La mayoría de los thrillers situados en otra época que se ruedan tienen el mismo mal: son impecables pero no dejan huella. Sus autores conocen los clásicos en los que se miran y tienen buena mano, de eso no hay duda. Pero si rascas un poquito la pulcra superficie de sus películas, ves que debajo hay poca cosa. Estrechando el lazo a Black Mass: Estrictamente criminal, es algo muy común en los directores que se inspiran en los clásicos del thriller de los setenta y principios de los ochenta. Quieren hacer un cine como el de antes, y aparentemente lo consiguen. En sus filmes todo está bien: la construcción de la historia según los resortes del género, la recreación de la época, la elección de un reparto con rostros similares a los de aquellas películas… Pero, aunque hay excepciones, suelen ser películas resultonas, muy resultonas de hecho, pero sin alma. Se ven con agrado y no es justo decir que sean malas porque no lo son. Pero les falta poso y lo tienen difícil para ser recordadas.
Centrada en la historia del mafioso estadounidense James ‘Whitey’ Bulger, recogida en el best seller de Dick Lehr y Gerard O’Neill, Black Mass: Estrictamente criminal es exactamente eso. Todo está en su sitio. Scott Cooper (Corazón rebelde), director del filme, y los guionistas explican la historia del gángster con claridad y ritmo, y coreografían con precisión las relaciones entre los muchos personajes. Su puesta en escena no es novedosa y depende demasiado de sus referentes, pero es elegante y no resulta artificiosa. El reparto es excelente y, por extraño que parezca, nadie intenta imitar a Al Pacino o a Robert de Niro. Eso sí, aunque está espléndido, más contenido de lo normal, es difícil abstraerse de la caracterización de Johnny Depp. Y es una película muy poderosa en su representación de la violencia: física, contundente, brutal. Sin embargo, le falta definición y fondo, algo que deje huella y le de realmente personalidad.
Para empezar, la descripción del protagonista es un poco endeble. Sabemos lo que hizo Whitey, cómo colaboró con el FBI durante años a cambio de tener carta blanca para seguir con sus crímenes, pero su personalidad queda algo diluida en el conjunto. El personaje real es interesantísimo, pero al cinematográfico le falta algo que le haga único, que evite que sea intercambiable con otros psicópatas de película. Lo mismo sucede con los otros personajes. Están mejor interpretados que escritos. Sus roles en el relato están claros, pero no acaban de trascender el cliché. En El príncipe de la ciudad (1981) de Sidney Lumet, obra maestra en la que Black Mass: Estrictamente criminal se mira sin ningún rubor, los personajes respondían prácticamente a los mismos patrones y pasaban cosas similares. Pero todo era más grave y trascendente, cada quiebro de la historia, decisión estética o detalle de los personajes sublimaban las ideas de fondo, compartidas con el filme que nos ocupa, sobre crimen, corrupción, honor y moral. En Black Mass: Estrictamente criminal están todos esos temas, sí. Y los personajes son similares. Pero esa reflexión de fondo apenas se intuye tras su perfecta mecánica y su aspecto incontestable.