Recientemente, en esto de la representación de clase como factor en las series de televisión parece que no hay término medio, o eres muy pobre como la protagonista de La asistenta y los que apuestan su vida en El juego del calamar, o asquerosamente millonario como los Roy en Succession (HBO). De las aventuras y desventuras de personajes como estos últimos hemos visto varios títulos en los últimos años, que nos muestran que, a pesar de no necesitar jamás de los jamases consultar su saldo bancario, son incapaces de encontrar la felicidad.
Es difícil sentirse identificado con las vicisitudes de unos personajes totalmente desconectados de la realidad, porque sus conflictos siempre parecerán superficiales comparados con cualquier obstáculo mundano de nuestro día a día. Sobre todo, cuando vivimos en un momento en el que tenemos que estar atentos al reloj para decidir si podemos encender o no el horno para calentar una pizza congelada de 3€. Sin embargo, disfrutamos de estas ficciones sin complejos.
La primera clave quizá está en lo que le dijo Naomi a Kendall en la segunda temporada de Succession: "veros colapsar es la actividad más satisfactoria y gratificante del planeta". Ver a "pobres ricos" que, literalmente, podría quemar cada noche fajos de billetes para encender las chimeneas de sus enormes salones, arrastrarse por el barro de su nula inteligencia emocional tiene un atractivo irresistible.
Ser testigos de ese mundo de opulencia obscena, al que ni siquiera soñamos con aspirar, como quien mira una revista de decoración de apartamentos que parecen museos incapaces de albergar vida humana, es una forma de escapismo. Ahí tenemos los pisitos de The Undoing (HBO) o Billions, (Movistar+),los casoplones con ventanales del suelo al techo con vistas al mar de Big Little Lies (HBO),o los palacios de The Crown (Netflix).
También tiene algo de fascinante el dilema al que nos enfrentan constantemente unos protagonistas por los cuales sentimos atracción y repulsión a partes iguales. Ver desde nuestro sofá sus movidas despreciables nos pone en una situación de superioridad moral, porque estamos seguros de que nunca actuaríamos como ellos. Cuando la verdad es que son hipotéticos imposibles, porque nosotros nunca estaremos en su situación, y ellos no podrían imaginar qué implica vivir como un simple mortal.
Por último, no olvidemos que, de forma intencionada o no, son una buena fuente de humor, porque cuando la falta de dinero no es una posibilidad, esos dramas sustentados en el más completo narcisismo rozan el ridículo, como demuestran los ombliguistas personajes de Search Party o los Nueve perfectos desconocidos (Amazon Prime Video) y los huéspedes de The White Lotus (HBO). La canción Velaske, yo soi guapa? es su himno: "he nacío' en la burbuja llena 'e privilegio', y la vida en palacio es muy aburrida, tenemos que inventarnos dramas".
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