio".
Me pregunta usted si alguna vez llegué a despejar todas las incógnitas de esta ecuación, de qué había ocurrido en realidad. Sin tomarme demasiadas molestias en averiguarlo, la verdad es que sí, sin buscarlo me han ido contando bastantes detalles. Pero hace mucho que no me importa nada. De hecho, hablo de este asunto porque usted me pregunta. Han transcurrido diecisiete años, yo jamás me cuelgo del pasado.
Me pregunta usted, que ya veo que no se rinde fácilmente, si Julia Otero perdona estas cosas. Y/o si las olvida. Mire, recuerdo que Adolfo Marsillach me llamó entonces y me dijo: "Es mejor ser víctima de una injusticia que cometerla". Esa frase es mi compañera de viaje desde entonces. Tengo una enorme facilidad para olvidar lo menos memorable de la vida.
No me gusta ver a Trump en el Despacho Oval ni el perfume que está cogiendo el mundo, no me fío, no estoy tranquila. Creo que a nuestros hijos les vamos a dejar una herencia de mierda
Ahora da usted misma, Anna, un pasito adelante bajo los focos de esta entrevista y me cuenta que le pasó conmigo una cosa que le ha pasado con muy pocos comunicadores. ¿Qué cosa es esa, a ver? Me recuerda que hace bastantes años colaboraba usted en un programa de televisión dirigido y conducido por mí cuando estalló la guerra de Irak. Yo estaba en contra de aquella guerra. Y usted, Anna Grau, es verdad que estaba a favor... Me reconoce que ahora no lo estaría, que ahora cree que aquella guerra fue un error, pero en el momento la apoyaba, sin dudas y de la mayor buena fe. Se acuerda usted de que a mí me extrañó muchísimo que usted mantuviera aquella postura. Y se lo dije. Pero a la vez que se lo decía, evoca usted que le insistí y le subrayé que usted en mi programa era libre de decir lo que quisiera, cuando quisiera. Y se lamenta de haber encontrado muy poca gente a mi nivel mediático que proceda de verdad así.
Ahora que me lo dice sí que me acuerdo, sí. Usted siempre ha sido muy suya (risas) y es por eso por lo que la he tenido a mi lado en muchos programas. No hay nada más empobrecedor y aburrido que la inmersión ideológica. Rodearse de personas que piensan y defienden lo mismo es, además, una cobardía intelectual: hay que estar dispuesto a debatir con tus contrarios. Y, sobre todo, hay que estar dispuesto a dejarse convencer si sus razones son más solventes que las tuyas.
Dando por hecho que todo esto cae por su propio peso, va y se pregunta usted: ¿por qué cuesta tanto entonces ser tolerante con la opinión ajena? Mire, pues déjeme decirle que la tolerancia tiene una excelente reputación pero a veces está sobrevalorada. Hay ideas, comportamientos, actitudes ante los que no se puede ser tolerante. Cuando hablamos de tolerancia cero estamos reivindicando la intolerancia, y así debe ser. No todas las opiniones ajenas son respetables. Muchas de las de Donald Trump, por ejemplo, no lo son.
Es verdad que usted defendió la guerra de Irak en programas dirigidos por mí, que estaba en contra. Rodearse sólo de personas que piensan y defienden lo mismo es una cobardía intelectual: hay que estar dispuesto a debatir con tus contrarios
Pero es verdad que yo procuro, y me gusta que se me reconozca el esfuerzo, que el Gabinete de Julia en la Onda sea un oasis de serenidad, debate pensado y libre en un páramo tertuliano a veces muy áspero, muy encendido. ¿Cómo se consigue aguantar el tipo -keep calm- sin perder la moral ni la audiencia? ¿Se debe a mi condición de gallega, como Mariano Rajoy, me pregunta usted, o hay otro secreto?
En confianza, yo creo que soy poco gallega: a mí se me ve venir de lejos y en la escalera siempre me pillan con el pie subiendo o bajando, o sea, se sabe dónde voy. Ese es mi defecto-virtud más pronunciado... En cuanto al Gabinete, le doy la razón, saco pecho y orgullo: he tenido, en los 18 años que lleva existiendo, a lo mejor de la intelligentsia española, a derecha e izquierda. Sólo me he equivocado cuando he fichado a personas de partido. Busco gente libre, con criterio propio, sin consignas en su mail a primera hora de la mañana, a ser posible transgresoras o, como mínimo, valientes. De todos he aprendido.
Se pone usted más intimista, más personal, para recordarme (innecesariamente) que tengo más añitos de los que aparento. Que aunque no lo parezca pertenezco a esa generación de mujeres que han hecho de puente entre las de antes y las de ahora. ¿Qué me ha aportado y me aporta el feminismo, me pregunta? ¿Qué significa para mí a día de hoy esa palabra?
Pues resulta que a los 15 años yo empecé a leer la publicación mensual de una revista llamada Vindicación Feminista. Leyendo a intelectuales consagradas de la época tomé conciencia de cuán larga sería la batalla. Ya ve, 40 años después tengo que soportar ver mujeres encarceladas dentro de un burka ¡en mi propia ciudad! Sobre el cuerpo de las mujeres se está librando la batalla simbólica entre Occidente y el Islam. No soy buenista, y sí, sigo siendo feminista porque el género no debe marcar las cartas de nadie al nacer.
Pero como lo valiente no quita lo cortés, se pasma usted de mi habilidad para haber estado casada con otro gran comunicador y periodista, Ramón Pellicer, que durante nuestro matrimonio encajó con gran elegancia que mi popularidad eclipsara a veces la suya. Y divorciados y todo, seguimos siendo amigos. Subraya usted que esto no es lo usual. Pues no será lo usual, pero es sin duda lo más inteligente. ¿Por qué vamos a deshacernos de nuestro patrimonio sentimental aunque finalice la vida de pareja? La amistad de un ex es un tesoro que se pierden los que no han sabido conservarla.
Pero sí, admito que llevarte bien con un ex, in o lo que sea que ejerce tu mismo oficio es un reto de altura. Yo nunca he escogido a un hombre por su oficio, aunque es verdad que en una casa con dos periodistas no hay quién viva. Asumo que somos un coñazo y ahora mucho más porque estamos siempre conectados.
Mi actual marido es médico, y lo bueno de tener un médico en casa es que no te hace ningún caso salvo que tengas algo grave. Ahora tengo uno y medio: él y nuestra hija. ¡Estoy perdida! Acabo automedicándome.
Me cuenta usted partida de la risa que cuando nació mi hija Candela, y durante años a mí no me dio la gana revelar públicamente quién era su padre, porque nuestra relación se mantenía bajo el radar, llegaron a sugerirle los candidatos más improbables. Ya, la gente venga a perder el tiempo con tonterías pero yo, a lo mío: tenía claro que iba a pelear como una leona para defender la privacidad de mi hija. Mi trabajo es público pero mi vida, no. Nunca sucumbí a lo contrario, peleé y gané. Me harté de enviar burofaxes, amenazar con los tribunales y enseñar los dientes. Al final lo entendieron: mi hija fue siempre anónima para el ojo público. He sido muy estricta pero la recompensa es muy grande: tengo una chica sensata, buena estudiante y muy autoexigente.
Tiene a quien parecerse, me dora un poco la píldora usted, pero es verdad lo que dice, aunque yo no suela hablar de ello: de los 19 años a los 24 pasé reiteradas veces por el quirófano, empecé con un tumor abdominal que se complicó con sucesivas oclusiones intestinales. Y no falté al trabajo ni un solo día, acabé la carrera a los 22, sin faltar a ningún examen, sin repetir ningún curso, mientras me iban abriendo la barriga cada pocos meses. Es verdad que a los 19 años te sientes inmortal, la muerte ni siquiera es una posibilidad remota. Para mí fue en cambio una amenaza real. Eso te cambia para siempre. Lo que soy y cómo soy también se tejió en aquellos años de hospital y quirófanos.
Hace 40 años que soy feminista y aún tengo que soportar ver mujeres encarceladas dentro de un burka ¡en mi propia ciudad! Sobre el cuerpo de las mujeres se está librando la batalla simbólica entre Occidente y el Islam
Me pregunta cómo me siento en este momento de mi vida. Usted lo ha dicho, estoy en el camino, como el viaje a Itaca de Kavafis: lo importante es el recorrido, no voy a ningún sitio ni huyo de ningún otro. La vida me ha dado el privilegio de poder escoger las rutas y de seguir paseándolas mientras el camino merece la pena.
¿Que si sigo siendo una mujer de izquierdas y que si sigo estando contenta de decirlo? ¿Que si todo lo que ha pasado últimamente en este país ha modificado en algo mi visión de la política y de la democracia española? Mire, yo soy hija única de emigrantes gallegos en Cataluña. Llegaron a Barcelona con una niña muy pequeña y sin nada. Todo su empeño fue darme formación y una vida mejor que la suya. Trabajaron duro y pusieron todas sus expectativas en mí. Yo vengo del ascensor social que en el último cuarto de siglo pasado ha cambiado la vida de miles de españoles. Y sí, yo soy de izquierdas porque quiero que los hijos de los que no tienen nada, como mis padres en los años 60, tengan las mismas oportunidades que mi hija, que lo tiene todo desde que nació.
Y ahora la pregunta es que si me apetece hablar de Cataluña... Ay, a mí me disparan desde todos los frentes: en Cataluña soy españolista y en Madrid, independentista. Esta es una cuestión en la que los matices están muy mal vistos, pero a los problemas complejos no se le pueden dar soluciones simples. Quien lo plantee así, miente o manipula. Creo que se han cometido tantos errores en los últimos cinco años, se ha alimentado de tal forma la confrontación, que ahora la única alternativa es poner las urnas. De esta melée ya no se sale de otra forma. El 80 por ciento de los catalanes quieren esa consulta, en ese porcentaje por fuerza hay incluso votantes del PP, Ciudadanos y PSC. Siéntense, pacten condiciones claras, pregunta, hagan campaña en positivo... En fin, hagan política que para eso cobran. Yo iré a votar que 'no' y espero que seamos mayoría.
Para acabar: ¿ilusiones? ¿Proyectos nuevos? ¿Esperanzas? Perdóneme, ahora mismo no tengo tiempo para contárselo... Sigo haciendo camino...