Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) es un fenómeno que da remusguis porque si fuese americano todo el mundo lo vería normal pero, aunque viva mayormente y hasta vote en Estados Unidos, sucede que es español. Y que un español venda tantos libros, no sé cómo decirlo, aquí no se asimila bien. Para hacérselo perdonar los libros tienen que ser malos o el autor tiene que ser cojo o manco, preferiblemente las dos cosas. Zafón desentona de todos estos tópicos con una misteriosa intensidad que recorre toda su escritura y su persona. Hay quien colecciona dragones en defensa propia y de todos los que sepan montar... y leer. Acaba de ver la luz su cuarto bestseller en quince años, El laberinto de los espíritus (Planeta, 2016) y nuestro héroe parece que cree que llega a un final de etapa y de epopeya…
¿Que si sigo siendo aquel chico no sabe usted si tímido o si huraño, que se ponía a la defensiva en las entrevistas porque pensaba que estaba vendiendo demasiados libros para ser tomado en serio? Lo de tímido suena bonito, y tal vez lo fuese, no sé, pero creo que huraño nunca lo he sido. Tal vez estaba confundido porque no acababa de entender por qué, a veces, parecía que uno tuviera que pedir perdón porque las cosas le fueran bien. No creo que eso suceda en ninguna profesión ni en ningún otro lugar. Nunca he pensado que el tener éxito en tu profesión deba hacerte pensar que no te van a tomar en serio.
¿Debería tomarla yo a usted a broma si es una periodista de éxito, o a cualquiera de sus colegas? ¿Debo entender que los principales diarios más leídos son, por ese motivo, los peores? El que uno no quiera comulgar con ruedas de molino o seguirle la corriente a alguien cuyos motivos son transparentes no significa que se ponga a la defensiva. Si a un entrevistado no le trata usted con el mínimo de educación y respeto que merece cualquiera porque le molesta que a esa persona le vaya bien, o lo que sea, no espere que le tomen en serio a usted. Y eso no es ser huraño, es llamar a las cosas por su nombre.
Seguimos para bingo. Ahora me cuenta usted su propia versión, es decir, la que a usted le han contado, de cómo y por qué se publicó mi primera novela, La sombra del viento. La que no ganó el Premio Fernando Lara pero en cambio Planeta la acabó editando tras recomendarlo con ahínco Terenci Moix. Dice usted que estaba entrevistando a la hermana de Terenci, Ana María, ya muy al final, ya muy enfermita ella, y, sin embargo, siempre lúcida, siempre capaz de un fino sentido del humor y de la ternura, y que ella se reía afirmando que Terenci se puso “tan pesado” con mi libro que los de Planeta acabaron pensando que “Zafón era su novio”. Y para nada, volvía a reírse ella, “lo que pasa es que mi hermano se había literalmente enamorado de ese libro, le encantaba”...
Mire, la verdad es que he escuchado cien versiones diferentes de esta historia, siempre en boca de alguien que aseguraba "haber estado allí" y "saber lo que de verdad pasó". Yo estaba muy lejos porque vivía por entonces en Estados Unidos, y no sé muy bien lo que pasó del todo. Entiendo que el gran Terenci Moix, que no sólo era un gran escritor sino también una gran persona, fue un defensor acérrimo del libro y que su entusiasmo hizo que muchas otras personas se fijaran en él. Lamentablemente nunca pude hablar con él, ni saber a ciencia cierta cuál entre todas aquellas versiones de lo sucedido en las deliberaciones del jurado era la verdadera, si alguna lo era. Algo que he ido aprendiendo con los años es que las personas tendemos a recordar las cosas como queremos recordarlas, como nos conviene o como nos gustaría que hubieran sucedido.
Cuando veía todas esas esculturas y relieves de Sant Jordi y el Dragón que hay por las calles y fachadas de Barcelona, yo siempre sentía simpatía por el dragón
Me pregunta usted si sigo teniendo enmarcada la columna íntegra que Stephen King me dedicó muy al principio, cuando yo apenas despuntaba como autor. Conservo esa columna, sí. Nunca ningún comentario formulado sobre mi trabajo me ha hecho tanta ilusión. Desde que era un chaval he leído, admirado y aprendido lo que he podido de Stephen King, un genio y uno de los mejores narradores de la Historia en cualquier género o medio. Al ver aquel artículo tengo que confesar que me convertí de nuevo en aquel niño de doce años que le leía con veneración y que su generosidad y amabilidad me emocionó como nunca, antes o después, lo han hecho ningunas palabras formuladas sobre lo que hago. Las opiniones que realmente cuentan para uno son las de la gente a la que admira y respeta.
Me pregunta usted ahora si sigo coleccionando dragones. Sí, los colecciono -o ellos me coleccionan a mí, porque hay días en que no está tan claro... La cosa viene de largo. Ya de niño me gustaban los dragones. Cuando veía todas esas esculturas y relieves de Sant Jordi y el Dragón que hay por las calles y fachadas de Barcelona, yo siempre sentía simpatía por el dragón. Empecé a coleccionarlos, o a acogerlos, desde entonces y a día de hoy tengo centenares. Mucha gente sabe que me gustan y cuando se encuentran con uno me lo regalan, lo cual va haciendo crecer la familia. Y yo siempre encuentro dragones nuevos en casi todas partes. Los tengo repartidos por todas partes y normalmente llevo al menos uno en la solapa.
Y ahora inquiere usted si esto del zafonismo no empieza a ser una religión, que se manifiesta con servidor descendiendo sobre la humanidad lectora rodeado de todos los libros del mundo, olvidados o no, en la cima del Tibidabo... No se muy bien a qué se refiere usted con eso del zafonismo, pero lo que sí está claro es que no es ninguna religión. Lo de la presentación en el Tibidabo no fue un descenso celestial. Simplemente era un acto que aspiraba a estar más cuidado que una simple rueda de prensa en el salón de un hotel al lado de un aeropuerto en el que se sirva una bandeja de croquetas y se envíe a la gente a su casa sin más. A veces no deja de sorprenderme que el esfuerzo por intentar montar una presentación cuidada en vez del habitual trance de siempre despierte tanto recelo y haga que haya quien se sienta obligado a forzar sarcasmos y a ofrecer un sermón admonitorio que sí que suena mucho más religioso que eso a lo que se refería usted. Tal vez es que no valga la pena ni intentarlo, aunque imagino que se haga lo que se haga, hay quien sólo tendrá a bien criticarlo y buscarle los tres pies al gato.
Se pregunta usted si hace falta todo este ritual, toda esta liturgia, no ya para vender libros, sino para redignificarlos... Para que la gente vuelva a tenerles el respeto y el temor de Dios que se merecen. Bueno, como le decía, es simplemente una presentación. No hay ritual ni liturgia alguna en ello. Los libros no precisan que nadie los dignifique, porque les sobra dignidad y si hay quien no les tiene respeto, pues él se lo pierde.
Me asegura que admira mi terca negativa a permitir que ninguno de mis libros sea llevado al cine, no vaya a ser que lo conviertan en Vicky Cristina Barcelona. Además, sugiere usted que en un mundo tan obsesionado por los dispositivos y formatos interactivos, ¿puede haber algo más interactivo que la narración escrita, que invita, por no decir que obliga al lector, a hacer desde el montaje del director hasta el casting, por ejemplo, a ponerle cara y ojos a mi nuevo personaje estrella, Alicia Gris? Pues mire, yo creo que si un novelista hace bien su trabajo todas esas tareas las debe realizar él. Su obligación es ser guionista, director, actor, cámara, figurinista, compositor, maquillador, diseñador y todos y cada uno de los roles del equipo. Lo que el lector trae es el maravilloso teatro de la mente donde todo ese trabajo se proyecta y se hace realidad.
En materia de impuestos, culturales y no culturales, en lo único en que todo el mundo está de acuerdo es en que los paguen los demás
Le entra a usted la curiosidad por saber si yo me imagino a Madame Bovary rubia o morena, diga lo que diga Flaubert. O a Anna Karenina. Y que cómo me imagino físicamente al diablo, ese personaje por el que confieso tanta predilección. Vamos por partes. A Emma Bovary me la imagino de castaño oscuro y a Anna Karenina depende del día. El diablo, en cambio, tiene la virtud de adoptar muchas apariencias y de que casi nunca se le reconozca. Cuando me he permitido introducirle en escena en alguna de mis propias historias lo he hecho en la figura de un caballero peculiar llamado Andreas Corelli, muy fino él, aunque con cierto aire siniestro. Eso sí, muy ingenioso.
El gran éxito del diablo como personaje es, creo, que lo hemos creado entre todos para proyectar en él todo aquello que no aceptamos en nosotros mismos o en la naturaleza. Es el repositorio de toda la culpabilidad y responsabilidad por nuestros actos y por las elecciones morales que hacemos justificando nuestra codicia, mezquindad, envidia y todos aquellos aspectos que no nos gusta reconocer en nosotros mismos. No sé si hay más gente en el mundo que cree en Dios o en el diablo, la verdad. Los seres humanos se distinguen por creer sobre todo aquello que les conviene. Eso lo dice Corelli, y aunque sé que es un tanto malévolo, suelo estar de acuerdo con él en sus apreciaciones. Es malillo, pero de tonto no tiene un pelo.
Y ahora me pregunta usted qué voy a hacer con mi tiempo y con mi alma después de pasar quince años enmarañado en la Barcelona más mágica y más gótica, imaginándole insondables catacumbas de libros, poniéndole cara al encanto y al horror... ¿Cómo se cambia de vida y de escenario mental, quiere decir? De momento, como sucede con cada libro, voy a pasar cerca de un año viajando a lomos de las traducciones que aparecerán en todo el mundo. Ese es siempre un período que me sirve para enfriar motores, recargar la batería e ir pensando y planeando lo que voy a hacer a continuación. Si puedo también me gustaría dedicar algo de tiempo a la música, que es mi principal afición.
Dice usted que yo he dicho que el IVA cultural es una alimaña recaudatoria. No creo que haya dicho yo tanto. Me limité a contestar una pregunta y posiblemente lo hice con poco acierto y menos precisión, porque el tema requiere, creo, más rigor y detalle. El IVA de los libros esta en el 4%, el de entradas de cine y conciertos, por ejemplo, en el 21%. El tema de la presión fiscal, la estrategia recaudatoria del Estado en tiempos de déficit y el debate de si se puede considerar o no confiscatoria, punitiva o acertada es complejo. En materia de impuestos en lo único en que todo el mundo está de acuerdo es en que los paguen los demás. Complicado está el filosofar sobre esto sin decir tonterías o barrer para casa, que es otro de los clásicos del debate fiscal.
Pero lo del tema de la jubilación de los escritores, que al parecer son considerados y tratados como raza aparte del resto de contribuyentes, sí que tengo que confesarle que no lo entiendo. A lo mejor Corelli tiene una teoría. Le preguntaré, que él siempre esta mejor informado que yo.
No me gusta meterme en berenjenales políticos porque lo que pasa siempre es que alguien le pregunta a uno cosas porque quiere que diga por él lo que no tiene narices de decir por sí mismo. Dicho esto, sí, me inquieta la victoria de Trump
Me comenta usted que esto en Estados Unidos no pasa. Pues no, la verdad. Pasan otras cosas, pero esto en concreto no. En cambio en Estados Unidos sí pasa que gana las elecciones Donald Trump, aprieta usted el gatillo, recordándome que yo he manifestado preocupación por este resultado electoral a pesar de que por lo general huyo de meterme en berenjenales políticos. Tiene usted razón en que no me gusta meterme en esos berenjenales porque lo que pasa siempre es que alguien le pregunta a uno cosas porque quiere que diga por él lo que no tiene narices de decir por sí mismo, y eso, francamente, no va conmigo. El que quiera hacer proclamas que se las trabaje y nos deje al resto en paz. Dicho esto, sí, me inquieta la perspectiva de esta nueva Administración norteamericana porque abre un período de incertidumbre sin precedentes precisamente en un momento en que ya estamos de incertidumbre hasta las orejas. El tiempo dirá dónde nos llevará todo esto, pero de momento hay elementos para pensar que cierta inquietud esta justificada.
Al fin me pregunta si leo y conecto con lo que se escribe aquí, en España, si me identifico más o menos. Lo cierto es que paso la mayor parte del tiempo lejos de aquí y tengo que admitir que casi todo lo que leo emana de otros lares, aunque eso no significa que no me interese lo que se hace aquí. Por ejemplo, estoy muy contento y me parece muy bien que a Eduardo Mendoza le hayan dado el premio Cervantes. Sobre autores de este nivel es fácil formar criterio por lejos que viva uno y por distraído que esté. En el caso de Bob Dylan, habrá quien no esté contento con que le hayan dado el Nobel, pero ¿quién puede decir que le ignora, que no conoce su obra? Para mí, que se haya negado a ir a recoger el premio solo añade más coherencia al personaje, que evidentemente no trabaja de cara a la galería ni al famoseo. Yo admiro mucho esto. Por otro lado, soy consciente de que cuando un autor, por lo que sea, no es tan inmensamente conocido, es fácil equivocarse o perder la perspectiva con él. Por eso yo digo que, aunque intento estar al día de todo lo interesante que se escribe en España, no creo que lo consiga, motivo por el cual en general no puedo opinar con un mínimo de fiabilidad. Los libros son una de esas cosas sobre las que más se opina sin haberlos leído ni de lejos, así que no quisiera yo hacer lo mismo.
Y ahora me pide usted permiso para acabar con un apunte autobiográfico suyo, no mío... Dice que hace años usted tenía La sombra del viento en su casa pero demoraba y demoraba su lectura porque bueno, ya se sabe, disponía de poco tiempo para leer, entonces pensaba que había que leer cosas más ¿serias? ¿Respetables? El caso es que dice que se reservó este libro mío, el primer pilar de mi tetralogía, para cuando justo acababa de dar a luz. Que pensó que en esa fase de su vida le convenía leer algo facilito. Y hombre, indescifrable no era, pero sí recuerda haber experimentado una inesperada galvanización, un enganchón. Se recuerda usted misma leyendo el final del primer capítulo con su niña prendida de su pezón, a altas horas, y al parecer se le grabó una frase que quizá describe bien lo que siente todo lector serio que además escribe cuando descubre que un autor que empezó a leer por encima del hombro se crece hasta devenir un pedazo de bestia. Un personaje de la novela cerraba cierto libro con el corazón “envenenado de envidia y de asombro”. Justo así se sintió usted con mi libro. Y llena de ganas de saber cómo sigue. Es una excitación casi sexual, me confiesa.
Bueno, pues me alegro de que me diese usted una oportunidad y lo disfrutase en un momento tan trascendental de su vida. Su experiencia me hace pensar que nunca hay que leer a nadie por encima del hombro, y menos a causa de lo que alguien con una agenda de intereses turbios le ha inducido a creer para ver qué tajada saca. Y celebro que sintiera esa excitación y ese placer sensual de la literatura. Me quedo con la imagen de ese pezón milagroso y esa criatura prendida. El milagro de la vida, en una estampa que me acaba usted de regalar. Cuídese y siga disfrutando de los libros y de los placeres de la piel, que la vida es breve.
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