En el primer tramo de esta segunda entrega de Ted Lasso surgieron muchas críticas que señalaban que con Ted ya instalado en el equipo, sin tenerlo todo en contra, ni tampoco la necesidad de convencer a Rebecca, los jugadores o la prensa, la serie de carecía de conflicto. Como tuve acceso a los ocho primeros episodios por adelantado (para poder entrevistar al equipo antes del estreno), no sé si mi sensación habría sido la misma viendo los episodios cada semana, pero creo que puedo entender de dónde venían las quejas.
Echando la vista atrás, es posible que el episodio navideño (2x04) haya contribuido a formar esa idea de que la serie estaba cómoda y no parecía tener nada nuevo que aportar. Al ser una historia autoconclusiva e independiente que llegó tan pronto, es probable que se sintiera como un bache en la construcción de los arcos de temporada. Al fin y al cabo, fue un episodio que se escribió cuando ya estaban listos los guiones de los diez episodios que se supone tendría esta segunda entrega (Apple TV+ les pidió que añadieran dos más, este y el centrado en Beard). A veces es difícil que lo que ocurre detrás de cámaras no afecte lo que se ve en pantalla. Menos mal que para la tercera ya saben que serán 12 desde el principio.
Como son las cosas, para el penúltimo episodio, con la amenaza del fin de la relación entre Keeley y Roy, parecía que la balanza se había puesto justo en el lado opuesto. La principal pregunta que me surge en este punto es si es necesario que las comedias siempre necesiten un componente dramático. Sinceramente, creo que si Ted Lasso fuese solo una celebración del espíritu optimista y de la creencia de que con una bondad genuina se puede sacar lo mejor de quienes nos rodean, la serie me gustaría igual.
Fue precisamente ese espíritu lo que nos enamoró en su estreno, porque para cinismo y malas noticias ya teníamos la realidad de 2020. Y son los momentos luminosos, cómicos y tiernos los que más disfruté esta temporada; qué bonito es ver una amistad como la de Rebecca y Keely en televisión. Preferencias aparte, el equilibrio que consigue la serie entre la comedia y el drama es ejemplar. Prueba de ello es que uno de los momentos más potentes de esta entrega es el del abrazo de Roy a Jamie en el vestuario después de la agresión pública del patriarca Tartt. Ese gesto no habría tenido el efecto que tuvo si no se hubiera introducido el que fue el gran tema de la temporada, aparte de la importancia de la salud mental: las relaciones problemáticas de los personajes masculinos de la serie con la figura paterna.
A través de Jamie, Ted y Nate hemos visto cómo la violencia, la sensación de abandono y la necesidad de validación externa son causas y consecuencias de las personas que son hoy. El viaje personal de cada uno ha sido distinto, y mientras Jamie y Ted han encontrado la forma de gestionar sus situaciones de forma positiva, Nate ha ido en otra dirección. Aunque su actitud durante esta entrega, en especial con quien está por debajo de él en jerarquía fue incómoda de ver, creo que podemos entender cómo las reacciones de indiferencia y menosprecio hacia él, hasta llegar al momento en el que Roy le da cero importancia a que besara a Keeley, lo llevaron al punto en el que lo dejamos: como aliado orgulloso de una de las peores personas que hemos visto en la serie: Rupert.
Que su acto personal y privado para inyectarse una dosis de seguridad en sí mismo fuera escupir su imagen en el espejo ya nos daba una pista de sus problemas de autoestima, inseguridades y odio interno. Su arco ha sido un giro mucho más oscuro de lo que podíamos esperar, pero, como dijo Ted en este último episodio, "toda decisión es una oportunidad", y después de lo que he visto hasta ahora, sé que quienes hacen Ted Lasso sabrán aprovecharla.
'Ted Lasso' está disponible en Apple TV+.
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