Los Ángeles, un detective privado con secretos, un magnate poderoso y una joven desaparecida. Sugar tiene los ingredientes básicos de todas las historias enmarcadas en el género noir, pero desde el principio se hace evidente que hay algo especial en su atmósfera. Algo que hace que su receta sea diferente.
John Sugar -interpretado por un Colin Farrell más carismático y encantador que nunca- quiere que todos, nosotros como audiencia y sus oponentes, sepamos que "no le gusta hacer daño a la gente", usar armas de fuego ni la violencia en general (aunque será letal si le obligan a serlo). Lo que sí le gusta es encontrar a personas perdidas y reunirlas con sus seres queridos. Y asegura que se le da bien.
Menos en ese caso de su pasado que no pudo resolver y que aún lo atormenta. Porque, por supuesto, todo detective que se respete viene con su fantasma de serie.
La serie sigue al detective privado titular, que tras terminar una misión en Tokio, viaja a Los Ángeles y acepta un nuevo caso: encontrar a Olivia, la nieta desaparecida del enigmático productor de Hollywood Jonathan Siegel (James Cromwell). Un caso que Ruby (Rigby), su supervisora/compañera/socia (al inicio no sabemos bien en qué categoría cae), le insiste que deje correr.
Pero Sugar no puede resistirse.
No solo porque le gusta encontrar a personas desaparecidas, sino porque es un cinéfilo empedernido. Cinéfilo de los que podrían tener un carné oficial. De esos que están suscritos a Cahiers du Cinéma, Sound & Sight y American Cinematographer (literalmente) y Crowwell ha producido algunas de sus películas favoritas.
Sugar ama el cine, especialmente el cine negro del Hollywood clásico. Sed de mal, El tercer hombre, El halcón maltés o El largo adiós inspiran las ideas, los actos y las palabras de Sugar. John vive, se viste, se mueve y habla como un personaje de esas películas, a las que la serie no hace guiños, sino que directamente las invoca en su narración para hacer contraste, espejo, comentario o fusión de realidades.
John Sugar respira y transpira cine negro clásico de forma consciente, inconsciente, subconsciente y autoconciente.
Pero a diferencia de algunos de los detectives más arquetípicos del género en su época dorada y en la actualidad, Sugar no es un antihéroe: es un héroe. Es un hombre honesto, noble y generoso. Una persona dispuesta a ayudar a cualquier desconocido sin necesidad de que le pida ayuda, ya sea el conductor de su Uber o una persona sin hogar sentada en una acera. Además, ama a los animales y no tiene ningún problema con las drogas o el alcohol. Cero unidades de vicios, cien de elegancia.
Lo que sí tiene, y la serie lo deja claro, son secretos. Uno está relacionado con ese caso sin resolver que aún le persigue. Otro lo está con su salud, algo a lo que él intenta restarle importancia, pero que parece preocupar profundamente a Ruby. Y a la misteriosa organización para la que trabajan.
Dirigida por Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) y Adam Arkin (El agente nocturno, The Offer), Sugar es exquisita visualmente, y una delicia irresistible para los amantes del film-noir clásico, pero la clave de su encanto es la interpretación de Colin Farrell (destinada a recibir todos los premios), que consigue que el espectador se encariñe con su personaje casi de inmediato, sin darse cuenta y sin poder hacer nada por evitarlo. Lo mismo pasa con el adorable perro, un roba escenas en toda regla, que también merece premios.
Con episodios que no sobrepasan los 35 minutos (con excepción del primero, que dura 50), ver Sugar es una experiencia que se siente especial desde el principio, pero no satisfecha con ello, se reserva una gran revelación para su tercer acto. Un giro extravagante que el espectador amará u odiará, pero en ningún caso, como suele decirse, le dejará indiferente.
'Sugar' se estrena hoy con dos episodios. Los nuevos estarán disponibles cada viernes hasta el último, el 17 de mayo.