"Sí, estoy genial". Así responde María a su madre y a todos los que le preguntan si está bien. Lo hacen con una mezcla de interés genuino, pero tamizado con sentimiento de culpa. Una a una, las amigas con las que se reencuentra al salir de la cárcel le dicen que lo sienten "por no haber estado", "por los plantones"... Después de tres años, la vida de los demás ha seguido sin ella, Y María solo insiste en que ya no es la misma que vimos en la primera temporada de Cardo.
Pero el problema es que nunca ha sabido muy bien quién es, porque siempre la han definido los demás. Las personas a su alrededor siempre se han hecho una imagen de ella, ya fuera por su apariencia, por su carácter, por lo que hacía, por o que dejaba de hacer. Y ahora es "María, la del caso de la moto". Para unos es la que estuvo en la cárcel por matar a alguien, por ir drogada. Para otros, una víctima del patriarcado, "yo si te creo, hermana", le dice una desconocida en una fiesta, sintiéndose una feminista de las de verdad.
Lo único que tiene claro María es que en este punto de su viaje ha decidido que ya no será quien sea que fuera esa que era antes. Ahora quiere ser buena. Olvidarse de sí misma. Hacer cosas por los demás. Alejarse de todas las tentaciones. Ser una santa. "No son buenos los extremos aunque sea en la virtud".
Ya no consume coca ni alcohol; ni siquiera un porro. Pero durante su encierro ha desarrollado dependencia por el Diazepam, la droga institucional que le administraban religiosamente mientras cumplía condena. "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero".
La vida fuera de prisión no es fácil. Es más difícil que antes. Se siente sola. Está sola. Cree que puede volver a subirse al mundo como si el tiempo no hubiera pasado, pero el mundo ha seguido girando, y ella se quedó estancada. El mundo ha seguido girando y se mueve cada vez más rápido. La ansiedad llega a picos insoportables. María necesita acallar el ruido en su cabeza. Otro Diazepam. Una hostia bendita
"Que nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta". María repite como un mantra las palabras de Santa Teresa de Jesús, porque El libro de la vida salvó la suya. En realidad fue Santa, otra figura materna, que como Puri en la primera temporada, vio en María algo que ella misma es incapaz de ver: alguien que merece ser salvado, alguien que merece ser amado.
María necesitaba una madre y Santa una hija. Santa fue su ángel de la guarda en la cárcel y ahora María quiere devolverle el favor. Obrar un milagro. Conseguir que su hija le dé una oportunidad y la perdone, porque Santa es una persona buena y solo merece cosas buenas. Pero no basta con las buenas intenciones. Como tampoco basta solo con Dios. Por mucha fe que tengas o le quieras poner.
Ha salido de prisión, pero ella misma se ha encerrado en otra. Mientras tanto, intenta convencer a todos de que está bien, que es diferente, que ahora todo irá mejor. Aunque de lo único que está segura es de que "la vida no es un camino de rosas, es un camino de piedras". Lo repite una y otra vez. Casi cree que sirve de algo, pero los pensamientos intrusivos le hacen pensar que si realmente el camino fuera de rosas, seguro que pisaría todas las espinas, porque "la vida es una mala noche en una mala posada".
Santa Teresa de Jesús y el Diazepam. Cielo e infierno. El bien y el mal. La segunda temporada de Cardo arrolla con sus emociones viscerales, y con un diseño sonoro, puesta en escena y una brutal interpretación de Ana Rujas que hacen diegética y casi insoportable la ansiedad y el dolor de María.
Ver como termina su viaje no será un camino de rosas, pero nadie debería perdérselo, porque la serie que ya sorprendió en 2021 ha regresado más madura y es un exponente extraordinario en nuestra ficción. Ojalá María encuentre la redención. Y que nunca tenga que decir, como Santa Teresa de Jesús, "he cometido el peor de los pecados, quise ser feliz".
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