Sacristán empezó en la actuación viviendo la precariedad de los diez duritos, de las dos funciones al día. El de Chinchón no se queja, pues como recuerda siempre ha sabido perfectamente de dónde viene. De sus comienzos difíciles germinó una prolífica carrera como actor que se salda a sus 78 años con más de 100 películas, pero también con un puñado de largometrajes dirigidos por él mismo y una vida sobre los escenarios casi tan notoria como su carrera en el séptimo arte. Le conocemos por haber representado al españolito acomplejado y laborioso del desarrollismo, pero también ha hecho de diputado, de poeta maltrecho, de burgués travesti, de hombre de La Mancha. Un centenar de rostros humanos, todos nuestros.
Lleva desde 1978 cosechando premios. Recientemente la Concha de Plata por El muerto y ser feliz y el premio ‘Retrospectiva’ en el Festival de Cine Español de Málaga. Entre los oropeles que adornan su trayectoria también se cuentan los de otro tipo, como el haber ido a la huelga de actores del 75, ser fundador original de la Academia de Cine o haber coreado visiblemente el No a la guerra.
Si aquí se ha estado por encima de nuestras posibilidades, la izquierda ha estado muy por debajo de sus exigencias
Siempre comprometido, el actor recibe ahora el Premio de Honor Nacho Martínez a toda su carrera en el Festival Internacional de Cine de Gijón en su 53 edición. Un reconocimiento otorgado a esos más de 60 años de trabajo que le han convertido en una presencia esencial de nuestro cine. Sigue ejerciendo la profesión con la misma voluntad e ilusión de la que hizo gala desde la España gris y preconstitucional. Sigue sin callarse.
“Estoy a una altura en la que me encuentro cómodo y satisfecho”, dice de su vida profesional. “Entre lo que yo creía que iba a dar de sí y lo que ha dado de sí no hay mayores diferencias. Seguramente porque vengo del campesinado de Castilla tengo muy clara la noción de lo que es ganarse la vida”.
“También porque he tenido unos maestros, Fernán Gómez, Marsillach, Closas y otros cuantos, que me han informado de cómo manejarse en eso de ser actor en un país como este”. Sacristán habló en la rueda de prensa de cómo para él hacer cine en España “es como ser torero en Islandia”. A EL ESPAÑOL afirma: “No he tenido nunca la veleidad o el despiste de creer que esto podía ser más, así que encantado de la vida. Aunque cuando miro para atrás dijo, joder, no está mal, ¿no? La conclusión es que hay que seguir teniéndole cariño y respeto al crío que fui. Ese chaval de Chinchón se las tuvo que manejar”.
Regreso al pasado
Aunque el intérprete ha atacado duramente a los responsables de la crisis actual, también tiene claro que la situación está lejos de parecerse a la penuria que él mismo vivió en el periodo franquista. “Y que nadie se engañe: entonces la precariedad o lo miserable era lo cotidiano. Como digo, en verano hacía mucho más calor y mucho más frío. No había calefacción o ventilador. Realmente la vida de los cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta fue una cosa muy dura”.
El actor que protagonizó Vente a Alemania Pepe hace cuatro décadas aparecía este año en la película Perdiendo el Norte, recordándole -desde su veteranía a los jóvenes inmigrantes españoles que acuden al país germano en busca de prosperidad- que el ciudadano español sigue siendo un residente de segunda. Aunque, como matiza, el caso ya no es el mismo.
Entonces todo eran conquistas. Pero el que está acostumbrado al agua caliente y va y descubre que no sale agua, eso es más jodido. Es una derrota, un fracaso
“La jodienda es que antes tú habrías el grifo y no salía agua y era normal. O mejor dicho, un día salió agua, más tarde incluso caliente. Entonces todo eran conquistas. Pero el que está acostumbrado al agua caliente y va y descubre que no sale agua, eso es más jodido. Es una derrota, un fracaso. Viajas en medios más confortables, pero en lugar de ir hacia adelante la idea es de un retroceso”, dice.
“Como hombre de izquierdas, mi análisis de cómo hemos llegado a esto, es bastante elemental: si aquí se ha estado por encima de nuestras posibilidades, la izquierda ha estado muy por debajo de sus exigencias. Hablo de la izquierda, porque de la derecha de este país no hablo. Es una cosa simplemente impresentable. Pero la izquierda ha sido cómplice del sistema. No mirando para otro lado, sino comprada. Eso sí, ahora la insolencia del poder es tal, la prepotencia de la que hace gala, que hay una especie de resignación que hace que el trabajo precario sea lo único que os queda. Sé que los jóvenes estáis al loro y que no os hace ni puta gracia. No tiene solución”.
Sálvese quién pueda
“Mira esta cosa brutal que ha pasado en París. El otro día leí un chiste de El Roto, con una niña con dos coletitas, que decía: “Digo yo, que la mejor manera de solucionar un problema es no crearlo, pero me dicen que sólo soy una niña”. ¿Dónde estaba la izquierda de este país entonces? ¿Dónde la civilización occidental en la guerra de Irak y otras catástrofes del estilo? Toda esta mierda…”.
Pero Sacristán no tiene visión túnel. No se olvida del reparto de culpas. “Lo de estos muchachos es condenable, un puro delirio. Entonces, ¿cómo se combate algo así? Aquí el problema esencial es que hay niveles de culpabilidad, pero lo jodido es encontrar inocentes. Tenemos que asumirlo. Lo decíamos en Solos en la madrugada. Papá se ha muerto, llamemos a ver si somos mayores”.
Esto de la crisis ha sido una guerra, una guerra declarada desde unas formas de poder y efectivamente no se acaba de reaccionar
Se refiere a la película de José Luis Garci de 1978, en la que interpreta a un locutor de radio que triunfa en las ondas a base de narrar su fracaso personal. “Todavía la coartada está ahí, en el no nos dejan. Pero ojo, esto de la crisis ha sido una guerra, una guerra declarada desde unas formas de poder y efectivamente no se acaba de reaccionar. Aunque no me gusta dar doctrinas, no me gusta pontificar”. Se quita importancia. “A estas alturas, a mis años, lo que hago es recoger premios”.
José Sacristán ha sido uno de los pocos actores integrantes del landismo que ha hecho perdurar su carrera en activo hasta nuestros días. En los últimos años, en papeles muy sentidos para proyectos dirigidos en su mayoría por jóvenes entusiastas como Carlos Vermut y Javier Rebollo, al igual que lo fueron en su momento Juan Luis Buñuel o Gonzalo Suárez. Le preguntamos qué le parece ser el muso de esta nueva generación.
“Es maravilloso. También, como pasaba al principio, porque estos directores no se parecen en nada entre sí los unos a los otros. Es un placer vivir a su lado después de 60 años trabajando, tener la suerte de volver a reverdecer aquella relación, de discutir de esto y aquello y llevarnos de puta madre. Es un privilegio. La diferencia de puntos de vista que transmiten en las películas, en las historias, en sus propias vidas es rejuvenecedor”.