Las recientes declaraciones de Charisma Carpenter sobre los abusos que sufrió por parte de Joss Whedon mientras estuvo trabajando en las series Buffy, la cazavampiros y Ángel (a las que se han sumado Amber Benson, Michelle Tratchenberg, Eliza Dushku y Sarah Michelle Gellar), solo han hecho oficial algo de lo que se venía hablando hace más de una década. Algo que no habíamos querido escuchar.
Leer las palabras con las que Carpenter describe su experiencia duele y da rabia, porque es muy triste confirmar que quienes llevaron a la pantalla esos personajes que tanto significan para nosotros tuvieron que soportar situaciones abusivas para hacerlos posibles. Pero lo peor, al menos en mi caso, es aceptar que todo esto es algo que yo había decidido ignorar activamente porque no quería enfrentarme a la realidad de que el creador de una obra que significa tanto para mí, alguien que yo admiraba ("soy whedonista", decía con orgullo), fuese un ser tan despreciable, cruel y dañino.
Solo hacen falta un par de clics en el navegador para encontrar pruebas de que esto no es algo que empezó con la denuncia de Ray Fisher después del rodaje de La Liga de la Justicia, y también que esta no es la primera vez que la actriz que interpretó a Cordelia habla sobre este tema. Escuchar lo que dijo en este evento de 2009 cuando alguien le preguntó por la polémica salida de su personaje en Angel, pone los pelos de punta. Pero en ese momento nadie la escuchó.
Si los espectadores y los medios especializados fuimos capaces de mirar hacia otro lado, no podemos venir ahora a rasgarnos las vestiduras y preguntarnos por qué WarnerMedia, Marvel y HBO siguieron dándole trabajo a Joss Whedon. Los estudios de Hollywood ya nos han demostrado muchas veces que para ellos no es un problema que haya entornos de trabajo tóxicos, el límite solo aparece cuando estos afectan la imagen pública de sus marcas. Ahí es donde nosotros tenemos la oportunidad de dejar de ser cómplices.
Ahora, que ya no podemos seguir ignorando lo que Carpenter y todas las personas que han sido víctimas del ego y la toxicidad de Whedon tuvieron que soportar en silencio, mientras el resto nos deshacíamos en alabanzas hacia el abusador, toca negociar con la separación de obra y autor. En este caso no hay debate posible, lo tengo clarísimo: no voy a permitir que ese señor mancille lo que Buffy representa para mí.
La serie protagonizada por Sarah Michelle Gellar ha sido muy importante en la vida de muchos, ha empoderado a muchas jóvenes y mujeres, e incluso, ha ayudado a otros a superar el duelo por la muerte de algún familiar. En mi caso particular, Buffy, la cazavampiros es la responsable de que hoy esté escribiendo tras esta pantalla. A todos los textos académicos escritos sobre la serie les debo haberme introducido en la teoría del feminismo, y también el descubrimiento de mi pasión por las series, más allá del disfrute de una afición con la que ocupar mi tiempo libre; con Buffy se despertó en mí la necesidad de analizar los discursos de los relatos seriados.
Cometimos el error de atribuirle el mérito en solitario a la persona acreditada como creador en nuestro afán de convertirlo en un héroe defensor del feminismo, pero afortunadamente, como todas las obras audiovisuales, esta serie es fruto de un trabajo colaborativo. Todo lo que he aprendido, reído, y llorado en las varias ocasiones que he visto la serie entera me lo produce el valor intrínseco e innegable de la obra y sus personajes. Así que vete por donde has venido, Whedon, pero Buffy es nuestra, es eterna y se queda con nosotros.