El grupo terrorista Estado Islámico (EI) te quiere matar. Sí, puede que en mitad de una cafetería mientras bebes a sorbos un té. A ti, que no tienes nada en contra del Islam y que lo respetas como a otras religiones. Pero ellos te quieren matar. Sin más. Quizás seas musulmán, tal vez cristiano o ateo. Da igual, te quieren muerto. Aunque no estás solo. Hay quien trata de protegerte.

Puede que junto a ti, en la mesa de enfrente, el chico que apura la taza de café y golpea frenéticamente el teclado de su portátil esté librando una contienda contra los yihadistas. Internet es su campo de batalla. El DAESH (acrónimo del EI en árabe) recluta allí nuevos adeptos, como Soukaina Aboudrar, la joven canaria detenida la semana pasada por proselitismo terrorista.

Otros, en cambio, los hostigan. Se atrincheran tras la pantalla de su ordenador, solos en casa o en locutorios con acceso a la Red. Un ejército silencioso formado por gente anónima planta cara al terrorismo. Traductores, informáticos, profesores, trabajadores sociales, periodistas… Así son los cruzados digitales contra el califato.

Juan pasa horas delante de su ordenador. Una al día, tal vez dos, y hasta cinco o seis. El tiempo poco importa cuando se está enfrascado en una trama de espionaje. Todo suena a película cuando este policía local y ex agente de la Guardia Civil narra sus peripecias. Lleva más de diez años dedicándose al análisis de inteligencia, monitorización y estudio de la presencia de personas radicalizadas en Internet, sobre todo en las redes sociales.

Manuel Ricardo Torres, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Fernando Ruso

Primero fue Al Qaeda y ahora el EI. Lo hace en su tiempo de ocio, sin recibir nada a cambio. Otros que siguen sus pasos lo definen como “un monstruo”, “el pionero” del que han aprendido todos. Tiene una “habilidad extraordinaria”, dicen, para detectar a yihadistas en la Red. Se ha relacionado de forma encubierta con ellos y sus pesquisas han conseguido llevarlos a prisión. Ha aportado información en varias operaciones policiales como Javer, (protagonizada por los líderes de Sharia4Spain), Cesto, Frambuesa Jardín, y le sigue la pista a muchos salafistas que todavía no han sido detenidos. Recuerda los nombres de muchos de los que ha llevado a prisión, pero prefiere no darlos para que los implicados no triangulen la información y revelen su identidad.

Tampoco revela su verdadera identidad. Juan es un nombre ficticio –tomado del patrón de los caballeros templarios, San Juan Bautista–. Hace mucho que lo buscan. “Como no podía ser de otra manera, he recibido amenazas de muerte”, explica. Le han enviado fotos de decapitaciones con mensajes del tipo “tú puedes ser el siguiente” o “hace tiempo que tu cabeza debería estar separada de tu cuerpo”. Coacciones que esconde a sus allegados.

“Tuve más miedo a ETA cuando estuve destinado como Guardia Civil en el País Vasco”, aclara a sus 52 años y por teléfono. Juan cuida al detalle sus comunicaciones. También a sus aliados en esta lucha contra los ciberyihadistas.

“Traductores, trabajadores sociales, periodistas freelance”, enumera. Ellos son parte de un pequeño ejército difícil de cuantificar. “Muchos trabajamos de forma anónima y el tablero de juego es global. Alguien puede hacer, por ejemplo, contrapropaganda en árabe y sin saberlo está en España”, detalla. Los pocos que él conoce se cuentan con los dedos de una mano. Y con ellos se comunica a través de Twitter o WhatsApp en caso de necesitar apoyo.

Juan cuenta que los cuerpos de seguridad del Estado tienen filtrados –identificados en el argot– sus perfiles para que no se confundan con miembros de DAESH. Se infiltra en los grupos radicales y denuncia a las autoridades o a los responsables de las redes sociales a quienes incitan, comparten o distribuyen contenidos favorables al terrorismo.

Lo hace desde locutorios, cafeterías con acceso a internet o cibercafés. Todo con tal de desorientar a los hackers yihadistas. En sus incursiones utiliza un ordenador portátil adaptado para no ser localizado. Extrema las precauciones. “Trabajamos con radicales que están en libertad y cualquier fallo de seguridad puede tener consecuencias”.

También admite que es peligroso hacerlo desde casa. Aunque matiza que sí se puede colaborar con las autoridades aportando “indicios, sospechas o pruebas de personas radicalizadas”. O simplemente material que difunda la tesis de los terroristas.

José María Gil, experto en yihadismo. Fernando Ruso

Su éxito depende en buena parte del amplio conocimiento de los terroristas. Para atajar a los yihadistas, asegura, hay que tener una formación previa en seguridad informática y “fundamentalmente conocer la realidad del colectivo musulmán, sus preceptos religiosos, costumbres o festividades para darse cuenta de los aspectos reales de la radicalización”.

Su relación con este ámbito se remonta a años después del 11-M. “Empecé a estudiar el Islam y las particularidades de los musulmanes con el fin de poder analizar los argumentos y justificaciones de las ideologías más rigoristas como el salafismo, la corriente wahabita o los grupos terroristas talibanes Al Shabaab, Al Qaeda y sus franquicias en el norte de África y el Sahel", cuenta.

El progresivo aumento en España de la radicalización de personas de religión islámica, tanto inmigrantes como musulmanes y musulmanas conversos, le impulsó a desarrollar esta actividad de forma paralela a su trabajo como policía local. Ahora, a través de Internet, dice, intenta "comprenderlos desde sus principios para demostrarles que están equivocados y que el Islam no es lo que ellos representan”.

ENGENDRO DE LOBOS SOLITARIOS

El EI juega al engaño. Los terroristas proyectan en la Rede una visión utópica e idealizada del Califato. Una visión romántica que no se corresponde con la realidad pero que tiene la capacidad de persuadir y movilizar a musulmanes que viven relativamente de forma confortable en Occidente. Ya sea para que se desplacen a un escenario en guerra o para que ejecuten acciones en sus países de origen.

Los llamados lobos solitarios como Omar Siddique Mateen, un joven estadounidense de padres afganos que asesinó a 50 personas en una discoteca de Orlando; Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el tunecino que arrolló con un camión a cientos de viandantes en Niza el Día Nacional de Francia acabando con la vida de 85 personas; o los hermanos Khalid e Ibrahim El Bakraoui, y Najim Laachraoui, que se llevaron por delante la vida de 35 personas en el aeropuerto y en la red de metro de Bruselas. Hay más.

“El Estado Islámico no ha creado algo que no existiese en el pasado”, afirma Manuel Ricardo Torres, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y director del diploma de Especialización en Análisis de terrorismo yihadista.

“Al Qaeda es la organización que tradicionalmente ha tenido una proyección más clara hacia la propaganda. Ellos han sido los rompedores por el uso de la comunicación. Han sido innovadores en el uso de internet. Lo que ocurre es que el EI tiene dos ventajas con respecto a Al Qaeda. Una es que controla territorio, administrando un protoestado, lo que le da unas capacidades que una organización terrorista tradicional no puede tener a su alcance”, precisa. “La segunda es que se ha producido un relevo generacional y el EI es más hábil a la hora de conectar con un público más exigente".

Soukaina Aboudrar, la canaria detenida por proselitismo terrorista.

El experto compara al DAESH con una marca comercial. Algo típico del capitalismo contra el que ellos luchan. Igual que se utiliza un fusil de asalto que no ha sido creado en un país islámico, ellos usan internet aunque haya sido una invención del enemigo si ello contribuye a acabar con el mismo. O marcas como Instagram, Twitter, Facebook… “Ellos necesitan estar donde está la gente”, relata el experto.

¿CÓMO CONTENER A UN CALIFATO VIRTUAL?

Debilitar este califato virtual es amortiguar la capacidad del EI para cometer actos terroristas en Occidente. Y para conseguirlo es necesario desplegar “un abanico de acciones que tienen peso acumulativo”, explica el profesor Torres. “Hay que poner en marcha iniciativas desde el ámbito policial, de cooperación internacional, de acción militar y en el ámbito de la comunicación”, enumera. Y las divide en cinco puntos, en algunos de los cuales es imprescindible la colaboración ciudadana.

1. Atacar las sedes de la propaganda. Desbaratar su logística, “lo que redundará en una menor producción y una merma en la calidad de sus vídeos”. Torres apunta a edificios visibles desde el aire, redes de comunicación, equipamientos susceptibles de ser identificados y neutralizados por medios militares. “Ya no se trata de un individuo con una cámara y un ordenador perdido en las montañas de Argelia, como sucedía con Al Qaeda en el Magreb y que tiene dificultad incluso para conectarse a internet. Aquí estamos hablando de una infraestructura estable, de equipos de trabajo, de distribución de funciones y de la institucionalización de la marca propagandística”, describe.

2. Hostigar la presencia en Internet. Hasta ahora se ha asumido como verdadera la creencia de que no es posible eliminar los contenidos radicales en Internet. Y aunque, en sentido estricto, es cierto que es difícil que se pueda borrar a perpetuidad un contenido en la Red, sí se puede dificultar su accesibilidad. “En este caso, la experiencia empírica demuestra mediante varios estudios que la política de suspensión de cuentas en Twitter o demás redes sociales genera un efecto muy positivo disminuyendo el alcance y haciendo que muchos caigan en el desánimo y dejen de replicar el contenido”, detalla. “La política de hostigamiento debe ser permanente”, apostilla.

3. Impulsar la contranarrativa. O generar ruido hasta para que el discurso radical no sea el único que se pueda oír. En este sentido hay varias iniciativas que denuncian las contradicciones de los terroristas. Aunque eso no cambia la idea del que está radicalizado, sí permite disminuir el efecto sobre aquellas personas que todavía no se han decantado.

4. Potenciar la mayoría silenciosa. El yihadismo es marginal dentro de la población musulmana, por lo que el profesor propone que la mayoría que no comparte esa tesis alce su voz ya que son ellos los que tienen la credibilidad necesaria para que esta acción surta efecto. Para eso pide reducir el coste personal que supone implicarse y facilitar estrategias, materiales y argumentos que sean útiles contra la propaganda del EI.

5. Dar voz a los desertores. Al igual que en los últimos años se ha producido un tránsito de musulmanes hasta Siria e Irak para integrarse en el Califato, también se ha registrado un movimiento inverso de desertores. Cuando vuelven a su lugar de origen traen consigo una experiencia y un relato que el experto pide potenciar. En España, “a los regresados se les ingresa en prisión porque el mero hecho de desplazarse ya es constitutivo de delito; en otros países, por lagunas legales, hay muchos que están en libertad”, detalla el profesor Torres, que estima que de unos 200 españoles en tierra del EI han desertado unos 40 combatientes.

¿SE PUEDE COMBATIR AL EI DESDE CASA?

La aparición del EI en Internet ha llevado aparejada una proliferación de cibercombatientes que traban la propaganda, detectan a personas radicalizadas o estudian los perfiles yihadistas para evaluar los niveles de seguridad.

 

  • - ¿Se puede combatir al EI desde casa?
  • - Sí, hay gente que lo viene haciendo desde hace años. Gente que pone a esa lucha sus conocimientos profesionales, ya bien sea informáticos que ponen la información al servicio de los cuerpos de seguridad o gente ingeniosa que se dedica a trolear, a ponerlos en evidencia, a dificultar su comunicación. Al igual que el DAESH disfruta con el rédito de disponer de miles de personas que, sin estar conectadas a la organización, realizan esa contribución individual, hay que generar ese mismo efecto en el ámbito opuesto, con personas que sin ligazón con organizaciones o administraciones estén dispuestas a poner su granito de arena. Somos muchísimos más y la capacidad de ampliar el mensaje contrario es infinitamente mayor que la que tiene el EI.

Hay casos de grupos de hackers, algunos pertenecientes al colectivo de Anonymous, que se ha dedicado a hostigar al EI, a atacar páginas, suspender cuentas o tomar el control de estos perfiles para trolearlos.

“Utilizan el filtrado de comunicaciones, lo que sería similar a pinchar el teléfono y escuchar interacciones entre yihadistas, o descifran contraseñas, robando sus datos mediante ingeniería social”, detalla un consultor de ciberseguridad que prefiere quedar en el anonimato. Apela al ingenio de los hackers para poner en práctica miles de técnicas. “Todo está en internet, lo difícil es llegar hasta la información”, cuenta al teléfono. Tiene voz joven. “Este troleo no está al alcance de cualquiera. Hay que tener un conocimiento específico que requiere años de formación”, aclara.

Otra de las vías de acción es la denuncia de apología del terrorismo o conductas sospechosas. Para facilitarla, el Ministerio del Interior, a través del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) ha impulsado la página web Stop-Radicalismos desde la que alertar a las autoridades de forma anónima.

El Plan Integral de Prevención de la Radicalización, un documento secreto que maneja la Inteligencia española, también valora desplegar acciones de contranarrativa. Una actividad que ya utilizan otros países, así como organizaciones y marcas supranacionales.

LA LUCHA “ME HA GENERADO PROFUNDO DOLOR”

“En contrapropaganda estamos haciendo poco y de forma poco eficaz. Estamos perdiendo la batalla de la realidad virtual”, detalla José María Gil, periodista y analista del Observatorio de Seguridad Internacional. Él forma parte de ese ejército silencioso que planta cara al EI en la red. Interactúa con los yihadistas y su gran valor es sacarles mucha información para establecer un perfil que ayude a descubrir las motivaciones, cómo es su vida y qué tipo de amenaza suponen.

Su arma es su ordenador. Su munición, Facebook y, de hace un tiempo a esta parte, Instagram, “que es un boom”. Allí detecta los perfiles. Ya bien sean merodeadores, “jóvenes que se sienten atraídos por el morbo de los degollamientos y empiezan su acercamiento a la ideología pero que solo son curiosos”, o captadores, que buscan a personas fáciles de manipular en las redes y terminan de radicalizarlos en WhatsApp.

Los cruzados contra el ciberyihadismo mantienen su anonimato. Fernando Ruso

Habla con ellos sin ocultar su identidad, desde su propio perfil. En casa o, a veces, en un vagón de tren desde su móvil. “No tienen reparos en hablar, muchas veces de viva voz, porque son exhibicionistas, no dudan en mostrarse en sus redes sociales ya que ni siquiera su propia muerte es un freno para su conducta”, detalla Gil.

Sin embargo, cuando hace público el perfil, los terroristas reaccionan de forma peligrosa y su actividad ha generado que algunos investigados hayan llegado a amenazarle. Dos de ellos están en manos de la Audiencia Nacional. “Confío en la Policía Nacional y la Guardia Civil para evitar que me suceda nada”, narra.

Gil ha entablado conversaciones con “famosos terroristas” como Salaheddine Guitone, el yihadista europeo residente en Mallorca con más proyección en los medios. Nombraba con frecuencia a España en sus vídeos y repetía la idea de establecer un califato de Yakarta en Al Ándalus. “Era [murió el 25 de julio de 2014] un embaucador, un graffitero, y me interesé por él tras verle reír mientras mataba a tiros a un soldado ruso”, explica el experto.

La experiencia de Gil tiene un alto precio. “He sido periodista de sucesos, he vivido y visto situaciones de gran violencia, pero ver lo que hacen, cómo son capaces de asesinar de mil maneras, violan, torturan... Y todo unido al nombre de Dios. A veces siento que se me ha secado el alma”, confiesa. “Me ha generado estrés, ansiedad y un profundo dolor”.

“Esto no es para cualquiera”, subraya. “Y es muy peligroso si no se sabe lo que se está haciendo”, advierte. “Estos individuos viven aquí, no están en Siria”. Este experto no recomienda interactuar con los yihadistas. Además de por la inseguridad evidente, porque la mera comunicación con los terroristas puede hacer que la policía española lo interprete como una acción facilitadora. “Hay un serio riesgo legal”, puntualiza. Sin embargo, puntualiza, “hay gente que lo hace”.

“Es muy importante decirles y escupirles a la cara nuestro desprecio con un mensaje claro: no os tenemos miedo y acabaremos con vosotros”.

Noticias relacionadas