El mes de julio de 1749 es una fecha marcada a fuego en la memoria de los gitanos de España. El marqués de la Ensenada diseñó por orden de Fernando VI un plan de confinamiento de la etnia como paso previo al intento de exterminio. Lo llamó la Gran redada. Bajo el amparo del rey, los calé fueron separados por edad y sexo y hechos presos en arsenales y casas de la misericordia. Hubo que esperar a Carlos III y a su pragmática de 1783. Él declaró españoles a los romaníes y dispuso su libre residencia en todo el reino a costa de abandonar la vida errante, no usar el caló –su propia lengua– y renunciar a sus costumbres. La palabra ‘gitano’ se ilegalizó, silenciando así su mera existencia.
Siglos después, el pueblo gitano sigue silente y mirando con desconfianza a la sociedad que lo rodea. La memoria de la sangre. Fue un gachó –como se define a quienes no son gitanos– quien dispuso su exterminio, otro gachó el que les arrebató su propio nombre y, a lo largo de la historia, siempre han sido gachés quienes han impuesto el qué y cómo al millón de gitanos que viven en España.
Cansados de lo que ellos describen como la "hegemonía paya", varios gitanos vinculados a movimientos de izquierda, desde Podemos a la CUP, preparan una Marea Gitana que devuelva llevar a la agenda política la cuestión romaní. Un nuevo modelo de organización horizontal, sin fuertes liderazgos, que sigue los pasos de las mareas rosa, granate, blanca, verde en defensa de la sanidad o la educación y que se inspira en el movimiento 15-M.
El germen de la Marea Gitana está en Podemos y en los once concejales gitanos que los partidos satélite de la formación morada consiguió en las últimas elecciones municipales. Lebrija, Lloret de Mar, León... o Cádiz, donde Manuel González asume las delegaciones de Personal y Medio Ambiente en el Gobierno de José María González, Kichi. El gaditano es el único en el poder, el resto está en la oposición y solo uno, Paulino Gracia (de Lloret de Mar) tiene cargo orgánico en Podemos.
Ocho de ellos se reunieron en diciembre en un acto de la campaña electoral de Podemos en apoyo a María José Jiménez, Guru, gitana y candidata del partido de Iglesias por Salamanca. “Y ahí creamos un grupo de trabajo”, concreta uno de los miembros más activos del movimiento, Miguel Ángel Vargas, gitano y concejal de Ganemos Lebrija Ahora.
“La desvinculación de los gitanos de la política es un problema y asumo que, en esta ocasión, es un problema que está en el pueblo gitano”, narra Vargas, licenciado en Historia del Arte y director de artes escénicas. Vive a caballo entre Sevilla y Lebrija, un pueblo de 25.000 habitantes con una importante población gitana y un ejemplo de convivencia entre etnias.
“El recelo de los gitanos a la política nace de la propia política, que siempre trató mal a los gitanos. Sobre todo a la izquierda; porque de la derecha ya sabemos qué esperar, de vez en cuando nos llama para que les cantemos y les alegremos las fiestas, pero nada más. Pero de la izquierda cabe esperar algo más, y se han limitado en colonizarnos, principalmente el PSOE, que ha aprovechado el movimiento en su propio beneficio”, sostiene Vargas.
La idea de una marea como articulación del movimiento responde a la necesidad de superar la instrumentalización del colectivo gitano. “El PSOE detectó hace años ese potencial, sobre todo en Andalucía, donde vive la mitad de la población gitana de España, y lo ha usado a su favor”, completa María José Jiménez, Guru, trabajadora social del Ayuntamiento de Madrid, licenciada en Humanidades, presidenta de Gitanas feministas por la diversidad y número uno de Podemos en Salamanca en las pasadas elecciones. “Queremos que dejen de colonizarnos quienes solo sacan la bandera gitana en las elecciones, es hora de que nos tomen en serio”.
El discurso de esta gitana de rasgos marcados es enérgico. No en vano lleva décadas tratando de que su mensaje cale entre la clase política. “¿Recuerdas la película El planeta de los simios? Cuando los simios empiezan a hablar delante de los humanos. Pues la misma cara me ponen cuando hablo delante de los políticos de izquierda”, comenta con gracia.
“No encajamos en la izquierda y no lo entendemos; obviamente, sí sabemos porque no tenemos espacio en la derecha. Nuestro hueco está en la izquierda, pero no les gusta, no lo entienden, no les interesa que cuestionemos sus lógicas, sus planteamientos, sus políticas que han sido nefastas y de nulo impacto en nuestra comunidad”, critica Guru, que imparte un máster sobre la compensación de las desigualdades educativas con las minorías étnicas en la Universidad de Orense.
De ahí que muchos que los que forman esta embrionaria Marea Gitana se hayan acercado a Podemos, como alternativa a los partidos tradicionales. “Creo en Podemos porque no hay alternativa, no quiero ser un florero en el PP o que me traten con condescendencia en el PSOE. En Podemos hay una grieta y esperamos que alguien nos dé voz”, sostiene Guru.
Pero, por ahora, los líderes del partido se han mantenido ajenos a la cuestión calí. Ni Echenique, ni Bescansa, ni mucho menos Iglesias han concedido una entrevista a los gitanos de su partido. “Dentro de las diferentes corrientes no encontramos el hueco para encajar el tema gitano porque Podemos no sabe cómo encajarlo. De hecho, lo asumen; quizás por sentirse desbordado”, añade Vargas. “O bien no hemos sabido calibrar nuestra fuerza o es que hay una ceguera en Podemos para ciertos temas. Es una crítica abierta y nadie debería asustarse por ella”.
Y Guru apunta: “Los políticos tendrían que ser más inteligentes; nuestra natalidad triplica la tasa española, en diez o veinte años numéricamente seremos importantes; a largo plazo, si pensamos de manera estratégica, seríamos capaces de significar. Si yo fuese líder de un partido, trataría de pensar en esta idea”.
Quizás con los años cambie la trascendencia que los partidos dan al pueblo gitano, al igual que en su día ocurrió con los movimientos LGTB. Iñaki Vázquez es un gitano que lleva años trabajando en colectivos sociales contra la homofobia, principalmente en Tarragona.
“Los gitanos somos invisibles, los políticos nos miran pero no nos ven”, defiende Vázquez, colaborador de la CUP y ponente en círculos y mesas redondas, como la organizada por la Universidad de Barcelona bajo el título ‘Opción sexual y género dentro del pueblo gitano’, de la Fundación Tapies.
“No somos sexis para la izquierda”, apostilla. “No sé si la marea servirá para revertir esta situación, pero necesitamos aparecer en la opinión pública”.
Una de las quejas recurrentes de quienes participan en el movimiento es la percepción distorsionada que la sociedad tiene del pueblo gitano. “Nos acusan de machistas, de homófobos, cerrados, patriarcales… No han conseguido que desapareciéramos pero sí han establecido un mecanismo de represión que nos estigmatiza y que proyectan una situación de marginalidad”, critica Iñaki. “Es antigitanismo”, revela. “Y ese odio está instalado en los aparatos del Estado, nosotros lo percibimos, vemos que hay una configuración de la supremacía blanca. Echaron a los judíos, a los moriscos pero con los gitanos no pudieron. Les salió mal pero en la sociedad ha calado esa filosofía”, lamenta.
“Me dicen que no soy el arquetipo y es algo injusto, porque mi familia es gitana y yo soy”, concluye Vázquez.
De la integración a la reparación
Helios Fernández Garcís es un gitano mestizo. La mezcolanza corre por sus venas. Nació en Cádiz pero se crió en Jerez de la Frontera y en las Baleares. Hijo de un gitano de Jerez y de una gachí de Cortes de la Frontera. A sus trece años se mudó a Madrid y de ahí a Murcia, a Granada y a Barcelona. Trabaja como formador y mediador para una asociación gitana catalana e imparte talleres de sensibilización contra el racismo a alumnos de Secundaria. Y está cansado de pedir la integración de los gitanos.
“Hay que dejar de pedir a la sociedad que nos integre, que nos acepte, y empezar a reclamar la reparación para el pueblo gitano”, defiende Helios, el más escéptico de los calé que aparecen en este reportaje. Él no cree que la solución pase por una Marea Gitana. Aboga por dejar de usar partidos gachés y organizar un partido genuinamente gitano. Una medida que también le genera dudas. “Tendríamos que blanquearnos para poder participar en un sistema payo; pero sería positivo, porque ya funciona en otros países de Europa”.
El concepto de marea, concreta Helios, “es importado de la política paya y no sirve a los gitanos, es insuficiente porque no responde a nuestras necesidades específicas”. En su lugar, defiende que, de crearse una marea, ésta debería ser más genérica: “antirracista”. “Pero eso no atrae a los nuestros”, lamenta.
El escepticismo domina cada compás de la conversación. Y Helios carga con dureza contra las instituciones, responsables –considera– de la “solidificación del racismo”. También, como el resto de sus primos –como se llaman cariñosamente entre ellos pese a la distancia y a la inexistencia de lazos familiares–, critica la postura de la “izquierda blanca” con respecto a la cuestión calí.
“Ni al marxismo un al anarquismo, mucho menos al PSOE, les interesa el racismo. Ellos no lo sufren y no tienen necesidad de comprendernos”, arguye Helios. “Y no está en la agenda”.
La tesis de la reparación como uno de los objetivos primordiales de la Marea Gitana está en el imaginario de muchos de los calé que la componen. A pie de calle, esta demanda tiene rápida traducción: poner en valor la cultura, la lengua y los derechos colectivos de tradicionalmente les han sido negados.
“No tenemos derecho a una educación en nuestro idioma en una nación plurilingüe, a casarnos por el rito gitano o, por ejemplo, a tener una televisión pública gitana o museos sobre nuestra cultura”, enumera Nicolás Jiménez González, de 48 años, madrileño y vecino de El Campello (Alicante). De él partió en 2006 la creación del último partido gitano de España: Alianza Romaní, que se disolvió sin concurrir a ninguna convocatoria electoral. Falló la financiación. También ha sido militante del PSOE.
Y es uno de los más reivindicativos de la incipiente Marea Gitana. “Los principios sobre los que se sustenta la política española están asentados en una ideología de superioridad de la raza, de los payos sobre los gitanos”, defiende Nicolás. “Si hay un millón de gitanos en España, un dos por ciento, lo lógico y lo justo es que el dos por ciento de los ministros, de los diputados, de los alcaldes, de los concejales fuesen gitanos. Me gustaría que hubiese gitanos en el Congreso”.
El valenciano se queja de que en lugar de dar ese espacio a los gitanos, se les aparta de la política. También de la sociedad. “¡Hay segregación racial en guetos! Fruto de una política urbanística que promueve el aislamiento de la comunidad gitana”, justifica. “Nos ocultan. Los gitanos no hemos elegido vivir en las Tres Mil viviendas de Sevilla, en Los Palmerales de Elche... nos han llevado allí por una decisión de un payo”.
Nicolás se queja amargamente por el tratamiento que las Admiraciones brindan a los suyos. “Segregados y adormecidos”, apostilla en referencia a las subvenciones con las que los políticos han creado “redes clientelares” a través de las asociaciones. “Son útiles porque actúan como interlocutores, pero muchas han vendido su silencio por ayudas miserables. Así se han inhibido de su responsabilidad con los gitanos”.
Esa idea de una comunidad gitana parasitaria alertó en su día a Ramón Vázquez Salazar, un gitano del Polígono Sur de Sevilla. Vive a escasos bloques de las Tres Mil Viviendas y en los años noventa, en la resaca de la Expo 92, se movió mucho por varias asociaciones de la zona. Las dejó todas y en la actualidad se dedica a hacer la guerra por su cuenta en las redes sociales, donde cuelga sus pensamientos. “Hasta Facebook es una herramienta de un gachó”, ironiza. “Sea cual sea nuestra participación –añade– siempre se hace desde el prisma payo”.
Participa en las asambleas de Podemos pero recela sobre el efecto que la acción política tiene entre sus iguales. “Estoy quemado”, confiesa Ramón, realizador audiovisual, desempleado en la actualidad y activista gitano con sus documentales. “Ojalá con una marea podamos hacernos oír”.
–¿Y si le escuchara mucha gente qué diría?
–Que antes que gitano soy humano. Más allá de etiquetas. Que no quiero ser superior, pero tampoco inferior. Simplemente soy… diferente.