José Pérez Quintero
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En un futuro no muy lejano, internet toma conciencia de su propia existencia y se convierte en un dios perverso y loco, alimentado por nuestros vicios, fobias, vídeos de caídas y fotos de gatitos. Su vorágine por ese material le lleva a esclavizar a la humanidad, en un intento por conseguir saciar los malsanos apetitos que la especie humana le ha inculcado. Las personas nacen, crecen y mueren para divertir a ese engendro, recorriendo toda su existencia con una cámara pegada a ellos. Los más afortunados son encargados de alimentar y fotografiar constantemente gatitos. Los menos, deben grabarse sufriendo golpes y caídas terriblemente cómicas y mortales. Mejor no hablar de los que se dedican a saciar ese malsano deseo sexual inculcado por los hombres.

No, no es un capítulo de la nueva temporada de Black Mirror, aunque bien lo podría ser, ya que reúne dos elementos fundamentales que han hecho única a esta serie: los riesgos de la tecnología y la mala baba.

Cada capítulo desprende un halo de mala hostia y mordaz sátira que produce un profundo e inquietante desasosiego, como si su autor supiese encontrar las heridas abiertas de la sociedad

Se nota y mucho que tras esta joya de la ciencia ficción (aunque es muy probable que en unos años sea documental) se encuentra un cómico inglés de renombre, Charlton Brooker, conocido por sus ácidos shows televisivos donde no deja títere con cabeza. Cada capítulo desprende un halo de mala hostia y mordaz sátira que produce un profundo e inquietante desasosiego, como si su autor supiese encontrar perfectamente una herida abierta en la sociedad y pudiese meter su dedo para regodearse con el dolor.

La tiranía de las redes sociales

En esta nueva temporada, como sucedía en las anteriores, encontramos capítulos terriblemente familiares: un mundo de color pastel donde tu estatus social e incluso tu vida dependen de los likes que recibes; un chico que es chantajeado con una grabación realizada a través de la webcam de su ordenador, y que le lleva a una espiral de autodestrucción; o una sentencia de muerte promovida involuntariamente por la población y por su uso de las redes sociales. ¿Les resulta extrañamente cercano?

La serie, aunque este término no acabe de encajar del todo, ya que se tratan de capítulos auto-conclusivos, ha sido estrenada en la plataforma de pago Netflix, una de las abanderadas del modelo basado en las nuevas tecnologías. No deja de ser un apunte ciertamente irónico que no hace más que engrandecer el meta-mensaje de esta obra nacida al amparo del siglo XXI y su revolución tecnológica.

La serie ha sido estrenada en Netflix, lo que no deja de ser un apunte irónico que no hace más que engrandecer el meta-mensaje de esta obra nacida al amparo del siglo XXI y su revolución tecnológica

Y es que cada una de las pequeñas joyas audiovisuales que componen la temporada es un magnífico ejercicio de "y si..." que parte de algún elemento tecnológico ya instalado en nuestras vidas, queramos o no, y de cuyos riesgos y consecuencias aún no somos conscientes, o simplemente no queremos serlo. Una tecnología centrada esta temporada en la revolución de la información y el big data, un salto evolutivo que ha abandonado el mundo físico para desarrollarse en la nube entre ceros y unos, desafiando la todopoderosa Ley de Moore y que en pocos años sustituirá al diagnóstico médico humano, a los centros de atención al cliente… o a la propia muerte.

Distopía hiperrrealista

Como prueba de que esta revolución ya se encuentra entre nosotros, cualquier lector podría buscar ahora mismo al autor de este artículo y encontrar multitud de datos que componen su huella digital. Una huella que cada vez tiene más importancia en el ámbito profesional y en el personal, y que en un futuro marcará el rumbo de nuestras vidas, pudiendo incluso arruinarlas. Ahí está el caso de aquella joven italiana que acabó suicidándose por culpa de la difusión de un vídeo suyo de contenido sexual, viralizado en la red. Hace años este hecho no habría ido más allá del círculo cercano de amistades, pero en la era de la información llevó a una persona a la muerte, superada por la presión de una sociedad mojigata y machista.

Black Mirror nos habla de un mundo cercano donde los delincuentes ya no usan pistolas sino virus informáticos y donde las amistades se deciden por la valoración en la red

Black Mirror nos habla de eso, del uso deformado de la tecnología, convirtiéndose así en el motor que genera futuros distópicos pero a la vez cercanos, donde la mejor arma en el campo de batalla es la información, donde los delincuentes ya no usan pistolas sino virus informáticos y donde las amistades se deciden por la valoración en la red; un marco social donde aún estamos aprendiendo a lidiar con las consecuencias de los actos de nuestro alter ego de la red, y que nos recuerda constantemente el mundo que ya está entre nosotros. Y si no me cree, déjele una tablet o móvil a un niño y siéntese a observarlo.

Pero no hace falta irse a tales extremos. Este artículo, por ejemplo, tendrá más o menos notoriedad en función de los “me gusta” y los retuiteos que reciba. Solo gracias a esa visibilidad adquirirá recorrido y presencia para el mundo.

Retuit o muerte

Esto es un pequeño atisbo de ese futuro que nos espera, de ese mundo subyugado bajo la tiranía de los likes y del miedo a aparecer de manera indebida en la red, ese mundo donde la tecnología dejará de ser una herramienta para convertirse en una necesidad y donde, como sucede en el primer capítulo de la nueva temporada, intentar mantenerse al margen supondrá el rechazo social y la etiqueta de paria.

Y es ahí donde se encuentra precisamente el filón de la serie, lo que la ha hecho única. Pese a hablar de los peligros de la tecnología, Black Mirror es en realidad un excelente tratado sobre la humanidad, poniendo de manifiesto que esa tecnología no es más que un vehículo a través del que se articulan nuestras bajas pasiones, anhelos y miedos. En definitiva, no es más que una herramienta que pone a prueba nuestra moral y nos hace aún más humanos si cabe. Hasta tal punto, que si Shakespeare hubiese tenido Instagram, habría escrito para esta serie.

La serie es un excelente tratado sobre la humanidad, poniendo de manifiesto que esa tecnología no es más que un vehículo a través del que se articulan nuestras bajas pasiones, anhelos y miedos

Yo, por si acaso, y tras zamparme de un tirón la nueva temporada, ya he tapado la cámara de mi portátil con un trozo de celo, como ya hizo Mark Zuckerberg y como debería hacer cualquier persona con dos dedos de frente. No sabes quién te espía, y no querrías que el resto conociese lo que ha espiado.

Así que ya saben. Ah, por cierto, una última cosa: denle un like a este artículo.

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