Laura, la ligona de Tinder en silla de ruedas que rompe tabúes sexuales
Una bloguera con discapacidad cuenta sus experiencias vitales en Berlín, incluidas las más íntimas. "El sexo con discapacidad es lo mismo que sin discapacidad: consiste en llegar al orgasmo".
23 abril, 2017 02:01Noticias relacionadas
Laura Gehlhaar lo tiene fácil para ligar. Al menos así ha sido hasta que ha querido a través de aplicaciones como Tinder. Hace un par de veranos se abrió una cuenta en esa red de contactos y a esta mujer rubia de ojos claros no le faltaron candidatos con los que citarse. Corrían los días de estío de 2014 y su ritmo de encuentros con hombres era, según conviene en calificarlo, “industrial”.
“Veía a dos o tres hombres por semana, vi, de veras, a muchos hombres”, cuenta a EL ESPAÑOL esta joven escritora alemana nacida hace 34 años en Düsseldorf y afincada en Berlín desde hace casi una década. Hacer uso así de Tinder no resulta excepcional. Tampoco puede parecer extraño en una chica de evidente atractivo como Gehlhaar. Sin embargo, ella se ha convertido en pocas semanas en la voz alemana de aquellos que reivindican normalidad frente al rechazo que muchos todavía experimentan al verse confrontados a alguien que, como ella, va en silla de ruedas.
A Gehlhaal la sentaron en una silla de ruedas a los 22 años porque una enfermedad muscular le impedía mantenerse de pie. Sus piernas dejaron de aguantar su peso. La musculatura de su espalda también se ha debilitado. Caminar erguida se le terminó haciendo imposible.
Gehlhaar, en sus días de ligues en Tinder, aplicación con la que terminó encontrando a su actual novio –lleva ya con él dos años–, observó cómo su discapacidad se convirtió en una suerte de “filtro”. “La gente que me respondía en Tinder lo hacía porque imagino que les causaría un efecto positivo, porque en mi perfil yo tenía una imagen en la que se me veía en silla de ruedas, seguramente había muchos que no me decían nada porque no querrían discapacidad en sus vidas”, expone esta joven.
A su entender, esa foto suya en silla de ruedas le permitió conocer a “mucha gente buena”. Le cuesta recordar citas que salieran realmente mal. Si eso ocurría, el fiasco se producía porque “a veces, en esto de las citas en Tinder, sencillamente ocurre que acabas con una persona que, por lo que sea, a los cinco minutos, te hace preguntarte ¿qué hago aquí?”, abunda Gehlhaar.
SEXUALIDAD EN SILLA DE RUEDAS
Ella es muy consciente de que muchos de los hombres que estaban en la red que podían interesarse por ella podrían convertirse fácilmente en una decepción. “Me llevó poco tiempo y un poco más de citas con hombres encontrar el camino correcto en la jungla de las citas. En un momento dado, dejé de dejarme seleccionar por chicos que sólo me verían como un medio para acceder a una experiencia sexual exótica”, señalaba Gehlhaar en una reciente entrada de su blog.
En esa página web y un libro suyo de reciente publicación en Alemania, Gehlhaar cuenta sus vivencias en una metrópolis como Berlín. Aquí abundan los rincones inaccesibles para los discapacitados pero también la gente joven con la que relacionarse. El sexo es uno de los aspectos de su vida sobre los que Gehlhaar habla sin tapujos.
Los contenidos de su blog, titulado Frau Gehlhaar -“Señora Gehlhaar”- y el de su libro sirven, de hecho, para romper tabúes. El volumen publicado a finales del año pasado tiene un sugerente título, Kann man da noch was machen?, traducible como ¿Se puede ahí todavía hacer algo?. A ese interrogante Gehlhaar responde a menudo. Quienes preguntan quieren saber si aun estando en silla de ruedas puede tener sexo.
“Me han preguntado mucho si puedo tener relaciones sexuales”, dice Gehlhaar. “Yo veo que la sexualidad es una parte de mi vida, ¿Por qué negar esa parte por el mero hecho de estar discapacitada? Hacer eso es una tontería. Soy una persona y, como cualquier otra, tengo necesidades sexuales, las mismas que cualquier persona que tenga hormonas”, aclara.
Gehlhaar ha respondido en multitud de ocasiones a la pregunta: “¿Puedes tener sexo?”. En broma, suele decir que ella, para tener sexo, “suele bajarse de la silla, aunque no siempre”. Le ha tocado dar explicaciones a amigos, desconocidos y, más recientemente, a periodistas en estudios de radio y platós de televisión.
“SIMPLEMENTE TÓMAME”
En su libro cuenta que hace unos diez años, al poco de llegar a Berlín, en la primera cita que tuvo con una ginecóloga en la capital germana, la doctora no salía de su asombro cuando Gehlhaar pidió empezar a tomar una píldora anticonceptiva distinta a la que acostumbraba. “¿Está usted entonces en situación de tener relaciones sexuales?”, preguntó la ginecóloga, para sorpresa de la joven. “Reí muy alto por fuera y lloré por dentro”, cuenta Gehlhaar en su libro de “historias del día a día de una mujer en silla de ruedas”.
Con ligues también le ha pasado. Una noche en la que Gehlhaar terminó yéndose a casa con un chico con el que había quedado en principio para tomar algo, estando los dos ya en la cama, él preguntó: “¿Y ahora qué hacemos?”. Ella respondió, aun sabiendo que él se refería a cómo continuar hasta el final aquella noche de sexo ocasional, “¿No me digas que es tu primera vez?”. Después de las risas, ella le terminó diciendo: “Simplemente tómame”.
Gehlhaar no se cansa de subrayar que utilizar una silla de ruedas para desplazarse no cambia para nada el sexo. “La gran 'novedad' es que el sexo con discapacidad es lo mismo que sin discapacidad. Consiste en eso, tener sexo, llegar al orgasmo y entonces uno ya tiene lo que buscaba, ya puede uno irse a su casa o darse la vuelta y dormir”, según la joven escritora y bloguera.
Su exposición pública ha crecido con la aparición de su libro. Éste ya va por su segunda edición. Verse de nuevo respondiendo a preguntas sobre su sexualidad le llevan a plantearse cosas sobre la sociedad alemana. “¿Por qué debería yo hablar más sobre este tema que otra persona sexualmente activa?”, plantea. “Creo que hay algo problemático en la sociedad cuando yo tengo que hablar más de sexo”, añade.
POLÉMICA POR LA ASISTENCIA SEXUAL
Sintomáticas resultan también las airadas reacciones vividas en el debate público de principios de año cuando la diputada de Los Verdes Elisabeth Scharfenberg, portavoz en el Bundestag de la formación ecologista para políticas de asistencia sanitaria, se mostraba a favor del gasto de dinero público en la asistencia sexual a personas discapacitadas.
En una entrevista con el diario conservador Die Welt ella veía “concebible el asesoramiento y, si fuera necesario, el apoyo financiero de los ayuntamientos para la asistencia sexual para aquellas personas que lo necesitaran”. Según explica Scharfenberg a EL ESPAÑOL, los discapacitados “a menudo se encuentran en una situación de no poder vivir plenamente su sexualidad”.
Lejos de recibir una buena acogida en el debate público alemán, sus palabras fueron duramente criticadas. Hubo gente en desacuerdo hasta en su propio partido. Las palabras de Scharfenberg se interpretaron como si ella estuviera proponiendo “sexo con recetas”, idea que rechaza incluso la propia responsable de Los Verdes.
En Países Bajos, los discapacitados pueden optar a ayudas públicas para costear servicios sexuales. “En Alemania estamos al principio de un proceso de reflexión. Si instalaremos algo como en Países Bajos y cómo los financiaríamos es algo que se discutirá primero en los círculos especializados”, señala la diputada. Ella piensa cuando habla de este tema en todas las personas afectadas por una discapacidad o dependencia.
“Una política completa de asistencia sanitaria pone en el centro las necesidades, en la tercera edad, en la demencia o la discapacidad”, mantiene Scharfenberg.
SEXO Y DISCAPACIDAD, UN TEMA DIFÍCIL DE ABORDAR
La holandesa Nina de Vries, una de las pioneras en Europa en la asistencia sexual, considera que la implantación de una asistencia sexual de carácter público “es algo que difícil de abordar en la mayoría de países, no sólo en Alemania”. “Países Bajos y Dinamarca son más liberales, más abiertos, pero en la mayoría de los países europeos se nota la crisis, hay preocupación por el dinero, por cómo se gasta, y si hablamos de utilizar dinero de los contribuyentes para pagar servicios sexuales, habrá nerviosismo”, dice De Vries a EL ESPAÑOL. En su país de origen, la figura del asistente sexual existe desde los años setenta.
Afincada desde hace un par de décadas en Potsdam, ciudad situada al suroeste de Berlín, ella empezó en los años noventa a trabajar como asistente sexual, primero con discapacitados físicos, ampliando posteriormente su actividad profesional entre los discapacitados psíquicos. Ella acuñó en Alemania hace dos décadas el término acompañamiento sexual, ahora conocido como asistencia sexual.
De Vries lo define como un “servicio sexual pagado, un trabajo sexual que ocurre entre un cliente y una asistente”. Los servicios dependen de según el o la asistente. “Yo ofrezco contacto piel con piel, caricias, abrazos, llevar a la persona al orgasmo con mi mano si la persona lo necesita y lo quiere, pero no doy besos, ni hago sexo oral ni penetraciones”, expone esta holandesa de 54 años.
“La gente con la que trabajo ahora tienen discapacidades psíquicas severas, a veces pueden sentir algo, a nivel sexual, pero no saben expresarlo, por eso en ocasiones se trata también de guiarlos, por ejemplo, enseñarles a masturbarse”, abunda. Sus sesiones cuestan del orden de 120 euros por hora o 130 euros si superan los 60 minutos, sin incluir los gastos de desplazamiento (7 euros).
Esas tarifas son muy similares a las que ofrecen los asistentes sexuales de Nessita, la única empresa alemana que ofrece este tipo de servicios. A saber, 150 euros la hora de asistencia sexual. Al frente de esta compañía con sede en Hamburgo está Gabriele Paulsen. Ella quiere ampliar el concepto de asistencia sexual a los discapacitados a la tercera edad, aunque también ofrece estos servicios a personas discapacitadas.
UN TABÚ DOBLE
“Nos enfrentamos a un doble tabú, el tabú del sexo en la tercera edad y el sexo de los discapacitados, porque normalmente lo que se hace es vincular sexualidad con atractivo y juventud, simplemente porque los jóvenes son más guapos según los criterios de belleza de la sociedad”, dice Paulsen a este periódico.
En Nessita, que también ofrece servicios de información sobre sexualidad en los ámbitos en los que está especializada, trabajan catorce asistentes sexuales, diez mujeres y cuatro hombres. Ellos se ocupan de satisfacer a sus clientes, siempre “sin garantizar un orgasmo, eso depende de las posibilidades fisiológicas de la persona que recurre a nuestros servicios, y de lo que desean hacer ambos, cliente y asistente, que pueden empezar a acariciarse y ver qué pasa, eso sí, sin recurrir nunca a sexo oral o penetraciones”, explica Paulsen.
Paulsen recibe numerosas candidaturas de personas que quieren ser contratadas en como asistentes, pero el nivel de demanda de estos servicios no le obliga a realizar contrataciones. “Socialmente, hace falta todavía explicar mucho, porque hay personas que no se atreven a contratarlos, pero aquellos que lo hacen repiten”, señala la fundadora de Nessita.
NO EXISTE UN ÚNICO TIPO DE BUEN SEXO
Gehlhaar, la bloguera, nunca necesitó recurrir a este tipo de servicios. “No tengo problemas de ese tipo, desconozco lo que es la asistencia sexual”, reconoce la autora. “No puedo decir mucho del hecho de tener una discapacidad que impida vivir la sexualidad de modo independiente”, abunda. En su blog ella da cuenta de todo lo contrario.
“Lo que hace Gehlhaar, hablando de sexo y discapacidad, es genial, la gente que va en silla de rueda por una discapacidad física tienen una inteligencia emocional, pueden hablar, explicarse”, sostiene De Vries. Esta asistenta sexual reconoce que los discapacitados físicos pueden incluso ver la asistencia en el sexo para ellos con cierto “escepticismo, porque supone tratarlos aparte, como si fueran algo diferente cuando tienen conceptos totalmente normales de la sexualidad”.
Esa normalidad es la que encarna Gehlhaar, quien de hecho tiene palabras sobre el sexo que valen para todos. “No existe un buen sexo único, cada uno tiene que saber lo que le gusta y lo que le parece bien, pero antes uno tiene que descubrirlo”, concluye la escritora.