La presencia de Oliver Stone en el festival de cine de Sitges, donde ha recibido el Gran Premio Honorífico, está más que justificada y tiene todo el sentido. No sólo ha flirteado continuamente con el horror, la paranoia y la conspiración en sus películas, incluso en las que se mueven en un código realista, sino que abrió su carrera con filmes directamente de terror: la poco conocida Seizure (1974) y la película de culto La mano (1981).
Comprometido con la historia —aunque su acercamiento a ella no siempre sea del gusto de todos—, con una tendencia natural al discurso político y a menudo asociado a la polémica, el director de JFK (Caso abierto (1991) ha estado en Sitges por dos cosas. Para recibir el galardón y para presentar La historia silenciada de Estados Unidos, libro escrito con Peter Kuznick que viene a ser la versión por escrito de su serie documental La historia no contada de Estados Unidos, donde revisa la historia del país a partir del concienzudo y punzante análisis de sus episodios más importantes y sus rostros clave.
Cuando hice Platoon (1986) me dijeron que nadie querría ver la guerra de Vietnam de esa manera. Y se equivocaron
En la clase magistral que ofreció en el festival, el cineasta se declaró fan del cine asiático de género (con una especial devoción por el cine coreano y las películas japonesas más extremas), reincidió en su visión del cine como una herramienta potente para mostrar la realidad y habló de las cosas que impulsan su cine. Básicamente son tres: “Una visión de las cosas, la imaginación y, sobre todo, la inspiración”.
Una inspiración que, según cuenta, ha encontrado muchas veces en figuras políticas: “Me ha inspirado la historia de Estados Unidos y muchos de sus personajes clave, algunos reflejados en mi libro. Esos momentos concretos y esas figuras históricas me han llevado a grandes temas, entre ellos el poder y la codicia. Asesinos natos (1994), por ejemplo, responde claramente a mi visión del mundo en aquel momento, cuando América enloqueció por completo y perdió la razón. Un momento muy concreto en el que los noticiarios eran pura explotación y no reflejaban para nada la realidad. Mi película era una sátira de todo aquello”.
Nada es imposible
Tiene fans y detractores… muchos detractores, de hecho. Pero la influencia de aquel filme histérico y a degüello es incontestable. Stone es consciente de la importancia de varias de sus películas en el cine moderno, y explica que eso se debe claramente a su voluntad de ir más allá, de romper con las convenciones: “Estimula mi creatividad que me digan que algo es imposible. Y creo que para mostrar la realidad siempre se ha de ir más allá, se ha de ser agresivo. Cuando hice Platoon (1986) me dijeron que nadie querría ver la guerra de Vietnam de esa manera. Y se equivocaron. Cuando hice Wall Street (1987) insistieron en que no tenía interés ver a gente hablando todo el rato por teléfono. Se equivocaron otra vez. Y con JFK (Caso abierto) estaban convencidos de que nadie querría ver la cabeza de Kennedy volando por los aires. Y volvieron a equivocarse”.
Se trata de ir más allá en la expresión de esa realidad, de buscarle las dobleces a la historia y sus personajes. “Cuando hice Nixon (1995) pensaban que se trataba de un simple biopic. Pero no era así. Quise, y siempre he querido, ir más allá de los hechos e investigar para encontrar su significado. Por eso mostré a Nixon como un hombre inseguro y atacado por sus propios demonios; o, en W. (2008), a George W. Bush como una persona encantada de haberse conocido. Me fascinaba la idea de que la oveja negra de la familia llegara a ocupar el despacho Oval”, explica.
JFK (Caso abierto) hizo que los estadounidenses fueran más conscientes de que América no es transparente
La alusión a JFK (Caso abierto), en torno a la que giraron varias de las preguntas de su conferencia, también le dio pie a hablar de las consecuencias, tanto positivas como negativas, de hacer cine político y acercarse a la realidad de una manera frontal. “Cuando se trata de política se ha de ir con mucho cuidado”, afirmó. Pero también hizo hincapié, con ejemplos concretos, en lo gratificante del resultado cuando funciona: “El legado de JFK (Caso abierto) es que, de alguna manera, hizo que los estadounidenses fueran más conscientes de que América no es transparente. El pueblo de Estados Unidos tiene continuamente la sensación de no estar informado. La televisión sólo sirve para mantener a la gente en la oscuridad”.
Para cerrar su charla, Stone hizo una potente apreciación sobre su país, el mismo que ha inspirado prácticamente todo su cine: “Hay más fundamentalistas en Estados Unidos que en Oriente Medio, y yo rechazo todo tipo de fundamentalismo: religioso, político o económico. Es rechazar el pensamiento moderno y negar todo lo que hemos aprendido durante los últimos siglos”.