Simon Casas (Nimes, 1947), que en realidad no nació llamándose así pero se llama así porque así tiene que ser, porque tiene razón, corazón y derecho, ha llegado a la arena de Las Ventas para revolucionar culturalmente la tauromaquia y también para dar fin a su personal, larga e intensa búsqueda de la tierra prometida. Nunca nadie mereció tanto ser de donde no ha nacido, mayormente por un error de Isabel la Católica que parecen tentados de repetir hoy algunos políticos estrechos de miras.
¿Yo, el nuevo empresario de la plaza de toros de Las Ventas? Perdone, empresario, no. Productor. Hay un matiz: el concepto de empresario es un concepto comercial. La tauromaquia es un arte. Mi actividad consiste en organizar eventos artísticos. Como históricamente los que lo hacían se autodenominaban empresarios, yo he querido marcar una pequeña diferencia conceptual. Llamar a lo que hago de una manera que evoque más a los productores de cine, de teatro, porque sinceramente creo que está más cerca de eso. El arte se produce, sí. Hay una producción económica, pero sobre todo se busca producir emociones. Estética. Sueños. Yo me considero productor de emociones, de estética y de sueños.
Esta diferencia conceptual significa mucho para mí y para el mundo del toro.
El mundo del toro, en lo que se refiere a su producción, se ha quedado un poco anclado en el pasado. El toro, el animal, es el alter ego del torero. El uno no puede crear belleza sin el otro. Históricamente el empresario taurino venía del mundo rural, de la fiesta del pueblo, en el siglo XIX y a lo largo de todo el XX. Yo creo que en el siglo XXI la tauromaquia mantendrá su arte y su ritual, pero la producción no puede ser la misma. Porque la sociedad ha evolucionado de tal manera que el empresario de corridas de toros debe evolucionar de modo acorde. No ha sido el caso. Los empresarios se han quedado en su visión, en su concepto decimonónico.
Se trata de contestar a Isabel la Católica y a unos cuantos Rufianes… España para mí es el pecho de mi madre
Yo he querido cambiar eso. Lo estoy cambiando, seguramente porque yo soy distinto, no soy un taurino como los demás. Mi esencia y mi historia son otras. Soy francés, para empezar. Vengo de un mundo lejano históricamente a la esencia de la tauromaquia...
Me interrumpe usted, señorita, para recordarme y recordar al lector que yo de donde vengo es de Nimes, y que difícilmente se puede ubicar a Nimes en las antípodas de la tauromaquia, cuando es uno de sus templos. ¿No era en Nimes donde decían que era más importante controlar la plaza de toros que ser el alcalde?, me pregunta usted.
Pues sí, soy de Nimes, y en Nimes hay mucha tradición taurina, y el evento mayúsculo de la ciudad son las dos ferias. Pero hay una diferencia. Ser de Toledo, de Sevilla, de Valencia o de Cuenca y tener una actividad taurina es lo normal históricamente. En Francia el evento podía tener su importancia, como las fiestas de Nimes, pero que un francés quisiera ser torero él mismo era algo implanteable... Inimaginable. Y ser empresario también. Y ser subalterno, banderillero o picador también. Cuando yo llegué al mundo del toro, la tauromaquia era un espectáculo al 100 por 100 de importación en Francia.
Apunta usted que le llama la atención que la gente asocie tan intensa y casi exclusivamente los toros con España, cuando la raíz profunda de la tauromaquia es mucho más amplia, abarca todo el Mediterráneo, Oriente Medio, etc.
Totalmente cierto. ¿Que por qué se concreta entonces más en España que en otros sitios? Vamos a ver. El ritual del enfrentamiento del hombre y del toro es ancestral y está presente en todas las grandes culturas y civilizaciones, más, efectivamente, en las del entorno del Mediterráneo, desde antes de Cristo. Basta leer novelas como Sinuhé el egipcio. Y la primera letra hebrea, aleph, significa toro.
En resumen, el toro es culturalmente omnipresente. El juego sagrado de la dualidad torero-toro es transversal a casi todas las culturas. Pero los juegos con el toro varían según la historia de cada país. La tauromaquia francesa existe. Era de recortadores. En Portugal, de rejoneadores. La tauromaquia española ha tomado en cambio su forma escenográfica con la lidia y muerte de un toro. Todo es tauromaquia. Lo que era de importación en Francia era la usanza española, la tauromaquia que incluía dar muerte al toro. Es un espectáculo que se empezó a importar en el siglo XIX con Napoleón III, pero no había profesionales de la tauromaquia en Francia. No había ganaderos, no había toreros. Ni empresarios. Lo cual en mi vida personal me ha obligado desde la adolescencia a interrogarme a fondo sobre el sentido de mi tenaz y extraña vocación. El sentido de mi diferencia con mi entorno cultural, histórico y social.
Un bonito epitafio para mí sería: aquí descansa el hombre que hizo torear a las mujeres
Desde los 7-8 años de edad me estoy preguntando quién soy y por qué hago esto, por qué soy una especie de taurino errante... ¿Como el judío errante, dice usted? ¿Que si en realidad yo lo que quiero es coger Sepharad por los cuernos? Ya llegamos a mi origen sefardita, sí. Yo era francés y, por parte de madre, de procedencia sefardí. El idioma materno mío es el ladino, el español del siglo XV. Yo de niño no entendía de estas cosas. Yo no vivía con mi padre, vivía con mi madre, mi tía y mi abuela (mis padres estaban separados) y el idioma materno no era el francés, era el ladino. Venían de Turquía y no hablaban turco. Estaban en Francia y no hablaban francés. Entonces mi idioma materno fue un idioma de incomprensión, que nadie entendía. Poco a poco, a lo largo de muchos años, he entendido que ese era el verdadero idioma de mi identidad.
Mi identidad tiene por tanto cinco siglos de historia y es al mil por cien española. Castellana. Yo soy castellano. Tardé en entenderlo. La primera vez que vi salir a un torero a hombros en la plaza de Nimes yo tenía siete años. Aquello era maravilloso. Salía como un verdadero héroe. Le llevaban al mejor hotel de la ciudad, donde le esperaba el coche más bonito, un Rolls Royce o un Hispano Suiza. Yo intuitivamente me sentía atraído por eso, por esa raíz de mi identidad. La más gloriosa que yo pudiera imaginar. Un camino que llevo recorriendo toda mi vida.
Me pregunta usted si es verdad que mi sueño es recibir mi pasaporte español, y que me lo entregue en mano el rey de España. Pues simbólicamente, sí. Yo quiero mi pasaporte español, que va a ser el último paso para reencontrar definitivamente mi identidad española, a la que doy una importancia trascendental, porque es el sentido de mi vida, ni más ni menos. Sé que yo lo puedo tener mañana, mi pasaporte español. Desde el año 64 soy residente en Madrid. Lo tengo mañana si quiero. Pero lo quiero por ser sefardita. En las Cortes, hace tres o cuatro años, se votó precisamente una ley que permite a los sefarditas pedir la nacionalidad española.
¿Que si lo que yo quiero es entrar por la puerta grande? Pues sí, quiero eso. Y voy a ir más allá. Ya que toda mi vida, toda mi existencia, ha estado guiada por esta búsqueda simbólica, alcanzar ese símbolo es mi mayor sueño. Obtener mi pasaporte español como sefardita y que me lo entregue el rey de España. Una manera fantástica de contestar históricamente a Isabel la Católica.
El torero cuando entra a matar ofrece su vientre, y no es lo mismo el vientre del hombre que el de la mujer, que es dador de vida... ¿Que qué pasa si el pitón da un poco más abajo, en los testículos, que también dan vida? Puede ser, pero no es lo mismo echar un polvo que portar vida dentro nueve meses
Me sorprende usted con una repregunta explosiva: ¿y si en vez del rey me lo entregara la reina de España? Con esto consigue descolocarme unos segundos, muy pocos, pero los suficientes para darle tiempo a usted a colar que no debe ser la primera que me dice a la cara que soy un hombre muy guapo, muy atractivo. Y encima va y añade: “Cuando pienso en la cantidad de hombres españoles de su generación que si hubieran podido ser altos, rubios, guapos y franceses y no tener nada que ver con los toros habrían preguntado, dónde hay que firmar…”. Y se ríe usted, señorita. Hay que ver cómo se ríe.
Yo entiendo que a sus ojos mi tránsito identitario debe de parecerle poco común, muy original, incluso fascinante. Insiste usted en la idea de que yo aspiro con todo mi corazón a algo que muchos de aquellos que ya lo tienen no ponen en valor. Vamos, que se trata de contestar, no ya o no sólo a Isabel la Católica por la expulsión de los sefarditas de España, sino a unos cuantos rufianes por su desdén hacia lo español. Pues sí, lo podemos ver así. España para mí es el pecho de mi madre. Tengo que mamar la historia de España para reconducirla en toda mi alma hasta la parte intelectual. Es una reivindicación de todo el sentido de mi ser. Tengo que ritualizar mi ser español. Yo elijo España porque España es mi país.
Me pregunta usted a quemarropa si escribo mi nombre a la española y con acento, Simón, o a la francesa sin él. Bueno, por ahora, sin acento (baja la cabeza contrito). La magia de los nombres muchas veces funciona así. La primera vez que mi apoderado español me preguntó mi nombre pasó lo siguiente. Él tenía claro que Domb, mi apellido paterno, que es polaco, no servía. Pero como yo, mintiendo un poco, le había dicho que mi madre era española, él me preguntó cuál era el apellido de ella, a ver si nos valía más. Cazes, dije yo muy bajito. Y él entendió Casas y dijo, muy bien, Casas es perfecto. Y Casas se quedó. Los prodigios numinosos suceden así. Yo articulé mal el nombre de mi madre porque la culpabilidad del judío errante me trababa la garganta. Y así salió lo que salió. Todo es justo, todo está en su sitio. Sólo me falta el pasaporte.
Pero usted no se resigna a irse de aquí sin que hablemos un poco de lo que usted llama mi vida de película: mis inicios como torero espontáneo, mi matrimonio con una rejoneadora a la que casi tuve que raptar, una mujer bellísima, como bellísimas son las hijas que he tenido con ella. Yo no sé si eso es una vida de película, ya ve. Yo me he limitado y me limito a interpretar mi papel existencial, a seguir el guión escrito por la Historia. Sólo dedicarte a los toros ya te mantiene en una tensión constante en relación con la vida y con la muerte, una búsqueda poética sin fin.
Últimamente se ha abierto una fractura entre la tauromaquia y la sociedad. No es una fractura definitiva, se puede reducir
Insiste usted en querer exprimir el detalle de que yo me casé con una mujer que toreaba en un momento en que los hombres de este país tenían miedo de las mujeres que fumaban. ¿Que cómo es el amor con una mujer que torea? Bueno, es verdad que yo no sólo me casé con una sino que luego he sido apoderado de casi todas las toreras que han destacado. Fui apoderado de la mejor torera a pie que ha habido, Cristina Sánchez. Esto me llevó a pensar que un bonito epitafio para mí sería: “Aquí descansa el hombre que hacía torear a las mujeres”.
Pero, ¿cómo es en el plano íntimo estar con una torera?, se empeña en no cejar usted. Mire, la condición femenina en el mundo del toro está muy marginada históricamente. No porque la mujer tenga menos valor que el hombre, yo considero que en cierto modo tiene más. Pero no hay que olvidar que la tauromaquia procede de un país muy machista. España es como es. La mujer torero, a caballo, es como una amazona. No tiene nada que envidiar al hombre. A pie, imita al hombre. Y todo lo que sea imitar, no es bueno. Por eso hay poco margen para la mujer en la historia del toreo. No por falta de valor, no por falta de entrega, sino porque la limita imitar al hombre.
En cambio, hay visiones de la tauromaquia, arguye usted, en que al torero hombre, al torero macho, se le atribuye un rol profundamente femenino frente al toro. Totalmente de acuerdo. El torero está feminizado, por el traje de luces, por sus gestos, pero hay una diferencia fundamental con la mujer. El vientre. El vientre es básico en el despliegue gestual de la tauromaquia. El torero ofrece su vientre cuando entra a matar.
Cuando la izquierda radical se opone a la tauromaquia, eso es una postura ideológica estrecha, por no decir estúpida. La tauromaquia no es de derechas ni de izquierdas. Es un arte transversal a todas las ideologías. Sus valores son universales
Hay una diferencia brutal entre el vientre de la mujer y el vientre del hombre. Del vientre de la mujer nace la vida. La mujer que entrega su vientre, que lo expone a los pitones del toro, está ofreciendo, está arriesgando mucho más que su propio vientre. Simbólicamente arriesga todo el centro del nacimiento de la vida. En el momento de entrar a matar es en el único momento en que el torero pierde el control de su vientre, que queda a merced de los pitones. Y ahí la diferencia entre ser hombre y mujer, ya le digo, es fundamental.
Ahora va usted y me pide perdón, señorita, por si a mí se me ocurre pensar que es una ordinariez la pregunta que viene ahora. Y la pregunta que viene ahora es: ¿y qué pasa si el pitón da un poco más abajo del vientre? Argumenta usted que en el momento de entrar a matar y desprotegerse del vientre para abajo, el hombre también se juega una parte bastante sensible de su anatomía y no menos importante para la reproducción de la especie. Ya, pero portar la vida durante nueve meses no es igual que echar un polvo. Veo que se ha quedado usted un tanto pálida al oír esto. ¿Le pasa algo? ¿Quiere un vaso de agua?
Me dice que no y opta por cambiar de tercio y por preguntarme por mis planes para Las Ventas. Bueno, pues el plan es intentar -lo digo sin modestia pero con humildad- volver a coser la fractura que se observa desde hace alguna década entre la tauromaquia y nuestra época. Esta fractura, este anacronismo. Históricamente muchos artistas, escritores, filósofos, pensadores, etc., supieron encontrar en la tauromaquia valores universales. Últimamente se ha abierto una fractura. No es una fractura definitiva, se puede reducir. Se trata de readaptar la sintonía y de disipar malentendidos.
Si tuviera que ser un animal, preferiría mil veces ser un toro de lidia a un animal de compañía o una mascota que ni siquiera sabe que existe la muerte. Entiendo que eso no se entienda o hasta que se rechace. Pero, por favor, no en nombre de la estupidez o de la falta de cultura
Por ejemplo, cuando la izquierda radical se opone a la tauromaquia, eso es una postura ideológica estrecha, por no decir estúpida. La tauromaquia no es de derechas ni de izquierdas. Es un arte transversal a todas las ideologías. Sus valores son universales. La vida. La muerte. La belleza. El respeto absoluto al animal aunque se le dé muerte. Si yo tuviera que ser un animal, quisiera ser un toro de lidia. Vivir y morir con esa sublime dignidad y libertad de matar al hombre que me mata, preservando todas mis pulsiones salvajes. Y además, si soy bravo y noble, puedo ser objeto de un indulto. Prefiero mil veces ser esto a ser un animal de compañía o una mascota que ni siquiera sabe que existe la muerte. ¿Cómo se puede vivir bien sin comprender la muerte? Por eso la tauromaquia es sagrada. Entiendo que eso no se entienda o hasta que se rechace. Pero, por favor, no en nombre de la estupidez o de la falta de cultura. Yo no soy un hombre cruel, ni anacrónico. A lo mejor los anacrónicos son ellos por su incapacidad de reflexionar más allá de la evidencia...
Antes se me quedó usted muy pálida y ahora de repente le brillan los ojos como si fuera... ¿Qué dice, que me quiere pedir perdón…por haberme llamado francés? ¿Y que en cambio me quiere dar las gracias por ser español? De nada, señorita. Un placer. Y la historia de mi vida.
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