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Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) anda de bodas de plata, de celebración de sus 25 años como modista. Que no modisto, que él no se deja llamar así. Le sacan de quicio la pérdida de tiempo y de neuronas, así como el mal gusto y la estupidez. Más o menos por este orden. Nos recibe en su taller de Claudio Coello en un luminoso día de verano, solo matizado por algo de pesimismo y en vísperas de que en la capital atruene el Orgullo Gay. Un orgullo que él vivirá de lejos —como todo hijo de vecino de Chueca— pero que reivindica sin pelos en la lengua ni en el alma. Igual que se reivindica amigo de la infanta Cristina a las duras y a las maduras. Y admirador de las donaciones de Amancio Ortega. Dí que sí.
¿Que cómo se siente uno ya con tantos años de carrera a sus espaldas? Pues muy cansado, señorita, muy cansado. Ojalá tuviera un jefe que me pudiera prejubilar. También muy orgulloso, muy satisfecho y muy contento, desde luego. Pero cansado… ¿Cansado de cansancio o de ir contra corriente?, me pregunta usted. Pues mire, de las dos cosas. Porque, además, el mercado, la industria, la sociedad, el mundo de la moda... están tomando un rumbo con el que yo cada vez estoy menos de acuerdo. Por cierto, antes de que se me olvide: usted y yo coincidimos como colaboradores en el programa de Julia Otero en Onda Cero, déjeme decirle que estuvo usted muy bien, señorita, el día que en el Gabinete de JELO usted defendió las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública. No me gustó nada la posición de Elisa Beni… Yo no puedo estar más de acuerdo con usted y con lo que ha hecho Amancio Ortega. ¡Por favor! En primer lugar porque a caballo regalado no le mires el dentado. ¿A dónde hemos llegado?
Sí, señorita, efectivamente, esto ya parece el mundo al revés, la envidia española elevada a la máxima potencia. Un señor como él, a quien le han ido bien las cosas, decide compartir con todos nosotros parte de su riqueza, de su beneficio, en una cosa además que más blanca y más políticamente correcta no puede ser, ¡equipos para curar el cáncer y tras asesorarse por los expertos! Vamos, que tampoco es que Amancio Ortega haya dicho: "Os voy a regalar tal o cual cosa que me sobra de mi Fundación". Que hasta ahí podíamos llegar a verlo mal, a decir, pues no aceptamos las migajas de nadie. Pero es que no es en absoluto el caso… Va él, ofrece ese dineral y pregunta: "¿Qué hace falta, qué queréis que compre?
Pregunta usted si nos estamos volviendo todos locos. Yo creo que sí. Fíjese por ejemplo en este recorte de prensa que tengo aquí sobre cómo una Administración pública es capaz de gastarse un dineral en ¡un manual de buenas prácticas de la Comunidad de Valencia para eliminar el lenguaje sexista! ¿Pero cómo se pueden gastar nuestro dinero en chorradas como esta? A ver, por un lado nos dicen que hay miles de niños en estado de emergencia y de pobreza y muriéndose de hambre en España, ¿y luego se gastan el dinero en gilipolleces así?
¿Subvencionado? Yo no voy a usar esa palabra porque luego me dicen que soy tóxico…Conozco gente que se queja de que por desfilar en Cibeles le cobren 4.000 euros, y yo le pregunto, ¿y de verdad te parece mucho? Si por 4.000 euros ya no reservas hoy ni un restaurante para una primera comunión… Y te están pagando la pasarela, los focos, las modelos, la peluquera, el maquillador, la prensa, el sitting, el fitting, todos esos anglicismos ridículos. Si eso no es subvención, que baje Dios y lo vea.
Sí, como yo vengo diciendo, la moda de autor se está muriendo, pero no aquí sino en todas partes. Ese momento de los grandes creadores, Armani, Ungaro, Versace, Jean-Paul Gaultier, el boom de los años 80 y primeros 90 que yo tuve el privilegio de ver de cerca y de vivir en persona, fueron años maravillosos… Eso ya se ha terminado. Los últimos nombres propios que han logrado crear un imperio internacional global han sido los Dolce&Gabbana y, ya de refilón, Roberto Cavalli. Ha habido creadores, modistas muy potentes, pero siempre asociados al paraguas de una marca: Galliano con Dior, Alexander Mcqueen cuando estaba con Givenchy, Tom Ford cuando estaba con Gucci… Pero un nombre propio y nada más, que esté haciendo su camino y su marca, eso ya no se ve, ya no sale. Se necesita tantísimo dinero que es muy difícil.
¿Que cómo se explica entonces mi larga supervivencia, por ejemplo? Bueno, a nosotros nos va bien, funciona el compromiso con el equipo y con las clientas, esa empatía para continuar… Pero de repente llega un fin de semana que me voy a ver a mi hermano, que ha vendido o alquilado todo lo que tenía y se ha ido a vivir a un pueblecito de Santander, y te entra la tentación de replantearte muchas cosas.
Apunta usted, señorita, que la lealtad es importante en este negocio, lo cual no puede ser más cierto, y subraya que yo tengo fama de leal... Eso va por la infanta Cristina, ¿no? Pues sí, yo intento ser leal. Sobre todo en este caso, porque en 1997, cuando hice su traje de novia, yo acababa de llegar, era un virtual desconocido. En ese momento doña Cristina hubiera podido elegir a cualquier otro diseñador nacional o internacional, cualquiera hubiera vendido a su madre y a su abuela para vestirla. Y de repente nos elige a nosotros, un taller diminuto en Madrid. Pues qué quiere, yo le voy a estar agradecido siempre. Siempre. Siempre. Por lo demás, hacerse la foto con ellos a las buenas, cuando todo va bien, es muy fácil. Lo difícil es estar allí cuando las cosas ya no van tan bien… ¿Que si la sigo vistiendo? No, eso no, porque ella ya no tiene, ni creo que quiera tener, esa vida social que tenía, pero sí la sigo viendo, mantenemos una relación muy cordial. No somos íntimos amigos porque no soy tan presuntuoso como para decir eso, pero nos tenemos mucho cariño. ¿Qué puedo compartir con usted de cómo está ahora ella? Pues nada de nada, prefiero no entrar en eso.
Suelta usted la presa (pero sólo un poco) para hacerse eco de la opinión de algunos de que los vestidos más bonitos y más impactantes que ha llevado nunca doña Letizia, la actual reina, han salido de mi taller. Eso es cosa suya, de la prensa, ahí no me meto… Dejé de vestir a doña Letizia hace mucho. ¿Por qué ella quería marcar distancias con un amigo de la infanta Cristina?, me pregunta usted. Mire, yo eso no lo sé. Hay leyendas para todos los gustos. A mí no me preocupa lo más mínimo. Si tuviera que analizar por qué unas clientas, amigas de doña Letizia, dejan de venir al taller, te ponen en barbecho y luego a los 20 años reaparecen... Pues no lo sé. Volvemos a lo de antes, a la lealtad. Fidelizar a una clienta cada vez es más difícil. Yo vestí a doña Letizia varias veces en los primeros años de su matrimonio, creo que hicimos un buen trabajo, unas cosas salieron más bonitas que otras pero en general salió un trabajo muy digno y muy correcto. Luego ella se decantó por Felipe Varela, que es un magnífico compañero que yo creo que lo hace lo mejor que puede y sabe, y ya está, no le demos más vueltas.
¿Qué me parecen los actuales estilismos de la reina? No voy a analizar eso. Lo único que le diré es que cualquiera de nosotros que tenga que estar bajo la lupa las veinticuatro horas del día, con 300 millones de personas opinando sobre cómo vistes, pues siempre vas a tener algún resbalón. Que somos todos seres humanos, tanto ella como Felipe, como la estilista que tiene ahora… ¿Cómo no vas a fallar en algo si te están analizando hasta el color del pespunte de tu sujetador? Si eso es de cajón.
Yo no suelo vestir a hombres excepto para el teatro, ahora acabo de hacer el vestuario de Ricardo III. Son profesiones muy distintas. Fidelizar al hombre por la moda es mucho más fácil porque el hombre es mucho más simplón. Va dos veces al año, se compra cuatro veces los mismos pantalones y seis la misma camisa, que es la que a él le gusta, en colores distintos, y ya está. Ahora gracias al movimiento gay, que se celebra precisamente este fin de semana, ha empezado a instaurarse cierta tradición masculina de prestar más atención a la indumentaria y al aspecto, al cuidado personal.
Salta usted rauda que cuando se habla de Orgullo Gay todo el mundo piensa que todo se reduce a la parranda y la bacanal, pero para nada, es un fenómeno mucho más amplio y profundo. Mire, hace poco hubo una exposición en un Museo Romántico que a mí me decepcionó porque pasaba por alto lo más importante que sucedió en la etapa romántica desde el punto de vista de la indumentaria, es lo que está reconocido y estudiado como la Gran Renuncia. El hombre en esos años que van del XVIII al XIX renunció a vestirse. Adoptó el uniforme del traje de tres piezas en colores oscuros, la camisa blanca con su corbata, y ese es el modelo de elegancia masculina que ha sobrevivido hasta hoy. Ahora esa tendencia está empezando a invertirse, a volver atrás en el Romanticismo… Los hombres vuelven a vestirse con colores, a arriesgar con telas bordadas, con nuevos formatos.
Me pregunta usted, señorita, si sigue habiendo una moda gay y una moda hetero (para los hombres), y yo le contesto que yo creo que no. Creo que cada vez las fronteras están mas difuminadas. En realidad, vamos hacia un mundo donde la moda va a ser absolutamente unisex. ¿Que si eso es bueno o malo? No sé, simplemente está ahí. En verano todavía vosotras, las mujeres, pues como usted que hoy lleva un vestido con su color y con su escote… Pero sobre todo en los meses de invierno tú vas por la calle y miras cómo va la gente y podrías perfectamente intercambiar lo que llevan hombres y mujeres.
Curiosamente donde más se conservan los códigos clásicos de la masculinidad y la feminidad es en los trajes de ceremonia: las bodas, grandes eventos, alfombras rojas… Asiente usted con algo de pesadumbre, señorita, y me pregunta si el desenlace fatal de la moda unisex no es hacer extensiva a ambos sexos aquella Gran Renuncia que yo le decía, que absolutamente todo el mundo renuncie a vestirse. Para mi gusto, sí. Tiene hasta que ver con los cambios de roles sexuales, el avance de la ambigüedad, uno se viste así, neutro, y luego ya se verá.
Apunta usted que le parece curioso que cuanto más avanzan, o eso se dice, las libertades sexuales, más retrocede la libertad de vestirse con cierta originalidad, crecen la uniformidad y la mojigatería… ¿Cómo se habla tanto de moda y se hace tan poco uso de ella? La ciudadanía, como dicen los políticos, cada vez es más manipulable, más inculta y con menos ganas de dedicar dos minutos a reflexionar sobre lo que está viendo o leyendo. Yo soy superpesimista, lo siento, a mí el siglo XXI cada vez me gusta menos. Y con internet nos han contado el cuento de la lechera, nos habían prometido un mundo más libre, más democrático, y es la mayor estafa de la historia de la Humanidad. Todo lo contrario, cada vez estamos más manipulados y más controlados.
¿Que si me quedo en Madrid para el Orgullo Gay? No, me voy fuera para huir del ruido y del follón. Pero que conste que no admito críticas ni quejas de los vecinos. A ver, Chueca era un barrio espantoso, que llegó a ser incluso peligroso, y ahora gracias a esto se ha convertido en uno de los barrios más punteros y más revalorizados de Madrid. ¿No valen los beneficios de eso, que son muchos, sacrificarse una semana al año? Yo estoy harto de decirle a algún vecino mío: "Oye, que tú vives en un piso interior de mierda, en un cuchitril de mierda, que en los años 80 no te lo habrían cogido ni regalado, ahora lo puedes vender por medio millón de euros o sacar 4.000 euros alquilándolo estos días". ¿Que es una semana en que te van a tocar un poco las pelotas y a lo mejor te encuentras a unos follando en el portal? Pues qué le vamos a hacer, oiga, lo mismo que hace la gente en Pamplona en Sanfermines o en Valencia por las Fallas. Si te gusta, te quedas, y si no, alquilas por una pasta, haces las maletas y te vas esos días. Es que aquí todo el mundo quiere tener derecho a todo, pero la letra pequeña nadie la quiere leer. ¿Te quieres forrar con el Orgullo Gay y beneficiarte de sus conquistas, pero luego exiges que se vayan a la Casa de Campo a hacer el indio? A veces la gente no puede ser más egoísta ni más absurda.