Hasta en 41 ocasiones se nombra a John Mitchell en Todos los hombres del presidente, el clásico de Alan J. Pakula que ayudó a explicar al mundo lo que había pasado en el caso Watergate solo dos años después de la histórica dimisión de Richad Nixon. Martha Mitchell, en cambio, no aparecía en la película (el libro de Bob Woodward la definía como “el coro griego del drama del Watergate” y alguien que avisaba de lo que había pasado a todo aquel dispuesto a escucharla) y la historia se olvidó de la primera persona en apuntar públicamente a la responsabilidad de presidente. Hasta ahora.
Gaslit rescata alguna de las historias olvidadas de uno de los episodios más controvertidos (y ridículos) en la historia de Estados Unidos con un objetivo claro: reírse del patetismo detrás del escándalo y revisitar el legado de una mujer que la América de la época decidió fetichizar, juzgar o ignorar. “Martha tenía razón”, concluye en sus últimos instantes una propuesta que hasta entonces había huído de lo sentimental en favor de una dinámica (y ratos desequilibrada) mezcla de comedia absurda y drama de época con ramificaciones en la América de hoy.
Después de verla como Martha Mitchell, vuelve a quedar claro que Julia Roberts forma parte ya del selecto club de grandes estrellas de Hollywood, como Brad Pitt, que ven cómo su versatilidad y su talento crece con el paso de los años. Su interpretación como Martha Mitchell le permite transformar su imagen, jugar con el acento sureño, arrastrarse por el suelo y sacar a pasar la inolvidable sonrisa que la convirtió en la novia de América. Sin embargo, a diferencia de su marido en la ficción (un Sean Penn tan eficaz como artificial que no va mucho más allá de su radical cambio de imagen), su aproximación al personaje nunca se queda en la superficie.
El creador Robbie Pickering (guionista de Mr. Robot y hombre de confianza de Sam Esmail) y el director Matt Ross (Captain Fantastic) explotan de forma consciente y hábil la primera interpretación de la actriz desde 2018, cuando estrenó el devastador drama familiar sobre la crisis de los opiáceos El regreso de Ben y su primera serie, la muy reivindicable Homecoming. En la segunda escena del primer episodio vemos a una amante de John Dean reaccionando a una entrevista de Martha Mitchell en televisión: “Joder, qué cursi es, aunque está bien la sonrisa. Su sonrisa me gusta”. Solo le falta romper la cuarta pared y guiñar al espectador.
Roberts se luce tanto en las escenas más grandilocuentes como en los pequeños detalles, esos momentos que saben capitalizar el carisma único de la actriz de Erin Brockovich. “¿Sabes en lo que te podrías centrar tú? En tu flequillo”, zanja implacable ante una supuesta amiga cuando se harta de ser el último chiste de América. El ejercicio de revisionismo resulta aquí mucho más orgánico que en, por ejemplo, Pam & Tommy, otra miniserie de este año sobre una mujer maltratada por la opinión pública de la época.
En el estelar reparto hay otro actor que roba la pantalla cada vez que aparece en escena. Shea Whigham resulta terrorífico como Gordon Liddy, el jefe operativo de la operación de espionaje que acabó con la presidencia de Nixon. En Gaslit Giddy es una especie de animal imprevisible y salvaje que tan pronto reivindica (involuntariamente o no) la figura de Hitler ante su familia como se quema la palma de la mano sin detenerse ante el dolor o el olor de la carne (un momento que contaba en off Todos los hombres del presidente y que aquí funciona como perfecta síntesis de un perturbador personaje que en la vida real acabaría convertido en un icono pop). Su trabajo, como el de Roberts, debería ser reconocido por los Emmy.
No es casualidad que Gaslit sea más estimulante cuanto más se aleja o más complementa la historia conocida por todos, como ese sexto episodio que explora la caída en desgracia de Frank Willis, el guardia de seguridad del Watergate que llamó a las autoridades el 17 de junio de 1972 al descubrir que alguien había cubierto las cerraduras de algunas de las puertas del edificio.
Menos estimulante resulta la otra línea narrativa principal escogida por Pickering para vertebrar el relato de la adaptación de la temporada más popular del pódcast Slow Burn (en HBO Max hay una serie documental con ese nombre que cuenta la misma historia) : el rol de John Dean como encubridor de la operación, primero, y testigo ante el Congreso del escándalo, después, y su relación sentimental con Mo, una auxiliar de vuelo que se acabaría convirtiendo en su esposa.
El buen hacer de Dan Stevens (con un impoluto acento americano que consigue hacerte olvidar sus orígenes en Downton Abbey) y Betty Gilpin no salvan una trama que en ocasiones parece una excusa para llegar hasta los ocho episodios.
El retrato de la negligencia que bordea la estupidez extrema y los juegos de poder que acaban con John Dean en el corazón de una trama criminal son otros de los detalles que elevan una notable miniserie que, sin embargo, forma parte del cada vez numeroso grupo de producciones televisivas que hubieran encajado como un guante en un formato cinematográfico.
Gaslit hubiera sido una película estupenda si se hubiera centrado en la fascinante y prácticamente desconocida historia de Martha Mitchell. Como miniserie, pese a todo, eso es uno de esos productos que, como Normal people, The Great o Ramy, merecerían sacar de la segunda línea de las guerras del streaming a Starzplay.
Los ocho episodios de 'Gaslit' ya están disponibles en exclusiva en Starzplay.
También te pueden interesar otras críticas...
- 'Sin límites', Álvaro Morte y Rodrigo Santoro se lucen en una épica serie de Amazon
- 'Peaky Blinders', un final con buenos momentos que no está a la altura de la serie
- 'Intimidad', un crudo relato sobre la violencia machista y la culpabilización de la víctima