Hay huecos inmensos que la vida no puede volver a llenar. Son vacíos descomunales y negros a los que se hace frente como medianamente se puede. Bárbara García lo sabe bien. Ella tiene dos agujeros profundos en su corazón que llevan los nombres de sus hijas Amets y Sara. Su expareja, José Ignacio Bilbao, se vengó de ella como solo un maltratador sabe hacer: dándole donde más le podía doler. Y lo consiguió.

El 27 de noviembre de 2014 Iñaki el Vasco, como se le conocía, asesinó vilmente a golpes a las niñas con una barra de hierro envuelta en papel de regalo y después se suicidó. “Soy una madre a la que le han arrebatado brutalmente lo que más quiere. A sus hijas”, recuerda. Una madre que sabía que ser maltratada psicológicamente era un infierno, pero que desde aquella triste y dolorosa fecha sufre un calvario peor. “El maltrato más absoluto que puede tener una madre es seguir viviendo con esta pena inmensa y este desasosiego que no lo calma nada, ni llorar aunque te duelan los ojos y se te sequen. No hay vuelta atrás”, dice, triste. 

A petición de Bárbara García, EL ESPAÑOL no incluirá fotografías suyas en este reportaje y tampoco del asesino. Sara y Amets son las protagonistas de esta historia.

La comprensión hecha sororidad

Y es que, como Bárbara destaca, solo quien ha pasado por su misma experiencia sabe lo difícil que es enfrentarse a un nuevo día y mirar al futuro. “La gente trata de dar respuesta a la barbarie con las palabras, pero son eso, simplemente palabras que al final tan sólo formarán parte de una simple estadística, y aquí nos quedamos nosotras intentando aprender a vivir sin los hijos que nos han arrebatado”.

Las niñas en su primer día de colegio. Según su madre, estaban felices después del verano de empezar nuevo curso. E.E.

Por eso busca consuelo en otras madres como Ruth Ortiz, Margarita Dopico, Gemma Cuesta, Yulia Lantukh y María Chamón que saben lo que duele la vida y lo hace en un grupo de whatsapp que han creado todas ellas como su mejor terapia. “El grupo lo comenzó Ruth. Luego nos hemos ido sumando más. Entre nosotras, sin importar la distancia física que nos separa, nos ayudamos, nos escuchamos y luchamos cada día por seguir adelante”, explica a EL ESPAÑOL.

—¿Solo otras madres como tú saben lo que se sufre?

Con todo el respeto a otro tipo de víctimas, solo nosotras sabemos lo que nos han hecho y que buscan, provocar el máximo dolor posible a una madre.

—¿Te sientes una víctima viva y olvidada?

Sí, soy víctima viva de un asesino que me quitó lo que más quería dejándome a mí para que sufra toda la vida y sí, soy víctima olvidada por que me obligaron a entregar a mis niñas a ese monstruo.

Pero la lucha de seguir viviendo y de estar unida a otras madres no es la única que Bárbara lleva a cabo. Recientemente ha propagado entre todos sus contactos la petición en change.org de la no derogación de la prisión permanente revisable de los familiares de Marta del Castillo, MariLuz Cortés, Diana Quer, Candela y Amaia Oubel Viéitez, Ruth y José Bretón Ortiz. Con ella trata de evitar que se derogue esta pena excepcional contemplada para casos de extrema gravedad, como, por ejemplo, el asesinato de menores. “En mi caso esto no sirve de nada porque el asesino está muerto pero apoyo con todas mis fuerzas esta medida para evitar el dolor y el sufrimiento de otros padres y madres. Estoy a favor de que los asesinos cumplan toda su condena en la cárcel y sin permisos, ellos piden derechos pero, ¿dónde están los derechos de las víctimas y sus familias?”, comenta.

La espiral de la soledad

Bárbara, quien se había separado de su pareja, le denunció por acoso, maltrato psicológico y pidió una orden de alejamiento de él.  “Pegar nunca me pegó pero nos maltrataba psicológicamente. Me decidí a denunciarle cuando empezó a insultar y vejar a mi hija mayor”, recuerda.

Un maltrato que Bárbara sabe es más doloroso que el físico. “Esto hace mucho más daño que un puñetazo o una bofetada. El daño y el desgarro interior que sufres tú y tus hijas es permanente y funciona como una espiral a la que no le encuentras salida. Creo que esto sólo lo entienden los que por desgracia lo padecen”, subraya esta madre coraje. 

La denuncia se topó con el muro del juzgado de Pravia, que se la denegó y archivó por no haber sido maltratada físicamente. "En mi caso, cuando el progenitor de las menores abandonó el hogar, previa denuncia mía por maltrato psicológico, desapareció durante diez meses. Durante esos diez meses nos dejó en el más absoluto abandono económico. Regresó y pidió el régimen de visitas. ¿Alguien investiga si es buen padre, dónde estuvo, si tiene antecedentes psiquiátricos?”, rememora.

A Bárbara un juez la obligó a entregar a sus hijas en régimen de visitas. Ella acató la sentencia. Hoy no lo volvería a hacer. “¿Es que no hay protocolo de actuación en estos casos? ¿No existe la visita vigilada? Si no hubiera entregado a las pequeñas, antes prefiero la cárcel. Muchas veces vale más curar que lamentar, sigo pensando que muchos casos se pueden evitar. Hay que proteger al menor por encima de los intereses de sus progenitores, que se lo metan en la cabeza los que legislan y los que hacen cumplir la ley: ante la menor duda, seguridad” subraya.

—¿Cómo se puede caminar con un doble luto y seguir adelante?

En mi caso no hubo un luto. A los cuatro meses tuve que ponerme a trabajar ya que no se me reconoce como víctima de violencia de género. Me encuentro rota, dolida, con rabia y odio intentando levantar cabeza a pesar de los baches y zancadillas que me voy encontrando.

—¿Hay cárcel suficiente para estos asesinos?

Amets y Sara murieron en noviembre de 2014. E.E.

—¿Quién te apoya ahora en el día?

Realmente el que me apoya desde el mismo día que sucedió todo dejando su trabajo y todo para no separarse de mí, es mi pareja. Además es él que aguanta todos mis cambios de humor. También está la familia y los amigos pero ellos tienen sus vidas y siguen con ellas.

—¿Por dónde se empieza el puzzle de la reconstrucción?

Se empieza desde cero sin ayudas y en mi caso con más de 40 años. Intento luchar por tener algo parecido a lo que me arrebato. Sin embargo ni perdono, ni olvido. Jamás ni una cosa ni la otra para quién segó la vida de Amets y Sara, destrozando la mía. Nunca podré ni perdonar ni olvidar lo que nos hizo a las tres.



—¿Qué se siente cuando solo el 1% de la población vea como prioridad la violencia de género?

Me da tristeza que solo lo veamos como una prioridad cuando toca a alguien cercano y que sigan ocurriendo casos todos los días sin buscar responsables ni poner más medios.

—¿Las noches pesan más que los días?

Para mí pesan lo mismo, los días por no estar con ellas con sus rutinas sus juegos sus peleas de hermanas y las noches porque echo en falta sus besos, abrazos antes de dormir, estar pendiente de su descanso.

—¿Cuánto te duele el abandono administrativo?

Mucho, en su día nadie se molestó en averiguar lo que había hecho el asesino durante los 10 meses que se marchó y no paso la manutención de las crías de 75 € al mes, sin embargo cuando volvió, a mí me obligaron a entregárselas, ellas no querían, durante esos 10 meses ni una llamada en sus cumpleaños ni en la comunión de Amets, nada de nada, sin hacer frente a sus obligaciones como padre exigió sus derechos, si yo hubiera hecho lo mismo la administración me las hubiera quitado.

—¿Recibes ayuda psicológica?

Ninguna. Yo lo hago todo. 

—¿Y de ayudas económicas ni hablamos?

Ni nos indemnizan por el asesinato, ni nada. El dinero no soluciona todo ni te quita el dolor pero si lo tuviera, al menos podría guardar el luto. Soy limpiadora, que como decía el asesino,  era lo único para que servía y Amets llevaría mí mismo camino.

—¿La vida tiene sentido?

Hasta el momento muy poco, antes tenía un sentido, Amets y Sara, que me necesitaban, por las que había que levantarse todos los días y luchar para sacarlas adelante, verlas crecer y darles un futuro.

Hoy, con el dolor a las espaldas y la resiliencia más absoluta, Bárbara reconoce que no volvería a caer en el error de respetar una orden judicial. “Desobedecería la resolución de su señoría el juez. Si fuese preciso pondría tierra de por medio, allá donde no se me pudiese encontrar nunca. El tiempo pasa, la gente olvida, pero una madre nunca olvida y se consume en silencio sintiendo una pesada losa sobre sí. Por eso me conformo si con esta entrevista se vuelve a recordar a mis hijas y alguien hace algo, pero de verdad, para que la ley cambie y esta barbarie no vuelva a pasar. Nuestras hijas e hijos se lo merecen”, finaliza.