Prohibición de hablar, leer y escribir en arábigo, no celebrar los viernes, que los moriscos se vistiesen a la castellana, que no se bañaran en sus hamman o que no usaran nombres moros. Felipe II cercenó con su Pragmática Sanción de 1567, que este 17 de noviembre cumplió el 450 aniversario de su promulgación, las costumbres de los moriscos asentados en su reino. La norma nació en Granada y en ella se gestó la rebelión de la comunidad musulmana de las Alpujarras, la más cruenta guerra acaecida en la Europa del siglo XVI. El conflicto se extendió entre 1568 y 1571. Los moriscos de Granada que sobrevivieron, en torno a 80.000, fueron deportados a otros puntos de Andalucía y de las dos Castillas. Muchos de ellos fueron esclavizados.
Sin embargo, la mano dura del regente con los árabes del último reducto de Al Andalus no tuvo efectos en la sociedad, que conservó sus tradiciones. Todavía hoy perviven en la ciudad nazarí muchas de las prohibiciones.
El doctor Bachir Mahyub Rayaa se levanta cada día al despuntar el alba. Como manda el precepto, reza la primera de las cinco oraciones que dicta el islam. Luego se dirige a la facultad de Traducción e Interpretación donde imparte clases. Lo suyo es la interpretación de cabina, del árabe al español y viceversa. Tiene 33 años y vive, y trabaja, incumpliendo la primera de las once prohibiciones que imponía la pragmática de 1567: “Prohibir hablar, leer y escribir en arábigo”.
Precisamente, la Universidad de Granada se distingue por ser la única en todo el mundo que ofrece a sus estudiantes la posibilidad de licenciarse en Traducción e Interpretación en árabe como primera especialidad. Hasta aquí llegan para formarse alumnos de Argelia, Mauritania, Túnez, Egipto, Arabia Saudí o, en otros tiempos, Siria. “El español es una lengua muy interesante para ellos”, cuenta Bachir, un saharaui que llegó a España con diez años proveniente de Argel. Vino gracias al programa Vacaciones en paz y unos problemas de salud provocaron que se quedase con su familia de acogida en Jédula, una pedanía de Arcos de la Frontera (Cádiz).
Hablar, leer y escribir árabe, un negocio pujante
“En España, pese a ser una lengua minoritaria, hay más de un millón y medio de arabohablantes”, puntualiza el doctor. “El tener el árabe es tener un elemento cualitativo que no tienen otros traductores o intérpretes, con lo cual, la competencia disminuye y la demanda sube”, esgrime. “Nuestros alumnos tienen, buenas o malas, pero muchas ofertas, tanto en el sector privado como público. Ya sea en empresas que buscan hacer negocios en los países árabes o de aquellos árabes que los quieren hacer en países hispanohablantes”, sostiene.
Bachir defiende que pese a la prohibición que supuso la Pragmática Sanción de 1567, conocida como la antimorisca, Felipe II y su junta de juristas, teólogos y militares que lo asesoraron —incluido el duque de Alba— nunca consiguió que la comunidad árabe abandonase su idioma. “Se las ingeniaron como pudieron para conservar su dialecto. De hecho, esa misma jerga terminó prestándole al castellano muchos términos que usamos hoy en día”, esgrime el experto.
El árabe es la lengua no vernácula -no pertenece al grupo de las lenguas romances- que más términos ha prestado al español. “De alguna forma, todos los hispanohablantes hablamos árabe”, cuenta Bachir. Los moriscos hicieron algunas adaptaciones. “El plural lo hacían con las reglas del español, los muslimes, en vez de los musulmanes”, ejemplifica.
—¿Como el spanglish?
—Sí, hubo esa mezcla en la zona del Reino de Granada. Un dialecto aljamiado, con elementos del español y del árabe. La propia Real Academia de la Lengua Española (RAE) reconoce algunos arabismos como del árabe hispánico: almohada.
El cerco sobre el uso de la lengua también tuvo su efecto en la aplicación comercial y legal: se anularon todos los contratos “que se hicieran en aquella lengua”. Sin embargo, esto tampoco tuvo efecto práctico.
“No se cumplió y siguió el uso de la lengua árabe en la actividad jurídica”, concreta el profesor de Traducción de árabe de la Universidad de Málaga y experto estudioso del Corán, Juan Pablo Arias Torres. “Fue una constante hasta el siglo XVI”, insiste. “Hay constatación de documentos jurídicos, como testamentos o juicios en los que siempre tienen que intervenir los intérpretes: los lenguas, que así los llamaban. “Menganito depuso, por lengua de fulanito...”. Hay muchos testimonios de que la lengua se mantuvo y se usó en los contratos”, defiende el experto.
La persecución del idioma alertó entonces a Francisco Núñez Muley, uno de los líderes de la comunidad morisca y valedor de sus signos de identidad, que ante el delegado del rey en la Chancillería de Granada, Pedro Daza, defendió que el árabe también era la lengua de los cristianos. “¿Cómo se de quitar a las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, syrianos, malteses y otras gentes cristianas en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristianos como nosotros”, esgrimió infructuosamente ante el órgano de gobierno de la ciudad.
Una religión emparedada
Entre las muchas renuncias que tuvieron que padecer los moriscos también estaba la de su confesión: el islam. Y la forma de asegurarlo se desplegó en varias líneas de actuación. Por una parte, en las zonas de residencia de los moriscos se instalaron a familias de cristianos viejos que vigilaban que no se orara los viernes ni se siguiesen los preceptos coránicos; por otra, con la obligación de entregar los libros escritos en árabe al presidente de la Chancilería, punto número tres de la pragmática sanción.
Algunos sobrevivieron a la prohibición emparedados hasta siglos después. La familia de Antonio Santiago no dio crédito cuando en plena reforma de su casa, de arquitectura tradicional y de estilo andaluz, aparecieron tres libros en medio de un muro. Un sonido hueco hizo sospechar a los albañiles que hallaron los manuscritos, un ejemplar del Corán y dos libros con información religiosa. Estaban guardados en una tela con paja alrededor, una ingeniosa forma de resguardarlos de la humedad. Fue en 2003 y ahí llevaban desde poco después de la sanción de la pragmática.
“Los libros no hubiesen superado la época de no haberse conservado emparedados”, afirma Arias, uno de los que más ha estudiado el Corán de Cútar, municipio de la Axarquía de Málaga donde se encontró. Se trata, según el experto, de un legado familiar, “un tesoro, por sus incrustaciones de oro”, que perteneció a Muhammada al-Yayyar, un alfaquí —un experto en el fiqh, o jurisprudencia islámica— que vivió en la zona a finales del siglo XV. Junto a él también se encuentra una miscelánea de todas las cuestiones que necesitaba controlar un alfaquí y un vademécum con contenidos proféticos, invocaciones o sermones.
“Los hallazgos de bibliotecas emparedadas son ejemplos, hechos clarísimos, de que los musulmanes de la época recurrían a esa técnica para salvaguardar sus libros”, revela el autor del estudio sobre el Corán de Cútar. “Muchos árabes se fueron tras la llegada de los cristianos —añade— por la obligada conversión, dejando sus bibliotecas aquí; y otros practicaban su confesión a escondidas, pero guardando los libros que prohibió la pragmática”. Arias también hace referencia a la propia biblioteca Tomás Navarro del CSIC en Madrid, que tiene una colección de manuscritos árabes y aljamiados que provienen de hallazgos en falsos techo o en el interior de muros.
Buena parte de estos fondos que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas tiene repartidos por sus bibliotecas, también la de la Escuela de Estudios Árabes del CSIC en Granada, son digitalizados para el libre acceso de los investigadores. “Así se da una difusión universal y gratuita de unos fondos que en su día estuvieron prohibidos. Si eso se aplicase a la pragmática, sería el aspecto totalmente opuesto a lo que se pretendía, que era vetar la lectura de determinados libros”, comenta la responsable de esta biblioteca del CSIC en Granada, Miriam Font, donde hay más de 18.000 volúmenes impresos. “Hoy, como es lógico, no se prohíben sino que se fomenta el acceso”.
Prohibido el velo…
Más allá de la lengua, la Pragmática que motivó la rebelión de las Alpujarras provocó que muchos moriscos tuvieran que abandonar sus vestimentas. Ellos debían ir a la castellana y ellas, descubiertas; sin usar marlotas, una especie de saya, ni almalafas, un vestido de una pieza de cabeza a los pies.
En la actualidad, el debate está más vivo que nunca, y por las calles de Granada se ven mujeres con el hiyab, un velo que deja la cara al descubierto, o con el shayla, un pañuelo largo que se coloca alrededor de la cabeza. Se las ve puntuales en los cinco rezos que dicta el islam para sus fieles.
Oraciones que también prohibió la Pragmática Sanción de 1567. Especialmente la de los viernes, día de fiesta para los musulmanes. Hoy, en Granada hay varias mezquitas después de un paréntesis de más de siglos. La primera de todas se erigió junto al balcón de San Nicolás, en el pintoresco barrio del Albaicín, y en torno a ella está una de las mayores comunidades de musulmanes conversos. Desde su alminar se hace la llamada al rezo cuatro veces al día, se dispensa la primera, por no molestar a los vecinos.
De José a Yusuf
Al frente de ella está el imán Ahmed Bermejo Mendoza, nacido en Granada e hijo de dos musulmanes conversos, una americana y un gallego. Y a ella acude diariamente Yusuf Idris Martínez Fernández, de 65 años y bautizado por la fe cristiana con el nombre de Juan José. Hijo de Isidoro y Amalia y nacido en La Bañeza, en la provincia de León. A los treinta años abrazó el islam después de varios años de introducción al sufismo. Primero con el yoga y después a través de las enseñanzas, más filosóficas que religiosas, de un maestro sufí. Hasta que pronunció la frase: “No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta” y se convirtió. “Aunque todavía me sé de memoria el Padrenuestro”, confiesa sonriente este musulmán “de cuerpo y alma, convencido y cumplidor al cien por cien”.
La Shahada, o el pronunciamiento, marcó un punto de inflexión en su vida. Empezó a dejarse barba, que 35 años después está cana. Y como buen ciudadano, quiso llevar su nueva vida y su nuevo nombre al Registro Civil. Allí realizó una instancia y un tribunal se encargó de juzgar su petición. “Se liaron de una forma inimaginable”, recuerda.
“Que no usasen nombres y sobrenombres moros”, dispuso el sínodo provincial de los obispos del reino de Granada, reunión que motivó que Felipe II, El Prudente, abandonase esa prudencia para alinearse con el sector más duro de su corte. Y la prohibición de tomar un nombre morisco fue incluida en la pragmática.
Según detalla Yusuf, en la actual normativa del Registro Civil hay un artículo similar al de la Pragmática Sanción de 1567 que establece que los nombres extranjeros que tengan traducción al español se tienen que traducir. Y Yusuf en castellano es José. “Era una disquisición peregrina”, sostiene. “Y no aceptaron Yusuf, pero me quedé con Idris en el DNI”, narra. “Me cansé, que les den”.
Nombre, lengua, vestimentas... la Pragmática Sanción de 1567 situó a la población morisca ante un férreo control que dificultaba la convivencia. Los árabes trataron de negociar la suspensión, como ya lo habían hecho en 1526 con el rey Carlos I a cambio de 80.000 ducados. Pero esta vez Felipe II se mostró inflexible y las autoridades ejecutaron la norma, lo que produjo redadas en el Albaicín para evitar las reuniones clandestinas.
Los moriscos perdieron con la pragmática el hacer uso de los baños artificiales, espacio íntimamente vinculado con las costumbres musulmanas, como son las abluciones de purificación antes de la oración. En el islam existen dos, las pequeñas antes del rezo; o las grandes. Estas eran obligatorias para eliminar la impureza de la menstruación o después de un derrame seminal, ya fuere debido al placer sexual o de forma inconsciente.
El peligro de los baños
Pero los hamman —los baños árabes— también cumplían una función social de encuentro. Hasta allí solo podían acceder los moriscos y, por tanto, era un lugar perfecto para trazar un levantamiento de la población. “Prohibirlos era una forma de tenerlos controlados”, detalla Pablo Castro, director de marketing de Hamman Al Andalus, los primeros baños árabes que se reabrieron en Granada después de la Pragmática Sanción de 1567, que además de prohibir el uso obligó a destruirlos. Sí quedó en pie el baño de Comares de la Alhambra, el único que consiguió conservarse prácticamente íntegro en y que fue reservado para el uso particular de los Reyes Católicos. El resto son todo reconstrucciones.
En la actualidad, Hamman Al Andalus recibe unos 250.000 visitantes anuales. Algunos vienen de países árabes y “quedan sorprendidos al ver que son mixtos y no como antes, que dividían su uso para hombres y mujeres”, detalla Castro. “Nos hemos ceñido al carácter histórico pero el uso es diferente del que se hacía antaño, una interpretación adaptada al gusto de los occidentales”.
Tampoco hoy las mujeres se alheñan —tatuarse con henna—, algo que también prohibió la pragmática y que hoy, al estilo occidental, se sigue haciendo en Granada. “Ahora están de moda los tatuajes con motivos islámicos”, explica Marga Robles, una de las primeras tatuadoras de la ciudad nazarí. Los más solicitados son el signo de la libertad, algunas palabras en árabe, la silueta de la Alhambra o las manos de Fátima, muy demandadas.
“Nunca he tatuado la palabra Alá”
Ellas se tatúan más que ellos. La cercanía de su establecimiento con un centro de estudios frecuentado por mujeres musulmanas hace que muchas den el paso y se pongan en manos de Marga para dibujarse la piel. “Son tatuajes muy pequeños, muy escondidos y siempre con el miedo de que se enteren sus familias”, asegura la especialista, que tiene gran parte del cuerpo pintado. “Les puede causar problemas”. Tatuarse, si bien no está prohibido en el mundo islámico, puede considerarse ilícito para determinados referentes, que consideran malo modificar lo que Dios creó. “La palabra Alá nunca la he tatuado”, cuenta.
Marga tampoco hace tatuajes en henna, habituales entre la población musulmana en las bodas, donde se suele pintar con este material a las novias el día previo al enlace. Es un ritual que todavía hoy se conserva en los países árabes y que desemboca en una fiesta, y que los moriscos de Granada acompañaban con zambras y leilas, prohibidas también por Felipe II en su pragmática.
Ya fueran bodas o velaciones, los actos de la vida civil debían celebrarse con las ventanas y puertas abiertas y sin instrumentos y cantares moriscos. Pero las zambras siguen vivas en el Sacromonte, lugar de residencia de los moriscos y después barrio de los gitanos de Granada. En sus cuevas todavía se celebra esta suerte de ritual, que en la actualidad es un espectáculo flamenco que bebe de la inspiración árabe.
Prohibida la fiesta
“Antes de la expulsión de los moriscos, ya había gitanos en Granada”, sostiene Enrique Carmona Cortés, El Canastero por ser hijo de María La Canastera, cantaora y bailaora. Con la salida de los árabes del Sacromonte, los romaníes se asentaron en sus casas y adoptaron sus fiestas. También las zambras, reclamo para muchos turistas y famosos como Ingrid Bergman, Anthony Quinn, Dennis Quaid o la reina Fabiola.
Enrique enseña a un grupo de japoneses sus retratos colgados en su cueva minutos antes de la actuación. “Luchamos para que no desaparezcan las zambras, estos cantes y bailes rituales, basados en las bodas gitanas que vienen de tradición morisca”, se lamenta el bailaor, que no evita caer en la nostalgia al recordar los años cincuenta, la época dorada del Sacromonte. “Ya no se baila como entonces, porque eso nace de dentro, no se puede enseñar. La alboreá la cachucha, la mosca... Esto sólo se puede ver aquí, no en los tablaos de Madrid o Sevilla”.
Pero Enrique no sabe si la tradición que heredó de su madre tendrá continuidad en sus hijos. “Antes había zambras por todo el Sacromonte, ahora solo quedamos nosotros. Falta implicación de las administraciones, o nos ayudan a conservar este arte que es nuestro o se perderá”, reclama el bailaor. “Pero nos dicen que no hay dinero”. Y es que, lo que no logró la pragmática, lo va a conseguir la crisis.