Creo que nadie puede negar que la serie La chica de nieve se ha convertido, por méritos propios, en la segunda ficción más vista de la plataforma a nivel mundial. ¡Un éxito apabullante! Los datos están ahí y son incontestables. El guión hace que te quedes pegado a la pantalla desde el primer capítulo, y Milena Smit (26 años) y José Coronado (65) apuntalan la trama como dos sólidos pilares sobre los que gira el cotarro.
La serie está bien hecha y cuenta con una gran ventaja, que hace las veces de trampolín y buen empuje publicitario: está basada en el fenómeno literario de Javier Castillo. Para los -pocos- despistados que aún no la hayan visto, la ficción versa sobre la desaparición de una niña, Amaya, en la noche más mágica del año, durante la cabalgata de los Reyes Magos.
En ese momento, Miren -Milena Smit-, una periodista en prácticas del diario Sur, comienza una investigación paralela a la de la inspectora Millán -Aixa Villagrán (44)-, una indagación que despertará aspectos de su pasado que habría deseado olvidar. Con la ayuda de su colega periodista Eduardo -José Coronado-, Miren no parará hasta encontrar a la chica. Parece irresistible, a priori, ¿verdad?
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Dicho todo lo anterior, ahora me toca poner la nota negativa. Que sí, la serie la tiene: ninguna ficción es perfecta y esta que nos ocupa tiene lagunas y viene con polémica. Son seis capítulos -de unos 45 minutos, aproximadamente cada uno-, y el primero empieza fuerte.
El segundo se mantiene digno, e incluso el tercero. La cosa promete. No obstante, el cuarto flaquea con la aparición de dos personajes: Iris Molina y Santiago Vallejo.
Justo cuando se está haciendo creer al espectador que la desaparición de Amaya tiene que ver con una red de prostitución infantil -la cosa se pone realmente interesante cuando se fusiona con el pasado y el trauma personal de Miren-, la serie se arruina sin posibilidad de arreglo cuando se descubre -¡spoiler!- que Iris y Santiago son los que roban a la pequeña.
Me duele escribir esto, pero es la verdad: el trama da un giro inverosímil, burdo, poco creíble, endeble, pelín vergonzoso. Piensas que no puede ser, pero es.
La serie, no sé muy bien por qué, se convierte en una especie de película de serie B de Antena 3, las que ponen los domingos por la tarde. Esas que, desde el minuto uno, sabes quién es el malo y que a la rubia la van a matar. No te crees que esa serie que has empezado con ganas e ilusión sea esto que terminas viendo. Os resumo brevemente: Iris y Santiago quieren ser padres, pero no lo consiguen. Ella lo intenta y vuelve a intentarlo, pero la naturaleza no la ayuda.
Por eso, cuando su ginecóloga -Ana, la madre de Amaya- le da la fatal noticia de otro fracaso ella decide, ni corta ni perezosa, en el día de la cabalgata de Reyes, llevarse a Amaya -secuestrarla- en un descuido de su padre, entre el gentío. Vamos, lo que haríamos todos en esos casos, ¿no? Y cuando presencio ese momento loco casi me echo a llorar. Comienza el bochorno.
Iris se lleva a la niña. Primer momento tierra, trágame: la niña llega a coincidir con su propio padre minutos después del secuestro. El hombre la busca como loco y, por unos segundos, coincide con su hija en un callejón estrechísimo. Él grita su nombre a voz en cuello y la niña ni se inmuta. ¿Por qué Amaya no chilla, no le hace ver a su padre que está siendo raptada, no forcejea con la mujer que está llevándosela a la fuerza? Todo loquísimo, como ven.
Total, que esos padres postizos se llevan a la criatura y se piensan que nadie los va a pillar. La encierran en una casa de campo, de la que la niña no sale en nueve o diez años. Allí, secuestrada, sin relacionarse con nadie, Amaya deja de ser Amaya para llamarse Julia, como decide esa que dice ser su madre, Iris. La mujer, en su especie de locura, se cree que es su hija y el marido, también. ¿Me entienden ahora lo de serie B de Antena 3?
¿Alguien se puede creer, en su sano juicio, que una niña pueda estar secuestrada diez años sin que nadie lo descubra? Otra cosa, ¿una niña sin ir al médico, sin ponerse enferma, sin requerir visita al hospital en diez años?
Esos padres le compran ropa, juguetes y nadie sospecha, todo muy normal. Esa madre postiza, Iris, se convence de que ha hecho lo correcto, de que ha hecho lo que cualquier madre haría en su lugar, creo que lo llega a decir literalmente.
Y aquí abro otra línea de debate: cómo se refleja esa obsesión por la maternidad en la ficción y el modo en que recae, nuevamente, como un yunke, la imagen de loca sobre la mujer. Únicamente sobre la mujer, porque al hombre, Santiago, más allá de que encubre todo se lo pinta como el hombre de la familia, protector y sensato dentro de lo que cabe. Otra vez más, la mujer loca que no puede ser madre y acaba secuestrando. La única que sufre hasta enloquecer.
La mujer que pierde el norte y el buen hombre que le sigue la corriente, por amor. Hay cosas, por lo que visto, que no cambian. Pero me siento en la obligación de hacer ver que las mujeres que desean ser madres y no pueden ni están locas ni roban hijas en las cabalgatas de Reyes. En definitiva, todo muy loco, muy peregrino y propio de filme barato con el que alcanzas el sueño un domingo perezoso y lluvioso. Qué pena: con lo que pudo ser y no fue.