El guardia civil que iba a limpiar de droga la Costa del Sol y ha acabado en la cárcel
El teniente Valentín Fernández asumió el cargo del jefe del EDOA en Málaga en 2007, pero hace tres meses un juez lo condenó a más de diez años de cárcel por filtrarle información de sus operativos a traficantes de hachís. Sólo el Supremo puede salvarlo.
13 noviembre, 2016 02:16Noticias relacionadas
Llegó para acabar con el narco pero, casi una década después, un juez lo condenó a diez años y medio de cárcel por conchabarse con él. El teniente Valentín Fernández Francisco, un barcelonés nacido hace 48 años, aterrizó en Málaga en 2007 para asumir el cargo de jefe del grupo de la Guardia Civil que debía luchar contra el tráfico organizado de drogas en la poliédrica y glamurosa Costa del Sol, donde ricos de medio mundo se entremezclan con matones a sueldo, camellos y delincuentes de todo pelaje. Antes había pasado por Zaragoza, Tarragona, Burgos o Pamplona, donde formó parte del grupo antiterrorista. Se presentó en la capital malacitana con un expediente lleno de condecoraciones y menciones.
Nada más llegar a la comandancia de la Benemérita en Málaga, el teniente Valentín empezó ganándose la confianza de soplones, a los que pagaba con fondos reservados del Estado. Pasó horas y horas, noche enteras, escuchando pinchazos de teléfonos de gente a la que seguía el rastro.Y organizó operativos que acabaron con la aprehensión de toneladas de hachís y la detención de decenas de personas.
Pero su forma de trabajar, lejos de la ortodoxia a la que le obligaba su cargo, acabarían derrumbando al tipo duro que, según recoge una sentencia de la Audiencia Provincial de Málaga, fue capaz de dar chivatazos a narcotraficantes que le filtraban información. A cambio, él hacía la vista gorda con ellos pero lograba descabezar a bandas organizadas que traen chocolate marroquí hasta las costas españolas en velocísimas lanchas neumáticas. El teniente no buscaba dinero, sólo ascender en el cuerpo al que pertenecía. Pero cruzó la delgada línea roja que marca la ley.
Ahora, tres meses después de escuchar de la boca de un juez que se le condenaba a diez años y medio de cárcel, EL ESPAÑOL da con el teniente Valentín, el ex jefe del EDOA (Equipo de Delincuencia Organizada y Antidrogas) de la Costa del Sol. A la espera de que su abogado presente un recurso ante el Tribunal Supremo, el hijo de Manuel y Purificación goza de libertad condicional y vive en el garaje de una casa de dos pisos que su exmujer, hija de un coronel de la Guardia Civil, tiene en Alhaurín El Grande (Málaga).
Dicen quienes lo conocen que el teniente, que vive medio aislado, toma ansiolíticos para conciliar el sueño. Que fuma varios paquetes de tabaco diarios. Y que, mientras espera la decisión del TS, apenas sale a la calle. En una de las pocas ocasiones que lo hizo, EL ESPAÑOL dio con él.
Fue hace sólo unas semanas, mientras daba un paseo nocturno por los alrededores de su refugio. Dentro, cuentan desde su entorno, tiene una cama, un baño con ducha, varios percheros con ropa y una mesa de escritorio con un flexo y un ordenador donde cada día repasa toda la documentación de su caso. Él siempre ha sostenido que es inocente, pero una sentencia lo contradice.
EL ESPAÑOL narra en cinco pasajes la historia del guardia civil que quiso comerse al narco y el narco acabó engulléndolo a él.
1. ‘Operación Sabina’: el inicio de todo.
Aquella noche, la del lunes 19 de octubre de 2009, una luna menguante apenas iluminaba la arena de la playa Guadalmar, a las afueras de Málaga. A esa hora, las 23.50, los cristales de las ventanas de varios coches aparcados por la zona estaban empañadas. Dentro de ellos, algunos chicos jóvenes ofrecían servicios sexuales a hombres de entre 40 y 50 años. A simple vista se trataba de una noche más en la Costa del Sol.
A unos 150 metros de la orilla, por una estrecha carretera secundaria con pinares a ambos lados, el ex guardia civil Paco Navarrete, jubilado tras un accidente, conducía su Renault Laguna color champán en dirección a la autovía que va hacia Málaga. Iba despacio, confiado, sin temor a nada. Era tarde y quería meterse en la cama.
Pero de repente un Volskwagen Golf plateado irrumpió en su camino cortándole el paso. Tras frenar con brusquedad, el ex guardia civil -metro sesenta y cinco, bíceps cincelados, pelo ralo- tragó saliva. Un operativo conjunto de la Benemérita y de la Policía Nacional lo acababa de cazar.
“¡Quieto, arriba las manos! ¡Quieeeto, joder!”, le gritaban mientras lo encañonaban para sacarlo de su coche. “He estado con una mujer casada pasando un buen rato en ese descampado”, dijo Navarrete a modo de excusa mientras lo engrilletaban por la espalda. Pero los agentes sabían que mentía.
Antes de que lo introdujeran en el Golf, a Navarrete le dio tiempo a volver la mirada y contemplar, entre tiros y gritos lejanos, cómo el foco de un helicóptero se posaba sobre una lancha que llegaba a la orilla cargada con una tonelada de hachís. La habían perseguido durante diez minutos, desde que la localizaron a la altura de la vecina playa de La Araña.
Tras divisar aquella escena, Navarrete agachó la cabeza y se acomodó en los asientos traseros del vehículo policial. Sabía que su futuro más inmediato pasaba por la soledad de una celda. Él, presuntamente, formaba parte de esa organización de narcotraficantes de hachís.
Aquella noche el piloto de la lancha, Antonio José Mata, logró huir. Pero la Benemérita y la Policía Nacional detuvieron a 13 individuos y se incautaron de 36 fardos de chocolate. Muchos de los arrestados eran cargadores, los hombres que trasvasan la mercancía de la lancha hasta todoterrenos. Mientras, el jefe de todos ellos, Carlos El Furi, esperaba en Barcelona una llamada diciéndole que todo había salido bien. Pero el teléfono nunca sonó.
Entre los detenidos también estaban, además del ex guardia civil Navarrete, un compañero del cuerpo todavía en activo, el agente Juan De las Heras, destinado en el cuartel del Rincón de la Victoria (Málaga). A De las Heras lo capturaron a menos de un kilómetro de allí subido en su Peugeot 405 azul marino. Aunque iba armado con su pistola reglamentaria no opuso resistencia. A ambos se les acusó de dar protección y seguridad a los narcos que trataban de alijar en la playa.
Todo aquel dispositivo, englobado en la operación Sabina, lo coordinaron mano a mano y en colaboración con Vigilancia Aduanera el teniente de la Guardia Civil Valentín Fernández Francisco (nuestro protagonista) y el inspector de Policía Nacional Francisco Matesanz.
Cuando Navarrete fue trasladado hasta la comandancia de la Guardia Civil en la capital malacitana vio al teniente Valentín y reconoció aquella cara que se había encontrado un cuarto de siglo atrás en Guadalajara, durante el curso del Grupo de Acción Rural (GAR) de la Benemérita, donde ambos coincidieron siendo jóvenes uniformados.
En el patio de la comandancia, mientras lo llevaban a los calabozos y pese a que habían pasado 25 años, Navarrete se atrevió a pedirle al teniente un favor de antiguo camarada. “Retírame las armas y el dinero de mi casa, por favor”. Pero Valentín Fernández, al que le sacó una sonrisa irónica aquella petición, se negó en rotundo.
Desde su llegada a Málaga el teniente siempre rivalizó con Francisco Matesanz, inspector del Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (GRECO) de la Policía Nacional en la misma zona. Eran dos sabuesos compitiendo en un mismo territorio.
Pero lo que nunca imaginó Valentín Fernández, considerado un hombre duro dentro del cuerpo y, en apariencia, obsesionado con cazar a los mercaderes del hachís -separado y con tres hijos, trabajaba de lunes a domingo y apenas tenía vida social- es que Francisco Matesanz lo empezaría a investigar sólo un mes después del operativo de Guadalmar.
Una revelación de uno de los detenidos, precisamente de Paco Navarrete, fue el detonante para que, a finales de 2010, él sintiera en sus propias carnes el frío y la presión de unas esposas.
2. NAVARRETE, CONFIDENTE DE LA POLICÍA
Cárcel de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), 14 de diciembre de 2009. El por aquel entonces jefe del GRECO en la Costa del Sol, Francisco Matesanz, viajó desde Málaga hasta la prisión sevillana, donde hay un módulo exclusivo para cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
Allí se encontró con Navarrete, el ex guardia civil detenido un mes antes en la playa de Guadalmar y al que, cuando se le registró su casa, en Coín (Málaga) se hallaron 40.000 euros en efectivo. Matesanz tenía la sospecha de que alguien le había dado un chivatazo a Carlos El Furi, el líder de la banda que pretendía desarticular en la operación Sabina, para que huyera de su refugio en Barcelona (la calle Londres, 33), donde lo habían ubicado unas escuchas los días previos al alijo. El jefe del GRECO quería que Navarrete le contara todo lo que sabía.
Allí, según el oficio policial redactado por el propio Matesanz, Navarrete le contó, entre otras cosas, que sabía que el teniente Valentín había filtrado información sobre el operativo de Guadalmar, que pagaba a sus confidentes con droga o que estaba compinchado con un agente de su grupo, Juan Francisco Orellana, y la mujer de éste, la abogada Lourdes García. La letrada sería conocedora de los oscuros negocios de su esposo y le habría ayudado a blanquear el dinero obtenido con el narcotráfico de diferentes modos, como la compra de inmuebles en Marruecos.
Durante el encuentro entre policía y reo en prisión, Navarrete también acusó al teniente Valentín de haber robado 45.000 euros a su compañero De Las Heras cuando, tras la detención de ambos en la playa de Guadalmar, le registraron su pabellón en la casa cuartel del Rincón de la Victoria, donde estaba destinado.
Además, Navarrete relató haber sufrido un trato degradante y vejatorio por parte del teniente en los días previos a su ingreso en la cárcel, que los pasó en los calabozos de la Comandancia de la Guardia Civil en Málaga.
Tres días después de aquel encuentro, Navarrete quedó en libertad y se convirtió en colaborador del GRECO.
Un mes más tarde, en cambio, cuando declaró en sede policial y pese a que volvió a repetir las mismas acusaciones contra el teniente, no hizo referencia alguna a la supuesta filtración de información a Carlos El Furi, como en cambio sí se recogía en el informe policial de Matesanz acerca del encuentro entre ambos en prisión.
Sin embargo, el inspector Matesanz usó aquellas palabras en la cárcel de Navarrete para abrir diligencias e iniciar una investigación sobre el jefe del EDOA.
3. LA REUNIÓN EN UNA VENTA DE CARRETERA
Convertido ya en confidente de la Policía Nacional, Navarrete trató de acercarse al teniente Valentín con el objetivo de sacarle información de provecho para el inspector Matesanz. Para ello, el 27 de enero de 2010 Navarrete se reunió con uno de los más íntimos colaboradores del teniente, Juan Francisco Orellana, alias Oscar, quien le había llamado el día anterior para verse con él cuanto antes. Orellana era un agente corrupto conchabado con los narcos.
A Orellana, ocultándole su nueva faceta, Navarrete le dijo que había salido de la cárcel en libertad condicional tras pagar la fianza y le dijo que quería convertirse en confidente del EDOA.
En ese encuentro, Orellana le dijo a Navarrete que ambos podrían seguir traficando con droga si empezaban a colaborar juntos. Es entonces cuando hablan de cifras: Orellana le dijo a Navarrete que ganaría 150.000 euros por cada 1.000 kilos de hachís traídos a España. Además, le ofreció impunidad y le dijo que pronto se volverían a ver, esta vez en presencia del teniente Valentín.
Esa segunda cita se produjo una semana después. El 4 de febrero de 2010 se vieron el teniente Valentín, su compañero Orellana y el ex guardia civil Navarrete, que registró toda la conversación con una grabadora para filtrársela después al inspector Matesanz.
En ese segundo encuentro, que se dio a las afueras de Alhaurín El Grande, en el aparcamiento de la venta Vázquez y dentro de un todoterreno decomisado a un narco, el teniente Valentín le ofreció a Navarrete colaborar con el EDOA, el grupo que él lideraba, con el fin de facilitarle información de alijos de narcotraficantes. Sin embargo, como en cambio sí sucedió en ese primer contacto con Orellana, en ningún momento hablaron de nada vinculado con enriquecimiento ilícito.
Eso sí, Orellana le dijo a Navarrete en presencia del teniente: “Tú, depende como te lo montes, puedes sacar de los dos lados”, de lo que se infiere que el guardia civil jubilado podría cobrar como confidente ciertas cantidades de dinero procedente de los fondos reservados del Estado y también llevarse algo del hachís que ellos decomisasen a raíz de la información que él les consiguiera.
La colaboración entre el teniente Valentín y Navarrete continuó durante mes y medio tan sólo. A finales de marzo de 2010 el jefe del EDOA de la Costa del Sol decidió desvincularse del excompañero del cuerpo. No le estaba siendo útil.
4. EL SOPLÓN S. B.
El 21 de febrero de 2010, con sus cuatro teléfonos intervenidos por el inspector Matesanz, el teniente Valentín supo que esa misma noche, en la playa de Cabopino (Marbella), se iba a producir un alijo de casi 2.200 kilos de hachís.
Uno de sus mejores confidentes, el marroquí S.B., quien mantenía una estrecha relación con el teniente y con su compañero Orellana, fue quien le dio los datos exactos de la movida (en el argot, desembarco de droga en la playa). A cambio, meses después S.B., se embolsó 3.000 euros que salieron de la caja de los fondos reservados. Pero, en realidad, se quedó sin el premio que tanto ansiaba.
Aquella noche S., en connivencia con un italiano, Marco Antonio Aragu Ledesma, orquestó el robo de la droga para quedarse con parte de ella. El modus operandi era arriesgado, pero les merecía la pena probar suerte: el italiano, junto a varios secuaces, se harían pasar por policías armados en cuanto la lancha tocara la arena de la orilla. A punta de pistola se harían con el cargamento.
Mientras, S. se llevaría 300 kilos de ese hachís en una furgoneta que conducirían los hermanos Jamal y Sellan Yazidi Nassim, a quienes les dijo que contaba con el consentimiento del teniente Valentín y de su subalterno Orellana. No les mentía. Ambos iban a permitir que S. se llevara parte de la droga decomisada y ellos habrían detenido tanto a los traficantes como a los ladrones italianos.
El teniente Valentín había acordado con S. que los agentes del EDOA actuarían con posterioridad al desembarco de la droga y a la entrada en la playa de los falsos policías. Sin embargo, aquella noche le acompañó su capitán, Manuel Martín López, quien ordenó a sus chicos que intervinieran con urgencia y antes de lo previsto por el teniente Valentín.
Fue entonces, en torno a las 22.20 horas de aquel 21 de febrero de 2010, cuando el operativo dispuesto por la Guardia Civil se precipitó. Antes de que Marco Antonio Aragu entrara en escena y le entregase 300 kilos a los compinches de S., la Benemérita irrumpió y detuvo a 10 personas. El italiano logró huir a la carrera y evitar el cerco policial. Hubo una decena de detenidos.
Con el propósito de ocultar lo verdaderamente ocurrido al Juzgado de Instrucción número 4 de Marbella, encargado de la instrucción del procedimiento-, el teniente Valentín, pese a que conocía la pretensión de Marco Antonio Aragu a través de su confidente S., en el atestado no reflejó que el italiano pretendía robar la droga y entregarle 300 kilos al soplón marroquí que colaboraba con él.
En aquel atestado el teniente Valentín también omitió cualquier referencia a S.B. y mintió al señalar que el operativo se había puesto en marcha por la detección, a las 19 horas de la tarde, de una embarcación a través de las cámaras del Sistema Integrado de Vigilancia Externa (SIVE) que vigila todo el litoral andaluz. Era falso. Él lo supo por la información filtrada por su confidente B.
5. DETENCIÓN, JUICIO Y CÁRCEL
Después de aquel operativo en una playa marbellí, el GRECO de la Policía Nacional, con su inspector Francisco Matesanz al frente, cazó de nuevo al teniente Valentín colaborando en otro alijo con uno de sus confidentes.
En esta segunda ocasión fue con José Aído. Gracias a éste el teniente Valentín fue conocedor del traslado desde Melilla hasta Francia de una furgoneta cargada de hachís. Como en el caso de Marbella, el jefe del EDOA de la Guardia Civil actuaría en connivencia con Aído a cambio de reventar él mismo la operación.
El 16 de diciembre de 2010, tras pasar casi un año siendo investigado por su homólogo de la Policía Nacional, al teniente Valentín se le detuvo en su despacho de la comandancia de Málaga. Después de pasar siete meses en prisión en un módulo para cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, salió en libertad condicional.
Pese a que la Fiscalía Antidroga solicitó para él 35 años de prisión, el pasado 23 de septiembre la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Málaga lo condenó a 10 años y medio de cárcel y al pago de multas por valor de 3.153.000 euros por varios delitos contra la salud pública y falsedad.
Sin embargo, la sentencia reconoce que el teniente no actuó con el fin de lucrarse, sino que benefició a varios de sus confidentes para poder llevar a cabo con éxito más operativos y desarticular un mayor número de bandas organizadas. O lo que es lo mismo: quería que se le reconocieran sus méritos dentro del cuerpo fuese como fuese. Incluso aliándose con narcotraficantes.
Mientras, su fiel compañero, Orellana -quien también fue detenido- aún está a la espera de condena. Pocos días antes del inicio del juicio oral en la Audiencia de Málaga se fugó del país rumbo a México. Pero a mediados de septiembre de este año volvió a ser detenido y trasladado hasta Madrid por la policía azteca.
A su vez, Paco Navarrete, el hombre por el que el teniente Valentín puede pasar la próxima década entre rejas, disfruta de la libertad condicional a la espera de juicio, aunque ya no colabora con la Policía Nacional.