Que la hija de la asesina de Isabel Carrasco y la policía local imputadas en el caso mantuvieran una relación sentimental era la explicación que parecía cuadrar las piezas del puzzle en el crimen de León. Pero no. ¿Triana y Raquel amantes? ¿Por eso la agente formó parte del plan a tres bandas para asesinar a la mujer más poderosa de la ciudad? Pese a que algunos se empeñaron en sembrar dudas, ellas siempre lo negaron rotundamente. “Me pareció feo, ahora ya tengo un hándicap de ‘a ti qué te gusta’, y no”, lamentó Triana desde prisión. La explicación: “Raquel y yo teníamos el mismo problema, las dos estábamos con un hombre casado”. Y Raquel: “Tengo pareja desde hace 16 años”.
Descartada una hipotética unión sentimental entre dos de las condenadas (la madre de Triana es la autora confesa de los tres disparos que terminaron con la vida de la presidenta de la Diputación y el PP leonés aquel lunes 12 de mayo de 2014), a las dos jóvenes no les quedó más remedio que contar en el juicio sus pasiones ocultas, que eran tan amigas porque compartían relaciones clandestinas que muy pocos conocían (“mamá, sí”, contó Triana). Raquel, con un empresario leonés que declaró su amor por ella durante el juicio. Triana, “con un alto cargo del PP de León, casado” con quien mantuvo una relación “durante muchos años”, aunque nunca ha querido desvelar su nombre: “Para qué”.
La gran incógnita es qué llevó a estas dos amigas que compartían una situación compleja a planear -junto a la madre de Triana, la ejecutora- la muerte de Carrasco. Los tribunales sentencian que hubo un plan. ¿Qué pudo llevar a la policía a participar en el crimen? ¿Qué sabía, qué hizo ella? “Quizá interiorizó demasiado el sentimiento de su amiga ‘perseguida’, quizá Raquel sintió tal empatía que no supo decir 'no' a un plan tan atroz”, sugiere un compañero de la policía municipal, que reconoce tener el corazón “dividido” ahora que el Tribunal Superior endurece la condena. “Es muy buena chica, pero tantas casualidades en las explicaciones que dio a sus superiores no eran creíbles ni convincentes”.
En una Policía Municipal conmocionada con lo sucedido, describen a la agente como “discreta, reservada, introvertida, pero nada débil”. En el Cuerpo desde 1997, sus compañeros coinciden en que Raquel es “educada, correcta y que no expresa sus sentimientos”. Jamás habló en el trabajo de aspectos de su vida personal ni contó a nadie su ‘secreto’. “Es bastante pusilánime, distante, fría, una mujer normal que no destacaba por nada”, cuenta otro policía que la vio a menudo con Triana y hasta tomó algo con ellas. “¿Si pudo ser que se dejara manipular? A lo mejor, Raquel no tiene mucho espíritu, puede que la manipularan”.
¿Y cómo es Triana? Quienes la conocen hablan de ella como una chica simpática, algo tímida y sociable. “Inteligente y segura de sí misma, ambiciosa, bastante infantil y muy enmadrada”, relatan algunas de sus excompañeras en la Diputación. Y fue ella misma quien contó que se enteró de la identidad del novio de 'Ra' (como llama a Raquel) “por un amigo”, y que nunca se juntaron los cuatro, ni 'Ra' le hacía preguntas sobre el misterioso político con quien Triana bebía Dom Perignon en la intimidad… Amigas, sí, pero sin entrar en demasiada intimidad sobre sus vidas. Una extraña amistad que muchos no acaban de ver como móvil suficiente en la implicación de Raquel en la trama.
Entonces, ¿por qué?
Con el proceso judicial prácticamente finiquitado (sólo falta el recurso al Supremo), nadie en León ha sido capaz de desentrañar todos los porqués de la muerte de la mujer más poderosa de la ciudad de Zapatero a manos de las tres mujeres. Esta semana, el TSJCyL, con sede en Burgos, ha dado una vuelta de tuerca más al caso al condenar a Raquel Gago a 12 años de prisión como cómplice de las otras dos condenadas -22 y 20 años para madre e hija-, llevando así la contraria al juez de la Audiencia Provincial de León que el 10 de marzo dictó sentencia y que, corrigiendo al jurado popular, falló que Raquel Gago sólo había tenido un papel de encubridora -5 años-.
El Alto Tribunal considera ahora que hubo un plan premeditado entre las tres mujeres -la madre, la hija, la amiga policía de la hija-, avalando la decisión de los cinco hombres y cuatro mujeres del jurado cuyo controvertido veredicto del 20 de febrero de este año fue poco después matizado por el magistrado Carlos Álvarez, a quien le llovieron las críticas por una inusual sentencia que otros expertos juristas consideraron “muy valiente”.
¿Quedó probada durante el juicio la participación en los hechos de Raquel Gago? Para el jurado, sí. Para el juez, no. Pero para el Tribunal Superior de Castilla y León, sí, y ahora sólo queda conocer la decisión del Supremo, que podría alargarse unos dos años.
Un asesinato por odio
Sí quedó acreditado durante el juicio que Montserrat González (59 años), esposa del entonces comisario de Astorga -ahora en Gijón-, decidió acabar con la vida de Isabel Carrasco al considerar que ésta, exjefa de su hija en la Diputación, “le hacía la vida imposible”. Montserrat González reconoció no poder soportar el “acoso total” al que asegura que la presidenta sometía a su hija, por cuya vida llegó a temer. “Era ella o mi hija”, declaró en el juicio, “lo tuve claro”. Y no se arrepiente.
Triana Martínez, ingeniera de telecomunicaciones (37 años), fue contratada ‘a dedo’ en la Diputación (“iban a crear un puesto para mí”) y paralelamente emprendió una prometedora carrera política en el PP con muchas aspiraciones, un ambicioso deseo que se truncó en el momento en que se rompieron sus buenas relaciones con Isabel Carrasco. Llegó a tenerlo todo para conseguir sus objetivos, pero algo ocurrió. “Ella me entró en su casa, y yo me fui”, contó durante el juicio al relatar el episodio de acoso sexual de Isabel Carrasco, negativa que, según Triana, hizo estallar todo y desembocó en presiones de todo tipo. “Llegué a perder 25 kilos”, dijo la ingeniera. “Temí que se quitara la vida”, explicó su madre entre lágrimas.
El odio a la mujer que “destruyó a Triana”, que abortaba cualquier expectativa laboral que intentaba la joven, es el argumento esgrimido por Montserrat para acabar con la vida de una mujer muy temida en su tierra, y más aún en su partido, donde sólo off the record muchos de ‘los suyos’ relatan episodios que dejan entrever el terror que despertaba Carrasco entre las muchas víctimas de las “despiadadas presiones” que detallan. En el juicio, muchos populares se negaron a testificar. “No se juzga a Carrasco, ella es la víctima”, tuvo que aclarar en varias ocasiones el presidente del tribunal que en enero y febrero juzgó el caso en León. “Iba diciendo por ahí que Triana se fuera a la China si quería trabajar”, contó Montserrat descompuesta, inconsolable, al hablar de una hija con la que tiene una singular y estrechísima relación, siempre juntas, ahora en la prisión de Villanubla (Valladolid) tras más de dos años en la de León. “Y yo sabía que esa no iba a volver a beber más agua”, dijo la madre desafiante, “claro que no me arrepiento, era ella o mi hija Triana, tenía que hacerlo”.
Raquel, la tercera pieza
Montserrat confesó que mató a “la Carrasco” para proteger a su hija, por venganza, por inquina, “no podíamos más”. Triana jura y perjura que intentó impedirlo: “Me llamó mamá un minuto antes, y yo le dije que ni se le ocurriera, que esperase, pero colgó”. La hija insiste en que no hubo plan, que hablaron de ello tiempo atrás pero que nunca creyó que su madre fuera capaz de ello. “No hubo plan, qué superdotada hace un plan para matar a las 5 de la tarde en el centro de León. Yo soy ingeniero”, contó Triana desde prisión en una entrevista exclusiva al diario La Nueva Crónica de León en mayo.
Pero hay una pieza que mantiene un puñado de incógnitas: la tercera, la de Raquel Gago (43 años), cuya participación mantiene abiertos algunos interrogantes. La policía local tomó café en casa de madre e hija aquel fatídico lunes. No lo contó. Apenas dos horas después, pasados unos minutos de las 17 horas, consumado el crimen a manos de la madre, recibió una llamada de Triana desde un teléfono de prepago, y declaró que “casualmente” se encontró con su amiga a pocos metros del lugar del crimen, donde llevaba una hora esperando (parada, en pie) a que abrieran una tienda. Mientras charlaba con un vigilante de la ORA, Raquel asegura que vio llegar a Triana, que “debió de abrirle su coche”, aunque no lo recuerda bien, y que allí su amiga debió de depositar un bolso que escondía el arma con que su madre acababa de descerrajar tres tiros a Carrasco, a plena luz del día. El bolso que no vio hasta muchas horas después, pese a que todo el país supo que tras el encuentro “casual” habían detenido a madre e hija cuando por separado se acercaban al vehículo de Triana.
Fría o no, la agente 3203 de la Policía Local de León asegura que “se bloqueó”: un día tardó Raquel en entregar el arma, al encontrarla “casualmente” en el interior de su coche, “muy desordenado”. Pero antes fue capaz de ir a trabajar al día siguiente, y hasta formó parte del dispositivo que estableció la policía municipal en el centro de León para coordinar la llegada de decenas de dirigentes políticos a León para decir el último adiós a Isabel Carrasco en el Palacio de los Guzmanes, sede de la Diputación.
Raquel Gago entregó el arma, declaró compungida que lo ocurrido era “un cúmulo de casualidades”, que ella no tuvo nada que ver con el crimen y quedó en libertad. La jueza no creyó su versión. Dos días después, decretó su ingreso en la prisión leonesa de Mansilla de las Mulas, donde Triana y Montserrat habían llegado poco después del asesinato y donde la nueva interna 2014008110 vivió (en el módulo de Ingresos, sin contacto con otros reos), durante ocho meses. Separada de los demás presos por su condición de agente de seguridad, Gago, que pese a todo se adaptó bien a la cárcel, mataba el tiempo leyendo mucho, entre otros títulos, la biografía de Mandela o libros sobre la filosofía del Reiki.
El 29 de enero de 2015, tras tres intentos, la defensa de Gago consiguió la libertad bajo fianza de 10.000 euros, una libertad de la que aún disfruta tras tener que abonar otros 30.000 euros. Pero las acusaciones particulares ya han pedido su inmediato ingreso en prisión: no se entiende, dicen, que condenada a 12 años como cómplice de un asesinato continúe en libertad. “Raquel está destrozada”, dice su abogado, “no nos esperábamos esto”. “No estaba de acuerdo con ellas para matar a Carrasco, no la conocía, yo no hice seguimientos”, insistió durante sus dos horas largas de declaración en el juicio, en las que se mostró segura y tranquila, a ratos rota. No convenció al jurado. “Me pareció todo irreal, muy extremo”, había dicho para intentar explicar su bloqueo en las horas posteriores al crimen.
Entre Madrid y León ha vivido la agente local -ahora suspendida de empleo- su libertad. “Desde aquel día no tengo vida”, dijo en el juicio. Acompañada de quien era su pareja desde hace 16 años, Fernando, el hombre casado que al trascender su ‘secreto’ dejó a su familia por ella, Raquel -más delgada, demacrada- afronta este nuevo varapalo judicial consciente de que en pocos días podría tener que regresar a prisión, probablemente en Madrid.
Nada se sabe de la reacción de Montserrat y Triana al conocer esta semana que el TSJCyL desestimó en su totalidad los recursos en que tanto confiaban (“Llevo dos años presa por la puta cara”, declaró Triana a una periodista del diario leonés. “Yo creo que ya he cumplido bastante”, añadió su madre). Convencidas ambas de que “habría justicia” y el Tribunal Superior sería más benevolente con ellas, la defensa de madre e hija pedía reducir la condena de Montserrat a 8,5 años por trastorno mental, y la libertad para Triana, que “sólo habría encubierto a un familiar de primer grado”, por lo que no tendría responsabilidad penal. Pero si el Supremo no lo evita, deberán cumplir una condena de 22 y 20 años, respectivamente.
En este tiempo, las dos amigas no han vuelto a cruzar palabra, y no porque Triana no lo haya intentado. Cuando coincidieron en el centro penitenciario de León, Triana pidió una comunicación con su ‘Ra’ (quel), pero ésta se negó. Durante el juicio, varias veces intentó atraer la mirada de su amiga, sentada delante. No hubo manera.
“Aquí (en prisión) pedí verme con ella. Pero estábamos incomunicadas, no se podía, y en el juicio no podíamos, era todo tan solemne…”, asegura Triana, que no cree que su amiga esté enfadada con ella: “Yo pensaba volver al minuto a recoger el bolso, creía que era la chisma (pistola) de mi padre…”.
Lo cierto es que madre e hija apenas gastaron esfuerzos durante todo el proceso judicial en exculpar a su amiga. En el entorno de Raquel, que acaba de cumplir 43 años, cuentan que no quiere ni oír hablar de las otras dos mujeres.