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Un brutal asesinato conmovió a la capital catalana. Pese al tiempo transcurrido se ha intentado que las causas y autores intelectuales del mismo permanezcan en el anonimato. Un caso sobre el que se echó tierra encima.
Sonaron tres campadas en una fría y oscura noche de invierno. Un sereno trataba de combatir la baja temperatura dando pequeños paseos. Le llamó la atención el hecho de que un individuo huyera de un automóvil que acababa de aparcar en la calle El Escorial. Se acercó a ver qué ocurría. Su olfato no le falló. El vehículo tenía los cristales y la tapicería con manchas de sangre.
Avisó a la Policía. Los agentes se presentaron a los pocos minutos. Guiados por el goteo rojo que el vehículo había ido dejando sobre el adoquinado, caminaron hasta un huerto. Observaron junto a una tapia que la tierra acababa de ser removida. Había una pala con manchas sanguinolentas revueltas con tierra. Cavaron ligeramente y descubrieron el cuerpo de una joven con la cabeza abierta. Llevaba un abrigo de astracán, pero ninguna joya encima.
En el interior del coche hallaron un bolso de mujer. Había, junto con diversos útiles de maquillaje, una cartilla de racionamiento a nombre de María del Carmen Brotons Buil. Sabían que dicha identidad correspondía a una famosa prostituta de lujo.
Cuando realizaron las pesquisas iniciales recibieron el aviso del hallazgo de un nuevo cadáver en plena calle. Suicidio por envenenamiento con cianuro de potasio. Por su documentación se supo, al estar fichado, que era el propietario del lugar donde se acababa de producir el macabro hallazgo.
IMPORTANTE EMPRESARIOS, AMANTES SUYOS
Dos extrañas muertes en pocas horas de aquel 11 de enero de 1949. La situación adquiría carácter relevante. Se tensaron los resortes oficiales. Se hurgó en la azarosa vida de la joven asesinada.
Había llegado a la Ciudad Condal procedente de Guasa, una pequeña localidad de Huesca, para labrarse un futuro. Perteneciente a una humilde familia de campesinos, se colocó de sirvienta. Muchas horas de trabajo a cambio de un modesto sueldo. Pronto comprendió que jamás dejaría atrás un pasado de privaciones.
La tarde que libraba solía pasear por zonas concurridas y parques. Observaba cómo los hombres se volvían para observar su esbelta figura. De regreso a la casa donde trabajaba como interna le tocó presenciar más de un escena de relajación moral.
Ante tal situación se animó a labrarse un futuro mejor. Tenía tan sólo 18 años e irradiaba hermosura. Muy guapa, de cuerpo atractivo y sensual. Decidió sacar provecho a sus encantos entre la alta sociedad. Dispuesta a convertirse en una vampiresa, se tiñó su larga cabellera de rubio platino y ciñó al máximo los vestidos.
Incluso acortó su apellido, pasando a llamarse Carmen Broto. Emprendía una nueva vida. Comenzó a dejarse ver por los más selectos salones, restaurantes y bailes.
Muchos la consideraban la Jayne Mansfield española. Acertó a introducirse de modo rompedor en un privilegiado sector político, empresarial y financiero. Pronto se vio rodeada de personajes de alto standing.
La asiduidad con que frecuentaba la cafetería Alaska hizo que mantuviera excelentes relaciones con policías habituales del establecimiento. El hecho de declararse partidaria de Franco, en una población donde la lealtad al Caudillo era una garantía, propició el acercamiento.
En poco tiempo se hizo con una serie de admiradores que pugnaban por sus favores. La cortejaba lo más granado de la burguesía, gerifaltes del régimen y magnates del estraperlo, el negocio más boyante de la época. Conocidos personajes se convirtieron en sus protectores.
Empresarios como Ramón Pané, que le compró un piso y la mantuvo durante año y medio; Julio Muñoz Ramonet, uno de los hombres más ricos del país, le regaló otra vivienda... Hubo quien como Juan Martínez Penas, boyante promotor teatral, la utilizaba de tapadera para ocultar su homosexualidad.
Muchos compartieron su lecho, pocos se quedaron hasta el amanecer. A cambio dejó atrás su vida anterior plagada de estrecheces. Consiguió una pequeña fortuna y una importante colección de joyas. No se recataba en lucirlas cuando salía a divertirse con clientes y amigos.
CRIMEN SANGRIENTO
Por el único que sentía debilidad era por Jesús Navarro Manau, un joven apuesto y muy dado a la vida alegre. No se trataba de ningún senyoret, sino de un golfo que proporcionaba cocaína y servicios sexuales en plan chapero a gente importante. Se creó una complicidad canalla entre ambos.
El joven estaba a punto de contraer matrimonio con su novia de toda la vida. Era hijo de un conocido delincuente profesional. Su progenitor, Jesús Navarro Gurrea, conocido como el Espadista, contaba con una amplia ficha policial.
Aprovechando su experiencia se había reconvertido en cerrajero, pero atravesaba una mala situación económica. Así que ideó un malvado plan para sustraer las joyas a la Cascabelitos, como denominaban a Carmen por su alocada forma de vida. "Ahí está la solución si sigues emperrado en casarte con Pepita. Te apoderas de las alhajas y ya hemos resuelto el problema económico. Se las quitamos, la enterramos y ¡arreglado! Todo depende de planear bien las cosas y obrar con toda sangre fría".
La influencia del padre resultó decisiva para el desarrollo del crimen. Además, contó con el apoyo de su ayudante Jaime Viñas, lo que disipó los últimos escrúpulos del hijo. Colaboraría con él para matarla.
Pocos días después un coche de alquiler se encontraba estacionado frente a un elegante portal. De vez en cuando sus ocupantes se frotaban las manos para combatir la gélida temperatura. Quizá también felicitándose por la operación que iban a realizar.
Tras un buen rato de espera apareció Carmen. Volvía del cine Metropol, junto con Martínez Penas, donde se había proyectado, como un mal presagio, la película Almas en suplicio, pródiga en bajas pasiones y crímenes. Al poco de marcharse el pigmalión la despampanante rubia se dirigió toda alegre hacia el vehículo. Marcharon los tres a tomar unas copas, recorriendo varios locales de ambiente.
Cuando los dos hombres consideraron que estaba bastante borracha decidieron llevar a cabo el plan. Jesús iba al volante. A su lado, la joven. Y en la parte posterior, el amigo con un mazo de hojalatero escondido. Pensaban liquidarla en cuanto llegaran a la calle Legalidad. Allí les esperaba el autor intelectual. Pero algún imprevisto sucedió por el camino que precipitó los acontecimientos.
Viñas descargó un fuerte golpe sobre la cabeza de la mujer. Ésta, gravemente herida, empezó a luchar con su agresor. El conductor detuvo el vehículo delante del Hospital Clínico con el propósito de ayudar a su cómplice. Ocasión que aprovechó la víctima para saltar fuera e intentar huir. Al poco cayó desplomada.
Un adormilado vigilante del centro sanitario presenció la escena, pero fingieron ser médicos y argumentaron que llevaban a la enferma a su clínica para tratarla de un coma etílico. De inmediato reanudaron la marcha.
Con la víctima agonizando en la encharcada tapicería del coche se dirigieron hacia el taller de cerrajería. El Espadista les aguardaba en su huerto, donde habían cavado un hueco. Tras despojarla del dinero y las joyas repartió el botín y les aconsejó que huyeran de la ciudad. Él se quedaba para cubrirles la retirada, pero con una dosis de cianuro lista para utilizarla -como así hizo- en caso de ser descubierto. No iba a delatarles. Sucediera lo que sucediera, debía imperar la omertà. Idea a la que se sumó Viñas.
Enterraron apresuradamente el cadáver en un solar próximo. Tras lavarse a fondo y quemar las ropas manchadas de sangre decidieron dejar abandonado el vehículo en las proximidades. Después huyeron por separado.
La Policía emprendió la búsqueda del hijo. Localizaron a su novia y, tras intervenirle el teléfono, fue sometida a un duro interrogatorio. Confesó que le había propuesto huir juntos en barco a Mallorca esa misma tarde. Tenían que reunirse en el puerto. Se montó un operativo y el sospechoso fue detenido.
Quedaba la localización de Viñas para rematar el caso. Dos días más tarde era hallado sin vida en una habitación de hotel. Cumplió su palabra de suicidarse si las cosas salían mal. Sobre la mesilla de noche dejó una nota: "No se culpe a nadie de mi muerte. Soy inocente". Y en otra línea, más abajo, un desahogo filosófico: "¡La vida es sueño!".
UNA VERSIÓN OFICIAL POCO CREÍBLE
Finalmente sólo quedaba que el detenido cantara de plano en comisaría. Las pruebas en su contra eran irrebatibles. Llevaba encima joyas valoradas en 120.000 pesetas.
Decidió echar la culpa a los muertos. "Mi padre fue el inductor de todo…", comenzó una prolija descripción. Lo acusó de la autoría intelectual y, junto con al compinche, también de la material.
"Ayudé a Viñas y al viejo a sacar a la desfallecida Broto del coche. Mi padre dijo: 'Ahora, mientras la enterramos, tú te vas a buscar el vehículo, no quiero más complicaciones'. Me alejé, viendo entonces cómo mi padre levantaba la pala para asestar un fuerte golpe al bulto que formaba la inanimada mujer".
Hasta aquí la versión oficial del suceso, a la que casi nadie dio crédito. Los otros tres protagonistas no podían rebatirla desde el más allá. Sonaba todo a un poco novelesco.
Su progenitor era un experto ladrón que no necesitaba mancharse las manos de sangre para conseguir un botín. Incluso se había ofrecido a colaborar con la Policía como experto en técnicas de robo, sobre lo que escribió un manual. Por ello extrañaba que abandonara el camino de la legalidad emprendido e involucrara a dos allegados para conseguir un pequeño botín.
El suceso produjo honda conmoción en ciertos sectores de la capital catalana. El crimen parecía tener gran trasfondo, dadas las relaciones que la víctima mantenía con las altas esferas. Una historia con escasas luces y muchas sombras.
Empezaron a circular rumores que implicaban a destacados comerciantes, industriales, jerarcas franquistas e, incluso, a la autoridad eclesiástica. Un murmullo comenzó a dejarse oír por la capital catalana hasta alcanzar altas cotas de volumen. La opinión general era que le habían sellado la boca para evitar complicaciones.
El ministro de la Gobernación, Blas Pérez, impuso el silencio a la prensa. Se corrió un tupido velo sobre tan enojoso affaire para determinado sector catalán. Tan sólo se debían publicar los tristemente famosos comunicados de la DGS (Dirección General de Seguridad), conocidos como la papela. Trataban de eludir salpicaduras hacia las alturas, aunque el eco entre la población era difícil de atajar.
A mediados de los años cincuenta El Caso difundió unas imágenes de tan rutilante belleza antes de ser destrozada a golpes.
"Me llamó Juan Aparicio y me espetó si no había otra golfa para sacar en nuestras páginas. Estaba indignado y me exigió que no publicara nada más sobre Carmen Broto. Argumentaba que el tema había sido resuelto satisfactoriamente por la autoridad y carecía de interés para el público. ¡A obedecer!", me contaba el fundador del semanario, Eugenio Suárez.
El director general de Prensa imponía personalmente la censura, pese al tiempo transcurrido, sobre tan polémica muerte. Al parecer, había mucho que ocultar al respecto.
SECRETOS DE ALCOBA
La difunta completaba su actividad de mantenida con la profesión de madame. Captaba muchachas en Galicia para trabajar como sirvientas en casas de ricos catalanes. Al poco las convencía para que se acostaran con ellos.
Disponía de información privilegiada y altamente peligrosa. También de un buen dossier de fotos de encuentros sexuales. Y tenía una excelente memoria para las confidencias de cama.
Existía la posibilidad de chantaje. O simplemente de que, cuando se pasara en el consumo de ginebra inglesa, se fuera de la lengua sobre ciertos prohombres.
La creencia general era que se la cargaron porque se estaba convirtiendo en un peligro para algunos prebostes. En su agenda figuraban nombres y direcciones de gente muy importante. Posiblemente también de quien fraguó la operación, contrató al asesino y quitó de en medio a los dos suicidados.
La justicia condenó a Jesús Navarro al garrote vil. Fue indultado gracias a la mediación de influyentes personas, algunas del entorno de la víctima. La pena fue conmutada por la de cadena perpetua. Tan sólo cumplió 11 años de cárcel.
Una vez en libertad reconoció a La Vanguardia que "el silencio me salvó la vida". Posteriormente afirmó que la joven fue eliminada a causa de que había delatado a enemigos del régimen. Versión que fue modificando posteriormente, exonerando a su padre de cualquier implicación en el crimen y culpando de la autoría a terceros. Quedaba claro que mentía y trataba de ocultar a otros. Quizá a quienes consiguieron su remisión de pena.
El realizador cinematográfico y periodista Pedro Costa dirigió El caso de Carmen Broto. Se entrevistó con el condenado y su conclusión es bastante distinta a la que llegó la justicia.
"Existe un trasfondo político impresionante. En otras naciones en que se produjeron hechos parecidos provocaron caídas de Gobierno (…) La Broto, al verse apartada de los círculos de Muñoz, y saber tantas cosas del submundo sexual de Barcelona, de los vicios de la gente del poder, intentó vengarse, pero la muy ingenua fue a denunciar todo ello a Jefatura. Se la cargaron a los pocos días".
Hace unos meses, con motivo de la grabación de la serie El Caso. Crónica de sucesos de TVE, me comentaba: "Mejor que ignoréis el asesinato de Carmen. Hay gente con influencia interesada en que el tema siga oculto. No os compliquéis la vida, como me pasó a mí".
Entre todos la mataron y ella sola se murió a la edad de 26 años. Una vida corta pero intensa, en la que arrebató corazones y puso en peligro a gente notable. Se llevó a la tumba sórdidas confidencias y secretos de alcoba.
Uno de los crímenes más resonantes en una época de penurias y represión. Todo ello ha convertido este crimen en un mito de la crónica negra.
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