Los hay que son ciudadanos del mundo y los hay que se lo hacen. Isabel Coixet (Barcelona, 1960) empezó calladamente a ser ella en cuanto le regalaron una cámara de 8 mm por su primera comunión. Acostumbrada a rodar en varios idiomas y con actores de todos los países, hecha a contar historias que lo mismo funcionan en Ripoll que en Vancouver, Coixet trata de mantener a flote su independencia –la de verdad, la de la gente…-, su libertad y su buen humor aún con la que está cayendo. Ella se moja pero no se inmuta. Acaca de estrenar The Bookshop (La librería), adaptación al cine de una novela de Penelope Fitzgerald, protagonizada por Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson.
Sí, vamos a presentar The Bookshop ahora en Valladolid y la vamos a estrenar en noviembre. Llevaba muchos años detrás este proyecto que por fin he podido hacer. Las cosas piden y toman tiempo. Cuando no haces un refrito ni un remake de nada, cuando intentas rodar algo verdaderamente personal, algo creativo, no puedes ir con prisas. La película cuenta la historia de una mujer de mediana edad que en los años 50 vive en un pueblo de Inglaterra y que quiere abrir una librería. Contar eso puede ser más complicado que hacer una peli con cinco superhéroes empeñados en rescatar el planeta (se ríe).
Hemos rodado entre Irlanda y Barcelona. Emily Mortimer es la protagonista absoluta. Creo que es una historia tierna, de soledad y de cariño, sobre el amor a los libros que se despierta en una niña de quien el personaje de Emily se convertirá en mentora. Hablamos de hacer cosas a contracorriente. De todo aquello que no nos ha sido dado, que no hemos recibido.
¿Qué cómo es un día normal en mi vida? Pues claro, nada que ver cuando estoy rodando una película y cuando no. Es totalmente distinto. Un rodaje tiene algo que ver con estar en el ejército. Te mantiene inmerso en una estructura muy clásica, y muy fija, con un equipo que da igual si es de 15 personas o de 600. Sea el equipo grande, sea el equipo pequeño, es todo lo que hay, porque el mundo exterior no existe. Pues sí, señorita, seguro que es por eso que en los rodajes surgen tantos romances, sin duda los fomenta ese mundo aislado y de una intensidad total que empieza tal día y acaba tal otro. Todo lo que ocurre dentro de esa burbuja ocurre con un frenesí y una intensidad que la vida común, por lo general, no tiene. Te levantas y te acuestas, comes y cenas, piensas y respiras dentro de la película. Por eso siempre cuando el rodaje acaba el impacto es tremendo, sientes que estás como abandonando a tu familia. Hay amistades que las conservas pero también sabes que a algunas personas no las vas a volver a ver. ¿Cómo dice, señorita? ¿Que nada une tanto como crear juntos? Claro, por eso yo siempre procuro rodearme de gente mejor que yo.
¿Que si yo misma me he llegado a enamorar en un rodaje? Sí. Pero yo creo que las mujeres directoras de cine, como nos preocupa tanto que alguien pueda pensar que somos más débiles, nos cortamos mucho. Los directores hombres ligan mucho más, están mucho más por la labor de la seducción.
Ahora me invita usted amablemente a bajar de la nube y aterrizar en un día normal, un día sin rodaje. Bueno, pues en un día así hay oficina, hay ordenador, hay escritura, hay proyectos. ¿Le ha llamado la atención lo de la oficina, señorita? Indaga si por lo que sea yo tengo algo en contra de trabajar en casa, en mi casa. Pues la verdad es que cuando tengo entre manos un guión, ya con su estructura aplomada y en marcha, me suelo ir al campo, a un sitio donde no hay ni wifi, para no distraerme. Me he pasado todo el último verano encerrada así, sin ver a nadie. Ya lo siento si la gente tiende a tener una idea de los directores de cine como si no fuéramos al Mercadona. Pues yo personalmente soy muy maruja. Cocino, si ha salido un K-7 nuevo para limpiar el baño tengo que probarlo.
Y de repente, salta usted, señorita, yo que no decía nada de todo esto del procés ni me metía con nadie voy y me mojo. Verá, yo procuro siempre decir lo que yo pienso. No va conmigo morderme la lengua. Para bien o para mal no soy una persona pusilánime, yo creo que lo peor es ocultar lo que piensas, no decirlo. Es verdad que tampoco soy ni he sido nunca de soltar sermones, proclamas o discursos. Yo vivo y dejo vivir. Pero desde luego si me preguntan lo que pienso de algo, lo digo.
¿Se paga un precio más alto por decir lo que piensas cuando te dedicas al cine? Bueno, no exageremos, no hay para tanto. En Hollywood en la época de McCarthy sí que fue grave, sí que llegó a tener consecuencias tremendas. Hay una frase de Orson Welles sobre aquello que me encanta: dice que la izquierda americana se traicionó para salvar su piscina. Yo eso sí que no. Yo creo que hay que decir lo que uno piensa y punto.
En lo mío no hay cálculo. Yo no tengo estrategia. Ni me planteo si por decir esto o lo otro voy a poder hacer más o menos películas. Es verdad que hablar tiene consecuencias. Pero es que callarse también las tiene. Entonces, yo prefiero arrostrar las consecuencias de haber hablado antes que las de haber callado.
Me comenta usted, señorita, que en su juventud más tierna le tocó vivir los tiempos en que los que tenían una sensibilidad catalanista (usted misma por aquel entonces, sin ir más lejos) eran vituperados como cutrepayeses, y que lo moderno y lo cool, en aquellos años, era ser antinacionalista. Y que menudo vuelco vino después. Yo no tengo la sensación de haber cambiado. Yo es que fui desde el principio muy europeísta, siempre hablando y haciendo cosas con gente de fuera, filmando fuera. Déjeme decirle que mi entusiasmo por la Unión Europea, aunque ahora mismo no esté muy de moda, no se ha extinguido. Yo cuando voy a Bruselas y veo trabajar a la gente allí, cómo investigan por ejemplo los nexos entre el blanqueo de dinero y las violaciones de derechos humanos, cómo ejercen presión sobre los bancos para que devuelvan su dinero a la gente y presenten por fin unas cuentas claras. Insisto, yo soy muy europeísta y creo que siempre lo seré, me siento muy bien por toda Europa.
Ya sé que soy o parezco ingenua, pero me gustaría que la UE fuera más real, más sentida como real por más gente. Yo no soy muy de himno ni de bandera, no soy de nada, cuantas menos fronteras y menos muros, mejor. Pero no se me escapa que cuando con todo esto los países, nuestros países, están cada vez más atomizados y más divididos, se consigue justo lo que poderosos como Vladimir Putin quieren. Ojo que con según qué cosas hacemos el juego a los que no quieren que vivamos como gente normal. Y por favor que nadie entienda esto como un capotazo al PP o como una defensa de Mariano Rajoy, que personalmente me parece muy aburrido. Yo no estoy diciendo para nada que este señor me mole. Lo que digo es que hay movidas y movimientos que sólo sirven para hacer el caldo gordo a unas fuerzas superiores y supranacionales no necesariamente benignas.
He dedicado mucho rato a pensar qué va a pasar el 1-O. Quizá incluso demasiado. Todas estas pasiones te van envolviendo, cuando yo lo único que quiero es hablar de mi película, de los proyectos que estoy escribiendo. ¿Si de haber votación al fin, iré o no iré a votar? Estoy dudando, todavía no me he decidido. Llegado este punto yo creo que lo que tendríamos que hacer es una consulta como Dios manda, con sus garantías y consultando a todos, no sólo a unos cuantos, una consulta legal y pactada, pero es que tal y como se ha planteado el 1-O para mí el problema ya no es ni siquiera la ilegalidad de todo el tema, es el autoritarismo, la presión con que intentan imponerlo, aquí y ahora.
¿Que dónde me veo yo el 2 de octubre? Pues justo ese día tengo que estar en el Museo del Prado rodando con un artista chino. La visa, Cataluña, España y el mundo continuarán después del 1-O. Todo continúa y todo pasa. Todo esto también pasará.
¿Que si he pensado en largarme, en irme fuera? Yo no descarto nada. Es alucinante, me ha llamado toda la prensa internacional, hasta The Washington Post, para hablar de este tema, cuando a mí no me corresponde. Cuando yo sólo me represento a mí. Pero es que, claro, llega un momento que… ¡no puede ser! Es que somos más de la mitad de Cataluña los que vivimos todo esto un tanto patidifusos.
Mi hija de veinte años, que normalmente vive conmigo, está ahora mismo en Londres… ¿Irme allí, con ella? Ya le digo que yo no descarto nada. Por otro lado, Barcelona es mi ciudad, no quiero que nadie me eche, tengo una casa en el campo. Yo nací en el barrio barcelonés de Gracia, mis padres se casaron all´. ¿Como la Colometa de Mercè Rodoreda?, sonríe usted. Pues mire, es verdad que todas las mañanas paso por la plaza del Diamante, y que allí me acuerdo de muchas cosas. Cualquier día hago una peli sobre esas cosas, la idea me ronda en la cabeza.
Sin duda este es un momento de expresar, de decir cosas. Sólo que es muy difícil por ejemplo escribir sobre algo así. Me gustaría, pero me siento incapaz. Tengo ahí un bloqueo. Bloqueo de cuando intentas expresar algo que no sale. Yo creo que eso es un poco lo que nos pasa a todos los que, como le decía antes, asistimos a todo esto patidifusos. Y un poco acojonados.
El atentado de las Ramblas y los muertos de Cambrils, me recuerda ahora usted… Pues mire, en cuanto supe lo primero que pensé, por favor, por favor, que esto no lo utilice nadie contra nadie, que nadie intente. Si yo llego a tener allí a alguien, a ser la madre o la hermana de alguna de los muertos, ¿qué pensaría? Habría sido dolorosísimo. ¿Dónde están, a dónde han ido las personas? Yo ante una cosa así si me tengo que sentir cerca de alguien sólo puede ser de las víctimas. De nadie más.
Yo este verano estuve en un festival de periodismo político en francés. En una de las charlas estuvimos hablando y comiendo con un antiguo yihadista que había pasado 8 años encerrado en Guantánamo. Él era de la banlieue de Lyon. A los 16 se fue a Afganistán a adiestrarse como yihadista con tan mala pata que lo pillaron en el acto y pues eso, de cabeza a Guantánamo. Es uno de los pocos o poquísimos que ha conseguido salir de allí mejor de lo que entró. Ahora va por la banlieue francesa contando su experiencia, explicando a todos esos chicos lo gilipollas y lo estúpido que él fue. Nos contaba: yo no me fui porque tuviera o sintiera que tenía problemas de asimilación con la sociedad francesa, me fui porque mi hermano venga a hablar de la yihad, y de repente yo pensé que esto quedaría supercool en Facebook… Así le arruinaron la vida, y el único consuelo que tiene es que no llegó a matar a nadie, le pillaron a tiempo. Considera que fue afortunado en esto aunque le costara ocho años de cárcel. Oírle hablar pone la piel de gallina y te hace comprender hasta qué punto estamos a oscuras y no sabemos nada de nada, como esa pobre gente que estaba paseando tan tranquila por las Ramblas sin sospechar que cinco minutos después…