“Cuando saqué el arma tuve dos segundos para pensar si disparar o no. Les digo a mis compañeros que en esa situación tomen la delantera y que disparen, que ya se defenderán; porque más vale defenderse ante un juez que delante de un cura”.
Juan Cadenas revive entre sollozos la noche que cambió su vida un frío día de enero de 2015. Sentado en una silla de su casa, dos años después de lo ocurrido, verbaliza todo lo que piensa y lo que pocos han escuchado. Asegura que hay cuestiones que aparecen recurrentes en sus sueños y desvelos. ¿Qué habría pasado si ese sábado no hubiese dado el alto al coche que venía atemorizando al pueblo? ¿Y si hubiese mirado para otro lado? ¿Y si hubiese tolerado la enésima bravuconería de los Cachimba, quienes se jactaban de vivir al margen de la ley? ¿Y si en vez de enfundarse el arma hubiese descerrajado dos tiros al tipo que le reventó el ojo izquierdo hasta perderlo y estuvo a punto de seccionarle la yugular? ¿Y si…?
“Ahora tengo claro lo que haría”, confirma.
Pero ese 17 de enero de 2015, Juan dudó. Y esa duda sigue pesándole dos años después. Más aún después de que el equipo de valoración de incapacidades del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) de Cádiz le haya otorgado una incapacidad permanente total para su profesión de policía y le haya asignado sólo un 55 por ciento de su salario el mismo día que concedía la incapacidad permanente absoluta para toda profesión con derecho a pensión del cien por cien de su base reguladora a José Venegas ‘el Cachimba’, su agresor, en prisión provisional por intentar matarlo.
Antes de la brutal agresión, Juan cobraba un salario base de unos 1.500 euros al mes. Ahora sólo percibe el 55% de esa paga, tal y como ha decidido el INSS de Cádiz. Eso se traduce en una rebaja de unos 600-700 euros. A todo esto que hay que sumar que el expolicía ahora deja de ingresar los complementos salariales por productividad.
“Parece que es mentira —asegura el expolicía—, una broma pesada. Pero lo vuelvo a leer y veo que es el mismo día, el mismo órgano, la misma ciudad”. Y en casa de Juan se hace el silencio. “Mi informe y el suyo estaban juntos encima de la mesa. No lo entiendo. Esto no funciona”, confiesa con lágrimas en su ojo derecho. En donde antes estaba el izquierdo ahora hay un parche.
Juan asume que así es, o más bien era, su trabajo de policía y que la agresión que casi le cuesta la vida entraba dentro de las posibles consecuencias. “Pero pensaba que la Administración me trataría de otra forma”, se lamenta. “Ahora —a falta de apenas dos meses para la celebración del juicio— lo que más deseo con todo mi alma es justicia, pero dudo que se haga. Pude hacerla esa noche si hubiese disparado. Hubiese salvado mi ojo, mi carrera... muchas cosas.
LOS HECHOS
17 de enero de 2015. 22.50 horas. Juan y su compañero hacían ronda por las calles principales de Puerto Serrano, un pueblo de apenas siete mil habitantes situado en la sierra de Cádiz. De forma súbita, un coche Volkswagen Golf irrumpe a toda velocidad, poniendo el riesgo la vida de los viandantes que transitaban por la zona, que tuvieron que apartarse para evitar ser atropellados. Los agentes dan el alto al conductor, Jorge Venegas Morales, alias Jorge el Cachimba, y un sobrino de este, José Pedro, menor de edad.
Lejos de obedecer las órdenes de los dos municipales, Jorge aceleró aún más, mostrándose —según consta en el atestado— “más desafiante, chulesco y temerario”. Y comenzó a hacer trompos, lo que en el argot se llama girar sobre sí mismo. Quienes lo vieron pasar aseguran que “levantaba el polvo por donde pasaba”. Hasta que los ocupantes tuvieron a bien cesar la persecución en un bar de copas: El encuentro. Dentro estaba José Venegas Morales, otro de los hermanos Cachimba.
La familia Cachimba tiene atemorizado al pueblo. Pocos hablan. Todos le tienen miedo. Y está justificado. José, Pedro y Jorge Venegas Morales cuentan con decenas de detenciones a sus espaldas por delitos de robo con fuerza, desórdenes públicos, riñas tumultuarias, atentados a los agentes de la autoridad, malos tratos, tenencia y consumo de drogas en la vía pública y un sinfín de cuestiones que esperan juicio.
Y esa noche, Juan y su compañero, vestidos de uniforme, se toparon con Jorge y José. Uno de los agentes entró en el bar de copas y la detención fue repelida por los hermanos y el hijo de uno de ellos. Juan recuerda cómo apalearon a su compañero, al que tuvo que auxiliar mientras intentaba reducir a otro de los participantes. El informe policial enumera patadas, escupitajos en la cara, puñetazos, cabezazos, intentos de mordiscos y un largo catálogo de agresiones.
El empeño de los agentes se salda con la detención de Jorge Venegas, al que llevan a la comisaría a la espera de ponerlo a disposición de la Guardia Civil, que en ese momento estaba en otro de los pueblos de la sierra de Cádiz. Pero Juan vio por el espejo retrovisor que el resto de los Cachimba los seguían y llamó a un compañero que estaba fuera de servicio porque se veía sobrepasado.
Ya en el interior de la comisaría, los agentes, en inferioridad numérica, trataban de evitar la liberación del detenido por parte de José Venegas y su hijo José Pedro. “Ahora os vais a enterar, que viene mi Pedro”, gritaban en referencia al tercero de los hermanos.
Y llegó. Al grito de “¡Hijos de puta, soltad a mi hermano!”, le pegó una patada a la puerta de aluminio, solo defendida por un minúsculo pestillito, y accedió al interior de la comisaría esgrimiendo un cristal de unos veinte centímetros de la propia puerta. Frente a él tenía a Juan, al que —según el informe policial al que ha podido acceder EL ESPAÑOL— le advirtió: “¡A ti te tengo que matar yo! ¡Te mato, hijo de puta!”.
Juan desenfundó su arma, apuntó… y dos segundos después la volvió a enfundar. “Nos meten mucha mierda con el tema de la proporcionalidad”, confiesa el entonces agente, casado, padre de un niño y con su mujer embarazada en el momento de los hechos. “Tuve miedo a perder la casa, mi puesto de trabajo, por ir a prisión... Tenemos más miedo a las consecuencias penales que a perder la vida. Nos tienen asustados a la hora de disparar. Si miro hacia atrás, yo tengo hoy mi ojo. Lo garantizo. Y me defendería delante de un juez y me darían la razón”.
Y con el arma enfundada se inició una trifulca agónica en la que Juan tuvo que evitar los continuos envites de Pedro al tiempo que se zafaba de los agarres de José. Acorralado, Juan tuvo la mala suerte de tropezar de espaldas con una pequeña mesa y los hermanos Cachimba apuñalaron en el rostro a Juan hasta cuatro veces. Una de ellas en el ojo izquierdo; otra, en el cuello, a escasos centímetros de la yugular, con una trayectoria que le atravesó el paladar.
Malherido, el agente se reincorporó como pudo. “Sabía que si me desmayaba me terminarían matando”, recuerda. “Escuchaba al menor, a José Pedro, gritar para que me remataran y saqué el arma de forma instintiva”. No veía por el ojo izquierdo y tenía la chaqueta llena de sangre. “Pensé: ahora que tengo fuerzas, voy a salir de aquí y que le den por culo a la Policía y a los detenidos. Me quiero ir con mi hijo. Y salí de la jefatura. Ellos siguieron detrás mía. Me monté en el coche, eché el pestillo y me fui al centro de salud”.
“Apenas dos cientos metros después ya supe que debía haber disparado”, confiesa Juan. Mientras, su compañero, lloraba desconsolado al ver la sangre abundante.
ADIÓS AL TRABAJO SOÑADO
Juan tiene marcada en la memoria la frase que le dijeron sus padres, jornaleros, trabajadores del campo, la primera noche que partió rumbo a la academia. “Me dijeron que nunca abusara de nadie con el uniforme. Que eso era un orgullo muy grande para ellos”, recuerda lagrimeando. El de policía era su trabajo soñado y necesitó cinco años para conseguir la plaza. El Ayuntamiento para el que trabajaba, el de su pueblo natal, Puerto Serrano, le debía ocho nóminas y él seguía yendo a su puesto con la misma ilusión del primer día. “Para mí no era un trabajo”, confiesa.
Tanto es así, que entre lágrimas asegura que cada noche pide a Dios que alguno de sus dos hijos herede su amor por su oficio.
"Me gusta, pero estoy muy desengañado, sobre todo por la Administración", reconoce Juan. La resolución de la Delegación Provincial de Cádiz del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) ha sido un duro golpe para él. El órgano estima que las consecuencias físicas, en concreto la pérdida de un ojo, y las secuelas psicológicas, que se traducen en un trastorno de estrés postraumático, se ajustan a un caso de incapacidad permanente total para su profesión habitual y ha denegado su reclamación contra esa resolución. "Me ha hecho mucho daño. Iba levantando vuelo y...".
Mientras, el mismo órgano, el mismo día y en la misma ciudad, dictó una resolución en la que concede al agresor José Venegas la incapacidad permanente absoluta “para toda profesión con derecho a pensión del cien por cien de su base reguladora, considerándole incluso en situación de alta, o asimilada al alta, al estar en prisión provisional”, cuenta el abogado del expolicía, Ramón Dávila. El motivo: un trastorno mixto de la personalidad.
“Tan flexible para su agresor y tan exigente para el policía”, resume el abogado, que anualmente lleva más de doscientas demandas de incapacidad al año. El del Cachimba es un caso extraño para él. “En Cádiz son durísimos, es incomprensible que se lo hayan dado, hay montones de casos similares que no acaban en esa resolución”, sostiene. “Pienso que han actuado por miedo a las represalia a la familia”, argumenta. “Y por el historial delictivo de los Venegas”.
"Un municipio violento"
La presencia de los Cachimba en Puerto Serrano ha convertido este municipio gaditano en un polvorín. El propio sargento de la Guardia Civil alertaba en uno de sus informes de conducta al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL que esta familia está “provocando un peligroso estado de alarma social generalizado en la población”. En su atestado, el agente alerta de que se está instaurando un miedo en la localidad, “que ha llevado al sostenimiento de impunidad de estos individuos, y a una alarmante disminución del Principio de Autoridad de las Fuerzas Publicas”. Y avisa de que esta situación podría provocar un “levantamiento ciudadano contra estas personas y la instauración de un municipio violento de difícil reconducción, debido al carácter agresivo de algunos de sus ciudadanos”.
La Guardia Civil cataloga a José Venegas, nacido en el 75, como “bronquista”; a Pedro, como “agresor o bronquista”; y a Jorge, el más peligroso de los tres hermanos, como “armado, violento y bronquista”, según el Sistema Integrado de Gestión Operativa, Análisis y Seguridad Ciudadana (SIGO) del Instituto Armado.
Según las mismas fuentes, José Venegas, al que le han aprobado una incapacidad permanente, “es un claro peligro para la seguridad colectiva y la paz social de la ciudadanía, ya que posee un carácter muy violento; siendo la inestabilidad emocional una característica importante en su conducta. Haciendo constar además su adicción al alcohol y las drogas, hecho que ha provocado algunos de los actos delictivos cometidos”. La misma descripción, mucho más ampliada, se repite en el resto de hermanos.
En el caso de Jorge, el más violento, los agentes destacan que es el instigador de los hechos cometidos por sus dos hermanos, ya que no duda en buscarlos y provocarlos para que cometan, en su compañía, la mayoría de actos punibles.
“Ellos son malos. Van a salir de la cárcel y van a volver a hacer lo mismo”, sostiene Juan, la última víctima de los Cachimba. “Sigo dándole gracias a Dios por seguir vivo”, asegura. Pero sigue pensando cómo hubiese cambiado su vida de haber tomado otra decisión en los dos segundos más trascendentales de su existencia.
“Esos dos segundos me sobran ahora. Lo tengo claro, hubiese disparado. Hoy tendría mi ojo, mi trabajo y mi vida intacta”.