Es martes 13 y en el santuario de San Campio (Tomiño, Pontevedra) hoy no se practica ningún exorcismo. El demonio sabe que no hay nada menos elegante que cumplir con el cliché. Tampoco el lunes se presentó. Parece que se le pegan las sábanas como a un vulgar mortal.
El párroco, José Luis Portela, me recibe tras la primera noche de lluvia en dos meses, según dicen los lugareños. Es el sacerdote que más exorcismos practica en Galicia y, seguramente, en toda España: entre tres y seis a la semana. A la iglesia, grande y demasiado ornamentada para un pueblo tan pequeño, acuden a diario "creyentes de todas partes". Los que menos, los del propio pueblo. "Muchos vienen de Portugal, de Galicia, de León... La gente necesita ayuda y yo se la proporciono", dice Portela.
A escasos metros de la iglesia hay quien reza a la cerveza, práctica habitual entre los descreídos a los que la gallardía les crece con cada trago. En Casa Telleiro, Manuel y Antonio, con un brazo apoyado en la barra y abrazando la pinta con la mano, aseguran que no creen en los sucesos sobrenaturales: "¡Carallo, son tonterías! El cura es buen tipo, aquí le queremos, pero yo creo que la gente que va es porque está desesperada. Gente que no ha encontrado solución a un problema de ninguna otra manera", dice Antonio, que habla escueto, como si hubiese sacado el cepillo y barriese las palabras de más.
A su lado, una mujer rubia con gafas al estilo Woody Allen se envalentona y saca el tema que se comenta últimamente: la reciente condena por abuso sexual que pesa sobre el párroco. "Yo no me lo creo. Esa mujer estaba enferma. Aquí lo conocemos desde hace muchísimos años y siempre nos ha parecido un hombre muy agradable". A menudo, quienes no creen en las Santas Escrituras de Dios, tampoco lo hacen en las de la justicia. Una sentencia que condena a José Luis Portela por un año de prisión y 4.000 euros de indemnización a la víctima no convence a quienes ven en el sacerdote un hombre aferrado a su fe, incorruptible e incapaz de pecar. Fuera del bar, un hombre que no quiere revelar su nombre asegura que "el cura tiene un hijo". "Aquí es un secreto a voces", añade.
El abuso sexual tuvo lugar en agosto de 2014 en la sacristía del templo. Según la sentencia, el acusado, "con ánimo de satisfacer sus deseos sexuales, abrazó a la feligresa, le introdujo las manos por debajo de la ropa y le tocó los pechos". El juez considera probado que el padre Portela le pidió a la víctima que "le besara al tiempo que la agarraba y le besaba el cuello diciéndole 'Dios quiere que estés bien'". La mujer, con problemas de insomnio tras el suceso, acudió a su médico de cabecera y se sinceró con ella tras pedirle "algo para dormir". La doctora fue quien denunció los hechos. En abril de este año se celebró el juicio en el que el magistrado condenó a José Luis Portela a un año de prisión y a pagar 4.000 euros de indemnización a la víctima. Él ha recurrido la sentencia a la Audiencia Provincial de Pontevedra. "Prefiero pagar 8.000 euros a un abogado que 4.000 a esa mujer, porque miente. Creo que puede estar ligada a una secta satánica y lo que quiere es echar abajo a un exorcista como yo", explica Portela a EL ESPAÑOL. La víctima, Valeria Midas, de 42 años, habla con un medio de comunicación por primera vez: "El abogado de este señor me ofreció 15.000 euros antes de ir a juicio, pero yo no quiero dinero, quiero que esto se sepa porque no quiero que le vuelva a hacer daño a nadie", cuenta llorando al teléfono.
Exorcista desde hace 15 años
José Luis Portela, que ahora tiene 74 años y lleva 47 en la iglesia de San Campio, es un cura singular. En su sacristía hay discos de Queen y de los Beatles apilados junto a otros de música religiosa. Entre las figuras de la Virgen y las cruces de madera reposa un bote de colonia de Massimo Dutti que jamás ha usado. "Me lo regalaron pero yo no uso colonia ni desodorante. Yo, todo natural". A la derecha, sobre un mueble de madera, están sus utensilios de exorcista: una estola morada, una cruz y un vaso de Heineken con agua bendita. "No necesito nada más. Para ahuyentar al demonio se necesita fuerza física y moral, así como voluntad de ayudar a quienes lo necesitan".
En un cajón guarda el libro de oraciones con el que practica exorcismos. Está desgastado por la humedad y amarillento, pero Portela insiste en que "es nuevo". En la primera hoja, una fecha: 2006. "Solo tiene diez años pero es que lo he usado mucho". Asegura que con él ha realizado ya "miles de exorcismos". Sin embargo, hace hincapié en la diferencia entre un influjo satánico y un exorcismo. "El primero se combate con unas oraciones. Se limpia y purifica a la persona y luego se la protege. En el segundo caso, hay que insistir. Alguien con un influjo satánico no significa que esté poseído".
El párroco no se esfuerza en convencer con datos de la autenticidad de su relato. Es imposible. La fe en el demonio, como la fe en dios, es inexplicable: se cree o no se cree. Le llama la atención que no esté bautizada e insiste en practicar mi rito de iniciación allí mismo. Me rocía con agua bendita después de pedir que le coloque el alzacuellos, que se le escapa por el cuello de la camisa. "Me estoy divirtiendo mucho", dice.
Su primera "liberación de espíritu" la realizó hace quince años, en Vigo. Recibió una llamada de madrugada: una chica y sus amigas habían hecho la ouija en casa y el diablo rondaba por el comedor como uno más. "Es muy bonito ver que los vasos se elevan y tal, pero la ouija es lo que tiene: invocas al demonio directamente. En este caso, el diablo exigía llevarse una niña con él a cambio de marcharse de la casa. Fui allí, toqué los vasos y cayeron. Y los que no cayeron los destruí yo con mis propias manos. Cogí un cubo de agua, bendije el agua y la eché por las paredes, mesas, sillas, cortinas, alfombras... Las chicas, mientras, rezaban rosarios. Donde yo eché el agua quedó todo calcinado", rememora.
"Estoy avalado por Dios"
El padre Portela mide cada una de sus palabras. Antes de contestar, arruga los labios y baja la cabeza. Apenas mira a los ojos de su interlocutora al hablar, sino al infinito, como en un sermón de iglesia desde el púlpito.
—¿Cómo se prepara uno para ser exorcista?
—Uno no se prepara, yo estoy avalado por Dios. Él me ha dado el don, me ha puesto en el camino. Lo aprendes con la experiencia. Hay cursos en Roma para exorcistas, para prepararse. Yo lo sé todo por experiencia, que es la ciencia en este caso. Me paso muchas horas cada día atendiendo a gente que viene porque necesita ayuda. Una vez incluso vino un futbolista famoso, de Primera División [no quiere revelar su nombre]. Quería que le bendijese e hiciese unas oraciones de liberación porque había cosas que iban mal en su vida. De alguna manera u otra, mucha gente tiene cerca al demonio en su vida.
—¿Le pagó?
—No, yo no puedo cobrar a nadie. Ni pedir la voluntad. A este futbolista sí le pedí una camiseta del equipo firmada por él. Vino otro día y me la trajo, pero firmada por todo el equipo. La tengo colgada en casa.
Mientras conversamos, el teléfono móvil del párroco suena varias veces. Siempre atiende las llamadas. Saca su pequeña agenda negra del bolsillo, busca día y hora. "Sí, quedamos mañana a las 15:30". Le llaman para una "liberación espiritual". Como en el médico, para el exorcismo también hay que pedir cita.
"Nunca he tenido miedo. Si lo tengo, el demonio es valiente. Hay que decirle: 'En mi casa mando yo'", asegura Portela. Según él, los signos para 'diagnosticar' a alguien con posesión diabólica son harto conocidos: "Da gritos, echa espuma por la boca, le quemo al tocarle, habla en lenguas raras, se rebela, da patadas y bofetadas...". "¿Ves esa cruz de ahí?", pregunta señalando una figura de madera rota en lo alto de una estantería. "Me la rompió una mujer en la cabeza. Menos mal que mi cabeza es dura". La muestra como un aval de su labor como exorcista, como prueba fehaciente de que ha batallado contra el Mal.
"En una ocasión vino una chica joven, el marido y yo tuvimos una batalla campal para sostenerla. Le hice las oraciones y le di la comunión. Al día siguiente volvió. La vi sentada en los bancos. Le dije: '¿Quieres que te dé la comunión para que Dios te dé fuerzas?'. Dijo que sí y vino a la sacristía. Al tocar mi mano su cabeza, empezó otra vez: '¡Mequetrefe, macaco imberbe, tú creías que con darme la comunión ya lo tenías todo conseguido!'. La comunión sacó ese odio, ese veneno que tenía dentro", recuerda.
—Entonces, ¿lo que relata la película El exorcista es similar a lo que usted ha vivido?
—Lo que nos muestra la película es una ficción en relación con la realidad más seria y más profunda. Porque si te pegan dos bofetadas y no tienes fuerza para someter al demonio, el demonio se estará burlando de ti. El sacerdote tiene que ejercer sobre la persona poseída una autoridad física. Y también moral. Si está revolcándose, tienes que sujetarla. En la película, la niña da saltos sobre la cama. Oye, eso no es forma de obrar. A la persona hay que reducirla. No puede estar saltando por ahí. Es el primer paso para vencer al demonio. Que la cabeza gire 360 grados yo nunca lo he visto. En la película hay dos sacerdotes: uno mayor que tiene fuerza espiritual pero le falta autoridad física. El joven tiene fuerza física, pero no moral. Eso no puede ser. Se necesitan ambas.
En Galicia, los territorios de lo físico y lo metafísico confunden sus fronteras. Sin embargo, para José Luis Portela hay una diferencia sólida entre una enfermedad mental y una posesión diabólica. Pero no sabe explicar con exactitud en qué consiste. "Muchas veces la naturaleza se rebela. Por ejemplo, un aborto, que es algo contra naturaleza, puede dejar a una mujer tarada. Ese sería un problema psicológico. Pero otras veces, los problemas sobrepasan lo natural. Luces que se encienden solas, ordenadores que se encienden solos, una persona que de repente se pone a gritar y no sabe por qué. La gente no cree a estas personas, muchos sacerdotes tampoco. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para hacer lo correcto".
Frente a la persona cautiva por el demonio, el párroco lee una oración del libro del Rito del exorcismo mayor. Una forma imperativa para alejar al demonio, casi como la imposición de un padre a un niño desobediente. "Te exorcizo, antiguo enemigo del hombre, aléjate de esta criatura de Dios, te lo ordena nuestro señor Jesucristo", recita Portela en la sacristía.
El discurso del sacerdote de San Campio suena a religiosidad primitiva. Aunque no cree en la Santa Compaña —las almas del purgatorio vagando por este mundo—, alude a los mitos gallegos más arraigados en esta tierra, como el del meigallo, un maleficio o pacto con el diablo para provocarle el mal a otra persona. También a la modernidad: para Portela, los movimientos migratorios son los culpables de que hayan aumentado los exorcismos: "Estamos invadidos por latinoamericanos y africanos. Esta gente hace ritos satánicos y por eso cada vez hay más posesiones e influjos", apunta.
Dice que los humanos, al descristianizarse, han buscado a un sustituto: otro ídolo, otra imagen a la que adorar. Jesús y Satán. "Todo hombre es religioso por su propia naturaleza. Si no se arrodilla ante el dios verdadero, lo hará ante dioses falsos".
"Me condenaron por culpa del obispo"
"El obispo [Luis Quinteiro] no estaba conforme con que me defendiese el abogado que yo quería, un sacerdote a quien yo había pagado los estudios. Buscó a un especialista en derecho concursal, no penalista, Ángel Piñeiro se llama. Yo no tuve defensa en el juicio, no hacía nada. Me condenaron por culpa del obispo", asegura José Luis Portela. Una fuente jurídica cercana al caso que prefiere mantenerse en el anonimato asegura que "José Luis Portela es un fraude que no quiere reconocer sus propios pecados". "La víctima ha tenido que dejar el pueblo por miedo a cruzárselo. Durante el juicio, ella siempre mantuvo el mismo testimonio. Incluso describió la sacristía a la perfección, mientras que él negaba que hubiese entrado. Además, en un primer juicio oral aseguró que nadie se había dirigido a él aquel día. Luego cambió su testimonio y dijo que esta mujer le pidió ayuda pero que él se negó porque tenía una boda que atender", apunta dicha fuente.
Sobre él pesa desde abril de 2016 una condena por abuso sexual a una feligresa. Él negó los hechos, pero según la sentencia, su relato tiene contradicciones. La denuncia procedía del médico de cabecera de la víctima, que llegó 20 días después de lo ocurrido. La sentencia otorga credibilidad a la denunciante: "Explicó satisfactoriamente que en un principio no lo contó, salvo a su marido, porque quería llevarlo sola, pero finalmente se lo confesó a la médico para que le diera algo para dormir y estar tranquila", se puede leer en el documento.
—¿Por qué el obispo querría perjudicarle?
—San Campio era un santurario sin nombre hasta que llegué yo. Estorba que sea el número uno en Galicia en relación con otros santuarios. Hay dos botafumeiros, refugio de peregrinos, comedores, biblioteca, salón parroquial... Es motivo de celos y envidias.
El párroco, que niega rotundamente haber abusado de la mujer, considera que él es víctima de una conspiración satánica. "Ahora la mujer va al santuario de O Corpiño continuamente. Yo le he dicho al cura de allí que grabe todo con cámaras de seguridad por si le denuncian también a él. Yo creo que ella y la médico que me denunció pueden estar ligadas a una secta satánica y buscan echar abajo a un exorcista".
Valeria Midas, la víctima, apenas quiere hablar de lo ocurrido. "Aquel día, 15 de agosto de 2014, fui a verle porque mi madre, que estaba de visita, había tenido un accidente el día 5. Se había caído en mi casa. Ella tenía entonces 84 años y me asusté mucho. Necesitaba hablar con alguien y todo el mundo me había hablado muy bien de este hombre. Me decían que sabía escuchar muy bien y que era una gran persona". Valeria Midas niega estar yendo a O Corpiño: "Ni siquiera sé dónde está O Corpiño. ¿Qué es? ¿Una iglesia? Ahora vivo en Nigrán, dejé el pueblo [Tomiño] a pesar de que mi marido y yo tenemos allí una casa, estamos pagando la hipoteca. Pero preferí alquilar esa casa y alejarme de ese sitio porque no quería cruzármelo".
Cuando le comento al teléfono la teoría de Portela de que ella y la médico que le denunció podrían estar ligadas a una secta satánica, ella comienza a llorar. "¿Pero por qué así este señor? Este señor no representa a Dios. Sé que le ha hecho a más gente lo mismo que a mí pero no se atrevieron a denunciar. Y lo entiendo. En el juicio me sentí humillada, me hacían pasar por loca. No le deseo a nadie que pase por lo mismo que yo". El obispo, Luis Quinteiro, llegó a preguntarle a Valeria, según cuenta ella, si "los tocamientos en el pecho no podrían ser un método de curación".
"En aquel momento solo acerté a decirle: 'No, padre, por favor'. Fui a mi médico porque no podía ni dormir. No podía creerme que hubiera pasado aquello. Lo que no quiero es que toque a nadie más, a ninguna criatura inocente. Que no le dejen ser cura. Dicen que la médico es amiga mía, ¡y ni siquiera tengo su teléfono!", explica la víctima poco antes de colgar. "He intentado contarte todo lo posible porque esto se tiene que saber, pero en realidad lo que yo quiero es olvidar y volver a estar bien", añade.
"Bueno filliña, ya es hora de acabar", me dice el párroco cuando ya no quiere hablar más sobre el tema. Se desajusta el alzacuellos con los dedos y se dirige a la sacristía. En la pared del confesionario, una frase: "El demonio nos quita la vergüenza a la hora de pecar, y nos la da a la hora de confesar".