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Los días posteriores al atentado en Londres del Borough Market, el banco HSBC les proporcionó a los padres de Ignacio Echeverría un piso en el centro de la ciudad para que pudieran estar cómodos mientras lograban repatriar el cuerpo de su hijo. Días después de la muerte de Ignacio, en ese apartamento se organizó una fiesta. No faltó nadie que le conociera: compañeros de trabajo, miembros de la familia, los amigos del skate.
El evento se convirtió en una suerte de conjura en la que todos alzaron las copas para celebrar algo muy sencillo: que en algún momento de sus vidas habían conocido a Ignacio, el héroe del monopatín. Cada uno predicaría al mundo los valores que habían visto en un joven que, en la noche de aquel sábado 3 de junio, hace ya más de 100 días, lo dejó todo para salvar a aquellos que estaban siendo atacados por los terroristas que decidieron sembrar el terror en la ciudad. Se dejó hasta el monopatín, su más inseparable compañero, que utilizó de escudo. Se dejó incluso la vida.
Son los padres de Ignacio, Joaquín Echeverría y Ana Miralles de Imperial, quienes cuentan a EL ESPAÑOL por primera vez, nerviosos, con un tremendo nudo en la garganta, esta y otras anécdotas de la vida del joven héroe. Ignacio, a título póstumo, es uno de los premiados junto al tenista Rafael Nadal y el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, por EL ESPAÑOL con los premios Leones 2017 que serán entregados el próximo jueves 19 en el Teatro Real. Este 12 de octubre, en mitad de la Fiesta Nacional, Ignacio fue homenajeado por las autoridades.
Ana y Joaquín, la respiración contenida, la voz firme, el pulso sereno, atendieron con heroica entereza las preguntas de este periodista. Al abrir la puerta de su vivienda de Las Rozas abrieron sus corazones. Y el de Ignacio.
¿Cómo está la familia?
Madre: Unos mejor y otros peor. Por ejemplo, su sobrina, Lucía, todavía sigue pensando que va a venir el tío a jugar con ella. Aunque ya se lo han explicado todo. Ya le han dicho que Ignacio se fue al cielo (contiene la voz, casi ahogada).
Padre: Cada uno haciéndose sus conjeturas. Lucía tiene tres años y medio. Pablo va a cumplir cuatro. Los mayores se lo hemos explicado y cada uno interioriza las cosas a su manera. Inés, que tiene cinco, lo que dice es: “¿Por qué Ignacio no se marchó corriendo? Si tiene una bicicleta. Cada uno nos hemos amoldado a la historia de un modo diferente. Hay un cierto dolor pero también emoción cuando llega por correo una camiseta de un acto en recuerdo de él. Eso evidentemente nos causa emoción. O cuando llega una carta del príncipe de Gales. O cuando llega una carta del Jefe del Estado Mayor. Eso nos hace vivirlo con emoción.
Hubo muchos homenajes en municipios de toda España...
Madre: Eso le hubiera encantado. Le habría encantado estar en todos.
Padre: Supongo que a cualquier persona le emocionaría, la sensación de que hablen bien de ti. Ignacio era una persona como cualquier otra. Entres sus hermanos quizás era el más inocente, el más adecuado para emocionarse con una cosa de estas.
¿Como era Ignacio?
MADRE: Era… Era muy agradable… (Se le ahoga la voz).
Padre: Era una persona… Era bueno, porque hacía un gran esfuerzo para serlo. Ignacio estudió mucho, no era el mejor estudiante del mundo, es decir, no era el que mejores condiciones tenía para ser el mejor estudiante del mundo. Pero el mérito ahí está, reconocido en títulos y trabajos.
Madre: Tenía un tesón como muy pocas personas. Mucho más que la mayor parte de la gente que anda por la calle.
Sus amigos coincidían en una cosa: había en él algo extremadamente bueno.
Padre: Cuando llegó el cuerpo de Ignacio a Madrid, y estábamos en el tanatorio esa tarde se presentó allí una persona mayor, vestida con uniforme militar. Le costaba trabajo hablar, se emocionaba; yo no entendía nada de lo que decía. Entonces se quitó una condecoración, una de sus medallas… Bfff. Decía que se la quería imponer a Ignacio. Como estaba cerrado el féretro, pinchó la medalla en la bandera. Y nos explicaba que Ignacio la merecía más que él.
Madre: Este hombre había tenido un hijo con problemas. Le habían dicho que buscara una persona joven de su entorno que fuera una referencia para él y que le ayudara. Ignacio era mucho mayor que ese chico, le llevaría sus catorce años. En esa temporada, Ignacio estaba en el paro. Por lo visto, se había pasado muchas tardes en su casa, llevándolo a patinar con su grupo de amigos. Ese chico ahora está bien. Ha superado sus problemas. Era una cosa que no sabíamos pero que estaba ahí.
Padre: También en el tanatorio se acercó un chico joven. Nos explicó que estaba en Londres, aprendiendo inglés, y que había tenido una accidente. La cosa es que estuvo en el hospital, y por lo visto Ignacio había ido muchas tardes a verle cuando salía de trabajar. No era un amigo de toda la vida, quizá lo conocía de aquí y se lo encontraba en Londres en los ambientes del patín. Ignacio era una persona capaz de preocuparse por los demás. De actuar sobre otras personas.
¿Cómo era con sus amigos?
Madre: Con los amigos compartía todo. Se habla mucho del skate, pero él jugaba al squash, hacía surf, jugaba al golf…. Tenía distintos ambientes a la vez. Eso sí, Ignacio era tremendamente intransigente con cosas que no le resultaban adecuadas. El insulto a las creencias para él era inadmisible.
Para Ignacio, ¿qué era lo más relevante?
Padre: Las creencias eran muy importantes para él. En ese aspecto, ahí era absolutamente intransigente. Voy a contar una anécdota que se ve un poco como era Ignacio, cómo era, en algunos aspectos, una persona inocente. Cuando tenía 22 años, estaba estudiando en París y lo estaba pasando mal, porque le costó trabajo, entonces se fue a un convento cerca de París a ver a una tía de Ana.
Madre: Cerca de París. Son las fundadoras del Sagrado Corazón.
Padre: Pasó allí un fin de semana. Cuando llega el viernes, Ignacio cena con las siete religiosas y con el párroco. El párroco se pone a cenar, y le sirve vino. Y le dice Ignacio: “Yo no quiero vino”. Y el párroco: “¿Cómo que no bebes vino?”. “Pues que no bebo vino”. “¿Y porqué no bebes vino?”. “Pues porque mi padre me ha dicho que no puedo beber vino”. Y le dice(Joaquín hace un esfuerzo imperioso por continuar)...: “Pero tu padre no está aquí”. E Ignacio le dice: “No importa que no esté aquí… Mi padre, hoy por hoy, paga mis estudios. Luego, tiene autoridad sobre mí. Y si mi padre dice que no bebo vino pues es que no bebo vino”.
"Si le conoces, lo que hizo no fue sorprendente"
Joaquín traga aire para seguir. Estamos en el salón de la casa de los Echeverría, que es ya un pequeño panteón que honra al hijo, que cubre la ausencia. En un mueblecito pegado a la pared está apoyada una de las tablas de skate de Ignacio, forrada cuidadosamente como una carpeta de colegio, por delante y por detrás, con fotos del chico y sus amigos. Todos sonríen en esas instantáneas que él tenía en el mundillo del ollie y el flip. Esa estética tan skater, tan Tony Alva, tan Tony Hawk.
En las estanterías, entre los libros que Ignacio devoraba, los padres han ido depositando estos meses las medallas y reconocimientos con las que distintas instituciones han ido condecorando a su hijo. Cada una está en su respectiva cajita. Al abrirlas, la voz se le quiebra al padre. “No queremos todavía ordenarlo demasiado. Necesitamos más tiempo para remover estas cosas. De momento, hay que dejarlo estar”.
De pequeño, Ignacio decía que quería ser astrónomo. Iba por buen camino. Él mismo decía, simpáticamente, que era ya "el más célebre científico de Las Rozas". Lo cuenta en un pequeño vídeo casero que se grabó hace años. En las imágenes vemos a un Ignacio entre libros, mirando por la ventana con el telescopio. Es su propia voz en off la que narra los tiernos recuerdos de la infancia. “Ignacio era un gran científico y un gran estudioso. Se dedicaba al estudio intensamente durante varias horas al día. Era el científico más prestigioso y había recibido en múltiples ocasiones relevantes premios, como el codiciado Nobel. Pese a todas las glorias, Ignacio no se había dormido nunca en los laureles y había seguido estudiando los más grandes misterios del universo”. Años después, sus predicciones se confirmaban en la realidad. En el HSBC había llegado a ocupar un importante puesto en el organigrama en la lucha contra el blanqueo de capitales y contra la financiación de organizaciones yihadistas. Pero el camino fue muy duro hasta ahí.
Ignacio viajó mucho. Estudió en Bélgica, Alemania, Francia.
Madre: Sí, sí, él era muy ambicioso, y sobre todo quería estudiar. No es que viajara mucho, es que se buscaba la vida, tenía mucho afán de superación, muchas ganas de tener éxito. Se pasó toda su vida pensando en qué hacer para tenerlo.
Padre: Hace años, a Ignacio le coincidió una temporada de paro cuando trabajaba aquí en Madrid. En ese intermedio, iba a cuidar a nuestros nietos, a los hijos de Enrique. Uno de los vecinos lo veía siempre con los libros. Él me dice ahora: “¿Por qué se habla tanto del monopatín? Si yo no lo veía más que con libros y revistas de economía, The Economist, tal… ¿Por qué se habla tanto del monopatín?”. Él estaba sorprendido porque lo que él veía era un chico que estaba todo el día rodeado de libros.
¿Estaba contento en Londres?
Madre: Muy contento en Londres, sí. Había sido muy feliz allí. En el banco, en el HSBC, su jefe, Donald, que fue una persona maravillosa con él, le trató siempre fenomenal. Le cuidó. Aparte de como su subordinado, también como si fuera su hijo. Según le contó luego a mi sobrina, le estaba buscando una novia, porque decía que era lo único que a Ignacio le faltaba (ríe).
Padre: cuando Ignacio empieza a trabajar allí, tenía título de inglés. Pero mantener la atención en una reunión de cinco horas… Ahí, surgieron algunas carencias en cuanto a comprensión lectora, a atención. Donald, al principio veía que lo pasaba mal. Pero con el tiempo, Ignacio fue siendo capaz de participar en las reuniones con normalidad.
Madre: Hay otra anécdota. En la última evaluación que se hace en la empresa se da una serie de puntos, un cheque para ir a comprar a Harrod´s o no sé qué. Una de las jefas de Ignacio le dio todos los puntos posibles. En su área de influencia habría cincuenta personas. Entonces… (Se le quiebra la voz) Ignacio había mandado unos correos a Donald y a esa señora dándoles las gracias. No sé cómo funciona el sistema, pero a veces por error estas cosas pueden llegar más tarde. El correo les llegó una semana más tarde de que lo mandara, cuando Ignacio ya había fallecido.
¿Qué carácter tenía? ¿Era valiente?
Madre: Desde luego, no era un chico asustadizo.
Padre: No, y además no estaba en su actitud admitir que se le acogotara. Lo que Ignacio hizo, si le conoces, no fue sorprendente. No fue sorprendente.
Madre: Él vio que alguien necesitaba ayuda y fue a ayudarle. ¿Con qué? Con lo que tenía en la mano. Su sentido de lo que debe ser y lo que no debe ser estaba por encima de su instinto de supervivencia.
El día del atentado.
Madre: Yo pensé que Ignacio no estaría allí. Porque el HSBC había movido las oficinas justamente a London Bridge. Como era sábado, pensé: Ignacio no pinta nada allí. Y la mala suerte fue que estaba con el monopatín allí, muy cerca.
Padre: Esa noche, Ignacio iba a cenar en casa de Isabel (su hermana). Y llamó y le dijo que al final no iba. Al día siguiente, como no habíamos hablado con él esa noche (hablábamos cinco días a la semana, más o menos, como con sus hermanas) ...
¿Cuándo hablasteis con él por última vez?
Madre: El día anterior.
Padre: Sí, el viernes.
Madre: Yo hablaba todas las noches con él.
Padre: Yo pregunté por Ignacio. Cuando en el grupo de whatsapp de la familia están muy callados yo pregunto: “Qué, ¿qué pasa? ¿Cómo estáis? ¿Os lo estáis pasando todos muy bien, eh?”. Cuando pregunté por él, Isabel se interesó porque Ignacio le había dicho que iba a cenar y luego no fue. Como Ignacio no contestaba el teléfono, Isabel se fue a su casa a buscarlo. Pero fue sin llave. Fue con su niña a verlo. Ignacio no abrió la puerta. A partir de ahí, empezamos a movernos. Entonces llamaron los amigos de Ignacio y nos contaron lo que habían visto. E Isabel empezó a ir a los hospitales.
Madre: Es que, ¿quién iba a pensar que iba a estar allí? Teníamos la esperanza que estaría aburrido, en una esquina donde nadie le hiciera caso. Teníamos billetes para irnos a Londres el jueves siguiente. Íbamos el fin de semana siguiente. Iba mi hijo Enrique, mi hija la que vive en Francia, con sus hijos. Ya lo habíamos hecho otras veces. Íbamos todos para estar allí juntos. Con la mala suerte de que… Cambiaron todos los planes.
¿Qué opinión tenía Ignacio acerca del terrorismo yihadista?
Padre: Ignacio era una persona con unos principios morales buenos. Y él opinaba que el terrorismo es terror. No es más que eso. Estaba completamente en contra. No sé si él era consciente de que se estaban enfrentando a terroristas. No lo sé. Pero él tenía muy claro que no nos pueden aterrorizar. Lo tenía muy claro.
Madre: Nadie puede saber lo que pensaba cuando actuó. No lo puede saber nadie.
¿Perdonaría Ignacio a los terroristas?
Padre: “Yo intento ser misericordioso siempre”. Es una frase de él. Ignacio sabía que él no era Dios. Y el perdón es de Dios, no de las personas. ¿Cómo va a perdonar? No hay nada que perdonar. Es que no existen. Las personas no somos nadie para perdonarles. Solo podemos ignorarles.
Cuando a Lucía, la sobrina del Ignacio, le dijeron que su tío estaba ya en el cielo y que no iba a poder volver a jugar con ella, decidió que quería viajar más en avión, porque creía que ahí arriba sí iba a poder verle de cerca. Así fue en el primer vuelo que hizo con su familia. Cuando la madre de Ignacio se fijó en ella, la pequeña tenía la cara apoyada en el cristal. No dejaba de mirar por la ventana.