En Casino Royale (2006), James Bond se enamoraba de la bella agente británica Vesper Lynd, como nunca antes le había ocurrido en toda su longeva carrera. En Quantum of Solace (2008), perseguía a los asesinos de Vesper y daba con un club de poderosos que conspiraba para dominar la energía mundial. En Skyfall (2012), se enfrentaba a un malvado Javier Bardem para descubrir una parte de su propio pasado que creía enterrada. En Spectre, el nuevo título de la saga, que llega ahora a los cines españoles, otra parte del pasado de Bond sale a su encuentro: una misteriosa organización criminal y un archienemigo, Stavro Blofeld (Christoph Waltz).
Estamos ante un Bond psicológico, del que conoceremos cada vez más detalles familiares y dispuesto a dejarlo todo por amor. La trama de las cuatro últimas entregas, todas con Daniel Craig en la piel de 007, ha ido tejiendo un arco argumental cerrado. Y, acaso, autoconclusivo: ¿será Spectre el cierre de una teatralogía? O, más aún, ¿será el final de James Bond? “Obviamente, espero que no hayamos matado la franquicia. Si algo creo que va a pasar, es que se va a fortalecer”, respondió a EL ESPAÑOL en Madrid el director de las dos últimas entregas, el británico Sam Mendes (American Beauty, Camino a la perdición).
Guiños retro
Y es que en Spectre, Mendes juega con guiños al Bond de los 70, el de Roger Moore, pero camina cada vez más por una senda sin retorno. ¿Tendrá vida el agente secreto después de todas las revelaciones de Skyfall y de Spectre? “Yo no diría que he destruido la iconografía: la he usado”, se defiende el cineasta tras soltar una risa ante la pregunta. “Sólo hay que usar la imaginación. ¿Quién dice que Bond tiene que ir hacia atrás? Hay muchas direcciones en las que puede avanzar. No voy a contarle mis ideas ahora, pero podría decirle al menos cinco que tengo en mente que no implican retroceder. Y todas son nuevas y diferentes”.
Su apuesta, asegura “sencillamente exige más al cineasta: desanima a la forma de hacer cine vaga. Hay más retos. Lo que puedo decir es que, sea quien sea quien lo haga, sus decisiones deberán ser valientes. Tendrá que tomar caminos arriesgados. Y hacer su Bond, no el Bond que le guste a todo el mundo. No creo que eso exista. Es una mitología compleja, y las mitologías maduran”.
No quería hacer la misma película otra vez. El reto era arriesgar para no repetirnos. Rodé 'Skyfall' en digital y 'Spectre' en celuloide.
Mendes no se pilla los dedos sobre el ya llamado “Bond n.º 25”. “ No estoy seguro de que vaya a hacer otra”, asegura. Lo tiene que aclarar porque después de Skyfall dijo que tendría que haber algo muy especial, una nueva mirada o giro argumental, para que volviera a dirigir la saga. Y tres años después, le tenemos en Madrid, promocionando la vigesimocuarta aventura del espía. ¿Qué le hizo cambiar de opinión? “No quería volver a hacer la misma película otra vez. El reto era arriesgar para no repetirnos. Rodé Skyfall en digital y aquí he trabajado en celuloide. Es además una película más romántica: quería contar una historia de amor, avanzar emocionalmente desde Skyfall”.
Además, asegura, trató de añadir un par de “grandes ideas”: “Una es hacer sentir que todas las películas de James Bond de Daniel Craig se habían ido moviendo para llegar a esta gran película final”. Otra sería “la diversidad en el tono, incorporar misterio y juego, y una mayor variedad en los escenarios”.
La anterior entrega de Bond era una película post Julian Assange, y ésta es una post Edward Snowden
La secuencia de arranque en pleno Día de los Difuntos en México DF es antológica, lo mejor del filme, al margen de la presencia en pantalla de dos actrices tan bellas y magnéticas como antagónicas: la veterana Monica Bellucci, chica Bond a los 51 años -récord de la saga- y Léa Seydoux. De México, Mendes hace viajar al agente por Roma, Marruecos y Londres.
Spectre y su líder tendrán mucho que ver con un plan para conquistar el mundo. No hay risas malignas, cabezas calvas ni meñiques levantados en la interpretación de Waltz, un Stavro contemporáneo alejado de las señas de identidad que marcó Donald Pleasance, aunque no le faltan ni el gato blanco ni la sorna. Y, desde luego, su fin no ha variado: dominar el mundo. Estamos en 2015, y eso implica dejarse de misiles y satélites asesinos para convertirse en una especie de Gran Hermano global.
Stavro con sorna
“La anterior entrega de Bond era una película post Julian Assange con ciber-crimen, y ésta es una post Edward Snowden, con vigilancia y la duda de que, a lo mejor, Bond ya no trabaja para los buenos, la caída gradual en las libertades civiles y el hecho de que todos somos tratados como criminales hasta que se prueba nuestra inocencia, que es lo contrario de como debería ser”, explica el director. “Hay un diálogo a lo largo de ambos filmes sobre si Bond sigue teniendo sentido, si importa. Estoy orgullos de que hayamos logrado mantener esa idea”.
La otra característica de Spectre es su inequívoco sabor al Bond de los 70, pese a que en lo visual y en el ritmo está instalado en el siglo XXI. Ahí están Spectre y Stavro, y un viejo Aston Martin que aparece al final. “Sí, definitivamente, Daniel y yo nos hemos criado con las películas de Roger Moore. Hay un homenaje deliberado a eso, a escenas como Vive y deja morir. Y hay un homenaje en la escena del tren. Pero la gente también ve homenajes donde no hay ninguno. Ven la nieve y piensan: “Mira, La espía que me amó”, pero es sólo nieve, nada más”, aclara el cineasta. “Como Bond ha estado en todas partes, hay algo retro en cada lugar que no es buscado. Me gustaba la idea de jugar con la iconografía del mito de Bond, tirar de algunas imágenes de sus películas antiguas”.