Cuando Fatima se despertó, a eso de la una de la tarde del sábado pasado, no escuchó ningún ruido en su casa, algo que le extrañó sobremanera. La chica, de 18 años, había estado hasta bien entrada la madrugada conectada a internet dentro de su habitación. Al levantarse de la cama, la chica salió de su cuarto y echó un vistazo al comedor, que estaba vacío de gente pero lleno de bultos de ropa. Luego, se dirigió a la estancia de sus padres.
En aquella habitación, bajo miles de kilos de ropa que la familia había acumulado durante años para luego revenderla en Marruecos, estaban los cadáveres de su padre, Karim, su madre, Salma, y su hermana, Olaya, de sólo 12 años (nombres ficticios que sustituyen a los reales, a petición de la familia).
Unas horas antes, entre las ocho y las nueve de la mañana, habían muerto asfixiados después de que las pilas de toallas, albornoces y pijamas que almacenaban allí, tanto en el suelo como en un mueble con estanterías, se vinieran abajo y cayeran sobre la cama en la que dormían.
Fue entonces cuando Fatima empezó a retirar la ropa para tratar de salvar a su familia. Entre la maraña de prendas vio aparecer el brazo de su hermana, por lo que decidió llamar rápidamente a su tío materno, que fue quien alertó a la Policía Nacional.
Karim, de 50 años, y Salma, de 49, en 2002 compraron la casa en la que perecieron el pasado fin de semana. Allí, junto a Fatima, que por aquel entonces tenía 3 años, se instalaron para tratar de ganarse la vida. El padre empezó a trabajar como técnico de mantenimiento en el aeropuerto del Altet (Alicante). La madre se empleó en una empresa envasadora en una localidad vecina de la capital alicantina.
Pasaron los años, llegó su segunda hija, Olaya, y el matrimonio se quedó en paro. Desde entonces, Karim y Salma compraban colonias y ropa baratas (sobre todo menaje del baño) y recogían todo aquello que encontraban por la calle. Luego, llegado el verano, la familia viajaba en su furgoneta hasta Marruecos, de donde son originarios y en donde escasean las empresas de manufactura textil. Allí, al otro lado del Estrecho, la revendían. Era su forma de ganarse la vida.
La vivienda donde perecieron tres de los cuatro miembros de esta familia se encuentra en un primer piso de un edificio avejentado del centro de Alicante. Los vecinos de su bloque, el C, cuentan que era una familia “normal, agradable y educada”.
Isabel, la vecina que vive justo debajo de la familia, cuenta que ella no escuchó nada cuando se vinieron abajo las estanterías y las pilas de ropa. La señora, que sale del portal del edificio para hacer la compra justo cuando el periodista toca al timbre, dice que ella entró en una ocasión en la vivienda de los fallecidos. Fue cuando se dejaron un tapón puesto en el fregadero y el grifo abierto. Aquello provocó que el agua se desbordará y se filtrara por el techo de su casa.
“La vivienda tiene 50 metros cuadrados. Había toneladas de ropa, estaba por todos lados. En el comedor, en las habitaciones, en el baño… Desde el suelo hasta el techo. Alguna en cajas, pero la mayoría de la ropa estaba apilada, una prenda encima de otra. Apenas dejaban que entrara la luz por las ventanas. En la habitación de los padres sólo había un estrecho caminito para llegar hasta los pies de la cama”.
Desde el sábado pasado, la puerta de la vivienda de la familia asfixiada se encuentra precintada por la Policía Nacional. Para sacar los cadáveres, se necesitó la ayuda de efectivos de Bomberos.
Este jueves por la mañana, cinco días después del fallecimiento del matrimonio y de una de sus dos hijas, el tendedero de ropa sigue repleto de prendas de vestir: camisetas, ropa interior, pantalones vaqueros… A través de un balcón acristalado que da a la calle se observa que todavía siguen allí decenas de bolsas y de bultos que se acumulan hasta la altura del techo.
José, el presidente de la comunidad de vecinos, cuenta que Karim estaba enfermo del corazón, que habían vendido su furgoneta hace dos años y que, desde entonces, no habían vuelto a Marruecos.
“Ellos eran conscientes de la situación que vivían. En varias reuniones de vecinos les advertimos que aquello iba a provocar un incendio cualquier día. Al final, murieron por esa ropa, pero no a causa de unas llamas sino asfixiados por ella. Es la forma más tonta de morir”.
Según dice el presidente de la comunidad vecinal, la familia tenía pensado alquilar un local para trasladar todos los bultos. Incluso, hablaban de montar un pequeño negocio de compra-venta de ropa de segunda mano. “Como ahora vendían entre sus conocidos, pensaron que aquello sería una buena idea”.
El señor cuenta que Fatima, la única superviviente, vive ahora con un tío suyo, hermano de su madre. El hombre tiene casa a las afueras de Alicante. La chica viajó este miércoles hasta Tánger, donde un día más tarde enterraron a sus padres y a su hermana.
Fatima, que este año había empezado a estudiar una carrera universitaria, deberá recomenzar su vida sin las tres personas a las que más quería.