Enrique González Macho, una mancha en el expediente
Ha sido la cabeza visible del sector durante los últimos cinco años. Su imputación ensucia la buena imagen del cine español.
26 noviembre, 2015 00:55Noticias relacionadas
Cuando Enrique González Macho dimitió como presidente de la Academia del Cine en febrero, un año después de ser reelegido, no explicó cuáles eran esos “estrictos motivos personales” que le llevaron a tomar la decisión que abrieron las puertas del cargo más representativo del cine español a Antonio Resines. El productor, exhibidor y expresidente ha sido imputado, tal y como informa El País, por el Juzgado de Instrucción 18 de Madrid, junto con el productor Edmundo Gil, por falsear los datos de recaudación y de espectadores de la cinta Rosa y negro, estrenada en 2009. El objetivo del supuesto fraude era alcanzar el número mínimo de espectadores para obtener los 731.900 euros en subvenciones del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
La productora Flamenco Films (de Edmundo Gil) compró entradas para llegar al cupo mínimo de los 30.000 espectadores para optar a la ayuda. La distribución y exhibición corrió a cargo de Alta Films y Alta Classics, empresas de González Macho. De las siete salas en las que se proyectó la película protagonizada por Juan Diego y Gérard Junot, seis pertenecían al expresidente de la Academia. El barrido contra el fraude en el cine coincide con el juicio celebrado contra Miguel Bardem, productor de la película El rey de la montaña, también por trampear datos. El acuerdo entre la Fiscalía y Bardem obliga a éste a pagar 50.000 euros de multa y una pena de cuatro meses de cárcel que no cumplirá por no tener antecedentes.
La imputación pone bajo sospecha a una de las figuras que más ejemplo ha tratado de dar a lo largo de su presencia como cabeza del sector cinematográfico. En 2014, el año en el que el ministro Wert se saltó la gala de los Premios Goya, desató las críticas contra el Gobierno. Anunció que hablaría alto y claro para evitar que la verdad fuera pervertida por “la mentira” o “por un silencio cómplice”.
Hoy aquella intervención se presenta como una paradoja cínica: criticó la dependencia de las ayudas, porque impiden la emancipación del cine del Estado. Pidió esperanza en la soberanía del sector y voluntad para “ser más padres de nuestro porvenir que simples hijos de nuestro pasado”. “No pueden acabar con nuestros sueños. Tenemos la razón y sobre todo la voluntad, ambas son nuestra fuerza”, añadió henchido para cerrar discurso con un: “¡Viva el cine español!”.
No quisiera bajo ningún concepto que en el futuro mis necesidades personales afectaran a la dedicación que la Academia requiere, dijo cuando renunció a la Academia
Exclamó que hacer cine en nuestro país es “un acto heroico”, que el “poder creativo del cine sigue íntegro, aunque cada vez con mayores dificultades para expresarse”. Atacó al IVA al 21%, porque “el costo económico y social que ha provocado ha sido infinitamente superior al aumento de la recaudación”. “Cada euro que la Hacienda pública ha recaudado con el IVA, la industria ha perdido dos”. Recordó el cierre de 400 salas de cine, entre ellas las suyas, claro. Miles de puestos de trabajo perdidos, recaudación bajo mínimos y pérdida de espectadores.
Un año antes defendió que “internet no forma parte de la actividad económica del cine” y “no es ni sustituto, ni complemento al cine”. El cántabro tumbaba el discurso de su predecesor, Álex de la Iglesia, que confiaba en un futuro digital. “La piratería sigue campando a sus anchas cada día con más fuerzas y sin atisbo de que esto cambie”, dijo.
Un sector al límite
Para González Macho la lucha antipirata era la prioridad absoluta, al menos, hasta que anunció en 2013 el cierre de su distribuidora, Alta Films, y el cierre de varios de sus cines (cadena Renoir) un año después. La quiebra de la empresa de 48 trabajadores orientó su lucha, el nuevo enemigo era el IVA al 21%. Había que lograr ampliar las deducciones fiscales y una nueva ley de financiación. “El sector de la exhibición está al límite”, decía.
Trató de cambiar la terminología. Era importante dejar de hablar de “subvenciones” y hacerlo de “inversiones”, para despejar las nubes de las ayudas, el sambenito de la sopa boba. Explicó sus ideas sobre España como gran plató de cine capaz de captar grandes producciones internacionales siempre y cuando se ejecutaran deducciones fiscales superiores al 30% para las empresas que eligieran nuestro país. Denunciaba la fuga de capital a otros países con mejores tipos fiscales. Tenía soluciones para todos y para todo, impartía su cátedra y su ejemplo en cada foro, en cada entrevista, representaba el papel del diplomático capaz de hermanar al cine con la política.
Su negocio había entrado en quiebra y las circunstancias le obligaban, decía, a renunciar, mientras alegaba un IVA del 21% como un peaje insostenible para la cultura
Y así llegó al final de su penitencia. “Me voy obligado por las necesidades”, dijo en su carta a los académicos que comunicó su renuncia a la presidencia de la Academia. No podía compaginar su “actividad personal con la Presidencia de forma cuanto menos correcta”, aseguró entonces. “No quisiera bajo ningún concepto que en el futuro mis necesidades personales afectaran a la dedicación que la Academia requiere”, añadía en su despedida tras cuatro años al frente de la Academia.
Su negocio había entrado en quiebra y las circunstancias le obligaban, decía, a renunciar, mientras alegaba un IVA del 21% como un peaje insostenible para la cultura. La dimisión podría esconder algo más, quizás una investigación de dos años contra el fraude de los falsos espectadores, que anunciaba portadas históricas contra la imagen del cine.
González Macho se presentaba como un ejemplo de integridad, un héroe del cine capaz de superar los momentos más críticos del sector. Montoro, Lassalle, Wert, una delantera de lujo que ha abierto fuego -y hecho diana- contra la disciplina que más quebraderos de cabeza creaba a la política. La imputación consuma un fracaso histórico, una lacra imborrable. El hombre ejemplar se ha convertido, si el juez confirma con su sentencia el fraude que se le imputa, en un ejemplo tan representativo que mancha a todos. Aunque sean unos pocos.