Qué ganas le tenía yo a este ¿buenazo? ¿Banquero con piel de cordero? ¿Marido ejemplar o de los otros? Carlos Hipólito (Madrid, 1956) es un actor tan apreciado como versátil, tan capaz de convencer de tantas cosas, y también de sus contrarias, que no es raro que esté arrasando ahora mismo en el Teatro Maravillas con La mentira, de Florian Zeller, un enredo de esos finos, finos, donde comparte tablas, ente otros, con su esposa en la vida real, Mapi Sagaseta. Hay obras muy divertidas que a la hora de la verdad hacen pensar mucho. Y, no me pregunten por qué, en casi todas sale Carlos Hipólito. O su voz, si hablamos de la tele y de los Alcántara...
¿A que es bonito hacer la entrevista aquí, en la penumbra de la platea, poco antes de empezar la función? Pone usted cara de haber querido ser actriz de pequeñita, señorita Grau. ¿Acerté? (Carlos Hipólito se ríe muy a menudo, con una risa gutural y envolvente que puede llegar a ser inquietante. Ya lo verán). Bueno, vale, es verdad que estamos aquí no para hablar de usted sino de mí. La veo con los deberes muy bien hechos, muy puesta al día de todos mis grandes éxitos, que si en el cine he sido actor fetiche de José Luis Garci, que si en el teatro he hecho aportaciones clave a grandes éxitos de Jordi Galceran como El método Grönholm o El crédito...
Ha habido épocas muy pedantes, muy militantes, en que nos hemos puesto muy pesaos con las obras de tesis y hemos echado a mucha gente del teatro
Qué bien que a usted le gusten tanto como a mí este tipo de obras, este tipo de textos, línea Galceran, línea Yasmina Reza o, ahora, Florian Zeller. A veces a la crítica le ha costado tener este tipo de obras en la adecuada estima, pero si algo se demuestra aquí es que si tú al público le cuentas una historia más bien contada que pedante, y sobre todo una historia que tenga que ver con ellos, con sus problemas de cada día, con su realidad, funciona. El teatro debería ser un espejito en el que mirarnos y reconocernos. Como espectador a mí por lo menos eso es lo que me gusta.
Se detiene usted particularmente en Jordi Galceran y en lo que le costó que semejante exitazo que era además inesperado, El método Grönholm, se sacudiera el sambenito desdeñoso de obra menor, comercialota, etc. Pues si no llega a hablar de lo que habla, si no llega a ser una obra poco menos que visionaria, que veía venir la crisis y sus efectos demoledores en la gente... Si es casi una anunciación de todo lo que nos iba a pasar en cuanto empezaran a pinchar burbujas. Y luego ya El crédito no es que fuera premonitoria, es que era directamente sangrante. Y eso que el propio Galceran no se harta de decir una cosa que a mí me parece fantástica, que él no quiere hacer teatro de tesis, que le da igual que sus obras tengan mensaje o no, que lo que busca es entretener y divertir a la gente. Pues menos mal que no se planteaba nada más.
Dicho lo cual, al teatro uno va, yo por lo menos, a que me emocionen. A que me hagan llorar y a que me cuenten una historia. A que me cuenten algo que no sea una doctrina. No se va a teatro como se va a clase. Ha habido épocas muy pedantes, muy militantes, en que nos hemos puesto muy pesaos y hemos echado a mucha gente del teatro.
Había menos distancia entre Shakespeare y los clásicos griegos y el público que entre cualquiera de ellos y esos coñazos de tesis que últimamente se han llegado a ver sobre los escenarios. Los clásicos, clásicos, eran obras absolutamente populares, al igual que las de Lope de Vega. Esa especie de reticencia a respetar el teatro popular, cálido y entrañable, capaz de llegar tanto a la cabeza como al corazón de la gente, no es sino una muestra más de la inmensa cantidad de tontería que lleva encima mucha gente. No hay nada malo en gustar al público.
Yo soy un actor de los pringaos, nada que ver con esas estrellas que piden orquídeas en el camerino o champán en orinal de plata
Seguramente es verdad, como se dice, que el teatro y las series de televisión se están convirtiendo cada vez más en las trincheras del talento que huye despavorido del cine y de sus presupuestos imposibles. Sugiere usted que yo como soy actor sobre todo de teatro y de series, debo de estar en la cresta de ola. Pues sí, fíjese en que eso está pasando mucho a nivel internacional. Yo creo que la vanguardia narrativa dramática, ahora mismo, está en la televisión, bastante más que en el cine. Hablando de series americanas que nos gustan, icónicas, etc. Allí se busca al espectador adulto, exigente, con el paladar bien curtido. Así pueden hacerse series como Breaking Bad, The Wire, etc. Los productores tienen más margen.
¿También se busca para eso otro tipo de actor? Uno que no pida orquídeas en el camerino y champán en orinal de plata? Qué va, yo para nada, es más, cuando leo sobre las exigencias y las extravagancias de otros actores, pienso que yo soy un pringao y nada interesante. No hago ni digo cosas raras, no me veo inmerso en escándalos, no me pasan cosas de esas como que siento que el personaje se ha apoderado de mí y se ha quedado a vivir conmigo. Pues mire, a mí no me pasa eso. Yo sólo vivo con mi señora y con mi hija. Y la perra, claro. Yo no tengo nada que ver con eso, pienso, que poco interesante y glamuroso soy (risas).
Yo, feliz de ser así, porque a mí no me ha faltado el trabajo nunca, y, realmente, ¿para qué sirve lo otro? Aquí lo importante es tener trabajo y que el trabajo sea bonito, y yo ahí he tenido una sueeeeerte. El status social que te da hacer determinados papeles es muy poco comparado con un patrimonio que yo creo que sí tengo y que es, por un lado, la continuidad en el trabajo, que eso sí que es fundamental, y contar además con el respeto y con el cariño de muchos compañeros. Yo eso lo noto mucho.
¿Pandillero, dice usted? Bueno, yo he sido muy salidor, lo fuimos mucho con Mapi, con mi chica, lo pasábamos muy bien juntos de noche hasta que nació nuestra hija y, quieras que no, todo se remansó... Pero es que además, oiga, llegó un momento en que salir a mí me empezó a dar pereza. Pereza, sí. Es que cuando yo salía me gustaba mucho escuchar a la gente. Mejor dicho, me gustaba mucho al principio, porque llegó un momento en que casi me convertí en la ONG de todo el pesao de turno que no tiene a quien soltarle su rollo. ¡Siempre me lo soltaban a mí! Hasta que de repente un día empecé a darme cuenta de que perdía muchísimo tiempo en este plan. Empiezas a priorizar otras cosas, como tu propio tiempo.
Pero volviendo a lo que le decía, ese patrimonio que yo creo que tengo, que es el respeto de la gente de mi oficio, más el tener trabajo y poder vivir de él, es que, ¿para qué más? ¿Qué más quiero? Sin ser una estrella ni nada, aquí donde me ve hasta me han colado en algunos restaurantes que estaban llenos.
¿Qué tipo de restaurante? Yo no soy muy de barrio. Yo vivo en el campo, en Valdemorillo, en una urbanización en medio del monte. Llevo veintitantos años viviendo ahí. Soy poco de tasca de barrio y de tal. Eso sí, me gustan mucho los guisos, la cocina tradicional. Una buena carrillera, un buen cocido. ¿Algún secreto dietético para mantenerme como me mantengo? No, genética pura, porque no he pisado un gimnasio en mi vida. De verdad. Mi única gimnasia ha sido siempre el escenario, y allí me dejo yo unos kilos. Esto es suerte. Yo acabo de cumplir 60 tacos y no entiendo cómo ha podido pasar esto. ¿Cómo he podido yo llegar a tener esta edad? Pero al estar delgadito y conservar el pelo, más o menos, doy el pego de parecer más joven, pues no sé, en vez de 60, 58...
El 21% del IVA cultural machaca no sólo a los actores sino a muchas empresas de técnicos, electricistas, vestuario, tanto hablar de proteger a las pymes, ¿qué pasa con las pymes de la cultura?
¿Cómo dice? ¿Qué usted como periodista se ha hinchado a entrevistar actores y actrices y con el tiempo ha acabado entendiendo la poco amable expresión “ganado” que les dedica algún que otro director de cine? ¿Que usted misma ha sufrido en sus asombradas carnes que muchos actores, si les quitas de debajo de los pies el taburete del guionista, resultan no ser exageradamente inteligentes... vamos a dejarlo así? Bueno, es que este es un trabajo en el que no se piden títulos (risas).
Almodóvar llegó a decir, según recuerda usted, señorita, que a él le deba igual trabajar con actores tontos. Pero, con un actor inteligente, bien formado y que piensa, ¿no se puede narrar mejor, no se pueden contar más cosas?, indaga usted. Yo creo que en general, con menos inteligencia se puede hacer menos de todo. Es más difícil ser buen actor porque te faltan matices, como una guitarra con menos cuerdas. No es que me crea yo aquí el paradigma de la inteligencia ni nada de eso, pero bueno, yo hice mi carrerita universitaria, no llegué a terminarla, pero empecé Arquitectura, y estuve ahí, tengo cierta preparación intelectual, más autodidacta que otra cosa, porque soy básicamente un chiquito que lee, pero yo prefiero trabajar con compañeros que tienen una capacidad un poquito más honda de estudiar los personajes que con los que, por mucha intuición que tengan, se quedan en una especie de primera lectura, sólo en la superficie. Cuando los personajes, como las personas, tienen muchas capas. Son como las cebollas.
Cambiando de tercio, comenta usted que a mí la crisis me ha respetado, pero en cambio con el conjunto del colectivo... Muchos compañeros lo están pasando mal, muy mal. No sólo actores, cuidado, que este sector mueve y abarca muchas otras profesiones. El famoso 21% del IVA nos ha machacado mucho. Yo tengo la secreta esperanza de que lo bajen, ¿no decían que lo iban a poner en el 10?, pero en fin. Ojalá. Tanto que hablan nuestros políticos de que hay que favorecer a la pequeña y mediana empresa, se olvidan de que esas pymes que tanto quieren favorecer ellos fuera del ámbito cultural, pues existen también dentro. Desde luego en el teatro hay mogollón de pequeñas y medianas empresas que se dedican a fabricar sombreros, a hacer maquillajes, a vender objetos de iluminación o aparatos para sonido, y tú no sabes la cantidad de empresas de esas que han tenido que cerrar en los últimos años. Pero una barbaridad, eh.
Todo eso son familias que se quedan sin trabajo. Porque la gente tiende a pensar que en nuestro sector sólo trabajan los actores, pero hay muchísimo personal técnico detrás. Y ahí la crisis ha sido salvaje. Y menos mal que existen teatros públicos, sin un afán de lucro tan claro como el de la empresa privada, que todavía pueden afrontar textos clásicos. Si te fijas ahora casi todas las funciones son de dos, tres, cuatro personajes, no se puede abarcar más porque es un riesgo enorme. Claro, entonces, ¿dónde se te queda Shakespeare, dónde se te queda Molière, Lope de Vega, los grandes autores del teatro universal?
Yo soy un histórico votante del PSOE y estoy ahora mismo desolado; pero no todos los actores votamos lo mismo
Me pregunta usted si en este país la cultura se posterga, es la “maría” de las Administraciones, por insensibilidad de los políticos, o porque la cultura, sobre todo la audiovisual, se ve como una cultura ideologizada, demasiado abocada a la toma de partido y de partidismos? Que si cada año se monta un follón en la entrega de los Goya, que si se hace cine de izquierdas o de derechas... Uf. Yo creo que hay de las dos cosas. Hay cierto papanatismo, como ya ha dicho algún ilustre político, que cree que el teatro no es cultura sino espectáculo, entretenimiento sin más. Ese papanatismo les lleva a pensar que la cultura es algo prescindible, cuando en realidad la cultura es el alma de un país. Los franceses lo tienen clarísimo. Y nosotros, lamentablemente, a pesar de ser vecinos, pues no tanto.
Pero, por otro lado, es verdad también ese susto que les da que opine la gente. En nuestro sector nos ponen constantemente grabadoras delante. Yo personalmente no voy dando mítines políticos cada vez que me hacen una entrevista, ni mucho menos. Pero si a mí me preguntan qué pienso de esto o de lo otro, pues yo contesto. Y de repente me he encontrado con que por haber dado mi opinión me han insultado, me han dicho que quién me creo que soy, que si voy de intelectual... Cuando yo nunca he intentado dar lecciones a nadie de nada. Simplemente soy una persona educada y, si me preguntan de algo, contesto. Y eso les asusta a veces.
Totalmente de acuerdo con usted, señorita, cuando se pregunta si no hay cierta sobredimensión de las opiniones de los actores, que por qué diablos tenemos que saber más de política nosotros que un panadero o que un frutero... Pues claro que no. Y nadie deja de comprarle el pan a un señor porque se sepa que vota a Donald Trump, por decir algo. En cambio, en el oficio de actor el posicionamiento político sí que pasa factura. Estigmatiza, tanto a favor o en contra. “No me puedo creer que Carlos Hipólito sea de esos, entonces ya no voy a verle”. Cosas así. O como la que se ha liado ahora con la última película de Fernando Trueba. Me parece injustísimo. La gente piensa que todos los actores y directores somos unos rojos tremendos que vamos de intelectuales y de listos... y para nada, hombre. No hay que ser sectario. Yo tengo amigos de todo el espectro político y social. Gente de derechas, de izquierdas, de todo tipo, incluso dentro de mi propia familia. Qué pesadez seguir enfrentados, con el guerracivilismo...
La mentirijilla en pareja está bien, la gran mentira que implica traición o deslealtad, no
Si a pesar de todo lo antedicho se empeña usted en preguntarme, yo soy un histórico votante del PSOE y estoy ahora mismo desolado, porque el espectáculo es lamentable y llega un momento que ya no sabes para dónde tirar. Yo soy uno de los desencantadísimos. Pero oiga, volviendo a lo de antes: es un error pensar que todos los actores pensamos y votamos lo mismo. Seguro que muchos miembros de nuestro colectivo votan al PP, a Podemos, a IU, a mil cosas.
Para terminar, hablemos un poco de La mentira, la obra que hago ahora. Pues sí, es un pedazo de comedia de enredo que pretende reflexionar sobre si el cien por cien de sinceridad es bueno en la pareja y qué grado de mentira es o no es aceptable. ¿Que si yo miento mucho? Yo no. Yo soy poco mentiroso y no me gusta mucho la gente mentirosa. Pero sí creo que dentro de la pareja hay mentiras, o más bien mentirijillas, imprescindibles. Ejemplo: ¿qué cara tengo, cariño? Cuando ella te pregunta eso por la mañana, cuando las ojeras le llegan al suelo, y tú con todo tu aplomo le dices: “Estás preciosa, mi amor”. Da igual, si en dos horas ya va a volver a tener buena cara, ¿qué ganas creando inseguridad? Ese tipo de mentirijilla a mí me parece estupendo. En cambio las mentiras que implican deslealtad o traición, esas no me parecen nada bien.
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