Diecisiete años después, Raquel Gómez sigue esperando a Diego. En un rincón de su salón, en una bonita y agradable casa de piedra frente a la Plaza Mayor de El Royo (Soria) hay un rincón reservado a los recuerdos del pequeño. Aparece feliz en una fotografía, cepillándose los dientes, junto a otras imágenes de sus primos adoptivos y de la que podría haber sido su hermana, M, una niña a la que Raquel Gómez y Carlos de Francisco adoptaron pocos meses después de la traumática entrega de Diego. El próximo enero el chico cumplirá 18 años. Él no ha podido vivir en un entorno feliz y cálido como M.
Esta semana, los padres adoptivos de El Royo han seguido en los medios la historia de Juan Francisco (Joan), el niño asturiano que fue entregado al año y medio de edad a Noelia Estornell y Alberto Bordes y que ha vivido en Sueca (Valencia) con estos padres durante 3 años en pre-adopción. Ahora, al cumplir los 4 años, una sentencia de la Audiencia Provincial de Asturias ha dado la razón a la madre biológica del menor, María José Abeng Ayang (19 años) que defiende que nunca quiso entregarlo en acogida, sino que le fue arrebatado en el centro de menores en el que se quedó embarazada.
“Solo otro hijo puede devolverte la felicidad”
Raquel Gómez, la madre adoptiva del niño de El Royo lamenta, ante todo, que “se trate a los niños como paquetes”. Recibe a EL ESPAÑOL en su casa, a la que acaba de regresar con su marido, Carlos de Francisco, y su hija, M., después de una semana de vacaciones en Benidorm. Esta semana, con el caso de Juan Francisco, ha sido inevitable recordar el calvario que vivieron hace ya 16 años, la edad que ahora tiene su hija. “Fue el peor momento de nuestras vidas. Lloramos muchísimo. Yo adelgacé como 10 kilos. Nos apoyamos mucho el uno en el otro para poder salir adelante”, recuerda.
Raquel y Carlos esperaron durante 10 años para adoptar un niño, y una vez lo consiguieron, la felicidad duró muy poco. Diego L.B. llegó a sus vidas a los cinco meses, y 18 después, antes de que hubiera cumplido los dos años, una sentencia del juez de Salamanca Luciano Salvador Ullán les obligaba a devolverlo al centro de acogida María Dolores Pérez-Lucas de Salamanca, donde su madre, Margarita Bernal, con trastorno bipolar, podría visitarlo. La sentencia incluso hablaba del niño como una “terapia” para la madre, e instaba a que fuera primero al centro de menores donde podría desarrollar “mecanismos de defensa”.
Raquel todavía recuerda aquel jueves, 19 de octubre del 2000, cuando tuvieron que entregar a Diego: “Me tomé cuatro trankimazines para poder hacerlo”. No le llevaron directamente al centro de acogida como dictaba la sentencia. “¡Sólo había faltado que hiciera el trabajo a los Servicios Sociales!”, se enfada Raquel recordando la sentencia. Prefirió llevarle al lugar donde ella creció. Al colegio de monjas Sagrado Corazón de Soria, donde pensó que le tratarían bien aquella noche clave. Allí le recogieron a la mañana siguiente los Servicios Sociales para llevarle a Salamanca. “Las monjas me contaron que el niño se pasó toda la noche llorando”, asegura entristecida.
Y a partir de ahí, comenzó la negra historia de Diego. Su tía materna, María Antonia Bernal, pidió hacerse cargo del niño. Pero acabó llevándole de nuevo al centro por las continuas presiones de la madre, que debido a su trastorno bipolar, pasaba temporadas de euforia seguidas de otras de fuertes depresiones. Una nueva sentencia judicial le concedió la custodia del menor, y el niño vivió con ella en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y Madrid hasta 2003, cuando la madre ingresó en el hospital madrileño Gregorio Marañón con una fuerte crisis. El niño volvió, otra vez, al centro de menores.
En ese periodo, según refleja un informe de la asociación de protección del menor Prodeni, el niño presenció peleas, e incluso estaba dentro de la vivienda familiar cuando su padre, con esquizofrenia, la incendió, motivo por el cual cumplió condena en un psiquiátrico de Alicante. El informe también refleja que se vio al niño y a la madre pidiendo limosna en el metro de Madrid, algo que la madre negó tras ser ingresada. El niño siguió con las idas y venidas de su casa al centro de menores. Cuando tenía 8 años, un juez de Ciudad Rodrigo volvió a quitar la custodia temporalmente a la madre tras recibir un aviso del Colegio Público San Francisco de la misma localidad en el que se denunciaba el absentismo del niño y una situación de desatención. Mientras tanto, Raquel seguía sus pasos:
—¿Tuviste contacto con Diego después de entregarle?
—Al principio sí. Cuando el niño tenía cuatro años y M. (su hija) tenía dos, Margarita le trajo al pueblo. Se conocieron y estuvieron jugando en la plaza, fue un día muy feliz. Le enviábamos regalos modestos cada cumpleaños, para que la madre no se sintiera mal. Pero un año la madre nos devolvió el regalo. Nunca volvimos a saber de Diego. Solo hemos tenido noticias por lo que me han contado algunos conocidos que viven en Salamanca.
—¿Has intentado establecer contacto con él?
—Sí. Le he buscado en Facebook, pero no está con su nombre real. Tampoco quiero indagar mucho hasta que no sea mayor de edad por respeto a la madre y por no tenerla aquí en la puerta de casa gritándome.
—¿Intentarás hablar con él cuando cumpla 18 años?
—Claro que sí (se le ilumina la cara). Cumple 18 años el 4 de enero de 2017 y estoy deseando que llegue ese momento.
—¿Te imaginas un reencuentro con él aquí, en El Royo?
—Ojalá. Me encantaría. Nos encantaría a los tres. Mi hija me ha preguntado varias veces, ¿por qué no viene Diego a vivir con nosotros? Y yo estaría encantada de que viniera. Si alguna vez necesita algo, quiero que sepa que estamos aquí. A mis sobrinas, que tenían 8 años cuando él era un bebé, les encantaría que viniera. Le echaron muchísimo de menos. Una de ellas le enseñó incluso a su madre un día “su rincón de llorar” tras la pérdida de Diego.
—¿Te sientes identificada con los padres de Valencia?
—Cada caso es distinto. Pero sí, me acuerdo de todo. Yo lo que digo es que si los Servicios Sociales no tienen del todo claro que un niño puede ser adoptado, ¡que no lo den! El día que fuimos a recoger a Diego en Salamanca, en la sala de al lado, un orientador del centro todavía intentaba convencer a su tía materna de que se hiciera cargo del niño. Eso no puede ser.
—¿Qué mensaje enviarías a los padres adoptivos de Juan F.?
—Que adopten otro niño. Solo superarán el dolor si adoptan a otro niño. Nosotros lo pasamos fatal. Y sólo recuperamos la felicidad cuando M. llegó a nuestras vidas. Ahora siento que estábamos predestinadas a estar juntas.
Carlos y Raquel entregaron a Diego en octubre de 2000 y en febrero del año siguiente pudieron adoptar a M. No hace falta que la madre lo jure, la niña es la alegría de la casa.
“Disfruta de tu madre, que cuando vas a vivir sola todo es más difícil, le decimos”. La niña responde impulsiva: “Estoy deseando irme”, pero en seguida abraza a su madre y le dice riendo: “¡Es broma!”. Reconoce que su comida es la mejor del mundo.
Juan F., ¿un “niño robado”?
María José Abeng se quedó embarazada a los 15 años de edad en un centro de menores de Oviedo en el que vivía por problemas familiares. Ella defiende que quiso tener a su hijo. Este martes, un día después de que los padres adoptivos de Sueca entregaran al niño cumpliendo con la sentencia judicial, y tras todo el revuelo mediático, la madre biológica difundía una carta en la que explicaba que “nunca dio a su hijo en acogida, sino que se lo arrebataron”.
Hasta 3 peritos judiciales valoraron a María José Abeng (19 años) antes de que la Audiencia Provincial de Asturias dictara en marzo la sentencia favorable a la madre biológica de Juan F. Estos peritos han criticado en sus informes la actuación de los Servicios Sociales del Principado de Asturias, y la han calificado de “al menos negligente” por no dejarle ver al niño hasta que estuvo "institucionalizado” y por “restringir los contactos materno-filiales acabando por iniciar un expediente de pre-adopción”. Expediente que tanto María José como su abogada, Nieves Ibáñez Mora, defienden que la madre nunca firmó. Por eso, ésta última ha sostenido en televisión que Juan F. es un “niño robado”.
Enrique Vila, el abogado de la familia de Sueca es también conocido por defender a niños robados. De hecho, ha novelado la historia de algunas de estas personas en el libro Mientras duró tu ausencia. El letrado asegura que Juan F. no es un niño robado. Defiende que el entorno de María José Abeng no es el mejor para el menor, porque es desconocido para él y porque María José vive con una pareja que “no le da buena vida”. El letrado ha intentado agotar todas las vías judiciales. La última, reclamando en julio ante el Tribunal Supremo la sentencia de la Audiencia Provincial asturiana.
Juan F. lleva casi una semana con su madre, y la joven “se está esforzando mucho para que el niño esté a gusto. Está poniendo todo su empeño y tiempo en hacer que sea feliz”, explica la abogada Nieves Ibáñez. Pero el futuro de Juan F. todavía no está del todo claro. El Tribunal Supremo tiene que manifestarse. Solo entonces se sabrá si se queda con su madre biológica o vuelve a Valencia.