Saltar a la comba no es un juego de niñas. Al menos, no sólo un juego de niñas. Tal definición le duele a Raúl, que salta —y mucho— desde hace siete años y ha ganado varias medallas en el pasado mundial de salto de comba celebrado en Orlando, Florida.
“A los que dicen que es un juego de niñas —defiende el medallista—, les invito a que salten. Después, hablamos”.
Sí, hay un campeonato mundial de salto de comba. Y España ha ganado cinco oros, una medalla de plata y una de bronce. Lejos de ser, por su palmarés, una potencia mundial, lo cierto es que los esforzados deportistas que se enfundaron la rojigualda son apenas una anécdota en la historia mundial del este deporte, que se asemeja mucho a la gimnasia rítmica.
En España solo hay un par de clubes de salto de comba. El pionero está en Montilla, municipio cordobés célebre por sus vinos; el otro está en Cheste, tierra también de vides, pero en Valencia. Otro, aunque incipiente, en Posadas, en Sevilla. Poco más.
Por eso cuando Raúl, Pablo, el resto de los nueve competidores españoles y su entrenador Francisco Javier llegaron a Orlando y vieron al resto de países comprendieron que todavía queda mucho por hacer en su país.
Por eso saltan alto —literalmente— tratando de salir de la indiferencia.
Hace calor en Montilla. Y sudan los atletas mientras hacen girar sus combas a un ritmo vertiginoso. Casi hipnótico. La disposición de los deportistas en la pista recuerda a una rutina de gimnasia rítmica. Y las combas a las cintas. Los acróbatas saltan unos sobre otros, entran y salen de la cuerda, al son de la música electrónica. Es todo un espectáculo.
“Pues en Estados Unidos es todavía más acrobático”, explica Francisco Javier García, el entrenador. “Allí son equipos de unos 20 a 80 saltadores, es el país con más afición, sin duda”.
Consiente del respaldo que el incipiente deporte tiene en Estados Unidos, la World Jump Rope —la federación internacional— decidió llevarse sus terceros mundiales a Orlando, en Florida. Antes se habían celebrado en Braga (Portugal) y París (Francia). “Sólo el viaje, montarnos tantas horas en avión, ya fue un premio para nosotros”, explica Pablo Polonio Salido, de 16 años.
Pablo, la estrella española del salto de comba
Él es la estrella del equipo y de su cuello cuelgan medallas de oro y de bronce, la más importante que ha obtenido el club. “No nos lo creíamos”, confiesa días después de pisar de nuevo suelo español. “La rutina salió perfecta, ningún fallo”, detalla el saltador refiriéndose a la que realizaron en la doble comba de estilo libre, la más importante del mundial. Ahí ya no había criba por edades, era la gran final. Y, frente a ellos —Pablo Polonio, Raúl Pérez y Miguel Escudero— estaban potencias como Australia, Estados Unidos o Francia.
Recuerda Pablo que al salir de la pista, cuando deambulaban nerviosos tras el escenario, oyeron el resultado por los altavoces. 6,97 sobre 10. Y que ahí se desató la locura. “No parábamos de dar saltos, de abrazarnos —detalla—, porque no nos lo creíamos, habíamos hecho historia”. Él llamó a su madre, quien le sugirió hace nueve años que cogiese la comba como deporte extraescolar. Una elección poco habitual.
La comba llega a Montilla, como deporte, gracias a David Redondo, licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y entrenador del equipo local de gimnasia rítmica, su especialidad. Su sorpresa llegó cuando se decidió por introducir la comba en las rutinas y entrenamientos.
El experimento resultó ser un éxito y siguió indagando sobre cómo ir dándole peso a la cuerda. Tocaba tirar de libros, vídeos e Internet. En la Red descubrió que su ensayo ya era una realidad en otros países. Corría el año 2000 y así nació el club de salto de comba de Montilla, el primero de España.
Sin complejos, los primeros saltadores —varones— fueron llegando al equipo, que iba incorporando rutinas influenciadas por las acrobacias del Circo del Sol, que usan mucho la comba. “Poco a poco fuimos creando un estilo propio, partiendo casi de la nada”, apunta Francisco Javier García Alcaide, actual entrenador del club y uno de los primeros hombres que accedieron a esta disciplina.
Ahora es él quien corrige a las nuevas generaciones, a la cantera del equipo, que tiene una media inferior a los 16 años y en la que concurren por igual hombres y mujeres. Aunque todas las medallas conseguidas en Orlando han caído del lado de los varones. “Es un deporte muy complejo”, puntualiza.
“Un buen saltador tiene que tener una gran fortaleza física, mucha resistencia y ser flexible, más allá de la coordinación, que es vital”, asegura el entrenador, que a sus 28 años ya no compite de forma oficial. “Hay que tener mucho cuidado con las lesiones —recomienda—, sobre todo al plantar en una caída, yo mismo tuve problemas con un esguince”.
De la comba no se vive
Ahora entrena y, en parte, vive —modestamente— de la comba. “Yo puedo trabajar de lo que me gusta, es una ayuda económica, pero de esto no se vive, no es un trabajo del que se pueda depender y tener una autonomía económica”, desgrana el míster.
Algo que, espera, pueda cambiar si el salto de comba se llega a convertir en un deporte olímpico. “Ya estamos trabajando para ello”, especifica. “La evolución que está observándose en los campeonatos del mundo es que cada vez se tiende a ser más espectacular, sobre todo a los ojos de personas que no están acostumbrados a ver salto de comba. Un paso obligatorio con vistas a ser olímpicos”.
Quizás el futuro de la comba pase por donde ya pasó el hockey sobre patines, el taekwondo o la pelota vasca, que en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, de la que esta semana se cumplen 25 años, consiguieron entrar como deportes de exhibición. Aunque las preseas conseguidas no se sumaran al medallero de los países.
La primera vez que unos Juegos Olímpicos admitió un deporte en exhibición fue en Estocolmo, en 1912. Suecia, país anfitrión, introdujo el glima, una lucha libre escandinava; en Los Ángeles 1984 fue el béisbol; en Seúl 1988, los bolos; en Pekín 2008, el Wushu, también relacionado con las artes marciales. ¿Por qué no el salto de comba?
De momento, en la cita de Orlando ya se superaron los 800 participantes provenientes de 31 países. Y ahí estaba España.
“No sé si se puede considerar a España como una potencia en el deporte de la comba, porque no tenemos los suficiente saltadores, pero sí es cierto que cuando vamos dejamos cierta huella”, afirma Francisco Javier, al que sus alumnos conocen como Patxi.
Explica el montillano que aunque los ejercicios de los españoles distan de ser acrobáticos como los de los americanos, todos los felicitaron por su actuación, “muy creativa”. “Tenemos un sello propio y estamos en posición de crear algo importante”, zanja el entrenador.
“La comba es mi vida”
Pablo, el Messi o el Cristiano Ronaldo del salto de comba, coincide con la tesis de su entrenador: “No da para vivir, no hay recompensa económica, sólo algo emocional y sentimental”. Pero ni con esas se plantea dejar lo que considera más que un deporte. “Para mí, la comba es mi vida, me levanto pensando en la comba y me acuesto pensando en ella”, explica el menudo Pablo, de 16 años.
Empezó a los nueve y saltar a la comba se ha convertido en una parte importante de su vida. Tanto que ya sufre pensando en qué hará cuando dentro de un par de años tenga que salir de Montilla para irse a la universidad. “No es como el fútbol u otros deportes, que allá donde vayas habrá gente que lo practique”, se lamenta.
Cuenta Pablo que sus amigos de fuera de Montilla se sorprenden cuando el tema sale en las conversaciones. “¿A la comba? ¿un deporte?”, le preguntan. “Yo les respondo que lo prueben, que es muy completo y bueno para mantener una buena salud”. Además, es una buena forma, como en cualquier disciplina deportiva, de hacer amigos.
Gracias a la comba, Pablo ha estado junto a sus amigos en París, Braga y Orlando. Algo “impensable” para alguien de su edad. “Solo el hecho de montarnos en el avión, con tantas horas de vuelo ya fue algo flipante”, insiste emocionado el joven. Otro país, una lengua y una cultura distinta que los nueve de Montilla se encargaron de exprimir tras su participación en el mundial. Eso sí, cuando las medallas ya colgaban del cuello. Ante todo son deportistas y no querían chafar el duro trabajo de entrenamientos durante todo un año.
De saltar en las plazas al mundial de Orlando
“Es duro, sí”, asegura Laura una de las competidoras del club. Tiene 16 años y, como Pablo, nueve de antigüedad en el equipo. Pasó de saltar a la comba en las plazas de Montilla a representar a España en el mundial de Orlando. Y, claro, aquí no hay una Carolina Rodríguez, la gimnasta rítmica más que más veces ha conseguido el campeonato de España, en la que fijarse. Por eso Laura recurre a los vídeos de YouTube para estar al tanto de lo que se cuece a nivel internacional. Se inspira en ellas, y en ellos.
—¿Es un deporte de chicas?
—No, eso es lo que la gente se piensa. Y a la vista está que los chicos hacen cosas espectaculares.
Y sí, lo de los chavales es algo espectacular. Logran separar con un salto los pies más allá de un metro del suelo. Sin parar de darle a la comba, que se convierte en un espectro de la endiablada velocidad a la que gira, empiezan a hacer series acrobáticas. Se tiran al suelo y saltan tumbados, como haciendo flexiones, cada vez que la cuerda golpea el suelo. Todo de una forma armónica, fluida, sin aparente esfuerzo. Aunque el sudor revele justo lo contrario.
“Este es un deporte muy exigente”, insiste Raúl, uno de los medallistas de Orlando. “Exige un derroche físico, una altísima coordinación y mucha concentración mental, espero que pronto lo consideren como el deporte que es”.
“Alguno seguirá pensando que es cosa de niñas, una tontería”, lamenta el atlético joven. “Yo sé que es más y quien diga lo contrario, que venga, coja una comba y haga lo que hacemos nosotros. Después, hablamos”.