Últimamente me encuentro con un fenómeno que se repite. Cuando se estrena una serie salen muchas críticas poniéndola como un perejil pero luego añadiendo una coletilla que me pone nervioso, “pero está muy bien dirigida”. Lo escucho en tertulias, lo leo en críticas y siempre intento entender a qué se refieren. Resulta que es porque el director mueve la cámara. Básicamente si en una serie hay un travelling, un dron o un plano secuencia muchas personas consideran que ya ha acreditado su valía como realizador.
He empezado a pensar que es que a mí no me gustan las series bien dirigidas. Que si una serie es un cuadro flamenco es un problema de su creador, pero también de sus directores. A mí ahora mismo sale un dron y ya arqueo la ceja, porque estoy harto de planos cenitales hechos por una máquina y controlados por un mando a distancia. Qué tiempos aquellos cuando Alberto Rodríguez rodó La isla mínima y usó drones de forma narrativa, para mostrar ese espacio tan subyugante como fundamental para su trama.
Ahora ya lo de pensar para qué usamos un dron ni se plantea. Se paga, se graban unos planos y se meten. Y la gente encantada. Igual que un travelling. Si Godard viera una de estas series -no voy a dar nombres porque son muchas- se encendería un puro y se cagaría en todo lo que se menea. Dónde quedo su frase de que un travelling es una cuestión moral. Ahora un travelling lo usa cualquiera con un poco de dinero para su serie y fuera.
Todo esto me plantea muchas preguntas. Si cualquier persona que sabe cómo mover la cámara es un buen director, entonces el 99% de las series y películas contarían con un buen director. También cualquier recién licenciado en una escuela de cine entraría en esa categoría. Hasta cualquier persona que haya visto un poco de series o películas podría valer. Un dron por aquí, un travelling circular para esta discusión, un travelling muy lento como esos que no deja de usar Ryan Murphy y lo tenemos. Murphy es un ejemplo perfecto de esto. Sus series no funcionan, pero todo lo esconde en una estética agotadora, llena de movimientos de cámara, fotogarfía saturada y un diseño de producción carísimo.
Los directores, encima, saben que esta moda funciona, y ya existe, como decía hace poco Borja Cobeaga en una charla sobre Berlanga, que hay una competición estúpida por ver quién hace el plano secuencia más largo. El cine y las series como virtuosismo técnico. La sacada de chorra como forma de mirar el talento. Qué pereza, y que reduccionismo. El problema es que funciona, y que todos al final valoramos más una filigrana que una decisión coherente estética y éticamente.
Qué pensarían toda esta gente que se deshace con un dron cuando vieron Negociador, una de las mejores comedias del cine español reciente, pero con una austeridad formal que era imprescindible para contar lo que estaba contando y que iba acorde con el tono del filme. O qué dirán cuando vean este fin de semana First Cow -o cualquier película de Kelly Reichardt-, que con su ritmo moroso y sus escasísimos movimientos de cámara conmueve hasta el tétano. Me imagino que querrían un travelling circular alrededor de la vaca y un dron mostrando el poblado donde viven los protagonistas. Y ya no me remonto a clásicos como Dreyer o Bergman -que también hizo series, por cierto-. Para qué.
¿Qué pasa con los directores que desaparecen, que tienen la humildad para entender que a veces su labor debe ser transparente? No hay más que ver que esa gente no gana premios. Esos no son “buenos directores”, son unos aburridos que se quedan en el plano contraplano. Paremos esta moda. Entendamos que el buen director es el que escucha su historia y toma la mejor decisión. A veces su labor puede ser virtuosa, y otras debe ser austera y menos lucida. Y nosotros debemos entenderla y valorarla, porque si no las películas y las series las dirigirán robots… Bueno, eso ya lo intentó Lars Von Trier y tampoco resultó.