El sábado día 21 de enero recuperó la libertad. Está considerado el mayor violador en serie de la historia criminal de España. Durante nueve años tuvo en jaque a la policía. Se apostaba a la salida de las estaciones de metro, autobús e hipermercados. Elegía a la víctima y la seguía discretamente hasta el momento del asalto, procurando que fueran lugares poco visibles.
En otras ocasiones aprovechaba para coincidir con ellas en los ascensores y, una vez dentro, las amenazaba con un cuchillo. Lo colocaba a la altura de la garganta, principalmente, o de la espalda. “Si gritas, te mato”, era la amenaza.
Después se las llevaba andando por la calle hasta un parque poco concurrido o un descampado. Las obligaba durante el camino a que le cogieran de la cintura a fin de pasar más desapercibidos. Les decía “agárrame por la espalda, como si fuéramos novios”. Cuando llegaban al lugar elegido las violaba de inmediato.
Pirámides es la zona madrileña en la que cometió sus primeras fechorías, dado que acudía allí a esperar a su mujer. Llegaba tres horas antes de que saliera a las 11 de la noche. Tiempo que dedicaba a elegir a sus víctimas y forzarlas. Tras hacerlo en una veintena de ocasiones y saltar la alarma trasladó su campo de acción a otros barrios y municipios próximos como Getafe, Alcorcón, Leganés y Móstoles.
APRETADO Y VIOLENTO HISTORIAL
Arlindo Luis Carbalho Corbero es un individuo acomplejado desde pequeño. Se crio en un ambiente rural, en una familia humilde dedicada al pastoreo. Convivían en el mismo domicilio abuelos, hijos y nietos. Su era padre alcohólico y propiciaba un ambiente violento.
De complexión normal y pelo castaño, su físico no era muy agraciado. A causa de su pronunciada nariz era motivo de bromas desde sus tiempos de colegial. Uno de sus testículos es más pequeño que el otro, lo que incrementaba su trauma. Sus compañeras le llamaban con sorna “Arlindo Relindo”.
Su despecho le empujó a satisfacer su deseo sexual por la fuerza. A poseerlas, a imponer su autoridad bajo amenaza de muerte. De modo despiadado. Sólo debía esperar el momento y el sitio.
Empezó a actuar con 23 años, eran tantos los ataques que llevó a cabo que la policía pensó que había varios violadores
La capital de España era el lugar adecuado, dada su extensión y carácter de metrópoli. Podría pasar más desapercibido. Llegó a esta ciudad a finales de los años 80. Se colocó como vigilante de seguridad en Mercamadrid. Después trabajó como transportista e instalador de gas. Contrajo matrimonio y tuvo dos hijas. Persona de trato agradable, se granjeó simpatías con compañeros y vecinos. La situación ideal para actuar sin levantar sospechas.
Empezó a actuar en 1988, a la edad de 23 años. Procuraba no dejar ninguna pista. Eran tantos los ataques que llevó a cabo que la policía pensó que se trataba de varios violadores. Se ocultó, en parte, dicha situación, como tantas veces viene ocurriendo con este y otros tipos de crímenes para que no cunda la alarma entre la población. Pero se ignora el principio de que conocer el crimen es la mejor forma de combatirlo.
Es lo que le ocurrió a una chica de 17 años a la que forzó en El Retiro. La muchacha reconoció posteriormente que, de haber estado alertada sobre la existencia de un temible depredador, no hubiera andado a esas horas por el parque.
140 ATAQUES SEXUALES
Un criminal consciente de sus actos. Al sospechar que la policía le empezaba a seguir de cerca, incluso la prensa publicó los numerosos asaltos que se venían produciendo en Pirámides, cesó su actividad por una temporada. Incluso, para evitar ser reconocido, se dejó barba y se cortó abundantemente el pelo. Actitud que demuestra que podía vencer sus compulsiones sexuales.
Al tiempo volvía a las andadas. De modo incesante. Pero cambiando de escenario geográfico. Muy seguro de sí mismo, como caracteriza a este tipo de violadores en serie. Actuaba de modo canónico, eligiendo a sus víctimas conforme a unas características. Siempre jóvenes y de buena presencia. A casi todas las víctimas les robaba el dinero y las joyas. Amenazas e insultos completaban su acción.
La fortuna dejó de acompañarle gracias no a los investigadores, sino a una joven de 20 años que actuó con presteza. Ocurrió el día de Navidad de 1996. Cuando accedía al ascensor de su casa en Leganés vio cómo un sujeto, que despertó sus sospechas, entraba apresuradamente a la par que ella. Detectó algo extraño en su mirada. Antes de apretar el botón para ascender preguntó al desconocido a qué planta subía. Le respondió que a la segunda.
Respuesta que le confirmó las sospechas, dado que se trataba oficinas y, por ser jornada festiva, no había nadie. De inmediato pegó una patada a la puerta y salió corriendo. El sujeto, sorprendido por dicha reacción, también huyó en dirección a la calle. Montó en su coche y abandonó disparado la zona. A la joven, que se había escondido en una esquina, le dio tiempo a memorizar la matrícula.
Denunció el hecho en comisaría, pero inicialmente no le dieron mayor importancia. Cómo no había existido el asalto, por una simple sospecha no cabía la denuncia. Al menos es lo que pensaron los funcionarios que la atendieron.
Las pruebas de ADN del semen que les dejó en las prendas íntimas a sus víctimas pusieron fin a su trayectoria criminal
Tal fue la insistencia de la joven que unos agentes salieron en busca del sospechoso. Lógicamente no se encontraba por los alrededores del edificio, pero un hombre que estaba en un parque cercano había visto salir corriendo a ambos. Dio la pista del fugitivo: se fue en un automóvil Opel Kadett blanco.
Las indagaciones policiales condujeron a la localización. Le informaron que debía acudir a comisaría para hacerse unas fotos con destino al Documento Nacional de Identidad. Después, como no había cargos en su contra, le dejaron marchar, pero siguiéndole los pasos.
Los retratos fueron mostrados a la posible víctima. Lo reconoció de inmediato. Similar ocurrió con varias violadas. “La primera en verlos ni siquiera habló, simplemente se derrumbó y lloró”, recuerda uno de los policías que intervino en el caso.
Al poco era detenido en la vivienda de sus suegros. Ruedas de reconocimiento, testimonio de las agredidas y, sobre todo, las pruebas de ADN del semen que les dejó en las prendas íntimas pusieron fin a su trayectoria criminal. Reconoció 140 ataques sexuales a mujeres.
Alegó que las violaba para vengarse de las humillaciones que creyó sentir por parte de sus compañeras de colegio. Por ello las elegía de 17 a 22 años y de características físicas parecidas.
En 1994 raptó a dos mujeres, madre e hija, a la primera la encerró en un maletero mientras violaba a la segunda
Los ataques que llevaba a cabo destacaban por su crueldad y violencia, como el que sufrieron una madre y su hija. A principios de 1994 trabajaba como instalador de aparatos de gas a domicilio. Andaba por Alcorcón haciendo unos encargos. Las raptó a punta de navaja en el aparcamiento de un centro comercial. Las obligó a subir al coche en que ellas habían ido de compras.
Fueron hasta un descampado. Metió a la madre en el maletero –en el forcejeo ésta se llevó un pinchazo– y al lado del vehículo violó en el suelo a la chica, de 15 años, mientras escuchaba los lamentos de la señora. Dos horas de inacabable sufrimiento para ambas.
Hechos que ponen de relieve una frialdad extrema. Hubo casos en que no consumó la violación. Así, en puertas del verano de 1996 pidió un cigarrillo a una joven. En pleno centro de Madrid. En un descuido de ella le puso la navaja en el cuello. “No grites y agárrame como si fuéramos novios” fue la orden. La obligó a montar en su automóvil y la llevó hasta un descampado, donde comenzó a manosearla. Al ver que oponía resistencia la amenazó con una jeringuilla. La sobó cuanto quiso y después le permitió irse, pero amenazándola de muerte si lo denunciaba.
EN EL JUICIO SE DECLARÓ INOCENTE
La vista se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid, presidido por la juez Pilar Oliván. El acusado, que entonces tenía 31 años, se mostró arrogante.
–Señoría, me niego a declarar si los periodistas me hacen fotos.
Actitud que se quebró cuando su abogado de oficio, Carlos de la Cruz, le hizo rememorar sus traumas de la infancia, en la que basaba su defensa, entre ellos el miedo que le despertaban las mujeres. Echó a llorar y manifestó que de siempre había sentido una gran timidez en su relación con ellas, aunque indicó que merecen respeto y que nunca pretendió causarles daño. Reconoció que, aparte de los seguimientos, había efectuado llamadas telefónicas “como quien juega a una máquina recreativa y termina enganchado".
No admitió ser el autor de los 43 asaltos. Tan sólo su irrefrenable afición a perseguir a mujeres por las que se sentía atraído.
–Cuando me detuvieron sentí un gran alivio, y me dije: Ya no podré hacerlo más.
–¿Ha tenido usted algún problema sexual?, le inquirió el fiscal, Justino Zapatero.
–No sé. Según he leído en la prensa a los 18 años le toqué el pecho a una chica de mi pueblo –volvió a recurrir a la ironía.
–¿Qué tiene usted que decir de todo lo oído (del relato de hechos leído por la secretaria del tribunal)? –le preguntó el fiscal.
–Me encuentro como si estuviera en una plaza en la que están tirando bombas. Yo no soy de piedra, tengo hijas y siento dolor.
–¿Pero ha participado usted en esos hechos?
–Que yo sepa, no.
Ante tal negativa el acusador le inquirió sobre sus anteriores declaraciones en las que admitía ser el autor de múltiples asaltos.
–Quiero que alguien me diga cuándo he dicho yo eso. Sólo recuerdo haber seguido a mujeres, nada más.
El fiscal seguía insistiendo. Le mostró documentos.
–Si firmé fue por la situación en la que me hallaba: detenido, con mi mujer a punto de dar a luz. Me dijeron que si reconocía las violaciones me dejarían verla y firmé todo lo que la policía me puso delante.
La estrategia habitual de muchos delincuentes. Decir que han sido forzados física o psicológicamente durante los interrogatorios. Pero las pruebas por violación eran irrefutables.
La sentencia establecía que no era un enfermo mental incapaz de distinguir el bien o el mal, sabía seleccionar a sus presas
Fue condenado a 514 años de presidio como autor de 35 violaciones, entre otros delitos. También a indemnizar a sus víctimas con cantidades que oscilan entre el millón y los tres millones de pesetas, aunque fue declarado insolvente. El máximo tiempo que podía permanecer encarcelado era de 20 años, tope legal establecido para estos delitos conforme al anterior código penal. De ahí que hace unos días recobrara la libertad.
La sentencia establecía que su comportamiento sexual compulsivo no le convierte en un enfermo mental incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Sabía seleccionar a sus presas y cesaba en su actividad cuando vislumbraba peligro.
En prisión alardeó ante otros reclusos del casi centenar y medio de agresiones sexuales que había realizado. Algo a veces habitual en este tipo de delincuentes. Así, tiempo atrás Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, y José Antonio Rodríguez Vega, el Violador de la Moto, discutían sobre quién de los dos había consumado más delitos.
En la cárcel se jactaba de su historial, el día que llegó a su celda dos reclusos le empujaron dentro dándole puñetazos
A raíz del asesinato de este último en la cárcel, que había estrangulado en Santander, en el corto periodo de 1987 a 1988, a 16 mujeres de entre 70 y 80 años, por lo que también era conocido como el Mataviejas, se activó el protocolo de seguridad en la de Valdemoro. Arlindo había llegado dos días antes jactándose de su historial delictivo y, cuando iba a entrar en la celda, dos reclusos encapuchados le empujaron dentro propinándole varios puñetazos en la cara.
El pasado fin de semana dejó atrás los barrotes. Vuelve a la calle. Tiene 51 años. Instituciones Penitencias ha comunicado que no se ha tomado ninguna medida preventiva en torno suyo. La prisión permanente revisable, conforme al nuevo código penal, no tiene carácter retroactivo, por lo que no le afecta. Es libre por completo.
Tras abandonar la cárcel ha encaminado sus pasos a Valencia de Alcántara, un pueblecito de Cáceres donde vive su madre. Allí transcurrió su infancia y juventud. Se desconoce si se establecerá en dicha localidad, donde ha cundido la preocupación entre un sector femenino mientras que otro se muestra partidario de darle una oportunidad.
De nuevo surge la polémica en torno a la rehabilitación de este tipo de delincuentes, sobre todo a si es posible su reinserción social. A raíz de que unos cuantos asesinos fueran liberados en el año 2013 en aplicación de la Ley Parot, varios fueron detenidos pronto ingresando nuevamente en prisión, alguno de ellos con un nuevo crimen a sus espaldas.
El famoso psiquiatra forense José Antonio García-Andrade, que trató a casi dos centenares de sexópatas y sexodependientes, todos delincuentes, afirmaba que “reinciden más del 77 por ciento, descendiendo esta posibilidad al aumentar la edad”.
El futuro de “el violador de Pirámides”, gran incógnita. Puede volver, quizá, la pesadilla para muchas mujeres.