“Franco, Caudillo de España, al visitar el día 9 de mayo de 1954 las zonas de Riego de Águeda, inauguró este pueblo que, como modesta ofrenda al jefe del estado, lleva el nombre de Águeda del Caudillo, en prueba de gratitud por sus constantes afanes colonizadores". La cita no solo está grabada en piedra en una placa que preside la plaza del ayuntamiento de la localidad de Águeda (Salamanca), antigua Águeda del Caudillo: también sus habitantes la tienen interiorizada como una letanía sagrada, un mantra que repiten y que no aceptan a debate. Franco, el dictador, es para ellos una especie de héroe, el salvador de su pasado, alguien a quien no se le puede toser, acaso porque fue él quien fundó el pueblo. Y por eso creen que quién mejor que ellos para custodiar los restos del exjefe del Estado.
Hace cosa de un mes, Águeda del Caudillo dejó de existir para convertirse tan solo en Águeda. Al aplicar la Ley de Memoria Histórica, se eliminó la referencia a Franco del nombre de la localidad. Era uno de los ochos pueblos que conservaban la alusión al dictador en su denominación. Fue entonces cuando los vecinos decidieron que tenían que “hacer algo”.
La solución surgió de ellos. Si Franco se va de la montaña, ellos le acogerán en su seno. Por eso su alcalde, Germán Florindo de la Nava (PSOE), ha decidido comenzar a preparar el terreno por si acaso. La semana pasada llamó a varios de los familiares de Franco para ofrecerles el pueblo como lugar en el que acoger sus restos mortales. Algo que, asegura, es una iniciativa que parte de los vecinos de la pedanía salmantina.
Quizá por eso, Gregorio, uno de los 112 habitantes de la pequeña pedanía con autonomía propia pero que pertenece a la localidad de Ciudad Rodrigo, asegura que la decisión “es positiva para el pueblo”. “El tema es muy sencillo. No hay que darle más vueltas. Está toda Ciudad Rodrigo que dicen que sería la bomba. Que lo traigan. ¡Vendría la gente! Vendrían igual que a Fátima o a Lourdes. Aquí es algo que quiere todo el mundo salvo los tres o cuatro políticos de turno”, asegura a EL ESPAÑOL. El alcalde asiente, como el resto de los vecinos.
Águeda puede que haya eliminado de su nombre la referencia al general que dirigió España durante 40 años de una gris y opresora dictadura. Sin embargo, las almas de sus habitantes, como los carteles que conducen por la carretera A-62 hacia la localidad, siguen teniendo grabado el nombre del autócrata. No lo esconden. No les importa la polémica generada. Están orgullosos de ello. Y quieren rendirle homenaje.
Esta es la historia de un pueblo que Franco creó de la nada -expropiando y expulsando de paso a unos cuantos campesinos- y que ahora se lo quiere “agradecer” recibiendo sus restos. Con ellos, y con otros recuerdos del régimen, quieren montar “ un museo de la memoria histórica”. Los ‘hijos’ de Franco honrando al dictador, su padre, montándole un parque de atracciones, una especie de centro de peregrinación del franquismo.
Los símbolos franquistas persisten en el pueblo
Águeda está formado apenas por medio centenar de viviendas agrupadas en torno a una enorme plaza principal, en la que se sitúa el ajado edificio del ayuntamiento, la iglesia y unos setos bajos que configuran un pequeño paseo en el centro de la explanada. Todas las casas son blancas, con detalles amarillos, como si de un barrio indiano se tratase.
Aparte de la placa, en el pueblo hay otro símbolo cuyos habitantes relacionan con el imaginario franquista. Se trata de la cruz situada en la parte trasera de la iglesia. Una cruz que emula a su gigantesca gemela en el mausoleo de la sierra de Madrid. “Siempre la hemos llamado la cruz de los caídos, porque es como la del Valle de los Caídos”, explica uno de los vecinos. “Y es aquí donde queremos que le entierren”.
Estos símbolos permanecen pese a que en el pueblo se aplicó la Ley de Memoria Histórica. Otros fueron retirados. La hoy llamada “Calle Principal” fue en su día la “Avenida del Generalísimo”. La “Calle de José Antonio Primo de Rivera” hoy ya no existe. Pero los vecinos guardan esperanzas. Quieren tener consigo – y lo ven factible- al hombre que les puso un pueblo a sus abuelos y a sus padres a las afueras de Ciudad Rodrigo.
La propuesta del alcalde y del pueblo
En la mañana del martes apenas hay gente en Águeda. Entre el asfalto y las casas comidas por el tiempo tan solo se escucha el sonido de los pájaros y el zumbido de las moscas. Florindo, el alcalde, recibe a EL ESPAÑOL en un día ajetreado. No dejan de llamarle de todas las televisiones para que se explique ante su polémica propuesta.
Germán Florindo se pasó al PSOE en las últimas elecciones autonómicas. Tras 20 años con el PP, decidió que quería cambiarse de partido. Lleva toda la vida metido en política. Nació en Águeda del Caudillo y aquí sigue. Ahora, al frente de la localidad, abandera la propuesta de traer a Franco. “Ya que fue Franco el que inauguró el pueblo, le vamos a ofrecer a la familia que traiga aquí sus restos”, asegura a EL ESPAÑOL. “Nosotros ya no entramos si fue muy malo o fue muy bueno, porque tampoco nos correspondió esa época. La gente opina que está bien que se pueda traer, porque sería una inyección económica para el pueblo”.
Águeda no tiene escuela. El sistema de cañerías es el mismo desde que Franco mandó construir el pueblo. El bar es un bajo destartalado lleno de cajas con cascos de botellas de cerveza en el que se reúnen unos pocos ante una televisión y un futbolín polvoriento. Son los vecinos los que ejercen de barrenderos y de operarios municipales. Pero ahora, este pequeño recodo a pocos kilómetros de la frontera, vuelve a ser noticia 63 años después de que el dictador lo fundara. “Ahí nos metemos aunque no sé cómo saldrá la gresca”, dice el alcalde. “Ya que vino a inaugurar el pueblo y nos dio las casas a los vecinos, traerlo aquí es una forma de acogerlo. Yo creo que la polémica está un poco ida de tono”.
La familia Franco, con quien se han puesto ya en contacto, opina que se trata de una buena opción en caso de que haya que trasladar al dictador del mausoleo del Valle de los Caídos. La semana pasada esa posibilidad se volvió más real que nunca tras la aprobación de la Proposición No de Ley en el Congreso de los Diputados por la cual todos los grupos políticos (excepto el PP, que se abstuvo) solicitaron al Gobierno la retirada de los restos de Franco del lugar en el que están en este momento.
En un momento dado de la conversación, comienzan a aparecer los vecinos del pueblo, que se acercan al alcalde para arroparle e intervenir en la conversación. Uno de ellos, motero de pro, no duda en defender la labor del dictador para con el pueblo. “Esto, que es todo zona de regadío, lo hizo él. También hizo los pantanos. ¿Cuántos pantanos han hecho desde que no está Franco?”.
-Bueno, pero para hacer esos pantanos, Franco echó a mucha gente de los pueblos en los que vivían. Expropió sus casas. Les quitó sus terrenos. Por no mencionar muchas otras cosas.
- Pero bueno, vosotros los periodistas estáis siempre fijándoos en lo malo. Y yo creo que hay que fijarse en lo bueno que Franco hizo. Si tanto estamos en libertad, por una chorrada de placa, ahora se está moviendo todo esto a nivel internacional. Esto lo pide el pueblo. ¿Por qué hay que quitar el nombre de Águeda del Caudillo si lo inauguró él?
La opinión de los vecinos
Avanzada ya la charla, se acerca otro vecino del pueblo. Lleva bajo el brazo la Gaceta de Salamanca. Se lo muestra al regidor.
-Bueno, qué. ¿Bien, no?
Una página entera en el interior del diario está dedicada a la propuesta del alcalde. Lo anuncian en la portada. Su partido le insta a que “reflexione” sobre lo que está haciendo en los últimos días. Germán, sentado en un banco, observa la portada, se encoge de hombros ante esa apreciación. Le importa, literalmente, “un bledo”.
-Su partido le da un toque de atención.
-Sí, sí. Me dicen que recapacite.
-¿Y qué opina?
-Bueno, cada uno en su pueblo tendrá que hacerle caso a los vecinos, ¿no? No sé, es lo que yo pienso.
Al punto se acercan dos mujeres y un tercer hombre. Evidentemente, no hablan de otra cosa en los últimos días. Esa mañana han estado muy atentos al televisor por si emitían las entrevistas que hicieron el día anterior en el pueblo. A las tres, la hora de las noticias, correrán de vuelta a sus casas a ver el telediario. Salen en dos cadenas diferentes. No se lo quieren perder. Pero, entretanto, apoyan al alcalde y participan en la conversación con el periodista.
- Su partido le dice: “Cuanto más lejos estén los restos de Franco mejor”.
-¿Pero qué va a opinar el PSOE ahora, tal como está en estos momentos? -interviene el motero.
-Si lo van a sacar del Valle de los Caídos, nosotros ofrecemos un sitio. Oye, si se lo van a llevar de ahí, que nos lo traigan aquí. Nosotros hemos cumplido con quitar lo de Águeda del Caudillo. Y así, seguiremos siendo Águeda, pero tendremos al caudillo -responde el alcalde, con confianza.
Al momento, los vecinos comienzan una retahíla de argumentos cruzados. Todos alaban la labor de Franco como si de un creador misericordioso que hizo brotar un pueblo de la nada se tratase.
-Y con esto no hay nada de que somos franquistas o que si no somos… El pueblo lo hizo él. Lo que tenemos está igual desde hace 63 años. Tal y como él lo hizo, así está. Nadie más se ha preocupado.
-Hay que decir lo bueno que hizo. No solo lo malo. Arreglar un país entero, después de la guerra… Es que nada más están pensando en lo malo. Si quieren quitar lo que hizo Franco, que quiten las placas y los pantanos, que los hizo él -interviene una de las mujeres.
-Es que después de la guerra, que todo queda destruido… Cuidado. Ya me gustaría ver al Rajoy.
La historia del pueblo salmantino fundado por Franco
La historia de Águeda con Franco, al igual que la historia que Franco quiso vender al mundo, es una historia de amor, el amor del dictador por sus hijos. Fue el domingo 9 de mayo de 1954 cuando el en aquel entonces generalísimo inauguró la pedanía. “Este pueblo y todos los de alrededor los hizo Franco”. No le falta razón al alcalde. El dictador, expropió los terrenos sobre los que erigió el pueblo para traer allí colonos de otras regiones. Era un método que Franco solía utilizar.
A las dos menos cinco de la tarde, el dictador llegó acompañado de su esposa, Carmen Polo, de los ministros y otras personalidades del gobierno del Régimen. A las cinco comenzó la visita. Primero pasaron por Fuentes de Oñoro, donde su mujer inauguró un trazado de carretera en la frontera con Portugal.
La crónica de aquel día del periódico ABC lo relata de la siguiente manera. “El Caudillo se dirigió al pueblo de Águeda del Caudillo. El Caudillo procedió a la entrega de los títulos y las llaves a los nuevos colonos del pueblo y, por último, el Generalísimo pronunció unas palabras, continuamente interrumpido por los vítores y aplausos de la multitud. Que se reprodujeron al final y cuando abandonó la tribuna para recorrer las principales calles”.
A continuación, entre loas enfervorizadas, el dictador pronunció un discurso trufado de alusiones a los marxistas, al oro de Moscú, a la herencia de la guerra. “Encontramos un España arruinada. Los marxistas se llevaron de España el oro y los bienes, y hasta las pobres alhajas empeñadas por vuestras clases modestas en el Monte de Piedad, las llevaron a Rusia, traicionando a Esaña, dejándola vacía. Con una España arruinada hemos tenido que luchar con la obligación de levantarla, y para pasar a esta situación llevamos realizadas tantas obras y erpartidos tantos bienes como en este siglo y medio no se conocieron”.
El culmen del texto es la referencia que se hace a la gratitud de la gente hacia el dictador y su pareja. “Franco y su esposa debieron sentir estremecerse de piedad sus almas, al percibir en sus manos el calor de los labios de aquellos hermanos nuestros”. El dictador y su mujer llorando. Puro amor hacia su pueblo.
Los 8 pueblos con el nombre de Franco
Han pasado 63 años de la fundación del pueblo y, pese al cambio del nombre, Águeda y otras poblaciones de los alrededores siguen conociéndose con un apelativo muy particular: son “los pueblos que hizo Franco”. Se trata de las localidades de San Sebastián, Conejera, Ivanrey y Sanjuanejo. Todas ellas fueron erigidas por la misma empresa de constructores.
Todo fueron ventajas para los habitantes del pueblo. Les dieron parcela, vacas, y grandes casas para instalarse. A cambio, lo iban pagando con los terneros que esas vacas produjesen a lo largo de los años.
Águeda todavía conserva a la entrada un viejo cartel, oxidado y de color marrón, que ya avisa al visitante de la llegada a un territorio que vive instalado en lo que se les fue dado hace más de 60 años. Como ellos, otras siete localidades españoles aun tienen nombres que les instalan en el franquismo. Lo dicen sus nombres: Llanos del Caudillo (Ciudad Real), Bembézar del Caudillo (Córdoba), Alberche del Caudillo (Toledo), Bárdena del Caudillo (Zaragoza), Guadiana del Caudillo (Córdoba), Villafranco del Guadiana (Badajoz) y Villafranco del Guadalhorce (Málaga).
Ahora que han perdido su nombre, a los habitantes de Águeda tan solo les queda ese cartel, los recuerdos de su niñez y la esperanza de instalar un mausoleo para el dictador. ¿Dictador? En Águeda se rechaza la palabra, la evitan como si estuviera prohibida por una suerte de ley no escrita. Franco, para ellos, no es un dictador. “Hay que decir lo bueno que hizo. No solo lo malo. Arregló un país entero después de la guerra. A ver qué hacían algunos de los de ahora. Solo están en la política por el dinero”.