Super Pumped: La batalla contra Uber, Quién es Anna, Tiempo de victoria: La dinastía de los Lakers, WeCrashed, The Dropout... En los primeros cuatro meses del 2022 ya habremos visto más de cinco series basadas en hechos reales, y hay otras tantas en camino. Por sus coincidencias temáticas, podríamos hablar de una era dorada para los relatos de auge y caída, o que ha llegado la hora de hacer estallar la burbuja de las start-ups tecnológicas, pero el eslabón más fuerte que une a todas estas series, es que podemos leer sus tramas, puntos de giro y resolución de cliffhangers en la Wikipedia.
Ya venimos arrastrando desde hace mucho tiempo el peso de un exceso de obras derivadas. Entendemos que esto es un negocio, que hay mucha competencia, y que apostar por propiedades intelectuales con nombre propio allana el inicio del camino. Al menos, las series de Marvel en Disney juegan con las expectativas de los lectores de cómics y, con mayor o menor acierto, toman caminos inesperados. Recordad, por ejemplo, la amenaza inventada de aquel Mephistos por todos esperado que nunca apareció en Bruja Escarlata y Visión.
Por poner un ejemplo totalmente distinto, Roma, de la que hemos hablado aquí esta semana por su aniversario, que cuenta una historia estudiada por todos, pero desde un punto de vista nuevo. El principal problema del tipo de series que han motivado este texto es que no aportan nada nuevo a la historia original. Tampoco con la forma de contarla, porque están cortadas con el mismo molde: la pretensión casi nunca conseguida de que pensemos "la realidad supera la ficción", una innecesaria narración no cronológica con saltos en el tiempo y una banda sonora de temazos pop.
Como tendencia, esto es lo más aburrido que le ha pasado a la tele en los últimos años. Podemos resolver un cliffhanger al instante, y descubrir si alguien muere, se casa, va a la cárcel, gana o pierde sin tener que esperar una semana ni ver siete horas más. La peor sensación que puede dejar una serie es la idea es que podamos leer su trama en la Wikipedia y seguir con nuestras vidas sin sentir que nos estamos perdiendo algo.
Frank en el episodio 7 de 'Estación Once'.
Al otro lado del espectro seriéfilo tenemos las historias en las que el cómo nos las cuentan las convierte en una cita ineludible. Como Succession, que inspirada en la dinastía Murdoch y con hilos shakespearianos nos mantiene en vilo cada semana. Estación Once, de la que podríamos leer la novela en la que se basa, y verla seguiría siendo algo nuevo y emocionante. Euphoria, cuyo virtuosismo técnico al servicio del realismo emocional vence la incomodidad y angustia que nos genera. O Better Call Saul, que a pesar de ser precuela, por lo que conocemos el destino de su protagonista, ha conseguido que suframos por Kim, un nuevo personaje.
Historias íntimas cargadas de emoción, como Better Things, Reservation Dogs o Somebody Somewhere, que no necesitan de artificios para conmovernos. Las inclasificables, como Atlanta; entretenidas como Yellowjackets o Solo asesinatos en el edificio; sorprendentes y estimulantes como Muñeca rusa, Servant, Barry o Severance...
La espectacular propuesta estética de 'Separación'.
La experiencia de ver estas series nunca podrá compararse o sustituirse con que alguien nos cuente qué pasó, con encontrar un meme en Twitter o que leamos una crítica al día siguiente. Necesitamos verlas con nuestros propios ojos, vivirlas en primera persona, no perdernos ni un episodio, no mirar el móvil mientras están en pantalla, comentarlas con quien nos quiera escuchar. Esa es la ficción que nos cautiva, la que consigue que estemos en un sinvivir por el destino de sus personajes, porque nos importan; la que nos emociona. Por más series que no se puedan leer en la Wikipedia.
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