Un pequeño camposanto con telón de fondo montañoso. Un solo panteón, de magníficas construcción y hechuras, presidido por un enorme ángel.
Cuando iba a ser enterrada en el mausoleo familiar Luisa Urroz, viuda de Iturbe, saltó la sorpresa. Tras la pesada losa, en el pasillo interior, entre las dos filas de nichos, había un par de cadáveres desnudos. Estaban atados con una cuerda y envueltos en una tela, dentro de una caja hecha con tablones de madera.
El escenario, Ituren. Un diminuto municipio de la comarca del Bidasoa, en la falda navarra de los Pirineos. Finales de septiembre de 1966.
¿A quién pertenecían aquellos restos okupas?, era la pregunta que se hacían todos. La cripta llevaba cerrada seis años. Y en los dos últimos no se había registrado ningún óbito o desaparición en toda la zona.
EL PUEBLO, TOMADO POR LA GUARDIA CIVIL
La escabrosa noticia se expandió por la localidad como un reguero de pólvora. El corresponsal de Diario de Navarra nos llamó a la redacción para informarnos del extraño hallazgo. Cuando llegamos pudimos ver los cadáveres depositados en el suelo de una de las calles del sacramental, compuesto por un par de docenas de tumbas excavadas en el suelo. El césped y los árboles se mezclaban con las lápidas.
Los occisos tenían el cráneo atravesado por una bala. Estaba claro que habían sido asesinados.
El párroco solicitó permiso al arzobispado de Pamplona para dar cristiana sepultura a los cadáveres. No se pudo efectuar el sepelio. Miembros de la BIC (Brigada de Investigación Criminal) los trasladaron a Pamplona.
Tras el análisis forense inicial de los huesos se determinó que pertenecían a un hombre, de 45 años, y a una mujer, de 24. Muertos a tiros con balas del calibre 22. Llevaban allí alrededor de diez u once meses escondidos en dicho lugar.
Mientras las autoridades realizaban las primeras investigaciones, los comentarios y opiniones eran para todos los gustos. Se rumoreaba que podía tratarse de emigrantes en busca de trabajo. Eran tiempos en que compatriotas nuestros los pasaban de modo clandestino desde la frontera de Portugal hasta el país galo. También se habló de maquis. Aunque la organización de guerrilleros antifascistas estaba prácticamente extinguida.
Un pequeño detalle echaba por tierra tales posibilidades. Cuando se produjo el extraño hallazgo Enrique Erreguerena, el monaguillo que acompañaba al cura, había descubierto junto a los occisos un zapato de mujer, de rejilla, con medio tacón roto. Calzado imposible de utilizar en tales parajes, de abundante lluvia y terreno embarrado.
El forense de Pamplona, Valentín Yoldi, intentaba quitar importancia al suceso, alegando que podía tratarse de restos procedentes de otro cementerio o de algún equívoco del enterrador cuando limpió el panteón año y medio atrás. De parecida opinión era el secretario del Ayuntamiento, que procuraba quitar cualquier tipo de trascendencia al hallazgo.
Nadie quería informar. La Benemérita de Santesteban se limitó a comunicar que había dado parte a la superioridad. Los secretas de la BIC mareaban la perdiz, ocultando todo lo que podían a la prensa, mientras caía sobre la población una boira más espesa de lo habitual, a base de oscurantismo y temor. La anunciada nota oficial por parte de la autoridad gubernativa nunca llegó a hacerse pública.
Imperaba la ley del silencio a todos los niveles. Entre el vecindario, dedicado de siempre a la agricultura y ganadería, la presencia de periodistas hacía que se recluyeran rápidos en sus casas de piedra. Querían evitar problemas.
El único que se mantenía firme en su postura era el empleado responsable del recinto mortuorio. Aseguraba que dichos cadáveres no estaban allí cuando entró en el mausoleo por última vez y que, por supuesto, no se trataba de ningún error. Alguien los había colocado después.
Gregorio Iturbe, famoso constructor madrileño e hijo de la difunta, expresaba la lógica impresión sufrida al ir a depositar los restos de su madre para el descanso eterno. Su mirada parecía dirigirse insistente hacia la lejanía.
"Detrás de ese pico que tenemos enfrente, de más de dos mil metros de altura y coronado por una ermita, hay otro pequeño montículo. Después, Francia". Pocas palabras, un tanto enigmáticas, pero suficientes. Parecían apuntar hacia el origen del suceso. La frontera estaba demasiado cerca, para lo bueno y para lo malo.
Había motivos más que suficientes para sospechar sobre el extraño origen de los mismos. A la cabeza del hombre le habían quitado la dentadura, prueba esencial para la necroidentificación en tiempos en que se carecía de avances científicos como el ADN.
El municipio, de tan solo medio millar de habitantes, fue tomado militarmente por la Benemérita, impidiéndose el acceso a los informadores y curiosos. La creencia general era que se trataba de algo importante.
SE IMPONE LA CENSURA
Nos llegó un soplo. Así, a las dos semanas, Diario de Navarra informaba de que "el muerto podía ser Ben Barka y ella, su secretaria. Las fechas parecían coincidir y ya se ha publicado varias veces que, a la desaparición del político marroquí, siguió la de su joven ayudante. Parecía, pues, que Ituren iba a ser el segundo Zafra, donde aparecieron en circunstancias parecidas los restos de Humberto Delgado".
Un suceso que amenazaba con convertirse en un escándalo de resonancia internacional. Mehdi Ben Barka había sido presidente del primer parlamento de Marruecos tras su independencia. Después encabezó la oposición contra el reinado absolutista de Hasán II.
Gran activista a nivel internacional, se convirtió en líder mundial del movimiento tercermundista. Cuando desapareció presidía el comité preparatorio de la Conferencia Tricontinental, a celebrar en La Habana.
Esa misma noche dos personas se presentaron en la sede del periódico solicitando hablar con el director. Coincidió que yo me encontraba en la puerta, a punto de salir a la calle, y les expliqué que había marchado a cenar, por lo que tendrían que volver más tarde. Tras mostrarme con ademán imperioso sus acreditaciones como miembros del Servicio de Información de la Benemérita, manifestaron de modo contundente: "Dígale que hay una orden expresa del jefe del Estado para que no se vuelva a difundir absolutamente nada sobre lo de Ituren. ¡Nada!"
Les miré fijamente, tratando de disimular mi nerviosismo. "Supongo que traerán una orden escrita", apunté fingiendo expresión de ingenuidad.
La mirada de la pareja fue de las que fulminan. "¡Ni escritos ni leches! Es una orden directa de Franco. Comuníqueselo en cuanto llegue y ¡ni una línea más al respecto!".
A nivel de Gobierno se quería liquidar el asunto tras el engorroso incidente diplomático vivido un año atrás cuando, en la localidad extremeña de Villanueva del Fresno, aparecieron también un par de cadáveres. El general Humberto Delgado, líder de la oposición portuguesa, y su secretaria habían sido asesinados a tiros y ocultados bajo tierra en territorio español.
Jamás se ha conocido el destino final de los occisos ni, por supuesto, el resultado definitivo de las autopsias. Los cadáveres desaparecieron para siempre. En el Ayuntamiento de Ituren no queda constancia alguna de lo ocurrido en su camposanto.
Josetxo Iparraguirre, exalcalde y testigo del lúgubre descubrimiento, lo recuerda así: "Yo estaba allí cuando se abrió el panteón. Al fondo se veía algo fuera de lo normal, parecían dos cuerpos. Nadie me indicó claramente que no dijese nada, pero yo ya sabía que de aquello no se podía hablar".
También Enrique Erreguerena: "Cuando me acerqué a mirar vi dos cadáveres. Uno contra el otro, con las manos atadas a la espalda. También me fijé en que había un zapato de tacón".
COMPLOT PARA ELIMINARLO
La historia de Ben Barka parecía haber terminado allí, tras una intensa vida política culminada en los últimos tiempos con una feroz persecución. Implacable opositor de Hasán II, sufrió un atentado. Tras denunciar el fraude de las primeras elecciones legislativas tuvo que huir a Argelia. Fue juzgado en rebeldía y condenado a muerte.
Una noche de 1965 estaba citado en un céntrico restaurante parisino con el director de cine Georges Franju. Le había ofrecido que fuera asesor histórico de Basta, una película sobre la descolonización.
Cuando se disponía a entrar en el establecimiento fue abordado por dos agentes franceses, espías del SDECE (Servicio de Documentación Exterior y de Contraespionaje) e introducido a la fuerza en un vehículo que partió veloz. Rabat había montado la Operación Bouya Bachir para apresarlo en París.
Las autoridades y la prensa galas acusaron a los servicios secretos marroquíes, que habrían contado con la ayuda de otras agencias de inteligencia. El objetivo: eliminar a un denunciador habitual del imperialismo y de las influencias occidentales en Marruecos. Un asesinato político deseado por muchos.
Hasán II salió al paso insistiendo en que él no tenía nada que ver con la muerte de su enemigo. La justicia francesa halló evidencias de que un estrecho colaborador suyo, el general Mohamed Ufkir, ministro del Interior, secundado por Ahmed Dlimi, director general de la Seguridad Nacional, dirigió personalmente el rapto, interrogatorio, tortura y ejecución del líder opositor.
Agentes suyos y mercenarios galos colaboraron para conseguir la máxima información del secuestrado, así como de su secretaria. El escenario, un chalet situado en Fontenay-le-Vicomte (Essonne), propiedad de un hampón. Después se llevaron los cadáveres con destino ignorado.
El magistrado Louis Zollinger dictó orden de arresto contra Ufkir y Dlimi e inculpó a Marcel Le Roy-Finville, uno de los jefes del SDECE. El ministro fue condenado in absentia a cadena perpetua. Los espías Antoine López y Louis Souchon, a seis años de cárcel.
Un agente de nuestros servicios secretos destinado varios años en el Magreb, Luis Manuel González-Mata, alias Cisne, mantuvo contactos con Ufkir. El general le dio su versión de los hechos: "Todo es verdad, excepto una cosa: yo no he asesinado a Ben Barka".
Se extendió en su explicación: "Yo no era el único que estaba interesado en Ben Barka. Los norteamericanos también. Preparé el rapto en combinación con la CIA. Si yo hubiese actuado solo, habría podido apresarlo en Ginebra, pero los yanquis eligieron París, porque se habían infiltrado en los servicios secretos y policiales franceses, y disponían allí de buenos agentes. Presidente de la Tricontinental (…) y si se convertía además en ministro de Marruecos, su fuerza aumentaría considerablemente y los intereses norteamericanos en este país quizá quedarían definitivamente comprometidos. La CIA buscaba a Ben Barka. Yo, también. Así que unimos nuestras fuerzas para raptarle".
Pese a la orden internacional de captura contra el ministro, Hasán II se negó a destituirlo. Es más, Ufkir reforzó su posición como cancerbero del trono. Ocho años más tarde este azote de conspiradores fue muerto a tiros tras un intento de golpe de Estado para proclamar la república. Rabat aprovechó para atribuir la muerte Ben Barka a la enemistad entre ambos políticos y no a un plan oficial.
UN JUICIO QUE PROSIGUE ABIERTO
Transcurrida una década del suceso, un hijo del asesinado consiguió que se reabriera la investigación a raíz de un papel encontrado en el cadáver de Georges Figon, el delincuente que preparó la emboscada. Éste había hecho al semanario L’Express unas declaraciones tituladas "Yo he visto matar a Ben Barka". Implicaba en la trama a la policía francesa. Apareció misteriosamente suicidado en su estudio. Similar a lo que ocurrió con Azemmuri, el estudiante que acompañaba al político cuando fue secuestrado.
En Francia,el proceso por este crimen sigue abierto. Ha habido comisiones rogatorias, órdenes de busca y captura, juicios, condenados… Tres mercenarios huyeron a Marruecos, donde murieron en un centro de detención. Casi todos los testigos han ido falleciendo, la mayoría por causas no naturales. En 1982 se abrieron los ficheros de la SDECE, pero gran parte de los documentos sobre el caso Ben Barka habían desaparecido.
Una historia criminal que posteriormente puso al presidente Sarkozy en un aprieto. El juez Patrick Ramaél cursó en octubre de 2007 una orden de detención contra cuatro máximos responsables policiales y de los servicios secretos marroquíes. Desde hace años venían eludiendo declarar en la instrucción del sumario. En Rabat volvieron a hacer oídos sordos, alegando que no conocían sus direcciones.
A finales de 2010 el tema volvió a recobrar actualidad. El Ministerio de Defensa galo desclasificó los documentos secretos reclamados por la justicia que investiga el crimen. A las pocas semanas, uno de los que aparecen implicados, el general Hosni Benslimane, jefe de la gendarmería magrebí, llegó a Madrid en visita oficial. Pese a estar imputado por la Audiencia Nacional como autor de genocidio, a causa de una masacre que ordenó en el Sáhara, y reclamado por los tribunales de París, aquí no se hizo nada por detenerle. Desde un año antes existía una euroorden con carácter ejecutivo de busca, captura y entrega que afectaba a España, dado que forma parte del espacio Schengen.
El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, respondió a la demanda francesa argumentando que, aunque conocía dicha circunstancia, "su nombre no está incluido en las bases nacionales de personas reclamadas por la justicia". Arresto fallido que causó hondo malestar entre los magistrados galos. Cinco años antes el presidente Zapatero había impuesto a dicho militar la Gran Cruz de Isabel la Católica.
En 2014 llegó a París el jefe de la policía secreta, Abdelatif Hamouchi. Un torturador que estaba reclamado por la justicia francesa. Varios agentes le invitaron a que les acompañara ante un magistrado que iba a interrogarle. Rehusó seguirles y huyó rápidamente a través de la frontera española. Nueve meses después regresó a Madrid, donde se le impuso la Cruz Honorífica al Mérito Policial.
El paso del tiempo, lejos de arrojar luz sobre el lúgubre descubrimiento en un panteón familiar de Ituren, lo ha relegado al olvido. Quizá interesadamente. El misterio continúa sin desvelarse.
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