En moto con un líder de 'colectivos', el grupo de pistoleros que reprime a tiros a los venezolanos
Un periodista de EL ESPAÑOL recorrió en 2014 las calles de uno de los barrios más conflictivos de Caracas. Su cicerone dijo llamarse Jonh y era el 'capo' de uno de los grupos de civiles armados que revientan manifestaciones de la oposición disparando a la cabeza. Así murió el pasado miércoles un chico de 17 años.
22 abril, 2017 01:51Noticias relacionadas
Carlos José Moreno habría cumplido 18 años este sábado. Pero un balazo le alcanzó la cabeza tres días antes. Fue el pasado miércoles, durante una protesta por las calles de Caracas contra el gobierno de Nicolás Maduro que se saldó con tres muertos (dos manifestantes y un miembro de la Guardia Bolivariana).
A los pocos minutos de fallecer, las imágenes del cadáver del chico tirado sobre el asfalto de la capital venezolana incendiaron las redes sociales.
Nadie sabe con certeza quién disparó a Carlos José. Nadie de quienes le acompañaban pone rostro y nombre a su asesino. Será casi imposible que se esclarezca su asesinato.
Sin embargo, las sospechas señalan hacia un grupúsculo temido que revienta manifestaciones cada vez que la oposición convoca una marcha.
Con toda probabilidad, la pistola que le quitó la vida al chico la empuñaba un hombre que observaba la manifestación desde la distancia, quizás desde lo alto de cualquier edificio cercano.
Todo apunta a que se trata de un miembro de un ‘colectivo’, los grupos de civiles armados por el chavismo con un objetivo: defender la revolución a toda costa. Aunque sea con un derramamiento de sangre.
Nada más ver el vídeo del cuerpo inerte de Carlos José Moreno recordé el día en que el impenetrable Colectivo 23 de Enero me permitió recorrer con ellos las calles de Caracas durante varias horas.
Fue en abril de 2014, durante otro período de protestas contra Nicolás Maduro que se saldó con 43 muertos. Muchos de ellos como José Carlos, con un balazo en la cabeza mientras reclamaban democracia en su país.
Aquello sucedió el domingo 20 de abril de 2014. En torno a las 15.30 horas de una tarde que recuerdo calurosísima y húmeda, un compañero camarógrafo y yo llegamos al barrio 23 de enero, en Caracas capital.
Allí, el fallecido Hugo Chávez es un dios. Su mirada aparece dibujada en muros, en edificios y hasta en forma de tatuaje en el escote de una joven. De fondo suenan vallenatos.
Conozco al líder del Colectivo Tres Raíces-23 de enero al poco de llegar. Dice que se llama John, aunque es evidente que miente porque desliza una pequeña carcajada cuando dice el nombre. Nos presenta un intermediario tras tres semanas de insistencia. “Quiero conocer a los miembros de un colectivo”, le pedí. Y aquel deseo resultó fructífero.
John es un hombre de piel mulata que ronda los 100 kilos de peso y el metro noventa de altura. Luce un vaquero claro y una camiseta negra. De su cuello cuelga un collar de santería.
Adicto al chimó –tabaco de mascar muy popular en Venezuela- no deja de escupir su saliva ennegrecida dentro de un vaso de plástico. De sus ojos no retira ni por un instante unas gafas de sol de oscuros cristales.
Al poco de conocernos, John me pregunta qué pretendo. Le respondo que buscó conocer de cerca el funcionamiento de un colectivo, los grupos de civiles armados que dicen proteger con celo, orgullo y balas la Revolución Bolivariana.
Aunque yo no soy muy optimista, acepta mi propuesta. “Vamos, chamo –me dice-. Súbete a mi moto. Te voy a enseñar quiénes somos aquí”.
Con su visto bueno recorro las calles de Caracas en la moto de un líder de la guerrilla urbana del chavismo. John pilota su Kawasaki KLR 650. Conduce calle arriba por el temido y serpenteante 23 de Enero. Nos siguen, también motorizados, cinco de sus chicos de máxima confianza.
En Venezuela, a tipos como Jonh se les acusa de robarles droga a narcos para traficar ellos mismos, o de ayudar a la Guardia Bolivariana a reventar con balas y con el rostro oculto manifestaciones opositoras como las que ahora vuelve a vivir el país.
“Estamos a la orden del gobierno. Si nos llama, allá hay que ir”, me reconoce John sin tapujos mientras pilota su moto.
FORMACIONES DE IZQUIERDA MARXISTA
Los colectivos, formaciones de izquierda marxista, crecieron con la llegada al poder de Hugo Chávez, en 1999. El expresidente los vio como la herramienta idónea para perpetuarse gracias al control que éstos ejercen en los barrios más empobrecidos. Son pequeños ejércitos autónomos que dictan sus propias leyes en las barriadas de Caracas.
Como Tres Raíces, el colectivo La Piedrita o Los Tupamaros son míticos en el 23 de Enero. La directora del Grupo de Estudios Políticos de América Latina, Natalia Brandler, me explicó días después de verme con John que estos grupos “han convertido los barrios en pequeños feudos donde mandan incluso por encima del gobierno central”.
Aunque estas bandas armadas al servicio de la causa chavista ya existían desde los años 70 como grupos de autodefensa que actuaban contra la delincuencia y el hampa en las parroquias más pobres de Caracas, la irrupción de Chávez les dio amparo, armas y financiación a través de subvenciones sociales.
Con ese dinero se costean motos, teléfonos móviles, cámaras de seguridad… Chávez dijo de ellos que eran el brazo armado de su revolución. Algo similar quiere hacer ahora Maduro con un millón de milicianos, a los que otorgará armas para defender el legado del comandante Chávez.
“DEFENDEREMOS EL LEGADO DEL COMANDANTE CON LAS ARMAS Y NUESTRA VIDA”
El día que le conozco, John me cuenta que nació y creció en este barrio, donde también quiere morir. “Seguiré en la lucha siempre, no lo dudes”.
Cuando le pregunto por sus presuntos vínculos con el narcotráfico, él se muestra evasivo y lleva la conversación hacia su obra. Me dice, mientras pasamos junto a un parque en el que juegan niños, que él y sus chicos han traído “tranquilidad a este lugar”.
“En estas calles se han dado ajusticiamientos públicos. Hace un par de años (2012) un niño no podía jugar tranquilo sin temor a presenciar una desgracia. Ahora, el que viola, roba o mata recibe su merecido. El resto son sólo habladurías”.
John me reconoce que maneja con mano de hierro un batallón de 160 civiles armados. De ellos, unos diez forman el núcleo duro de su colectivo, los mismos que, según me da a entender, le acompañan a abatir a los manifestantes que protestan en la calle. Como Carlos José.
Sin apearnos de la moto, pasamos cerca del Cuartel de la Montaña, desde el que Chávez pilotó el infructuoso golpe de Estado de 1992 que le costó dos años de cárcel. “Con las armas y nuestra vida –me confiesa- defenderemos el legado del comandante”.
En ese instante aprovecho para preguntar si me enseñará ese revólver que acababa de aparecer entre mis muslos y su espalda. Estaba ahí, junto a su cinturón. Desde mi asiento he visto la empuñadura plateada por encima de su camiseta.
Gracias a la fortuna su pistola ha quedado al descubierto tras el salto dado por la moto al cruzar un badén. “Nunca te enseñaré mi arma”, me dice justo antes de llegar a la sede del colectivo. Pero yo ya he logrado grabarla con una pequeña cámara. “Baja. Tienes la libertad de hablar con mis chicos...”.
“Primero tratamos de echarlos pacíficamente de los edificios desde los que manejan su mercado. Si no se van, empleamos la fuerza”, me cuenta Alfredo Cánchica, un cincuentón que dice haber ayudado a acabar con la presencia de los narcotraficantes en sectores del 23 de Enero como La Cañada, la Zona F, el Bloque 32 o La Central.
Cuando le pregunto qué hacen con la droga decomisada, Alfredo, titubeante, dirige la mirada hacia John, que está a mi espalda y le hace algún tipo de indicación que no llego a ver. "La quemamos", responde al instante.
De nuevo en la calle, frente a la puerta de la sede, veo aparcadas una veintena de motos similares a la de John, de esas que cualquier venezolano teme si las ve aproximarse de noche.
Son sinónimo de intento de robo, de secuestro o de asesinato en Venezuela, que en 2016 registró 28.479 asesinatos (91,8 homicidios por cada 100.000 habitantes).
Según la ONG Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) es el segundo país no en guerra más violento del mundo, sólo superado por El Salvador (103 homicidios) y seguido por Honduras (59).
Uno de los chicos de confianza de John era Raimon Mata, un joven musculado y con varios tatuajes en el cuerpo. Dice –como sostiene también ahora la población que apoya a Nicolás Maduro- que EEUU está detrás de las protestas encabezadas por la oposición.
“Los yanquis quieren desestabilizar el país para quedarse con nuestros recursos naturales [Venezuela posee la mayor reserva petrolífera del planeta]. Están detrás de cada líder opositor y de los guarimberos [estudiantes radicales que organizan barricadas]. Por eso son nuestros enemigos y actuamos cada vez que salen a la calle. Si quieren un estallido social, nosotros responderemos”, señala sin titubeos.
Cuando le conozco, Raimon ha viajado varias veces a Cuba para recibir entrenamiento militar y adoctrinamiento ideológico. Me dice que otros compañeros han estado en Colombia empotrados con las FARC, o en el País Vasco con ETA, banda terrorista a la que defiende.
“Ellos luchan por su identidad. Nosotros, por proteger el deseo de un pueblo. Estamos unidos por el corazón con los compañeros vascos. Ojalá existieran 10.000 veces ETA”.
"Acabarán comidos por las llamas"
Más tarde conozco a un chico espigado que lleva barba de una semana. Al preguntarle su nombre, me dice que puedo llamarle como quiera. “Pero si sacas mi cara, te mato”, me advierte. "Algo habrás hecho para ocultarte así", le espeto. "Atenté a balazos contra el autobús de la diputada María Corina Machado (noviembre de 2011)", contesta orgulloso.
Pero John frena la conversación en ese punto y me pide que vuelva a su moto. Me cuenta que desde los 11 años sabe manejar una pistola y que hasta la fecha ha recibido ocho balazos.
Cuando llegamos a una pequeña plaza, él y sus chicos detienen sus motos. Encontramos tres estatuas. Una es de Simón Bolívar. “Nuestro libertador ante los españoles”, dice sobre él. Los otros dos son su compañera sentimental, Manuelita Sáenz, y Manuel Marulanda, fundador de las FARC. “Junto al Ché, Fidel Castro y Chávez, son nuestros referentes”.
Sobre las seis de la tarde, cuando la noche comienza a caer sobre la colina en la que se asienta el barrio 23 de Enero, John que no quiere despedirse de mí sin que vea la quema de Judas, una tradición de la Semana Santa venezolana.
Llegamos justo a tiempo. Un muñeco de trapo cuelga sobre una cuerda en mitad de una plaza repleta de gente. Un hombre de unos 70 años le vierte gasolina y le prende fuego.
Ante el fervor popular, dice que así van a acabar “el Henriquito (en referencia a Henrique Capriles, líder opositor) y la Corinita (por la diputada María Corina Machado)”.
John y sus pistoleros rien a carcajadas. “Así será. Acabarán comidos por las llamas”, suelta poco antes de decirme adiós y de estrecharme la mano.