¿Has visto ya Mr. Robot? Si eres de los que no le ha encontrado la gracia al primer episodio, si te ha dado la impresión de que era un compendio de lugares comunes y no pillas por qué algunos de tus amigos se han flipado con esta serie, lo entiendo. A mí me pasó lo mismo. Claro que luego tuve que claudicar y reconocer que la serie mola bastante. Mr. Robot se crece hacia el final de la primera temporada. Justo cuando lo que se había presentado como la historia de un chaval indignado que quiere dinamitar el sistema recula y se acobarda es cuando la cosa se pone interesante.
Existe desde el arranque una voluntad de presentar a Elliot, el hacker protagonista, desde cierta coartada moral. Entregar el liderazgo de una gran revolución que acabará con el perverso sistema financiero que domina el mundo a un tipo inestable y drogadicto que sufre frecuentes lagunas mentales tiene la clara intención de eximirle de culpa. Un poco tirar la piedra y esconder la mano por parte del creador, Sam Esmail: Si Elliot la lía parda y el tema se le va de las manos, siempre podrá escudarse en que no era del todo responsable de sus actos.
La frialdad y el relativismo moral de Mr. Robot son los mayores logros de una serie que no pretende dar lecciones sino plantear dilemas. La parábola sucede en un sistema podrido de principio a fin y esto afecta a todos los personajes. Esmail da un primer aviso de cuáles son sus intenciones con la pandilla que parapeta a Elliot en su misión, esa especie de Ejército de los Doce Monos cibernéticos, frikis tipo sin personalidad definida, que no tienen problemas en dejarle tirado en un motel de tercera con tiritona y convulsiones provocadas por el síndrome de abstinencia. Son los mismos que se ríen del romanticismo de las pelis de los noventa. No, en Mr. Robot no es tan sencillo como elegir entre la píldora azul o la roja, ser un cero un uno, actuar o seguir durmiendo. Cuando las arengas mentales de Elliot se tornan balbuceos es cuando la serie encuentra un hilo argumental coherente.
La relación del Elliot y Mr. Robot, el personaje que da forma a su rabia y le empuja a convertirse en activista, es una broma cómplice con el espectador, como lo es la yincana de referencias cinematográficas de la serie. Quien apuntala la historia, en realidad, es Tyrell Wellick, el trajeado villano y su deriva a lo Patrick Bateman. Tyrell encarna todo lo que Elliot desprecia, es ese ejecutivo ambicioso que pisotea a los débiles y sólo trabaja en beneficio propio. Sin embargo, hay una extraña camaradería entre ellos, un vínculo invisible que resulta desconcertante.
Tyrell es un personaje desconectado de la realidad también. El cebo para los que miramos es desvelarnos que tras la fachada de ejecutivo impertérrito hay un tipo acomplejado y débil. Además, Esmail nos deja espiar la morbosa relación que mantiene con esa especie de Irina Shayk con la que está casado. La frustración de Tyrell lo convierte en humano, a pesar de su pinta de cíborg ario. Y su historia desagradable, retorcida, abyecta, es la que salva la narración cuando las chifladuras de Elliot entran en bucle, más o menos a mitad de temporada. Porque hay un momento en el que la serie, pierde el norte por completo.
Mr. Robot no es perfecta, tiene muchos agujeros y tarda demasiado en encontrar el ritmo, pero el galimatías que propone termina por encontrar una salida satisfactoria. A la vez que incómoda, porque era mucho más sencillo para mí dedicarle una mirada condescendiente, la verdad. En cierto sentido, funciona como un virus informático. Seduce a quien anhela vivir una revolución vicaria desde la comodidad del sofá para luego lanzarle ataques sorpresa. ¿Creías que no te iba a afectar a ti? Anda, vuelve a pensar de parte de quién estás.
Yo reconozco que estoy bastante saturada con el tema de los peligros de la red, la vulnerabilidad de los datos expuestos y toda esa vaina, pero Mr. Robot ha conseguido de verdad meterme el miedo en el cuerpo con el tema del espionaje cibernético. La segunda temporada, que ya está en capilla en Estados Unidos (se estrena en julio, el mes revolucionario por antonomasia: el calor, que nos pone locos), tiene la oportunidad de enmendar errores narrativos y pasar así a las ligas mayores. Yo la espero con ganas y con la webcam del ordenador tapada con cinta aislante. Por si acaso.